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miércoles, diciembre 08, 2010

De la Madrid orquestó el fraude del 88

Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano

En Sobre mis pasos, libro de inminente aparición publicado por Aguilar, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano revela “cómo se robó a los mexicanos y al país la elección federal de 1988”, en la que él fue candidato a la presidencia por el Frente Democrático Nacional. Responsabiliza de ello al entonces presidente Miguel de la Madrid y a su secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, y ofrece nuevos elementos en refuerzo de su acusación. También aporta un dato tan sorprendente como inédito: según versiones a las que tuvo acceso, el avionazo en que perdió la vida el exdirigente nacional del PRI Carlos A. Madrazo fue provocado; el autor: Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz. Con la autorización del autor y del sello editorial ofrecemos algunos pasajes del volumen.

La elección

(…) El 6 de julio en compañía de Lázaro y Cuate, de dirigentes del Frente Democrático, de amigos cercanos y rodeados por un apretado enjambre de cámaras y grabadoras de los representantes de todos los medios de información, acudimos Celeste y yo a votar en Polanco, en una casilla ubicada a la vuelta de nuestro departamento.

(…) Pasado el mediodía empezamos a recibir informaciones, de diferentes partes del país, de casillas en las que por la fuerza no se había permitido el acceso a los representantes acreditados del FDN, de su expulsión a punta de pistola en otras. Hubo actitudes violentas de autoridades, de rechazo a las protestas presentadas según los procedimientos de la ley. No esperábamos, con los antecedentes que teníamos, una jornada ni fácil ni tranquila en ese día, pero los reportes de irregularidades, por llamarles de algún modo, sobrepasaban todo lo previsto.

Temprano por la tarde, cuando seguía llegando información de más y más atropellos, por conducto de Porfirio se buscó una reunión con Manuel Clouthier, que se acordó para un par de horas más tarde en el departamento de Luis H. Álvarez, presidente del PAN, en la colonia del Valle. Ahí encontramos al candidato, al dueño de la casa, a Diego Fernández de Cevallos y a Carlos Castillo Peraza. Se convino en redactar un documento que suscribiríamos los candidatos, e invitar a Rosario Ibarra para que también se integrara, a lo que en cuanto se le llamó, accedió.

Se encomendó la redacción del documento a Porfirio y a Carlos Castillo y quedamos que ellos lo llevarían, alrededor de las 9 de la noche, al Hotel Fiesta Americana, frente al Monumento a Colón, para de ahí dirigirnos a Gobernación, donde se encontraba en sesión permanente la Comisión Federal Electoral.

Mientras discutíamos de la protesta en Gobernación, fue cuando el sistema se cayó y se calló, de lo que nos enteramos ya más tarde, razón por la cual en el documento que se redactaba no se hizo alusión a la, a partir de entonces, famosa caída del sistema, a la que me referiré un poco más adelante.

(…) En las afueras de Gobernación encontramos a la gente de los medios informativos, adentro a Manuel Bartlett, que en su calidad de presidente de la Comisión Federal Electoral nos esperaba. Rosario Ibarra, con la representación de todos, ante el pleno de la Comisión reunida, leyó el documento que denominamos Llamado a la legalidad.

(…) Desde que entramos al Salón Juárez se sentía el aire pesado, denso. La situación era sumamente tensa. Durante toda la lectura del documento Manuel Bartlett mantuvo el gesto más adusto que de costumbre. Escuchó y de hecho nada dijo en su respuesta. Salimos y en una terraza de la propia Secretaría, con los representantes de los medios un piso abajo, Rosario Ibarra leyó de nueva cuenta el documento. Cuando terminó, Diego Fernández lanzó el fajo de copias que traía en la mano hacia los reporteros y fotógrafos, en un gesto que a varios nos pareció insolente, nada comedido y poco serio, sobre todo considerando la circunstancia que se estaba viviendo.

La caída del sistema: a confesión de parte, relevo de pruebas

El día de las elecciones, la Comisión Federal Electoral se instaló a partir de las cinco de la tarde en sesión permanente para dar seguimiento a la jornada electoral. Se había tomado el compromiso de que los partidos tendrían acceso, a través de conexiones en paralelo, al sistema de cómputo de la Comisión para conocer al mismo tiempo que ésta, cómo se fuera dando el flujo de los votos. Por la tarde, después del cierre de las casillas, empezaron a llegar los números de los diferentes distritos. Uno de los primeros resultados que llegaron y se hicieron públicos en el seno de la Comisión Electoral fue el correspondiente al distrito con cabecera en Tula, del estado de Hidalgo.

Reunido el pleno de la Comisión, presidido como la ley lo establecía por el secretario de Gobernación, aparecieron en pantalla y se dio lectura, en actitud triunfalista, a las cifras oficiales de la elección en el distrito de Tula, favorables, señalaban, al candidato oficial. Y ahí sucedió lo inesperado para los representantes del gobierno y del partido oficial: el representante del PARM pidió la palabra y dijo que tenía en su poder y exhibió el acta levantada en la junta distrital, firmada por los funcionarios electorales y por los representantes de todos los partidos, incluido el PRI, con cifras distintas a las presentadas como oficiales.

En ese momento se interrumpió la sesión y se interrumpió igualmente la presentación de datos de la elección al pleno de la Comisión, el hacer éstos públicos y que los partidos pudieran tener acceso a la información que llegaba a la Comisión. Fue entonces cuando se cayó y se calló el sistema. La información oficial sobre los resultados electorales se suspendió más de 72 horas y sólo se contó con la que los partidos tenían consignadas en las actas de casilla que sus representantes pudieron colectar. En el caso del Frente Democrático no fueron las correspondientes a todas, pues debido a la incipiente organización no había sido posible designar y contar con representantes en la totalidad de las casillas.

Al darse la controversia entre las cifras oficiales y las que presentó el representante del PARM correspondientes al distrito con cabecera en Tula, de inmediato se informó al presidente Miguel de la Madrid; éste dio la instrucción de suspender el flujo de la información al presidente de la Comisión Federal Electoral, Manuel Bartlett, y de paso a José Newman Valenzuela, director del Registro Nacional de Electores, institución responsable de operar el sistema de cómputo e información electoral. Funcionó con dos contabilidades, la alterada, que se empezó a hacer pública hasta antes de que se callara y se cayera el sistema de información, y la real, que se decidió desde un principio ocultar, a cargo de Óscar de Lassé, quien operaba este sistema paralelo por encomienda del secretario de Gobernación.

Robo

En su libro Cambio de rumbo. Testimonio de una presidencia: 1982-1988, publicado en 2004, Miguel de la Madrid escribe que al descubrírsele la maniobra, él desde luego lo dice con otras palabras: “… se dejó de dar dicha información, pues los funcionarios de los comités distritales se dedicaron de lleno a analizar y computar las casillas que les correspondían, a fin de llegar al resultado oficial.” Esto es, se suspendió la información oficial pero no para analizar y computar, pues sería una ingenuidad creerlo así, sino para manipular las cifras y ponerlas a tono con el fraude, o sea, con el que quería presentarse como resultado oficial.

Aunque no había números oficiales, en los partidos del Frente se estaba recibiendo información de representantes en las casillas y de candidatos y se trataba de reunir el mayor número posible de actas de casilla, para conocer cómo se estaban dando en la realidad las distintas elecciones: la presidencial, las de senadores y de diputados.

Los datos que pudo reunir el Frente Democrático respecto a la elección presidencial fueron llegando como sigue:

El 7 de julio, al día siguiente de la elección, se habían recibido datos de casillas que en conjunto sumaban 2 millones 724 mil 7 votos, 14.2 % del total (que al final ascenderían a 19 millones 143 mil 12), de los que correspondía 26.61 % al PAN, 26.76% al PRI y 40.16% al FDN.

El 9, dos días después, con 6 millones 709 mil 351 votos que representaban 35 % del total, 25.19% eran votos del PAN, 32.69% del PRI y 38.8% del Frente.

El 12 de julio, que fue el último día que se recibió información que todavía se podía considerar confiable, pues eran cada vez mayores y más claras las evidencias de un fraude masivo y generalizado, se contaban 10 millones 355 mil 293 votos, que serían 54.09% del total oficial, de los cuales 21.38 % eran votos a favor del PAN, 35.76% del PRI y 39.4% del FDN. Esos votos correspondían a 30 mil casillas, 54.5 % de todas las instaladas en el país.

Mirando hacia atrás y llevando años de navegar con cifras electorales y de dar seguimiento a elecciones bien conducidas en otros países, tendría que pensarse que con 54 % de los votos y de los sitios de votación se establece una tendencia que no varía mayormente respecto al resultado final. No sucedió así en nuestra elección de 1988 y Miguel de la Madrid confiesa en el libro sobre su presidencia que realizados los cómputos en 30 mil casillas, se dejó “pendiente el desglose de la información de otras 25 mil, de las que sólo se dieron resultados agregados por distrito”. Es decir, lo que De la Madrid confiesa a fin de cuentas en su libro es que no se contaron los votos de 25 mil casillas, 45.5 % del total, o que se contaron pero no se hicieron oficiales y los que se presentaron como tales, nunca casilla por casilla y candidato por candidato, sólo fueron los agregados por distrito, como él les llama.

Esta es, sin duda, la más clara confesión de Miguel de la Madrid de cómo se robó a los mexicanos y al país la elección federal de 1988. Más allá de explicaciones y deslindes hechos o que vayan a hacerse, contó con la complicidad de su secretario de Gobernación y presidente de la Comisión Federal Electoral Manuel Bartlett, de José Newman Valenzuela, de Óscar de Lassé y de otros más, cuyos nombres y número no conocemos y quizá no lleguemos nunca a conocer, funcionarios mayores y menores vinculados de distintas maneras con aquel proceso electoral.

(…) Para terminar con este tema, vuelvo al libro de Miguel de la Madrid, en el que también se lee que al mismo tiempo que ordenó a su secretario de Gobernación no dar más datos sobre la elección, instruyó al Presidente del PRI, Jorge de la Vega, para que se presentara ante los medios de información y declarara que la elección la había ganado el candidato del PRI, pues necesitábamos “darlo por sentado (el triunfo del PRI) el día 7, ante el peligro de que cundiera la convicción que Cuauhtémoc había ganado en todo el país”. Hasta aquí De la Madrid y como dicen los abogados, a confesión de parte, relevo de pruebas.

Mi entrevista con Carlos Salinas

Después de hacerse públicos los resultados oficiales de la elección, Manuel Camacho se acercó a Jorge Martínez Rosillo, que me había estado acompañando en distintos momentos de la campaña y con quien Camacho tenía también amistad. Le planteó la posibilidad de reunirme con Carlos Salinas. Rosillo me lo comentó y después de reflexionar sobre ello, accedí, fijándose como fecha del encuentro el 29 de julio, en la casa de Manuel Aguilera.

Ese día, alrededor de las ocho y media de la noche, pasó a buscarme Jorge Rosillo. Había pedido a Roberto Robles Garnica que me acompañara y los tres nos dirigimos a la casa de Aguilera. Ahí me encontré con Carlos Salinas, acompañado por Manuel Camacho. El dueño de la casa nos recibió, nos invitó a pasar a un salón separado del cuerpo principal de la casa y se retiró con Roberto Robles y Jorge Rosillo, dejándome con Salinas y Manuel Camacho para que conversáramos.

Salinas y yo expusimos nuestras visiones de las campañas que habíamos realizado, yo hice referencia al fraude electoral y a la necesidad de limpiar la elección. A lo largo de la conversación, que debe haberse prolongado por alrededor de hora y media, recurrentemente me preguntaba qué quería, a lo que todas las veces que hizo esa pregunta respondí que lo único que quería era que se limpiara la elección.

Propuse incluso que se tomara una muestra diseñada por quienes manejaran cuestiones estadísticas, que pensaba podía ser de unas mil casillas, que se contaran sus votos y si se detectaban irregularidades respecto a las cifras oficiales correspondientes, se procediera al recuento del resto. Si no se detectaban irregularidades, se aceptaría el resultado que se estaba dando como oficial. No obtuvo ninguna otra respuesta de mi parte y finalmente convinimos en que para diseñar y llevar a cabo el muestreo de las mil casillas o las que se determinaran se reunirían, por parte de él, Manuel Camacho, y en mi representación Antonio Ortiz Salinas y Roberto Robles Garnica. Días después, efectivamente se reunieron, quizá en dos o tres ocasiones, sin llegar a acuerdo o resultado alguno.

Escéptico respecto a lo que pudiera derivarse de aquellas reuniones, pensé que lo menos que podía hacerse era explorar esa posibilidad, para ver si por ahí se abría una rendija por la cual documentar y revertir el fraude. Siempre he considerado útil dialogar aun con quien pudiera considerar el más acérrimo adversario. En el curso del encuentro, ninguno de los dos varió su posición. Salinas lo último que en realidad quería era limpiar la elección y poco o nada le importaba que del fraude surgiera un gobierno carente de legitimidad.

Esperaba muy probablemente que en la plática hubiera de mi parte la petición de senadurías y diputaciones, algún cargo para mí y para otros dirigentes del FDN, concesiones, eventualmente dinero, a cambio de que reconociera un resultado electoral que sólo mediante una absoluta falta de ética, moralidad y responsabilidad podía haber reconocido como válido.

Estimo que la conducta que he seguido con posterioridad a este hecho, muestra que lo tratado en aquella ocasión quedó en lo que he dicho, en nada respecto a la limpieza de la elección y en que se mantuvo una firme confrontación política con el régimen surgido del fraude.

Una conversación sobre el 68 y algo más

En 2004 sostuve una conversación con un amigo militar de alta graduación, hoy en situación de retiro, que me permitió confirmar hechos que yo suponía cómo se habían dado, relacionados con los acontecimientos del 68.

Me dijo mi amigo en esa ocasión que, según lo que él sabía, aquel 2 de octubre el gobierno esperaba que los dirigentes del movimiento estudiantil anunciaran una tregua en sus exigencias y movilizaciones hasta pasados los Juegos Olímpicos. Pero antes de que esto sucediera, tiradores empezaron a disparar desde lo alto de los edificios contra los paracaidistas, que era el único contingente del Ejército que en ese momento se encontraba en el lugar. Cuando miembros de este cuerpo, ya herido su comandante, el general Hernández Toledo, fueron tras los tiradores, se encontraron con que se trataba de personal del Ejército, de judiciales y agentes de Sinaloa (por qué de Sinaloa, comentó, ¿quién sabe?) con un guante blanco, como identificación. Esa gente, me dijo, estaba al mando del Estado Mayor Presidencial, cuyo jefe era el general Luis Gutiérrez Oropeza.

Le comenté algo que para mí reforzaba el hecho de que el responsable militar de aquella agresión hubiera sido Gutiérrez Oropeza: la ocasión en que, pocos días después de desplomarse el avión en el que perdieron la vida el licenciado Carlos Madrazo, su esposa y todos los pasajeros de aquel vuelo comercial que se dirigía a Monterrey –oficialmente se reportó como un accidente– el general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional, había visitado a mi padre en la casa de Andes. Le dijo con los ojos rasos de lágrimas (según lo refirió mi padre a mi madre, la que hasta años después me lo contó), entre otras cosas, que la caída del avión en el que viajaba Madrazo se había debido a un acto de sabotaje, preparado y mandado por Gutiérrez Oropeza, quien era dado al uso de la violencia y el presidente se lo permitía.

El militar con el que platiqué me dijo también que en aquella época él era oficial de baja graduación y en esa condición tuvo conocimiento de un hecho que puede relacionarse con el anterior: el licenciado Madrazo tenía como ayudante a un capitán Levy, retirado, que lo acompañaba a todas partes; por razones que desconocía, no había ido con él en el vuelo a Monterrey en el que perdió la vida y que días después del accidente, en un bar de la Zona Rosa en el que estaba bebiendo abundantemente, agentes de la Dirección Federal de Seguridad, en ese tiempo al mando de Fernando Gutiérrez Barrios, lo escucharon lamentarse con altisonantes calificativos para el gobierno. Eso no le pareció a los agentes y por decisión propia lo detuvieron y se lo llevaron a un edificio en las calles de Morelia, en la Colonia Roma, donde lo golpearon con brutalidad.

Alguien informó a familiares de Levy que gente con apariencia de policías se habían llevado al capitán, lo que hicieron saber al secretario de la Defensa, García Barragán, con el que llevaban amistad. Éste de inmediato mandó detener a los agentes que por la fuerza y sin facultad alguna habían detenido a Levy. García Barragán llamó en ese momento a Gutiérrez Barrios, al que habló golpeado y muy molesto, ordenándole se presentara con él y diciéndole además le llevara inmediatamente a Levy, agregando que a sus agentes se los devolvería en las mismas condiciones en que él recibiera a Levy. Gutiérrez Barrios llegó muy serio, nervioso, con Levy fuertemente golpeado y en esas mismas condiciones le fueron devueltos poco después sus agentes de la Federal de Seguridad. Levy fue entonces reincorporado al Ejército, dejando su condición de retirado, y el secretario le dio instrucciones de irse a Cuautla, donde le ordenó permanecer. Mi amigo militar no me dijo qué fue posteriormente de Levy.

(*) Este texto se publica en la edición 1779 de la revista Proceso, ya en circulación.

Fuente: Proceso

viernes, enero 23, 2009

País de espurios

Porfirio Muñoz Ledo
Bitácora Republicana

La segunda vuelta del juramento de Obama ante el presidente de la Corte, al día siguiente de su asunción, sugiere un cuidado escrupuloso de los requisitos legales necesarios para el ejercicio del poder. Contrasta con el desaseo manifiesto en la elección de su antecesor, inicio de la secuela de crímenes y mentiras que marcaron su desempeño.
La legitimidad es la calidad que adquieren los actos ejecutados “conforme a las leyes”, que así devienen “ciertos y genuinos”. En lo concerniente a la autoridad pública –ya se trate de legitimidad monárquica o democrática- encierra un sistema de valores. Como sugiere Rodrigo Borja: “es la credencial ética para mandar y ser obedecido”.
A contrario sensu, la ilegitimidad original del poder induce a la degradación de la autoridad pública: la instauración del “haiga sido como haiga sido” en todas las esferas de su ejercicio. En cambio, el no reconocimiento de los falsos títulos que recubren a los gobernantes de facto es expresión de dignidad ciudadana y plataforma para la restauración de la moral republicana.
El debate suscitado por Martha Anaya sobre el fraude del 88 no es curiosidad arqueológica sino vehículo de salud pública. La aparición de Carlos Salinas en defensa de una causa perdida exhibe por igual el placer de las candilejas que un cinismo fundacional. A sabiendas de que miente, emplea el más falaz de los argumentos: que las actas depositadas en el Archivo General de la Nación prueban su triunfo.
Pretende refutar el dicho de un antiguo colaborador en sus dos vertientes: que “nunca se conocieron los recuentos de las casillas” y que “el PAN aprovechó la debilidad de Salinas y forzó un acuerdo para que el PRI gobernara con su programa”. Ambos hechos irrefutables sobre los que se erige la perversidad de nuestro presente político.
En su “Radiografía del Fraude”, el científico José Barberán describió la “operación de emergencia y cirugía mayor” iniciada el 6 de julio y efectuada durante los ocho días posteriores “por todos los aparatos del Estado: las dependencias y organismos descentralizados del Ejecutivo, los gobiernos locales y las organizaciones corporativas del partido oficial”.
Las actas invocadas no dan constancia veraz de lo ocurrido por la simple razón de que casi todas fueron falsificadas. Las boletas incineradas hubiesen sido más reveladoras, aunque muchas de las auténticas habían sido destruidas o reemplazadas. Ahora ha quedado al descubierto la anuencia de las oposiciones: una disfrazada de “limpieza”, en busca de incrementar el número de escaños y la otra en la conquista del poder real, bautizado como “victoria cultural”.
La frase de Castillo Peraza “no importan los números sino la ideología” recuerda la adhesión demócrata cristiana a Pinochet e ilustra tanto la falsedad de una prédica redentorista como la catadura moral de su discípulo predilecto. Las negociaciones particulares de otras cúpulas partidarias, estimuladas por la defección de quien había sido electo por el pueblo, fueron señal indiscutible de la escasa prioridad que conceden al Estado de Derecho las izquierdas acomodaticias.
La “legitimidad de ejercicio” invocada por la derecha y la legitimidad diferida, que en los hechos practica la izquierda, son dos variantes para encubrir la primacía de los intereses personales, económicos o doctrinarios sobre el respeto a la ley. Consagran además un adefesio teórico que ha lastrado la historia nacional: la Constitución es un programa y su cumplimiento, aspiración de futuro.
A pesar del esfuerzo ciudadano y de los avances liminares de nuestra transición, el reparto impúdico del poder entre los actores y el abandono de la reconstrucción democrática nos han precipitado en la más amenazante de las decadencias: aquella que instaura la falsedad como razón de Estado. Sus vástagos consentidos: la corrupción, la impunidad y el cautiverio de las instituciones.
En un libro imprescindible: “País de mentiras”, Sara Sefchovich formula un recuento abrumador de las modalidades del engaño, consustanciales a la acción política. Escribe: “después de este recorrido, la única conclusión posible es que en este país la democracia no existe”. Y añade, “el poder es un sistema autónomo, sostenido en su propio ejercicio”. “La democracia no es entre nosotros una cultura, es una simulación”.
Afirma: en México “no queremos recordar. Hay una cómoda desmemoria colectiva que permite que vuelvan a suceder cosas que ya sucedieron”. Primero como tragedia y luego como farsa, diría Marx. Para evitar esa circularidad de la historia, sería menester abolir el país de espurios. Sería imprescindible reemplazarlos pacíficamente para edificar sobre sus escombros una constitucionalidad verdadera.

jueves, enero 15, 2009

Carlos Salinas ‘cayó’


Carlos Salinas

Bajo el rubro “El libro que calló”, Salinas —el pasado martes— refuta comentarios míos publicados el 1 de enero al libro de Martha Anaya 1988: El año que calló el sistema. Comenté que la reunión que describe, en la que Salinas pacta con el PAN antes de la calificación de su elección en el Colegio Electoral, fue el verdadero fraude del 88. Fraude ideológico-político concertado por la cúpula panista y el candidato Carlos Salinas.
Salinas niega haberse comprometido a implementar el programa del PAN a cambio de que los diputados panistas se abstuvieran de votar en contra de la calificación de su elección. Independientemente de que el pacto está probado, los hechos lo ratifican: el PAN se abstuvo en el Colegio Electoral y Salinas aplicó el programa panista. Salinas traicionó al PRI llevándolo a la derecha encaramado en el sistema.
Sobre el temario del pacto —confesado por panistas— que califiqué como rectificación de la Reforma y de principios esenciales de la Revolución, Salinas pretende descalificarme primero negándolo y después con falacias: “Se refiere (Bartlett) a la reforma (religiosa) que aprobaron todos los partidos del 130 constitucional”. El PRI se oponía, era exigencia del PAN. “En cuanto a acabar con los principios de la Revolución —dice Salinas—, ¿quién puede sostener que esos principios se oponen a reformas electorales, modernizar el campo o una banca mixta en lugar de estatizada? Más aún, ¿es de derecha reconocer triunfos a la oposición como sugiere el señor Bartlett?”. Salinas no modernizó el campo, lo liquidó, despojó al ejido de su garantía de propiedad social, reclamo histórico de la derecha. Hoy se apropian de las tierras ejidales especuladores nacionales y extranjeros. ¿Banca mixta? No, privatizada a ineptos compinches conductores a su quiebra. No he sugerido desconocer triunfos a la oposición, lo inaceptable fue quitarle triunfos al PRI para cederlos al PAN, las concertaciones de Salinas.
Finalmente el autogolpe: “En cambio, en materia de lealtad partidista cabría recordar el llamamiento del señor Bartlett el 27 de mayo de 2006 para votar por un candidato contrario a su partido el PRI”. Oculta Salinas su actuación: maniobró para poner a Madrazo como presidente del PRI al servicio de las reformas estructurales de Fox; lo impuso como candidato a la Presidencia asociado al PAN —recordemos su colusión en el desafuero—, candidatura que Salinas, oportunista, abandonó para apoyar a Calderón. Perdido Madrazo, irremediablemente Calderón pide el “voto útil” del PRI; se suman protegidos de Salinas: Reyes Heroles, Téllez, etcétera. Afirmé en contra que el voto útil del PRI no podía darse a la derecha, nuestro adversario histórico, sino a la izquierda. Perdió México, “ganó” la derecha, con voto priísta inducido. Calderón gobierna con apoyo del PRI cupular.
El resto del texto tiene aspectos chuscos. Confiesa que se reunió con Clouthier sin hablar del campo, las iglesias, la banca, temas que surgieron después por “la caída del muro de Berlín y la mayoría constitucional del PRI en 1991”. Lo del muro mueve a risa y la mayoría del PRI insuficiente, las reformas neoliberales que nos ahogan las hizo con el PAN. Cayó Salinas, tuvo que tocar temas como su contubernio con la derecha y medidas desastrosas para el país.
mbartlett_diaz@hotmail.com
Ex secretario de Estado

miércoles, enero 07, 2009

1988 y 2006: puntos de vista

Luis Linares Zapata

Ya desde las elecciones de 1988 (de todos los ocultamientos de actas y urnas) una sólida mayoría de la sociedad mexicana había votado por la izquierda. Ello implicaba, de haberse respetado el veredicto para constituir gobierno, un cambio drástico del rumbo neoliberal apenas iniciado o, cuando menos, una reposición (ajustada) del modelo nacionalista que, durante largo tiempo, mostró sus positivos resultados para el crecimiento económico, la fluctuación social y el beneficio colectivo. México se habría adelantado a los vientos transformadores que ahora soplan por vastas regiones latinoamericanas. El anquilosado sistema prevaleciente de poder lo impidió mediante subterfugios fraudulentos, trampas autoritarias y rampantes delitos. Se impuso y profundizó, de ahí en adelante, el cruento modelo conservador que rige hasta estos aciagos días de crisis mundial.

Hubo otra prueba (2006) en que la izquierda volvió a ser frustrada por la renuencia del tinglado dirigente a ceder el poder a través del rejuego democrático. Sólo que esta vez las capacidades de esa mal llamada elite para dar algún resultado positivo son menores, si no es que inexistentes. Así las cosas, el grupo gobernante, ahora más reducido en sus integrantes, dio fehacientes pruebas de su imposibilidad intrínseca para responder a los requerimientos de un país destrozado tras un cuarto de siglo de penurias, fracasos y dolores inmerecidos impuestos al resto de la sociedad. México, de ser gobernado por la alternativa que prevaleció realmente en las urnas (AMLO), se habría incorporado al concierto que por ahora rige en Latinoamérica.

Pero tal aventura continental no sucede en el vacío ni de manera fácil o espontánea. Se ha fraguado por el cruento fracaso de las fórmulas neoliberales diseñadas según las pautas del acuerdo de Washington. Tales fórmulas se propagaron con entusiasmo por una enfermiza amalgama de tecnócratas, plutócratas y políticos decadentes locales, guiados y hasta controlados por los centros hegemónicos del poder mundial. Parte sustantiva de la academia, junto con publicistas e intelectuales orgánicos, tanto del gobierno como de las organizaciones empresariales y de los medios masivos, colaboró activamente en la tarea de convencimiento y distracción.

Se ha esparcido la especie de que la izquierda, tanto en 88 como en 2006, no supo retener lo obtenido en las urnas, que le faltó arrojo, organización o talento negociador. Unos afirman, porque así conviene a sus visiones y complicidades, que no se vigilaron las casillas y por ahí se les coló el fraude a pesar de que la coalición Por el Bien de Todos fue la que más las cuidó. Otros más aducen que los triunfadores efectivos (CCS y AMLO) no supieron o no quisieron negociar con los usurpadores (Salinas y Calderón). En contraste con esa incapacidad negociadora que le atribuyen a la izquierda, el PAN primero y después el PRI supieron tomar sus respectivas oportunidades. Concluyen, sin meditar más allá de las sentencias terminales de la propaganda oficial, que el PAN pudo imponerle a Salinas su programa y con ello cogobernar. El PRI, por su lado, sostiene que ha aprovechado el tajante rechazo de AMLO a la continuidad del modelo de gobierno, y a cualquier trato con Calderón, para superar su terciario lugar como fuerza política. Tales posturas, de manera por demás interesada o simplista por lo menos, se olvidan de la íntima confluencia habida, en ambas ocasiones, entre las distintas facciones de la derecha para contrariar la voluntad popular. El sistema aún vigente empleó, con diferencias para cada ocasión, todos los recursos, mecanismos, instituciones e intimidaciones a su alcance en su afán de asegurar su prolongación. En ambos casos la decisión fue la misma: retener el poder sin importar el costo. En 88 porque, sin la menor sombra de duda o pudor, así lo declaran los actores principales. En 2006 porque el instrumental usado quedó descrito, con todo cinismo, en la detallada retahíla de artimañas enunciadas por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para justificar la confirmación de Calderón.

Sobre lo ocurrido en 88 y en 2006, sin embargo, hay quienes siguen predicando que no cuentan con prueba alguna que soporte el fraude. Unos (Salinas) aducen la verdad jurídica: las actas están en el archivo de la nación, afirman con desparpajo interesado. Soslayan que en 88 las urnas fueron quemadas a pesar de la oposición de nutrido contingente de diputados, y 25 mil nunca fueron mostradas (en total más de 50 mil). Otros aducen (2006) que el listado de cada una de las más de 100 mil casillas está disponible en la Internet, pero nunca se contrastaron con las boletas (ya lo habían hecho más de un millón de mexicanos, repiten con sorna poco disimulada sus publicistas). Poco importa ya, pero el académico del CIDE (J. A. Crespo, 2006: hablan las actas) ha demostrado, en su acuciosa revisión, los numerosos errores no sólo de sumas, sino de variadas incongruencias en al menos la mitad de las actas que pudo estudiar. Dicha elección, igual que la de 88, debió anularse o abrir todos los paquetes y contar las boletas para determinar, sin dudas, la legitimidad del vencedor.

En ambos casos la autoridad gobernante se impuso (Cámara de Diputados y TEPJF) e impidió que las elecciones se limpiaran. La continuidad ha seguido su curso y las consecuencias para el desarrollo del país son por demás funestas. Un cuarto de siglo perdido para el bienestar colectivo. Ahora se tiene un país donde 70 por ciento de sus habitantes tienen ingresos menores a 6 mil pesos, y millones en pobreza extrema, la hacienda pública recauda sólo 9 por ciento del PIB en impuestos y la cuenta corriente de la balanza de pagos y la comercial arrojan déficit crecientes e insostenibles. Se ha perdido la seguridad alimentaria y la energética está en serio peligro. Se extranjerizó el sistema de pagos (banca) y se enseñorearon la especulación y los abusos. El analfabetismo todavía es un estigma sobre amplísimos sectores de la población y la juventud no encuentra cabida en las instituciones de educación media y superior. La migración es un flagelo junto con la inseguridad, elevada a grados de monstruosas deformaciones, mientras la concentración del ingreso y la riqueza llega a niveles obscenos. La fábrica nacional está por completo desintegrada. Ello es sólo parte de los costos de continuar con el modelo impuesto por ese tinglado derechista que se apropió, con rampante ilegalidad, del los mandos de esta sangrada república.

jueves, enero 01, 2009

El fraude del 88


En 2008 se cumplieron 20 años de la elección de Carlos Salinas. Martha Anaya lo conmemora con su libro 1988: El año que calló el sistema, que destaca entre tantos por su enfoque integral: desde los antecedentes, el día de los comicios, hasta la calificación de la elección en el Colegio Electoral.
No se detiene en la “caída del sistema” como es intencionalmente usual, por eso su recorrido aclara lo fundamental. Se propone la autora desprender un velo más de ese “paradójico episodio de nuestra historia que tan cerca estuvo de otorgar el triunfo a los cardenistas y terminó por abrirle la puerta a la derecha”. Esta es la médula que tiene un valor histórico, al develar cómo se le abrió la puerta a la derecha, y un valor actual al detallar la alianza de las cúpulas del PRI y del PAN en la derecha que se mantiene hasta hoy. Independientemente de aspectos que no comparto, el libro es revelador.
Martha Anaya analiza el día de la elección —6 de julio— en Gobernación, desde la Comisión Federal Electoral hasta la calificación de la elección en el Colegio Electoral el 11 de septiembre. En el lapso anterior a la calificación describe un proceso secreto de negociación que culmina con un pacto que sellan los dirigentes del PAN con Salinas para asegurar su aprobación como presidente electo.
Narra Anaya una reunión, el 27 de agosto, en casa de Juan Sánchez Navarro, de Salinas con Clouthier y Luis H. Álvarez, presidente del PAN, en la que se acuerda un pacto por el que Salinas se compromete a reformar las leyes electorales, abrir la economía, privatizar la banca, reformar la relación con la Iglesia, abrir el ejido a la privatización, además de abrirles espacios municipales y gubernaturas. A cambio, el PAN se comprometió a abstenerse en la votación en la calificación de la elección. Absteniéndose —dijeron—, con los votos del PRI era suficiente. Salinas asume el programa de la derecha panista, las reformas constitucionales se hacen y en sólo unos días empiezan las concertacesiones, se entrega Baja California. El pacto significó rectificar las Leyes de Reforma, acabar con principios esenciales de la Revolución Mexicana, se inicia la entrega de poder.
El PAN se voltea, rompe su compromiso con Cárdenas de sumarse al rechazo a la elección, alegando que jugaron sucio, consideraron ilegítimo a Salinas pero se legitimará cumpliendo el pacto. “No le hagan el caldo gordo a Cárdenas”, reclamaban empresarios. Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Diego Fernández de Cevallos operan la machincuepa inmoral, defraudan a sus electores.
El PRI tenía los votos, pero quería asegurarse y obtener el reconocimiento del PAN. Para lograrlo aceptó la plataforma de la derecha. Ese fue el verdadero fraude del 88. Salinas traicionó a su partido y al electorado. Salinas y Zedillo gobernaron con el PAN y sus principios; Salinas se asoció con Fox; Beltrones y Gamboa apoyan a Calderón. En el mismo recinto en el que el PAN se abstuvo para garantizar la calificación, el PRI de los herederos de Salinas se presentó para dar el quórum y garantizar la protesta constitucional de Calderón. El pacto sigue vigente.
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Ex secretario de Estado