viernes, julio 13, 2007

En la tierra del sí



Michel Balivo y J. Kalvellido
(Terremotos de hechos sacuden los sueños)

Hay momentos, coyunturas particulares de la historia en que la acumulación de tensiones del tropismo dialéctico social, llega a umbrales de tolerancia y opera como un efecto lupa en el cristal de la conciencia. Entonces vemos, sentimos y vivimos magnificada la resultante del modelo que guía nuestras conductas cotidianas y que habitualmente pasa desapercibido para nuestros hábitos y creencias, que de paso no son sino la resultante de tal ejercicio ingenuo de vida.

Termino de leer que la guerra de EEUU contra Iraq, ya acumula 180.000 combatientes clandestinos, mercenarios contratados por corporaciones particulares, 20.000 más que los 160.000 soldados regulares. En otras palabras ya estamos en capacidad de afirmar que es una guerra privada que defiende intereses particulares. Todos estos capitales y hechos son ajenos a lo estatal, no están bajo su control ni responden a leyes nacionales ni tratados internacionales. No podemos creer ingenuamente que esto pueda ser un hecho aislado.

Si observamos los negocios y empresas en los que trabajamos notaremos que “el dueño” toma las decisiones que le parecen pertinentes sin consultar ni tomar en cuenta para nada a sus empleados, ni preocuparse por como o cuanto esto afectará sus familias y formas de vida. La ley así lo establece y posibilita, dice que eso es correcto y justo, que puede realizarse impunemente.

Se me ocurre preguntarles si uds. creen que hayan sido los trabajadores asalariados o jornaleros los que hayan hecho tales leyes, ¿ tal vez el azar, o a lo mejor los dioses? También podríamos preguntarnos si en última instancia los ejecutivos o capataces que controlan los esclavos para que sirvan fielmente “al buen amo” están en una mejor condición que sus inferiores situacionales.

Pues yo no veo diferencias salvo de proporción y magnitud en como manejamos nuestros negocios privados nacionales o internacionales. No fue ayer que empezaron a operar la ONU, la OEA, el FMI, el BM, la OMC, etc. Tampoco fue ayer que un paragobierno controlado por los capitales transnacionales comenzó a desplazar a los gobiernos nacionales y todos los logros de las luchas en pro del bienestar social, para privatizar toda materia prima, producción y servicio, sujetàndolos a sus intereses sin ningún tipo de responsabilidad social ni ambiental.

Así pues como muchas veces repito lo sorprendente no es lo que está sucediendo. Porque es el férreo encadenamiento de nuestra historia, es el guión que se repite una y otra vez en el que alternan dialécticamente los avances y retrocesos de lo humano. Es el modo en que vamos poniendo en evidencia lo que somos y conociéndonos en relación con las respuestas que damos a nuestro entorno, en que nos vamos haciendo concientes.

Lo sorprendente entonces es que este acontecer nos resulte inesperado, nos tome siempre por sorpresa y nos genere tal extrañeza y desorientación. Porque también nuestra historia es testigo y testimonio silencioso de que a grandes ciclos se repite este proceso en que todo un viejo modelo o mirada mental organizadora de la sociedad se agota, desmorona y renueva, recrea.

Basta mirar quinientos años atrás y leer que a la transiciòn del medioevo, inquisición, hogueras, torturas y guerras mediante, se le llamó “Renacimiento”. Allí abrevando de las fuentes grecorromanas toda herencia, incluyendo la religiosa, fue cuestionada desde su utilidad para la vida y reconcebida, poniendo las bases para el actual modelo civilizatorio.

Lo esencial y realmente destacable de estos particulares momentos parece ser entonces la sobretensiòn o energía acumulada que posibilita el caer en cuenta de las condiciones tácitas que afectan nuestro cotidiano accionar. El “ver” lo que nos afecta, limita, genera dolor físico, insatisfacción y sufrimiento mental. Reconocer de que modo lo hace y estar entonces en capacidad de modificar tales circunstancias.

Estas particulares circunstancias dolorosas, insatisfactorias, sufrientes no son meras palabritas. Son elevados sistemas de tensión social acumulados dentro de un modelo agotado que ya resulta asfixiante y represivo. Son explosiones conductuales masivas como “el Caracazo” y los dos intentos de golpe de estado militar con toda la inútil masacre de vidas para proteger el injusto sistema de intereses privados elitescos predominante, cual augurio de lo porvenir.

Son también síntomas de lo que bulle en la conciencia colectiva y que cualquier acontecimiento desencadenará porque ya están dadas las condiciones de tensión insoportable que ha de estallar desproporcionadamente si no se le da o abre una dirección creativa y posibilitadora. Todas estas circunstancias sicológicas y fácticas ponen el escenario en que nace y va gestándose, cobrando forma la revolución bolivariana, ampliándose y resonando continentalmente.

Así como la guerra o negocio privado de Irak no es un hecho aislado sino una evidencia estructural del modelo guía organizador de nuestras conductas sociales cotidianas, tampoco la revolución lo es. Como dije en estas encrucijadas históricas se magnifica la dialéctica de avances-retrocesos de lo humano generando conciencia, renovando miradas dormidas en sus hábitos, automatismos, creencias de avanzar hacia supuestos objetivos felicitarios en el tiempo.

Por eso el plan estratégico de la revolución desde el mismo principio es una democracia participativa y protagónica que abra nuevos y distensos horizontes de expresividad social. Que pague la enorme deuda social y la violencia o inhumanidad con ella acumulada, que alivie el dolor y sufrimiento de miles de millones de seres humanos que vagan sin alimentos, agua, atención medica, educación, y lo peor de todo, sin futuro, sin alternativa ni esperanza.

Frente a la propuesta y puesta en marcha humanista de la revolución pacifica y democrática se actualizan y reaccionan desproporcionadamente, como no podía esperarse de otro modo, los sistemas de intereses, hábitos y creencias del ejercicio anterior y lo que creen un derecho ganado y propio.

Ellos son los que realmente gobiernan, pues disponen de los capitales, las empresas básicas privatizadas, transporte y medios de comunicación, en estrecha alianza con los capitales corporativos internacionales y su maquinaria institucional. Por tanto cada intento de dar un paso revolucionario para superar la vieja condición, como lo enseñan las leyes físicas, está signado por una reacción dialéctica de igual pero contraria carga.

Por ejemplo se siembran en toda Venezuela paramilitares, mercenarios colombianos para alterar la gobernabilidad del país sin importar a que medios se recurran, intentando el retorno al viejo sistema de intereses. El gobierno revolucionario responde constitucional y democráticamente organizando las reservas militares y declarando que todos y cada uno somos responsables de la seguridad y defensa integral de nuestro territorio, de la forma de vida que elegimos darnos.

Pero los medios de comunicación privados gritan incansablemente que el presidente es un gorila que como en “el planeta de los simios”, pretende militarizar el país aboliendo la libertad de expresión. Lo simpático es que donde solo hay una revolución democrática y pacífica elegida por abrumadora mayoría, intentando con mayor o menor acierto efectivizar la propuesta colectiva, la condición mental humana comienza a “ver”, a proyectar o reflejar sobre el paisaje esas imágenes que los medios de comunicación siembran y estimulan en su conciencia.

Estos fenómenos paradójicos de la mente humana son puestos en evidencia solo en estas circunstancias coyunturales de gran carga y tensión, en que un modelo llega a los límites de sus posibilidades evolutivas convirtiéndose en motivo de sufrimiento para la especie, exigiendo antes que nada caer en cuenta, reconocerlo como motivador colectivo de sufrimiento.

Porque solo cuando “vemos” lo que nos duele o hace sufrir podemos cambiar nuestras formas de pensar así como la dirección resultante de nuestras conductas, que por acumulación crean y construyen esos escenarios que inevitablemente nos toca vivir. Es cuando intentamos llevar a la práctica una nueva intención o dirección de acción, que actualizamos las resistencias acumuladas por repetición de actos en la anterior dirección y en consecuencia podemos caer en cuenta de ellas, verlas escenificarse cual oposición conductual.

Todo lo dicho no es más que un dibujo rudimentario de las condiciones sicosociales e históricas necesarias al nacimiento de una revolución, es decir de un nuevo ser, una nueva y ampliada conciencia que conciba y esté en capacidad construir un mundo más acorde a lo humano. Este escenario global que nos toca vivir es realmente ineludible, porque no hay otro modo de caer en cuenta de que nuestros propios tropismos de acción acumulados son los que viabilizan o se oponen al rumbo que deseamos darle a nuestras vidas. Hoy por ejemplo apuntamos a instituciones democráticas integradoras del continente americano camino de un mundo pluripolar.

Pero en el propio Mercosur, Mercado Andino, OEA o Unasur, habrá de dirimirse de todos modos la inevitable dirección global en que nos complementaremos solidariamente o nos despedazaremos egoístamente, hasta que tomemos conciencia estructural de la dirección de pensamiento y conducta que nos permita avanzar hacia el próximo paso o escalón evolutivo.

Por eso para hablar de revolución igual que de cualquier otro tema esencial, trascendental, me parece a mí que ante todo es necesario reconocer cuan alejado está nuestro pensamiento y lenguaje de lo que es nuestra experiencia cotidiana. Un ejemplo simple es escucharnos hablar de amor eterno cuando nuestro amor es cíclico como el día y la noche, el clima y las estaciones.

Si somos sinceros, fieles a nuestra experiencia, habremos de reconocer que así como el cielo o las nubes se van cargando de tensión hasta que en el clímax un relámpago-trueno desencadena en lluvia la humedad que cae cual orgàsmico y catártico amor sobre la tierra, del mismo modo nuestro amor por el sexo opuesto tiene sus cimas y sus valles y no es una continuidad ininterrumpida.

Por el contrario es justamente ese continuo cambio superficial lo que nos lleva a anhelar y ensoñar un afecto duradero, estable. Pero una cosa es desearlo y otra sentirlo, vivirlo. Y si nuestra atención, nuestras referencias están puestas en lo circunstancial y cambiante cotidiano, en la dolorosa carga de tensiones o en su placentera descarga, nada de extraño tiene el que nuestros afectos fluyan, se transformen y cambien junto con ello, pasando naturalmente del amor al odio, de la esperanza a la frustración, el resentimiento y el deseo de venganza.

Así nuestras instituciones están montadas sobre nuestras expectativas, deseos y anhelos, y no sobre nuestra experiencia real. Por eso el matrimonio es una promesa de algo que no logramos cumplir, es una obligación, una serie de reglas autoimpuestas por un consenso o creencia social de gran carga, desde la expectativa de lo que a cambio obtendrá, pero que no tiene mucha relación con nuestros sentimientos y hechos, con la dirección de nuestras conductas cotidianas.
En épocas de acelerado cambio por acumulación de tensión histórica social, colectiva, como las que vivimos, es inevitable que las instituciones montadas sobre un ritmo menos tenso y más lento o desapercibido de cambio, se evidencien impotentes para seguir conteniendo a las funciones y/o elementos sobretensos y urgidos de distensión.

Es justamente el momento en que se han de concebir e implementar nuevas formas de organización, de direccionamiento de la acción personal y colectiva ajustadas a las necesidades de ese momento, que inevitablemente han de ser de mayor participación y protagonismo o de menor imposición de lo heredado, que corresponde a otros momentos generacionales e históricos.

Una cosa es la paz, la felicidad, el bienestar, el amor que anhelamos e impulsa tácita o explícitamente todas nuestras conductas e intentos. Una cosa es el objetivo ensoñado, deseado y proyectado a futuro, y otra son los medios, los caminos mediante los cuales podremos lograrlos, encarnarlos, traerlos a ser, convertirnos en ellos.

De momento somos un cielo eléctricamente cargado y tormentoso que anhela alivio, que ensueña eróticas, sensuales y placenteras escenas. Eso no tiene nada de malo porque toda tormenta dispone de poderosa fuerza electromagnética acumulada sin la cual nada puede hacerse. Pero el punto crítico es como descargaremos, canalizaremos o abreaccionaremos esa energía.

Porque puede ser enormemente creativa y constructiva, trayendo a ser una nueva civilización libre ya de los repetitivos errores y violencia reconocidos y corregidos. Pero también puede desbordarnos con enorme destructividad, desencadenado lo peor del viejo tropismo atemorizado y defensivo si no le abrimos vías participativas de expresión, de inclusividad social.

Todo depende de las imágenes, de los paisajes de que esa enorme energía acumulada por el tropismo histórico disponga para expresarse. Y en este punto creo que sería bueno traer el simbolismo bíblico de Caín y Abel, que a mi modo de ver son tan hermanos, tan estructurales, tan familia, se implican tanto como el capitalismo y el socialismo, el imperialismo y la revolución.

Abel representaría entonces los anhelos profundos e intemporales de felicidad, amor y paz del corazón humano. Mientras que Caín simbolizaría los intentos localizados y mediatos, temporales de realizarlos, de darles forma, de traerlos al mundo. En otras palabras la experiencia y el conocimiento, el aprendizaje por acierto-error que va construyendo nuestras economías y culturas.

A grandes ciclos históricos el tiempo gira sobre si, el sufrimiento, los fracasos del intento nos devuelven sobre el corazón de nuestro anhelo del que nos hemos alejado persiguiendo sueños felicitarios. Como la bella durmiente despierta entonces nuestra sensibilidad del sueño de los hábitos y creencias desarrollados en tal ejercicio temporal.

Despertar en medio del desmoronamiento de las instituciones, de las poderosas y coloridas sensaciones e imágenes de un sueño siempre resulta extraño y desconcertante. Pero paso a paso, intento tras intento, la nueva sensibilidad se va abriendo camino en las formas y la solidaridad esencial del ser humano comienza a predominar sobre la discriminación y la violencia. Entonces nuevamente recordamos quienes somos y lo que realmente intentamos, dejando atrás la traición a nuestra naturaleza esencial que por ignorancia o error cometimos.

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