La batalla del guerrillero
Foto: jean-claude francolon
México, D. F., 19 de febrero (apro).- Fidel Castro. Su solo nombre polariza: dictador para unos, líder genial para otros. El poder como máxima divisa. Último prohombre del comunismo, encarna –para bien y para mal-- la historia de Cuba en el reciente medio siglo. Sus hitos lo definen: un puñado de hombres le bastaron para asaltar el cuartel Moncada e iniciar después en la Sierra Maestra una revolución triunfante. Desde una isla de escasos 10 millones de habitantes, instauró en las narices del Imperio un sistema socialista. En 72 horas derrotó en Playa Girón una invasión militar organizada por la CIA. Llevó al mundo al borde de la hecatombe nuclear durante la Crisis de los Misiles. Enfrentó la hostilidad permanente de diez administraciones estadunidenses, y logró que su régimen se sobrepusiera al colapso de la Unión Soviética y la desaparición del campo socialista de Europa del Este.El libro Guiness lo tiene registrado: el presidente que ha sobrevivido a más atentados contra su vida (630) y el que ha pronunciado el discurso más largo en la Asamblea General de Naciones Unidas (cuatro horas, 29 minutos). Un récord, sin embargo, es envenenado: ha sido el tercer jefe de Estado con más años en el poder (49 años), sólo superado por dos monarcas: Bhumibol Adulyadej, de Tailandia, e Isabel II de Inglaterra.Hiperbólico, se ha lanzado en proyectos descomunales para una revolución que navega a contracorriente: lo mismo una zafra de 10 millones de toneladas de azúcar que una insurrección en el continente americano. Poco ha importado que ambas terminaran en fracaso. No hubo mella en el mito del héroe revolucionario.Con poder indiscutido dentro su patria, buscó para sí un liderazgo allende sus fronteras: durante décadas sembró guerrillas en América Latina, envió 300 mil soldados a Angola, lideró el Movimiento de los No Alineados, encabezó la lucha contra la deuda externa y después se volcó contra el neoliberalismo y sus consecuencias. “Defensor de las causas de los pobres y débiles en el mundo”, “valladar del imperialismo en el continente”, dicen de él sus seguidores.“Autócrata”, “intervencionista”, “abogado en el mundo de los derechos y las libertades que niega a su propio su pueblo”, replican sus adversarios.Guerrillero siempre, ha aplicado en su política las tácticas y estrategias que utilizó en la Sierra Maestra: crear entornos a su medida, buscar nuevos aliados, convertir los reveses en victorias y lanzar el golpe certero para realizar después un rápido repliegue (“muerde y huye”, dicen en Cuba).Aclamado por “las masas”, siempre rodeado por colaboradores, adolece de alguien que le hable de tú con el desenfado y la naturalidad de un amigo íntimo. Ya no están quienes lo hacían: el Che Guevara y Celia Sánchez. Sufre la soledad que el poder impone.Montado en sus principios, ha desdeñado el pragmatismo de otros jefes de Estado. Aferrado a sus ideas, ha impuesto su verdad a golpes de discursos. Ha vivido como si librara una batalla sin descanso en la que no cabe la derrota.Ahora, con 81 años de edad, ha aceptado lo que la realidad le impone: su estado de salud no le permite el ejercicio indefinido del poder. Ha dado un paso al costado no sin antes preparar una transición controlada en su isla. Todavía, sin embargo, enfrenta un doble reto: que su máxima obra, la Revolución Cubana, sobreviva a su ausencia; y que la historia le otorgue la gloria de ser absuelto.Comentarios: hcampa@proceso.com.mx
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