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viernes, junio 04, 2010

Un cristianismo sin religión

El papa Benedicto XVI en Roma.

MÉXICO, D.F., 3 de junio.- La crisis que viven la Iglesia y el mundo nos coloca a los cristianos de cara a un problema que Dietrich Bonhoeffer –el teólogo luterano encarcelado y ejecutado durante el nazismo por su participación en el complot que intentó asesinar a Hitler– planteó en las cartas que desde la prisión de Tegel escribió a su amigo y discípulo Eberhard Bethege(1): es necesario un cristianismo sin religión. La afirmación no es una mera ocurrencia; es el resultado de mirar la experiencia de la fe más allá o más acá del marco religioso en el que hasta ahora ha vivido. Expliquémoslo.

Hasta recientes fechas, la Iglesia, a lo largo de su existencia como institución, ha intentado salvaguardar una interpretación del cristianismo desde una perspectiva religiosa: como moral y poder de la presencia de Dios. Sin embargo, la mayoría de los seres humanos que, para decirlo con Bonhoeffer, “han llegado a su mayoría de edad” –es decir, a ya no necesitar, a causa de sus desarrollos tecnológicos y de la independencia de la moral del marco religioso, de la hipótesis de Dios para vivir y estar en el mundo–, la miran desde hace tiempo, quizás desde la Ilustración, como una realidad obsoleta. Hoy en día, esa obsolescencia de la Iglesia como cosa religiosa se ha vuelto casi absoluta; primero, por su recurso al poder y al dinero –una práctica completamente antievangélica–; segundo, por la puesta al desnudo del encubrimiento de prácticas inmorales y criminales en su interior –prácticas que cualquier moral condena–, y, tercero, por haber hecho de la intramundanidad de Cristo, es decir, de su estar en el mundo de los hombres, una realidad ajena a ellos, omnipotente, grandiosa, metafísica, incorruptible y moral que segrega a los que no están a su altura y que la propia Iglesia, que se dice su cuerpo, ha negado con sus encubrimientos. Vivimos, por lo tanto, un mundo del que Dios, como cosa religiosa, ha sido totalmente desalojado, incluso de la Iglesia.

El origen de esta realidad se encuentra en el momento en que la Iglesia se volvió poder y dejó de tener como punto de referencia la intramundanidad de Cristo –al Dios que se hace carne, humanidad, debilidad pura, que vive en y con los hombres, independientemente de sus religiosidades, y que muere en los límites de su humanidad aplastado por los poderes del mundo, que son siempre formas de lo religioso, aunque no hablen de Dios–, para referirse sólo a sí misma, a su interpretación religiosa de un Cristo omnipotente y todopoderoso, y a su poder para custodiarla. Con ello, la novedad que Jesús trajo al mundo: la debilidad y la pobreza de Dios, se malversó, y el cristianismo se convirtió en una variante más de las interpretaciones religiosas que miran siempre a Dios como poder, y a sus custodios, en este caso la Iglesia en tanto institución, como depositarios de ese poder que debe imponer la verdad.

En este sentido, la Iglesia como realidad religiosa ha dejado de importar; es más, se ha vuelto, como cualquier poder, una evidencia escandalosa de la que los seres humanos –es lo que dice la crítica que se ha abalanzado sobre ella– debemos prescindir de una vez por todas. Por ello, afirma Bonhoeffer, “nuestra Iglesia, que durante años ha luchado por su propia subsistencia, como si ella fuera una finalidad absoluta, es incapaz de erigirse ahora como portadora de la Palabra (del Verbo hecho carne) que ha de reconciliar y redimir a los hombres y al mundo”. Por ello también “cada intento (como el que ahora está haciendo Benedicto XVI) de dotarla (…) de un poder organizador acrecentado no logrará sino demorar su conversión y purificación”.

¿Quiere decir esto que la Iglesia debe desaparecer? No. Quiere decir que debe desaparecer como cosa religiosa y social para asumir la experiencia intramundana de Cristo. Quiere decir que las nociones que están en el centro de su fe: reconciliación, redención, renacimiento, amor, encarnación, crucifixión, resurrección, deben vivirse y expresarse dentro del mundo con un lenguaje nuevo, quizás totalmente arreligioso, pero tan liberador, redentor como el de Cristo. Quiere decir que debe expresarse y vivirse como renuncia al poder, al dinero, como crítica a la hybris –a las desmesuras de lo humano– y como pobreza abierta a todos y llena de sentido común.

Mientras la Iglesia y los cristianos que la habitamos no caminemos hacia allá; mientras no volvamos a vivir a Cristo como debilidad; mientras no comprendamos que tenemos que vivir con un Dios impotente y débil que, clavado en la cruz, acoge todo y permite que lo echen del mundo; mientras no asumamos que sólo así Dios está con nosotros y nos ayuda; mientras no sepamos que, como Jesús, debemos vivir “mundanamente”, es decir, “libres –dice Bonhoeffer– de todas las falsas vinculaciones e inhibiciones religiosas”, y nos neguemos a aceptar que ser cristiano no significa ser religioso de cierta manera –convertirse en una clase determinada de hombres y mujeres por un método determinado y aparentar que se es eso–, sino ser simplemente hombres y mujeres; mientras no comprendamos que no es el acto religioso el que nos convierte en cristianos, sino nuestra participación en la debilidad y el sufrimiento de Dios en la vida del mundo, la Iglesia se precipitará día con día a su ruina.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca. l


1 Resistencia y sumisión. Cartas y apuntes
desde el cautiverio, Ediciones Sígueme,
Salamanca, 2001.

martes, abril 27, 2010

Socialismo y Cristianismo, un marco ideológico común

Barómetro Internacional

Omar Marcano (*)

El Socialismo y el Cristianismo en sus conceptos originarios poseen una cercanía bien estrecha en el plano doctrinal. Ambas doctrinas comparten una misma visión sobre el concepto de sus seguidores; mientras que el socialismo ha utilizado el término pueblo para definir políticamente a un conjunto de sujetos con una identidad común, caracterizados por no formar parte de las clases dominantes, el cristianismo ha utilizado el término pueblo de Dios en relación con el conjunto de creyentes quienes en sus orígenes fueron las clases mas desfavorecidas de la época. En ese sentido, tanto el cristianismo como el socialismo tienen como objetivo fundamental la igualdad social en los sistemas en los que están presentes.

Ambas doctrinas apoyan el fundamento de justicia social de reparto equitativo de los bienes. Conciben a una sociedad con desigualdad de la riqueza como una sociedad injusta y opresora pues sus medios de producción se destinan a someter al pueblo. También persiguen una redención de la humanidad, la cual gozará de la salvación si se acoge a los principios básicos de la doctrina, como única forma de comprender la naturaleza humana en su esencia.

Nacen en un contexto histórico socialmente desfavorable. Contienen una fuerte crítica social que impulsa a ambas doctrinas a la transformación del mundo. Centran su labor social en la construcción de una sociedad equitativa. Persiguen el establecimiento de una sociedad justa como lo es la dictadura del proletariado, en el caso del socialismo científico, y el reino de los cielos para los pobres, en el caso del cristianismo y finalmente conciben un modelo de sociedad ideal en la que el interés colectivo prevalece por encima del individual.

Es obvio que estos simples principios son pilares fundamentales de ambas doctrinas, a pesar que la historiografía actual no le conviene poner de relieve esta coincidencia. Por ello creo evidente que entre el cristianismo y el socialismo no hay una rígida separación de finalidad que a mi entender Marx conocía muy bien, aunque históricamente asumió una conveniente desviación teórica enfrentada con el planteamiento teológico del cristianismo, la cual aflora en un tiempo que precedería a la revolución que emergió en una sociedad de férreas tradiciones conservadoras de la Rusia de los Zares. A pesar de ese hecho, ambas doctrinas no se alejaron demasiado de un proyecto político ideal, el cual a mi juicio han cabalgado históricamente en un marco ideológico común.

Una respuesta puesta en práctica en Latinoamérica: la teología de la liberación, esta es una manera de acercar la religión a la tierra, es decir, al ser humano y por lo tanto más cercano a la propuesta de Jesús en el Evangelio. Esta teología, ha sido históricamente el mayor enemigo de las dictaduras militares, gobiernos de derecha y jerarquía católica en América Latina. Por sus ideales fueron perseguidos, asesinados y silenciados, se les catalogó de "comunistas" y de contaminar el Evangelio de Jesús con criterios materialistas.

Si Jesús resucita de nuevo, estaría al lado de la justicia y de los pobres coreando el lema: Patria, Socialismo o Muerte...¡¡Venceremos!!

(*) Trabajador Jubilado del MPPCTII

marcanoomarj@gmail.com

domingo, abril 12, 2009

Ser cristiano

El Despertar
*Ser cristiano
José Agustín Ortiz Pinchetti
No es fácil amar a Dios en tierra de indios, ni confesarse cristiano en grupos progresistas. En algunos grupos es hasta vergonzoso y puede arruinar un destino prometedor y esto está muy mal porque en una época tan turbulenta, donde los efectos acumulados de la codicia golpearán a todos, valdría la pena mirar hacia la última utopía que aún nos queda. Deberíamos conservar y revivir el cristianismo.
Jesús definió la quinta esencia de su doctrina al decir que había venido a anunciar la buena nueva a los pobres, la liberación de los cautivos y de los oprimidos (Luc.4:16); casi todo lo demás que dijo o hizo son variaciones sobre este mismo tema y su proclamación fundamental: la fraternidad universal.
Estas palabras deberían estar en el muro principal de todos los templos cristianos que constituyen el legado y la responsabilidad de quienes nos reconocemos como tales.
Con este punto como referencia no es difícil sostener que el dinero y el mercado están al servicio del hombre y no a la inversa, y que la desigualdad demasiado grande debe ser enérgicamente condenada. De estas dos prioridades se desprenden los pilares centrales del pensamiento social cristiano.
Cada vez que el mundo entra en crisis, y lo hace con frecuencia alarmante, se debe a la violación de estos principios y las teorías que sirven para rectificar provienen en forma conciente o inconciente de la fuente judeo-cristiana, como lo señala Eric From.
En México los cristianos progresistas no sólo son vistos como sospechosos, por ser creyentes, por lo que quieren un cambio sino también por aquellos cristianos que no quieren cambios.
Aquí la Iglesia católica, con luminosas excepciones, ha preferido asociarse con el inmovilismo. No movió un dedo para promover la democracia y hoy apoya con hipocresía al partido más descaradamente retrógrado.
La pasada Navidad un grupo importante de políticos católicos franceses convocó a una alianza con los que no comparten su fe a reactualizar el sentido que damos a la economía y a escoger el camino de la solidaridad. Valdría la pena que en nuestra sociedad atribulada hiciéramos lo mismo.
jaorpin@yahoo.com.mx