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domingo, febrero 01, 2009

Hasta ahora, Obama no entiende lo ocurrido en Gaza

Robert Fisk

Hubiera sido útil que Obama tuviera el valor para hablar de lo que está hablando todo Medio Oriente. No, no se trata del retiro estadunidense de Irak. Eso ya lo sabían y ya esperaban también el principio del fin de Guantánamo. El nombramiento de George Mitchell como enviado a la región era lo que menos se esperaba. Desde luego, Obama hizo referencia a la “matanza de inocentes”, pero no eran ésos los mismos “inocentes” que los árabes tenían en mente.

Hubo una llamada para Mahmoud Abbas. Tal vez Obama piensa que habló con el líder de los palestinos, pero como todos los árabes saben, excepto quizás Abbas, él es el presidente de un gobierno fantasma, un casi cadáver político al que mantienen vivo a base de las transfusiones sanguíneas de apoyo internacional y la “completa alianza” que Obama al parecer le ofreció; no importa qué quiso decir exactamente con “completa”. A nadie sorprendió que Obama hiciera la obligatoria llamada a los israelíes.

Pero para la gente de Medio Oriente, la ausencia de la palabra “Gaza”, al igual que su omisión de “Israel” fue una sombra que oscureció su toma de posesión. ¿No le importa el tema? ¿Le dio miedo? ¿El joven que escribe sus discursos no se imaginó que al hablar de los derechos de los negros –y recordar que hace 60 años los restaurantes no le servían a un hombre negro– haría que las mentes árabes se remitieran en el destino de un pueblo que ganó el derecho al voto hace sólo tres años, sólo para ser castigados por votar por la gente equivocada? No se trata sólo del elefante en la tienda de porcelana. Es, sencillamente, la enorme pila de cadáveres que yace en el piso de dicha tienda.

Claro, es fácil ser cínico. La retórica árabe tiene algo en común con las frases hechas de Obama: “Trabajo duro y honestidad, valentía y obediencia a las reglas... lealtad y patriotismo”.

Pero no importa qué tanta distancia el nuevo presidente ponga entre sí mismo y el despiadado régimen al que él remplazó, el 11 de septiembre aún cubre Nueva York como una nube. Por lo tanto, tuvimos que recordar “el valor de los bomberos que subieron escaleras llenas de humo”.

Claro, para los árabes decir que “nuestra nación está en guerra con una amplia red de violencia y odio” fue bushismo puro. La única referencia al “terror”, la palabra de intimidación por excelencia tanto de Bush como de Israel ya fue un signo alarmante de que la Casa Blanca todavía no entiende el mensaje.

Así escuchamos a Obama, cuando hablaba, aparentemente, de grupos islamitas como el talibán que está “asesinando a inocentes” pero que “no pueden durar más que nosotros”.

En cuanto al discurso sobre aquellos que son corruptos y “acallan el desacuerdo”, en una probable alusión al gobierno iraní, la mayoría de los árabes más bien asociarán dicho hábito con el presidente de Egipto, Hosni Mubarak (quien desde luego también recibió telefonema de Obama), o con el rey Abdullah de Arabia Saudita y el resto de los autócratas decapitadores que supuestamente son los amigos de Estados Unidos en Medio Oriente.

Hanan Ashrawi tenía razón. Los cambios en Medio Oriente –justicia para los palestinos, seguridad tanto para ellos como para los israelíes, el fin de la construcción ilegal de asentamientos exclusivamente judíos en tierras árabes, el fin de la violencia, no sólo de estilo árabe– tenía que ser “inmediato”. Pero si el cortés nombramiento de George Mitchell tenía la intención de satisfacer esta exigencia, la toma de posesión recibió una calificación de cuando mucho un ocho, en lo tocante a Medio Oriente.

El amistoso mensaje hacia los musulmanes, “un nuevo camino hacia delante, basado en intereses y respeto mutuos”, sencillamente no parece estar prestando atención a las imágenes sangrientas de la franja de Gaza que el mundo ha visto con indignación. Por supuesto que el mundo se regocija de que el espantoso Bush se haya ido y Guantánamo desaparecerá. Pero, ¿serán castigados los torturadores de Bush y Rumsfeld? ¿O se les ascenderá sigilosamente a un empleo en que no tengan que utilizar agua, bolsas de tela y escuchar a hombres gritando?

Claro, hay que darle la oportunidad al hombre. Quizá George Mitchell hablará con Hamas –él es el más adecuado si sólo se trata de intentar–, pero, ¿qué van a decir de eso antiguos fracasados como Denis Ross, Rahm Emanuel y, desde luego, Robert Gates y Hillary Clinton?

La toma de posesión fue más un sermón que una inauguración. Hasta los palestinos en Damasco se percataron de la omisión de Palestina e Israel. Eran temas demasiados candentes en ese gélido día en Washington, cuando Obama ni siquiera llevaba guantes.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

viernes, enero 23, 2009

"Y entonces le pregunté al secretario general de las Naciones Unidas si no era el momento de crear un tribunal de crímenes de guerra…"

Robert Fisk
The Independent

Traducido para Rebelión por S. Seguí

Y el señor Ban dijo que no iba a ser él quien crease un tribunal de este tipo. Fue patético.
Es un cambalache, pan comido, un alto el fuego puntual de Israel para facilitarle a Barack Obama una toma de posesión limpia de polvo y paja, y todo el mundo esté pendiente de las calles de Washington en lugar de las ruinas de Gaza. Condi y la Sra. Livni consideraron que su nuevo acuerdo de control de armamento –firmado sin la participación de un sólo árabe– funcionaría. Ban Ki-moon acogió positivamente la tregua unilateral y la gente importante se reunió en una cumbre en Sharm el Sheik. Todo ello sin consultar a Hamás, lo que añadió, por supuesto, algunas arrugas al plan. En primer lugar, antes de declarar su propio alto el fuego, Hamás lanzó algunos cohetes más sobre Israel, probando que el primer objetivo de la guerra –poner fin al lanzamiento de cohetes– había sido un fracaso. Más tarde, El Cairo se desentendió del acuerdo porque no iba a permitir que nadie instalara sistemas de vigilancia electrónica en suelo egipcio. Y ninguno de los líderes europeos que viajaron a la región sugirió que se pudiera ayudar a los sobrevivientes si se ponía fin al bloqueo de alimentos y combustible de Gaza por parte de Israel, la UE y EE UU.

Después de matar a centenares de mujeres y niños, Israel era de nuevo el bueno de la película al declarar un alto el fuego unilateral que Hamás iba a romper, sin duda. Pero el martes Obama sonreiría. ¿No era ésta, después de todo, la razón de por qué Israel de repente deseaba una tregua?

Las objeciones de Egipto pueden ser puro teatro: EE UU gastó 18 millones de libras (aprox. 20 millones de euros) en dar formación a las fuerzas de seguridad egipcias sobre cómo poner fin al contrabando de armas en Gaza, y dado que EE UU es quien sostiene la economía de Egipto, hace la vista gorda a la corrupción del régimen y sigue dando respaldo a Hosni Mubarak, no cabe duda de que se obtendrá un compromiso en poco tiempo.

Y Hamás perdió sus garras. Los espías de Israel en Gaza informaron de la situación de sus hogares y escondrijos, y el gobierno de Gaza se debe de estar preguntando si van a ser capaces algún día de acabar con estas redes de espionaje. Hamás pensó que su milicia era como Hezbolá –un grave error– y que el mundo vendría en su ayuda. El mundo –pero no sus pomposos líderes– ha sentido una enorme piedad por los palestinos, pero no por los cínicos dirigentes de Hamás que dieron un golpe en Gaza, en 2007, que produjo la muerte de 151 palestinos. Y, como de costumbre, los líderes europeos se mostraron lamentablemente alejados del estado de opinión de sus electores.

Y además se ha olvidado completamente la historia. Los cohetes de Hamás eran la reacción al bloqueo de alimentos y combustibles. Israel violó la propia tregua de Hamás el 4 y el 17 de noviembre. Se olvidan del hecho de que Hamás ganó las elecciones de 2006, si bien Israel ha matado ahora a buen número de los elegidos.

Y les quedará poco tiempo a los pacificadores de Sharm el Sheik para reflexionar sobre las tres escuelas de las Naciones Unidas que fueron atacadas por los israelíes y la matanza de civiles dentro de ellas. Pobre Ban Ki-moon. Intentó hacerse oír poco antes del alto el fuego, cuando dijo que las tropas de Israel habían cometido atrocidades y que debían ser castigadas por los asesinatos de la tercera escuela. Vana esperanza. En una conferencia de prensa que dio en Beirut, confesó que ni siquiera había recibido una llamada de queja del Ministerio israelí de Asuntos Exteriores.

Fue patético. Cuando pregunté al señor Ban si pensaba en la posibilidad de crear un tribunal de las Naciones Unidas para los crímenes de guerra cometidos en Gaza, dijo que no le correspondía a él determinarlo. Pero sólo unos pocos periodistas se molestaron en escucharlo, mientras sus funcionarios recogían y plegaban rápidamente la bandera de las Naciones Unidas que había sobre la mesa. A tiempo, también. Recuperemos la Sociedad de Naciones. Todo está personado.

Lo que nadie percibió –ni los árabes, ni los israelíes, ni los portentosos representantes europeos– es que la reunión de Sharm el Sheik del domingo pasado coincidió con el 90 aniversario –día por día– de la inauguración de la Conferencia de París de 1919 que dio nacimiento al moderno Oriente Próximo. Uno de los temas principales ese día fue las fronteras de Palestina. Y de ahí siguió el Tratado de Versalles. Y ya sabemos lo que sucedió después. El resto es historia. Que entren los fantasmas.

S. Seguí pertenece a los colectivos de Rebelión y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar el nombre del autor y el del traductor, y la fuente.

http://www.independent.co.uk/opinion/commentators/fisk/robert-fisk-so-i-asked-the-un-secretary-general-isnt-it-time-for-a-war-crimes-tribunal-1419289.html

domingo, enero 11, 2009

Cerrar Gaza a periodistas, inútil y contraproducente

Robert Fisk

¿A qué le tiene miedo Israel? Esa nación lleva años utilizando la vieja excusa de la “zona militar restringida” para impedir que se cubra la ocupación de los teritorios palestinos. Pero la última vez que Israel jugó a esto –en Jenin, en 2000– fue un desastre. Al impedir que los reporteros vieran la verdad con sus propios ojos, lo que éstos hicieron fue citar a palestinos que afirmaron que hubo una matanza perpetrada por los soldados israelíes, y Tel Aviv ha pasado años desmintiéndolo. De hecho sí hubo una masacre, pero no a la escala que se reportó originalmente.

Ahora el ejército israelí utiliza esa misma práctica fracasada. Veten a la prensa. Mantengan fuera a las cámaras. Pero la mañana de ayer, sólo horas después de que el ejército israelí entró a Gaza para matar a más miembros de Hamas –y desde luego a más civiles–, ese movimiento reportó la captura de dos soldados israelíes. Reporteros en el terreno pudieron haber distinguido la verdad de la mentira. Pero sin un solo periodista occidental en Gaza, los israelíes tuvieron que decirle al mundo que no sabían si la versión era verdadera o no.

De otro lado, los israelíes son tan inescrupulosos, que las razones para impedir el acceso a periodistas se entienden muy fácilmente: hay tantos soldados de Israel que van a matar a tantos inocentes –tomando en cuenta sólo a aquellos de los que nos enteramos–, que las imágenes de la matanza serían intolerables. No es que los palestinos hayan sido de mucha ayuda. El secuestro, por parte de una familia de la mafia palestina de un hombre de la BBC en Gaza, quien finalmente fue liberado por Hamas hace unos meses aunque ahora eso no se recuerde, le puso precio a la cabeza de cualquier trabajador de la televisión occidental en esa zona. Sin embargo, los resultados son los mismos.

En 1980, la Unión Soviética expulsó a todo periodista occidental de Afganistán. Quienes estábamos reportando la invasión rusa y sus brutales consecuencias no podíamos reingresar al país, excepto que fuéramos acompañados de guerrilleros mujaidines.

Recibí una carta de Charles Douglas Hume, entonces director de The Times, diario para el que trabajaba, quien me hizo una importante observación: “Ahora que no tenemos cobertura regular desde Afganistán”, me dijo el 26 de marzo de ese año, “agradecería que no perdieras la oportunidad de reportar a partir de testimonios confiables de lo que está ocurriendo en el país. No debemos permitir que lo que ocurre en Afganistán se desvanezca del papel simplemente porque no tenemos corresponsal ahí”.

No debe sorprendernos que los israelíes empleen la vieja táctica soviética de cegar la visión del mundo sobre la guerra. Pero el resultado es que las voces palestinas, al contrario de las de los reporteros occidentales, dominarán las ondas magnéticas. Los hombres y mujeres que están bajo los ataques aéreos y de artillería de los israelíes están ahora contando sus propias historias a televisoras, radios y periódicos, como nunca antes pudieron, sin el artificial “equilibrio” que mucho del periodismo televisivo impone a los reportes en vivo.

Quizá esto se convierta en una nueva forma de cubrir un conflicto, dejando que los participantes cuenten sus propias historias. El otro lado de la moneda será, desde luego, que no hay occidental alguno en Gaza para cuestionar a Hamas su dudoso testimonio de los hechos: otra victoria para la milicia palestina, entregada en bandeja por los israelíes.

Pero hay un lado todavía más oscuro. La versión de los hechos que ha dado Israel ha gozado de tanta credibilidad ante la agonizante administración del presidente George W. Bush que la prohibición a los periodistas de ingresar a la franja de Gaza puede simplemente no importarle al ejército israelí. Para cuando podamos investigar lo que sea que están tratando de ocultar, ya estaremos inmersos en otra crisis y ellos proclamarán que se encuentran en “el frente de batalla en la guerra contra el terror”.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

jueves, enero 08, 2009

Nos preguntaremos por qué odian tanto a Occidente

Robert Fisk

Una vez más, Israel ha abierto las puertas del infierno para los palestinos. Cuarenta refugiados civiles muertos en una escuela de Naciones Unidas, otros tres en otro plantel de este tipo. No está mal para una noche más de trabajo en Gaza a cargo del ejército israelí, que cree en la “pureza de las armas”. ¿Debería sorprendernos?

Ya se nos olvidaron los 17 mil 500 muertos –casi todos civiles, la mayoría mujeres y niños– durante la invasión de Israel a Líbano, en 1982; los mil 700 palestinos muertos durante la matanza de Sabra y Chatila; la masacre de Qanaen en que murieron 106 civiles libaneses refugiados, más de la mitad de ellos niños, en una base de la ONU; la matanza de los refugiados de Marwahin, a quienes Israel ordenó salir de sus casas en 2006 para luego ser asesinados por helicópteros israelíes; los mil muertos en el mismo bombardeo del mismo año y en la invasión a Líbano, y lo mismo, casi todos civiles.

Lo que es sorprendente de los líderes occidentales, tanto presidentes como primeros ministros y, me temo, directores de medios y periodistas, es que se han tragado la vieja mentira de que Israel se cuida mucho de evitar víctimas civiles. “Israel hace todo el esfuerzo posible para evitar afectar a civiles”, aseguró de nuevo otro embajador israelí horas antes de la matanza en Gaza.

Y cada presidente y primer ministro que ha repetido esta mendacidad como excusa para no exigir un cese del fuego tiene en las manos la sangre de la carnicería de anoche. Si George W. Bush hubiera tenido el valor de exigir un cese del fuego hace 48 horas, todos esos ancianos, mujeres y niños, esos 40 civiles, estarían vivos.

Lo que ocurrió no sólo es una vergüenza: fue una desgracia. ¿Sería exagerado llamarlo crimen de guerra? Porque así es como llamaríamos esta atrocidad si Hamas la hubiera cometido. Por lo tanto, me temo, estamos ante un crimen de guerra.

Después de cubrir tantos asesinatos masivos a manos de ejércitos de Medio Oriente –por soldados sirios, iraquíes, iraníes e israelíes–, supongo que debería yo reaccionar con cinismo. Pero Israel proclama que está combatiendo en la guerra “internacional contra el terror”. Los israelíes aseguran luchar en Gaza por nosotros, por nuestros ideales occidentales, por nuestra seguridad y para salvarnos, de acuerdo con nuestras normas. Y así somos cómplices de las salvajadas que se cometen en Gaza.

Ya he reportado las excusas que en el pasado ha dado el ejército israelí por estos atropellos. Como está claro que serán recalentadas en las próximas horas, aquí les obsequio algunas: los palestinos mataron a sus propios refugiados, los palestinos desenterraron cuerpos de los cementerios y los plantaron en las ruinas. Y a final de cuentas, los palestinos tienen la culpa por haber apoyado a una facción armada, y además porque los palestinos armados deliberadamente utilizan a refugiados inocentes como escudos humanos.

Cuando la derechista Falange libanesa, aliada de Israel, perpetró la matanza de Sabra y Chatila, los soldados israelíes se quedaron ahí, observándolos durante 48 horas, sin hacer nada, y esto fue revelado por una investigación a cargo de una comisión israelí.

Posteriormente, cuando Israel fue acusado de esa matanza, el gobierno de Menachem Begin acusó al mundo de calumniar con sangre a su país. Después que la artillería israelí disparó bombas contra una base de la ONU en Qana, en 1996, los israelíes afirmaron que hombres armados de Hezbollah también se refugiaban en dicha base. Era mentira. Los más de mil muertos en 2006 en una guerra que comenzó cuando Hezbollah capturó a dos soldados israelíes en la frontera simplemente se achacaron a Hezbollah.

Israel aseguró que los cuerpos de niños asesinados en la segunda matanza de Qana fueron tomados de un cementerio. Ésa fue otra mentira.

Nunca hubo excusas para la masacre en Marwahin. Se ordenó a los pobladores de la aldea que huyeran y ellos obedecieron sólo para ser atacados por barcos artillados israelíes. Los refugiados tomaron a sus niños y los colocaron en torno a los camiones en que viajaban, para que los pilotos israelíes pudieran ver que eran inocentes. Fue entonces cuando los helicópteros israelíes les dispararon a corta distancia. Sobrevivieron sólo dos personas, haciéndose pasar por muertos. Israel ni siquiera ofreció disculpas por este episodio.

Doce años antes, otro helicóptero israelí atacó una ambulancia que llevaba civiles de una aldea a otra –de nuevo obedeciendo órdenes de Israel– y mató a tres niños y dos mujeres. Los israelíes aseguraron que había un combatiente de Hezbollah en la ambulancia. Era mentira. Yo cubrí todas estas atrocidades, investigué, hablé con sobrevivientes. Lo mismo hicieron varios colegas. Nuestro destino, desde luego, fue enfrentar la más vil de las calumnias: se nos acusó de antisemitas.

Y escribo lo siguiente sin la menor duda: escucharemos de nuevo estas escandalosas fabricaciones. Nos repetirán la mentira de que Hamas tiene la culpa. Dios sabe que éste es culpable de suficientes cosas sin tener que añadir este crimen. Probablemente nos salgan también con la mentira de “los cuerpos sacados del cementerio”, y seguramente también escucharemos de nuevo la mentira de que “Hamas estaba dentro de la escuela de la ONU”. Y definitivamente, nos dirán de nuevo la mentira del antisemitismo. Y nuestros líderes soplarán y resoplarán y le recordarán al mundo que fue Hamas el que rompió el cese del fuego.

Sólo que no fue así. Israel lo rompió primero, el 4 de noviembre, cuando dio muerte a seis palestinos durante un bombardeo a Gaza, y de nuevo el 17 de noviembre al matar con otro bombardeo a cuatro palestinos más.

Sí, los israelíes merecen seguridad. Veinte israelíes muertos en los alrededores de Gaza en 10 años es, desde luego, una cifra horrible. Pero 600 palestinos muertos en poco más de una semana y miles de muertos desde 1948, a partir de cuando la matanza israelí de Deir Yassin impulsó el éxodo palestino de esa parte de Palestina que se convertiría en Israel, es una escala totalmente distinta.

Esto recuerda, no lo que sería el normal derramamiento de sangre en Medio Oriente, sino una atrocidad del nivel de la guerra de los Balcanes en los años 90.

Desde luego, cuando un árabe se levante y con furia sin freno arroje hacia Occidente su ira incendiaria y ciega, diremos que eso nada tiene que ver con nosotros. “¿Pero por qué nos odian?”, nos preguntaremos. No vayamos a decir que no sabemos la respuesta.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca