Los chavos se adelantaron a los históricos; “déjenlos, no son carreras”, dicen los segundos
El porrismo en la UNAM y el cacicazgo de Elba Esther Gordillo fueron elementos adicionales
Arturo Cano
Con lentitud, la cadena humana se enfiló del Museo de Antropología al Zócalo capitalino. Foto: Carlos Ramos Mamahua
Con perdón de Pepe Alvarado, hay belleza y luz en las almas de estos muchachos vivos que, sin decir agua, toman la delantera sobre el Paseo de la Reforma y lanzan el primer grito de la tarde: “¡2 de octubre…!”
Los históricos no se mueven. “Que se adelanten, no es programa de carreras”, dice sin preocupación alguna Raúl Álvarez Garín, líder del movimiento de 1968, y también aquí, en las inmediaciones del Museo de Antropología, donde parte una de las marchas por los 40 años de la matanza de Tlatelolco.
“¡Aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir, que el pinche gobierno se tiene que morir!”, gritan, tras los primeros pasos, los nietos del 68.
“Si se refieren al de Felipe Calderón, llegaron tarde”, dice un agudo observador, mientras se arma la descubierta de la marcha. Faltan muchos, pero están varios de los líderes del Consejo Nacional de Huelga, y algunos se impacientan porque los jóvenes se adelantan.
–¡Los chavos ya nos rebasaron! –dice un sesentayochero.
–¡Yo me voy con los chavos, aquí ya se anquilosaron! –grita otro.
La mayoría aguanta, en el arranque de las bromas que sellarán la tarde.
–Vámonos delante de los jóvenes, para que nos empujen –sugiere uno de los históricos.
–O para que nos levanten –previene otro.
Las bromas sobre los estragos del tiempo en “los muchachos del 68” son extensas y todos las toman a bien.
La misma abanderada
Avanzan los muchachos de ahora, siguen los muchachos de antes, en la descubierta que encabeza la abanderada, Mirtocleya González, quien lo fue también, dicen aquí, hace 40 años.
La flaca memoria o el tiempo que desdibuja los rostros conocidos sólo permiten enumerar a Félix Hernández Gamundi, Fausto Trejo, con sus 83 años, Pablo Gómez, Jesús Martín del Campo, Marcia Gutiérrez, Enrique González Rojo, Saúl Escobar.
Un tramo más adelante se incorpora el escritor Carlos Monsiváis, flanqueado por Rolando Cordera y Gerardo Estrada. Se suma brevemente a la descubierta, bajo la manta principal: “2008. Por la verdad y la justicia, contra la impunidad, la lucha sigue, sigue…”
Delante de la fila de dirigentes marcha, en su descubierta de un solo hombre, Raúl Álvarez Garín, según muchos el más avezado dirigente de hace 40 años.
–¿Y él por qué va solo? –pregunta alguien.
–Se lo merece, es el más terco –dice, a manera de elogio, el historiador Francisco Pérez Arce.
Y ahí va Álvarez Garín repite y repite que la terquedad suya y de otros ya logró “darle la vuelta” a la idea de cerrar para siempre el capítulo del 68.
El abismo generacional
Los históricos quedan a la cola. Los gritos de “fuera porros de la Universidad Nacional”, aderezados de goyas y huelums, subrayan el abismo generacional, pero no tanto como las consignas frente a la embajada de Estados Unidos. Los viejos gritan: “¡Cuba sí, yanquis no!”, en tanto que los jóvenes resumen: “¡Culeeeros!”
Pese a las bromas, algunos históricos tienen más que chisguete de voz para traer de vuelta las consignas de antaño. “Che, Che, Guevara, LEA, LEA a la chingada!”, gritan (claro, por las iniciales del ex presidente Luis Echeverría Álvarez).
En medio de esas viejas consignas reparte autógrafos, se toma fotos y ofrece declaraciones de calle, Carlos Monsiváis, quien destaca la cobertura mediática de la conmemoración y define las consecuencias del movimiento de 68 como un triunfo vigente, no como un triunfo póstumo de quienes enfrentaron el autoritarismo del régimen.
“Ho Ho Ho Chi Minh/ LEA, LEA, chin chin chin”, siguen los viejos gritos.
El recordatorio perdura y se extiende a las nuevas generaciones. Cuando se nombra a Echeverría, truena la voz una joven mujer: “¡Ya te esperan los gusanos, cabrón!”
Las consignas también se actualizan para la coyuntura: “Calderón y Echeverría son la misma porquería”, se corea aquí y allá. Y más. Un joven reparte un volante con iconos del 68 y una nueva consigna: “News Divine tampoco se olvida”
La marcha camina con lentitud, y no por la mermada movilidad de los históricos, sino porque confluye con los contingentes que partieron de otros puntos.
La división es de siempre en esta fecha. En esta ocasión hubo un argumento nuevo, según cuenta Adriana Corona, representante de la Prepa 6 ante el Consejo Nacional de Huelga en 1968. Dice que los líderes de varias escuelas se negaron a marchar por Paseo de la Reforma aduciendo que “es la ruta de López Obrador”.
Igual se encuentran algunas columnas en el cruce de Reforma y Bucareli; otras más allá, frente al Palacio de Bellas Artes.
Frente a la torre del Caballito hacen su aparición los maestros de Puebla, varios miles echados a la calle por las declaraciones y la firma de la dirigente a la que dedican la mayor parte de sus gritos: “Sacaremos a Elba Esther del sindicato”.
Las 18:10...
A esa hora, en el cruce de Juárez y Balderas se solicita un minuto de silencio. Los puños en alto, las caras serias sólo en ese momento solemne. Al fondo, el barullo de los poblanos.
“¡2 de octubre… no se olvida!”, se grita varias veces tras el recordatorio de la bengala que anunció la muerte.
Jesús Martín del Campo pasa lista de algunos de los ausentes, en primer lugar José Revueltas y Heberto Castillo. “¡Presente!”, gritan los demás. “Mártires de Tlatelolco. ¡Presentes!”
–Adelante hay una provocación –se informa por el megáfono, cuando ya se han armado los catorrazos en las calles del centro. Los provocadores se llevarán “la nota”, pese a que la mayoría de los muchachos marcharon con ganas, con ánimo festivo, gritando las consignas de sus padres y sus abuelos y corriendo libres por las calles de su ciudad.
¿Hay más ropa negra que mezclilla? Hay de todos los colores en estos muchachos que gritan los gritos de ayer y se esfuerzan en alguna, escasa, renovación. Pasan frente a un grupo de granaderos: “Hay que estudiar, hay que estudiar, el que no estudie a policía va a llegar”.
Y se siguen bailoteando: “Hay que leer, hay que leer, pa’que el gobierno no nos venga a joder”.
Pocas calles antes de llegar al Zócalo, los vándalos de “la nota” la emprenden contra algunos comercios. La mayor parte de los estudiantes se abre, quiere alejarse. A los primeros golpes, los de las prepas gritan: “¡Fuera porros de la UNAM!”
Apretujados, haciéndose bolita para protegerse unos a otros, se inventan otro grito: “¡No hagan violencia, eso no es protesta!” Llegan al Zócalo un tanto escamados. “Ya ni gritamos al entrar”, dice una alumna de la Preparatoria 6.
En la plaza, el sonido es malo. El escenario lo dominan algunos estudiantes de la Prepa Popular y de Chapingo. Sólo adelante, cerca del Palacio Nacional, reciben atención consignas entre ecológicas y agraristas, como “el campo es vida, el pueblo no lo olvida”.
En el otro extremo de la plaza, una incursión de los granaderos provoca una nueva escaramuza. Vuelan botellas y palos. Decenas de estudiantes piden calma, gritan su rechazo a la “provocación”, hacen una valla, tomados de las manos, para separar a los granaderos de algunos jóvenes encapuchados que, armados de garrotes, la quieren seguir. La mayoría son mujeres que no pasan de los 20. Los encapuchados les hacen señas obscenas y luego se van.
Las muchachas se van a la plaza, se sientan en el suelo, conversan, leen sus mensajes de celular. Era la conmemoración de sus padres o abuelos y ya es suya, sobre todo cuando se sientan alrededor de una enorme manta negra con letras blancas que dice: “Ni perdón ni olvido”.
Poco después entran los históricos, y jóvenes y viejos aplauden su carrera de resistencia.
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