Mostrando las entradas con la etiqueta Alcohólicos Anónimos. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Alcohólicos Anónimos. Mostrar todas las entradas

domingo, marzo 27, 2011

Calderón venderá muy cara su derrota

Calderón es otro presidente del montón, un político sobrante y de una gran perversidad para la maniobra politiquera. Carlos Castillo describió en una carta sus adicciones (la alcohólica que ya es del dominio público, porque hizo un escándalo mayúsculo cuando diputados del Partido del Trabajo, PT, exhibieron una manta señalándolo como tal y presionó a un concesionario para que le rescindiera el contrato a la comunicadora Carmen Aristegui, la cual fue repuesta en su noticiero ante el clamor de gran parte de la opinión pública reprobando la conducta de Calderón). Y puntualizó sus mañas para “hacer política”, en un análisis psicológico, político, bastante objetivo y válido.

Ese Calderón lleva cuatro años en el poder presidencial al estilo de Victoriano Huerta: militarismo y alcoholismo, sin importarle la conducción del gobierno federal que tiene en manos de sus amigos, sus intereses creados y la ineficacia al grado de que federalmente la Nación sigue caminando en el filo de una crisis económica, social y política, a cuyos lados están las revueltas por hambre y desempleo como encarecimiento de los alimentos, y por otra parte un endurecimiento autoritarios para que las élites plutocráticas y las oligarquías se mantengan en el poder. En ese contexto, Calderón está moviendo sus hilos para impedir la victoria del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en las presidenciales y hacer que los partidos Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD) del chuchismo impongan al “candidato-ciudadano” que pregona.

Se apresta a vender muy cara su derrota. Deja a un país con un guardadito de 130 mil millones de dólares, que no utiliza en inversiones para el empleo, mientras los mexicanos sufren desempleo y bajo consumo que repercute en mala alimentación, enfermedades y con tan bajos salarios, que los que reciben de uno a tres de ellos, no les alcanza para satisfacer sus mínimas necesidades. La enseñanza escolar pública es un desastre, porque Calderón la dejó en manos del inepto Lujambio y la prepotente Elba Esther Gordillo. Las políticas públicas hacendarias sólo espían las cuentas bancarias, a través de su Unidad de Inteligencia Financiera (tiene en la mira a Peña Nieto como candidato del PRI para luego exhibirlo de corrupto); y en economía el señor Ferrari no sabe qué hacer con el desastre de la producción agrícola que la Secretaría de Agricultura Ganadería, Pesca y Alimentación (Sagarpa) reporta como acabada por las heladas.

Le resta a Calderón maniobrar para impedir que el PRI siga posicionándose; y negociar con Manuel Camacho, Los Chuchos y Ebrard un candidato para PAN-PRD que sea de conveniencia calderonista, para emprender la huída ante la avalancha de demandas contra el Ejército por violaciones a los derechos humanos (lo que hace anunciar un golpismo). Mientras Washington sigue presionando y traficando con armas para los delincuentes, Calderón se entretiene en dejar sucesor que no sea panista ni perredista y mucho menos priista; y está dispuesto a crear más caos en medio de un relajamiento institucional, una violencia sangrienta imparable y el desastre económico. Pero Calderón, como Gadafi, no se va del poder hasta abusar de él para sus perversidades político-electorales.

cepedaneri@prodigy.net.mx

miércoles, abril 08, 2009

La desventurada guerra de Elliot Ness


1. En una entrevista con el programa Face The Nation, de la cadena CBS, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, comparó al presidente mexicano Felipe Calderón con Elliot Ness, el legendario policía que combatió a los traficantes de alcohol durante la era de la Prohibición. “(Calderón) está encarándolos (a los narcos), de la misma manera que Elliot Ness enfrentó a Al Capone durante la época de la Prohibición. Con frecuencia eso causa más violencia, y estamos viendo que eso está aflorando.”El símil del presidente Calderón con Elliot Ness al instante desprende, como una chispa, un adjetivo: valentía. Ambos son, sin duda, figuras arrojadas, decididas a enfrentar a un enemigo poderoso y violento. Pero pasado el primer impacto, el símil se sostiene en una lectura más larga y francamente desalentadora. Elliot Ness fue un valiente que libró batallas en una guerra que su bando finalmente no ganó. Una guerra que lentamente, a través de los 14 años que duró la Prohibición, fue volviéndose más violenta y más impopular, y que por fin se declaró oficialmente fútil. Para tristeza de los puritanos estadunidenses, la guerra contra el alcohol, también llamada El noble experimento, se evaporó en una carcajada. Fue así. Ya el presidente Calvin Coolidge, segundo presidente que tuvo que sostener esta guerra, sentía una profunda ausencia de convicción sobre su meta. A menudo, antes de regresar a la Casa Blanca, luego de un acto fuera, solía visitar la embajada belga para tomarse un whisky en las rocas. Cuando la prensa lo descubrió, se armó un pequeño escándalo, pero Silent Cal (El Silencioso Cal) tan sólo replicó con dos palabras: “Lo siento”, y nada más. El empresario John D. Rockefeller, uno de los primeros y ardientes propulsores de la guerra contra el alcohol, para 1930 pedía que la guerra acabara. No porque pensara que el alcohol era bueno, sino porque pensaba que la violencia que generó la persecución de sus traficantes resultó mucho peor. Le parecía que el alcohol envilecía a la gente, la hacía indolente y su abuso la enloquecía; pero la guerra había convertido al país en un campo de batalla donde diariamente amanecían hileras de cadáveres acribillados. Para 1932 Rockefeller insistió: “Lenta e involuntariamente he llegado a creer que… (gracias a la Prohibición) un vasto ejército de maleantes ha prosperado; el imperio de la Ley se ha relajado; y el crimen ha aumentado a un nivel nunca visto”.Gracias a ser ilícito, el alcohol había alcanzado precios estratosféricos y su tráfico financiaba a las bandas de gángsters para cometer delitos harto más destructivos. Las bandas robaban, asesinaban y en ciudades como Nueva York y Chicago impusieron una doble tributación. Cada comerciante debía pagarles un impuesto para seguir operando. Acaso peor, su poder económico les permitió corromper a las policías locales y federales hasta convertirlas en agencias dudosas e incapaces.
Un Estado con una policía corrompida, fiel al crimen e infiel a los ciudadanos, le parecía a Rockefeller la peor plaga posible.
Por fin el presidente Franklin D. Roosevelt resolvió el asunto con un elegante giro semántico. Sencillamente decidió que las terribles e ilegales bebidas alcohólicas debían pasar a ser legales, porque siendo cándidos no eran tan terribles. Y en marzo de 1933, inmediatamente después de firmar la reforma legal que despenalizaba el alcohol, hizo su famoso comentario: “Creo que este es un buen momento para beber una cerveza”. La risa de los presentes en el acto se multiplicó en las calles de Estados Unidos. Esa noche los speakeasies, o bares clandestinos, surgieron a la legalidad repletos de bebedores que entrechocaban sus copas.
2. Entonces, pues, Franklin D. Roosevelt se bebió su vaso de cerveza y la guerra acabó. El precio del alcohol se desplomó; resurgió, aunque tambaleante, la industria de bebidas alcohólicas de mejor calidad y bastante más baratas; el crimen organizado tuvo que clausurar sus torpes alambiques; perdió con ello su fuente principal de ingresos, enflaqueció, y terminó su control de las policías. Nunca volvió a existir un capo con el poder, el carisma y la brutalidad de Al Capone. Las policías se dedicaron entonces a enfrentar lo que los estadunidenses descubrieron que era su verdadero problema. No el alcohol, sino el robo, la extorsión, el asesinato. Y poco a poco surgieron agencias, gubernamentales y ciudadanas, para auxiliar a los adictos al alcohol. Hay que enfatizarlo: a los adictos, no a los aficionados al alcohol. En 1935, apenas dos años después de terminada la guerra contra el alcohol, se funda Alcohólicos Anónimos, organización civil y no lucrativa que hoy tiene sedes en todo Occidente. Al comparar al presidente Felipe Calderón con Elliot Ness, el presidente Obama ¿tal vez empataba el destino de la guerra contra la droga en México con el de la guerra contra el alcohol en Estados Unidos? Después de todo, durante su campaña presidencial, Obama reconoció, sin tartamudeo, que de joven había fumado mariguana, y ni siquiera pidió a continuación disculpas, como Calvin Coolidge cuando reconoció en plena Prohibición que había días en los que se tomaba un whisky en las rocas. Obama en cambio cerró su confesión diciendo que creía que era tiempo de dejar de mentir y ser honestos. Es poco probable. El presidente Obama está en pleno cortejo de la simpatía del gobierno mexicano actual. Pero si no evocó a toda conciencia el desenlace paradójico de la Prohibición, involuntariamente sí. Porque tal fue el destino de la guerra del intrépido Elliot Ness. No terminó con una ráfaga de metralleta, sino con un cambio drástico de meta: no abolir el alcohol, sino la inseguridad de los ciudadanos.