Octavio Rodríguez Araujo
En las recientes elecciones para el Parlamento Europeo y según los datos provisionales, la derecha triunfó sobre las corrientes socialdemócratas y, desde luego, sobre las radicales (tanto de izquierda como de derecha) y las ecologistas. Por encima del triunfo de los partidos estuvo el del abstencionismo. Éste, que representó 57 por ciento del padrón electoral de los 27 países de la Unión Europea (un aumento de dos puntos por comparación con 2004) favoreció a las derechas y en algunos países, como Francia y Alemania, a la que ya está instalada en el gobierno. El Parlamento Europeo estará dominado por una mayoría del derechista Partido Popular Europeo, que agrupa a los principales partidos nacionales de esta orientación. La abstención, en tanto no se demuestre otra cosa, favoreció en general a los derechistas, es decir, a los partidos incondicionales de la desregulación económica, de la impunidad del capital financiero y de las privatizaciones que, junto con los republicanos de Estados Unidos, produjeron la crisis que atraviesa al mundo en estos momentos.
Sin embargo, con una ingenuidad enternecedora, algunos partidos de izquierda radical o sus voceros, oficiales u oficiosos, hicieron otra lectura de los resultados de los comicios del 4 al 7 de junio, como por ejemplo el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de Francia (la antigua Liga Comunista Revolucionaria) que, con alrededor de 5.3 por ciento de votos (menos que el neofascista Frente Nacional) declaró: Con una tasa de abstención muy elevada, el escrutinio del 7 de junio marca el rechazo, o por lo menos el desinterés, que golpea a las instituciones europeas. Y añadió: entre los abstencionistas, los jóvenes y las clases populares enviaron un mensaje claro: esta Europa no es la nuestra.
Pues no, pero ahí viven, y han vivido siempre, los franceses y los del resto de Europa y, a menos que yo esté equivocado, les iba mejor cuando gobernaban los socialdemócratas de tradición (no los tipo Schröder o Blair), por lo menos en políticas de empleo, seguridad social, educación y otras prestaciones que los trabajadores ganaron a pulso desde los primeros años de la segunda posguerra mundial. Lo que no dijeron los del NPA y otros partidos europeos de izquierda radical es que fueron incapaces de sacarle ventaja a la crisis económica y de reorientar el abstencionismo en votos para sus organizaciones.
Tal vez muchos mexicanos podríamos decir este México no es el nuestro, pero decirlo no nos justificaría ante la historia. Y menos si no participamos para forjar, con todos los aliados posibles, el país que queremos o algo más o menos cercano a lo que queremos. Es muy fácil exponer que la vía electoral sólo favorece a los partidos cercanos al centro, que son los verdaderamente competitivos, y que los auténticos cambios se hacen desde abajo, como está de moda decir. Sin embargo, algo nos ha salido mal desde que las izquierdas organizadas existen en el país (1919), o nos hemos equivocado en la estrategia, pues no hemos sabido ni podido convocar a las mayorías, ni en México ni en Europa, y cuando surge un líder que sí ha podido, aunque todavía de manera limitada, le llueven las críticas y las acusaciones de todo tipo, como deseando que fracase (la vieja metáfora de los cangrejos en una cubeta).
En los próximos comicios tenemos opciones, no las mejores, pero las tenemos. Las elecciones, perdón por la obviedad, son para elegir entre lo que hay para la Cámara de diputados.
Es ya un lugar común decir que el PRI y el PAN son la misma cosa, y hay algo de cierto, aunque existen ciertas diferencias. Es claro que el Panal de Elba Esther es un apéndice de ambos partidos, especialmente del segundo. El Verde, al margen de que sea un negocio familiar y de amigos, da incluso vergüenza con su pena de muerte y otras tonterías igualmente oportunistas y clasemedieras. El Socialdemócrata se debate en una gran confusión ideológica que en nada se parece a los viejos partidos de ese nombre, aunque sí un poco a los nuevos, más eclécticos que sus antecesores. Nos quedan tres, de los cuales uno, el mayor, ha hecho hasta lo imposible para ser todavía más impopular de lo que era cuando comenzó su decadencia. Me refiero al PRD. Los otros, el PT y Convergencia, no me gustan, pero debo reconocer que son los únicos que, a escala nacional, se sostienen en el movimiento iniciado por López Obrador desde que ya punteaba como el favorito de las mayorías en 2006.
Así las cosas, abstenerse o votar nulo porque este México no es el nuestro será dejar que las derechas (PRI, PAN, Panal), que tienen voto duro y formas ($$$) para convencer, controlen la Cámara de Diputados para satisfacción de Calderón y de los poderes económicos a los que sirve.
Si ignoramos las elecciones, porque todos los políticos y los partidos, supuestamente, son la misma cosa, y al mismo tiempo no hay un movimiento social-nacional que pueda alterar con su acción la correlación de fuerzas, estaremos desaprovechando lo que tenemos al alcance de la mano por una alternativa inexistente y que, de llegar a ser realidad, nos llevará muchos años y no los pocos días que faltan para las elecciones.
El ejemplo de las elecciones parlamentarias europeas podría ser una lección para México: con la abstención no sólo fueron derrotadas las izquierdas, sino que se fortalecieron las derechas. ¿Esto es lo que queremos?
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