Víctor M. Toledo
El mundo se llena cada vez más de paradojas, que por alguna extraña razón se cuelan irremediablemente hasta los sitios más respetables, coherentes y normalizados. Es el mundo “patas arriba” de Eduardo Galeano, donde “los países que más salvaguardan la paz universal son los que más armas fabrican y los que más armas venden a los otros países”. La contradicción y la incoherencia son los rasgos permanentes de una civilización absurda y cínica. Esta singularidad que se ha vuelto común se expresa a través del lenguaje, y alcanza su más acabada manifestación en el oxímoron. Según la Real Academia de la Lengua un oxímoron es “… una combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras de significado opuesto”; o de acuerdo con la Enciclopedia Espasa, “… una figura que oculta un agudo sarcasmo bajo un aparente absurdo”.
En México, la lastimosa situación del país ha hecho nacer numerosas realidades oxímeras, ante las cuales todo intento de congruencia ha fracasado. Hoy los mexicanos hemos tenido que aceptar una realidad nacional esquizofrénica: “fraudes legales”, “magistrados corruptos”, “revolucionarios conservadores”, “narcos religiosos”, “magnates dadivosos” y, qué penoso decirlo, “presidentes espurios”. El hombre más rico de México es el que más habla de los pobres, un español ha dado este año el grito de Independencia, y a Fox, acusado de corrupción, le han levantado una estatua. Hace unos meses el gobierno lanzó en Chiapas su innovador programa de “ciudades rurales”. Si hay “ciudades rurales”, hay “campiñas industriales”, “mares terrestres”, “tierras acuáticas”, “lunas solares”, “días nocturnos”, “dictaduras democráticas”, “ladrones honestos”; y ya subidos en el tren: “republicanos monárquicos”, “alturas bajas”, “desnudos vestidos”, “luminarias oscuras” e “instantes eternos”.
En esta búsqueda de contradicciones, la exploración arroja un nuevo y glamoroso ejemplo. Por sus declaraciones, el funcionario más liviano del régimen es el ministro Carstens. Pocos se han percatado, pero el secretario de Hacienda alcanza los máximos valores de ligereza en sus declaraciones. Y se ha vuelto tan liviano ¡que casi se lo lleva el viento! Un día anuncia que al país no le afectará la crisis económica estadunidense, y a las 24 horas opina exactamente lo contrario; una mañana vaticina que no habrá inflación, y por la noche se contradice. Su última ocurrencia ha sido culpar a las familias de Estados Unidos de la descomunal crisis económica por su falta de “cultura financiera”. Quién iba a pensarlo, Carstens y su anatomía de voracidad insaciable, va predicando la mesura.
Quizás existe una explicación a este fenómeno: como un intento de balance Carstens se hace liviano en sus declaraciones para otorgar un equilibrio físico a su existencia. De esa forma posiblemente logra una paz oculta que le permite alcanzar una “estabilidad dinámica”. Qué liviano es el ministro, dicen por todas partes. Mientras tanto, hay que aceptar que estamos ya inmersos en una era donde “… lo fugitivo permanece y dura…”, o es “hielo abrasador, es fuego helado” (Quevedo), “… vista ciega, luz oscura” (Rodrigo Cota), “… Oh mundo inmundo” (Luis de Góngora).
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