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martes, septiembre 13, 2011

De cómo abdicó de su padre, del panismo y de la ética…

Militante del PAN de 1945 a 1991, Jorge Eugenio Ortiz 
Gallegos fue protagonista y testigo de la evolución de ese partido, fundado por Manuel Gómez Morín. Amigo personal de Luis Calderón Vega, padre del presidente Felipe Calderón, asegura que el actual mandatario pasará a la historia como un neopanista pragmático que sacrificó los valores éticos del partido con tal de conseguir el poder sin importar los costos. La editorial Grijalbo está por poner en circulación la obra póstuma del ensayista y poeta, La mancha azul, en la que retrata a varios de los personajes que, encumbrados a través del panismo, dieron la espalda a la doctrina que alentó a una sacrificada militancia de oposición por más de cuatro décadas. Con autorización de la editorial, proceso.com.mx reproduce fragmentos del libro.
Felipe Calderón. El extraviado....



MÉXICO D.F. (Proceso).- Después de su renuncia en 1981, seguí en contacto por correspondencia con Luis (Calderón Vega) y lo visité varias veces en su casa en Morelia. Desde Kenya le mandé una fotografía donde aparece mi guía Kikuyo, mostrando uno de sus libros, tal vez Retorno a la tierra. El 14 de febrero de 1984 me escribió que le habían amputado una pierna, pero se encontraba con la misma vida espiritual. Murió en 1989, aquejado por hemiplejías que fueron impidiéndole la movilidad, hasta el extremo de ser conducido en silla de ruedas.

No he podido encontrar su libro Carta a mis hijos. El cisma del PAN 1975. En carta manuscrita del 20 de marzo de 1984, me decía: “No sé si me atreva a publicarlo, pues pienso que hacerlo perjudicará más las posibilidades de mis hijos panistas”.
En enero de 1991, una vez terminados los asuntos del orden del día de la junta del Comité Nacional del PAN en las oficinas de la calle de Ángel Urraza, Luis H. Álvarez presentó la propuesta, que hicimos varios miembros del comité, de hacer un homenaje a don Luis Calderón Vega, muerto dos años antes.
Felipe Calderón Hinojosa, que no tenía derecho de estar en el Comité Nacional, ya que como jefe de la juventud panista debió de retirarse a los 26 años, golpeó la mesa inmediatamente para lanzarse contra las personas sugeridas para hablar en el homenaje: José González Torres, quien había sido presidente del partido y candidato a la Presidencia de la República, y Jorge Eugenio Ortiz Gallegos, que había sido por todos conocido como el gran amigo de Luis Calderón Vega.
Varios miembros del comité insistieron a Felipe que el homenaje a su padre era necesario para rendir tributo al gran panista que fue, aunque hubiera renunciado al partido en 1981. Felipe volvió a golpear la mesa cuando habló el diputado Fernando Canales Clariond tratando de convencerlo. Luis H. Álvarez dio por terminada la sesión.
Inmediatamente apareció doña María del Carmen Hinojosa viuda de Calderón, que había estado escuchando todo en la sala de espera del partido, y me abrazó. Todos los miembros del comité le fueron dando, uno a uno, el pésame.

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El fundador del Yunque, Ramón Plata Moreno, fue asesinado en 1979, y quedó como dirigente David Díaz Cid. Entrenaba a los jóvenes con un lenguaje y requisitos extraños, como si fueran un grupo militar, en vez de cívico. Organizaban huelgas en la Universidad de Puebla antigua, muy cerca de la oficina que yo tenía instalada en los bajos de la calle de Arronte. Los antiguos fundadores del PAN en Puebla, encabezados por los hermanos Jesús y David Bravo y Cid de León, estaban en contra de los muchachos pertenecientes al Yunque. Y, en 1987, yo viajaba un sábado al mes a la ciudad de Puebla para dirimir diferencias entre los dos grupos.
De acuerdo con Luis H. Álvarez, presidente del PAN, se fijó un sábado para celebrar la asamblea general que eligiese al comité panista en la ciudad de Puebla. Debían participar únicamente los miembros del partido. Pero, el día de la elección, se presentó Luis H. Álvarez y dejó que entrara una fila invasora de muchachos que no estaban en el padrón. Traté de evitarlo, pero me llamó la atención diciendo: “Jorge Eugenio Ortiz no tiene autoridad en esto. Aquí el que manda es el jefe del partido, que soy yo”.
Así se consumó el control del Yunque en Puebla.

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Como miembro del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), recibí el encargo de entrevistar al licenciado Luis Felipe Bravo Mena a mediados de 1987, entonces analista de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex). Luis H. Álvarez quería contratarlo como ideólogo del PAN. No aceptó, alegando que no podíamos pagarle lo que ganaba en la Coparmex y que el PAN no tenía futuro político, porque el pueblo se había cansado de idealismos.
No sólo eso. En el boletín de la Coparmex a su cargo, escribió textualmente:
“La clientela electoral del PAN ya se aburrió del discurso panista. Ya no motiva la denuncia del fraude, la corrupción y la crisis. La nueva dirigencia nacional del PAN resultó ‘anticlimática’, y se ha producido gran confusión entre sus militantes. Los resultados prácticos de las batallas de 1985 y 1986 dejaron muy lastimada la moral de ese partido, y el nuevo CEN ha dejado que ese desánimo cunda entre activistas y simpatizantes.”
Sin embargo, poco después aceptó recibir dinero que no provenía de la tesorería del PAN y trabajar como asesor ideológico de Manuel Clouthier, candidato del PAN a la Presidencia de la República (1988). Fue después candidato a la presidencia municipal de Naucalpan (1990), diputado federal plurinominal (1991-1994), candidato a gobernador del Estado de México (1993), senador (1994-2000), presidente del partido (1999-2005), embajador ante la Santa Sede (2005-2008) y ahora secretario particular del presidente Felipe Calderón. Tenía razón: el PAN se había cansado de idealismos.

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Federico Ling Altamirano fue un gran amigo mío en la diputación de la Legislatura 1985-1988. Estuvo al margen de los cabestreos de su hermano Alfredo, jefe del PAN en Guanajuato y miembro del Yunque. El 9 de octubre de 1987 tuve un accidente en mi automóvil, cuando iba de Abasolo para entroncar rumbo a Irapuato, y quedé inconsciente, con la cabeza rota, a la orilla de la carretera.
Alfredo, como un buen samaritano que pasaba, se detuvo, me recogió y me llevó a la casa de un amigo panista y médico que me atendió y me puso una venda en la cabeza. Pero no se volvió a acordar de mí ni reportó el accidente al partido.
El que me llamó por teléfono fue Carlos Salinas de Gortari, en ese entonces secretario de Programación y Presupuesto. Me preguntó cómo me sentía y le contesté que estaba reponiéndome. Mencionó que un amigo le había informado del accidente y que podía contar con él.

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¿Cómo es que Luis H. Álvarez, el de las caminatas y el ayuno al estilo Gandhi, había llegado a alcalde de Chihuahua en 1983? No una, sino muchas veces había figurado como candidato a alcalde, diputado y a senador, con resultados adversos. Súbitamente, en julio de 1983, se reconocieron en Chihuahua siete ayuntamientos y cuatro diputaciones locales al PAN.
Miguel de la Madrid estaba en su primer año de gobierno, después de haber hecho una campaña por “la renovación moral de la sociedad”; y, en el estilo sexenal del PRI, el presidente siempre pretendía aparecer como demócrata en los inicios de su gestión. Pero, además, ha de tenerse en cuenta que, unos meses antes, en diciembre de 1982, Ciudad Juárez fue el escenario de una reunión cupular de empresarios irritados y decididos a enfrentarse al régimen que en septiembre de 1982 había expropiado la banca.
En el hotel Colonial, bajo el nombre de “México los ochentas”, se animó por varios días la reflexión y la decisión generalizada de que los empresarios debían unirse al PAN para disputarle al gobierno los terrenos de la política. Eloy Vallina Garza aparecía entonces como el líder empresarial de Chihuahua y estaba en conflicto con el gobierno federal con motivo de las explotaciones forestales para su planta productora de celulosa. Habló con Miguel de la Madrid acerca de la significativa reunión empresarial, y así llegó Luis H. a presidente municipal de Chihuahua.
Así comenzaron, con altas y bajas, los nuevos tiempos opositores del PAN. Con el empuje de los empresarios resentidos, la simpatía de priistas descontentos con la expropiación y otras arbitrariedades del presidente José López Portillo, y la instalación de la costumbre de los diálogos, iniciada por “México los ochentas”, comenzaron a concertarse arreglos de ventaja mutua para las tres partes: la iniciativa privada, la política oficial y la política del PAN.
A lo largo de ese año de 1986, en repetidas ocasiones, el entonces presidente del partido Pablo Emilio (Madero) y otros dirigentes abordaron a Luis H. para que aceptase figurar como candidato a la presidencia del partido en las elecciones internas que se celebrarían en febrero de 1987. Y en formales reuniones de precandidatos Luis H. rechazó repetidamente la invitación. Sin embargo, súbitamente registró su candidatura a tiempo de triunfar en la elección y asumir la jefatura en febrero de 1987. Fue reelegido en 1990.
Durante el doble período que presidió, el sentido pragmático y la negociación encajaron a la medida de las cualidades de Luis H. Él encabezó la era de la concesión de puestos de poder, la era del disfraz, el ocultamiento o el pleno olvido de los propósitos, tesis y postulados históricos del PAN.
A partir de entonces, jamás volvieron a ser consideradas en la lucha oposicionista del PAN las conclusiones de las convenciones nacionales y estatales. Los textos fueron arrinconados, puestos en ignorancia o en olvido y sustituidos por la colaboración en los proyectos del partido oficial y de sus gobernantes, particularmente en aquellas medidas y reformas electorales y económicas que convenían al régimen, aunque se apartaban o contrariaban la doctrina tradicional.
Luis H. cambió el rumbo. Subordinó los intereses de fondo a la consecución inmediata de puestos políticos, con frecuencia empleos sobresalientes que no eran de origen electoral, sino de simple concesión, de nombramiento de colaboradores que pasaron del PAN a incorporarse a las burocracias federales o estatales. Los resultados están a la vista.

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La “necesaria subordinación de la política a la ética”, de la que hiciera gala Felipe Calderón Hinojosa en 1996, quedó agregada al inagotable empedrado de los verbalismos políticos definidos por el gaucho Martín Fierro como gritos de pájaros teros:
De los males que sufrimos hablan mucho los puebleros, pero hacen como los teros para esconder sus niditos: en un lao pegan los gritos y en otro tienen los güevos.
Ha pasado a la historia como uno más de los dirigentes pragmáticos, influenciado y dirigido por grupos empresariales asociados a los gobernantes del partido oficial. Desmemoriado o falsificador jamás invocó siquiera el pensamiento de su padre, don Luis Calderón Vega, cofundador y extraordinario artesano de la obra del PAN de los primeros 40 años. Se traicionó a sí mismo en ambivalencias y en entreguismos al régimen oficialista.
Ha quedado en la historia de la institución panista como uno más de los sometidos por la urgencia imperativa de “la prisa por el poder”, en fiel seguimiento del estilo negociador que iniciara el tristemente neopanista Luis H. Álvarez a partir de su inicio como presidente del partido en 1987.

miércoles, diciembre 08, 2010

De la Madrid orquestó el fraude del 88

Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano

En Sobre mis pasos, libro de inminente aparición publicado por Aguilar, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano revela “cómo se robó a los mexicanos y al país la elección federal de 1988”, en la que él fue candidato a la presidencia por el Frente Democrático Nacional. Responsabiliza de ello al entonces presidente Miguel de la Madrid y a su secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, y ofrece nuevos elementos en refuerzo de su acusación. También aporta un dato tan sorprendente como inédito: según versiones a las que tuvo acceso, el avionazo en que perdió la vida el exdirigente nacional del PRI Carlos A. Madrazo fue provocado; el autor: Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz. Con la autorización del autor y del sello editorial ofrecemos algunos pasajes del volumen.

La elección

(…) El 6 de julio en compañía de Lázaro y Cuate, de dirigentes del Frente Democrático, de amigos cercanos y rodeados por un apretado enjambre de cámaras y grabadoras de los representantes de todos los medios de información, acudimos Celeste y yo a votar en Polanco, en una casilla ubicada a la vuelta de nuestro departamento.

(…) Pasado el mediodía empezamos a recibir informaciones, de diferentes partes del país, de casillas en las que por la fuerza no se había permitido el acceso a los representantes acreditados del FDN, de su expulsión a punta de pistola en otras. Hubo actitudes violentas de autoridades, de rechazo a las protestas presentadas según los procedimientos de la ley. No esperábamos, con los antecedentes que teníamos, una jornada ni fácil ni tranquila en ese día, pero los reportes de irregularidades, por llamarles de algún modo, sobrepasaban todo lo previsto.

Temprano por la tarde, cuando seguía llegando información de más y más atropellos, por conducto de Porfirio se buscó una reunión con Manuel Clouthier, que se acordó para un par de horas más tarde en el departamento de Luis H. Álvarez, presidente del PAN, en la colonia del Valle. Ahí encontramos al candidato, al dueño de la casa, a Diego Fernández de Cevallos y a Carlos Castillo Peraza. Se convino en redactar un documento que suscribiríamos los candidatos, e invitar a Rosario Ibarra para que también se integrara, a lo que en cuanto se le llamó, accedió.

Se encomendó la redacción del documento a Porfirio y a Carlos Castillo y quedamos que ellos lo llevarían, alrededor de las 9 de la noche, al Hotel Fiesta Americana, frente al Monumento a Colón, para de ahí dirigirnos a Gobernación, donde se encontraba en sesión permanente la Comisión Federal Electoral.

Mientras discutíamos de la protesta en Gobernación, fue cuando el sistema se cayó y se calló, de lo que nos enteramos ya más tarde, razón por la cual en el documento que se redactaba no se hizo alusión a la, a partir de entonces, famosa caída del sistema, a la que me referiré un poco más adelante.

(…) En las afueras de Gobernación encontramos a la gente de los medios informativos, adentro a Manuel Bartlett, que en su calidad de presidente de la Comisión Federal Electoral nos esperaba. Rosario Ibarra, con la representación de todos, ante el pleno de la Comisión reunida, leyó el documento que denominamos Llamado a la legalidad.

(…) Desde que entramos al Salón Juárez se sentía el aire pesado, denso. La situación era sumamente tensa. Durante toda la lectura del documento Manuel Bartlett mantuvo el gesto más adusto que de costumbre. Escuchó y de hecho nada dijo en su respuesta. Salimos y en una terraza de la propia Secretaría, con los representantes de los medios un piso abajo, Rosario Ibarra leyó de nueva cuenta el documento. Cuando terminó, Diego Fernández lanzó el fajo de copias que traía en la mano hacia los reporteros y fotógrafos, en un gesto que a varios nos pareció insolente, nada comedido y poco serio, sobre todo considerando la circunstancia que se estaba viviendo.

La caída del sistema: a confesión de parte, relevo de pruebas

El día de las elecciones, la Comisión Federal Electoral se instaló a partir de las cinco de la tarde en sesión permanente para dar seguimiento a la jornada electoral. Se había tomado el compromiso de que los partidos tendrían acceso, a través de conexiones en paralelo, al sistema de cómputo de la Comisión para conocer al mismo tiempo que ésta, cómo se fuera dando el flujo de los votos. Por la tarde, después del cierre de las casillas, empezaron a llegar los números de los diferentes distritos. Uno de los primeros resultados que llegaron y se hicieron públicos en el seno de la Comisión Electoral fue el correspondiente al distrito con cabecera en Tula, del estado de Hidalgo.

Reunido el pleno de la Comisión, presidido como la ley lo establecía por el secretario de Gobernación, aparecieron en pantalla y se dio lectura, en actitud triunfalista, a las cifras oficiales de la elección en el distrito de Tula, favorables, señalaban, al candidato oficial. Y ahí sucedió lo inesperado para los representantes del gobierno y del partido oficial: el representante del PARM pidió la palabra y dijo que tenía en su poder y exhibió el acta levantada en la junta distrital, firmada por los funcionarios electorales y por los representantes de todos los partidos, incluido el PRI, con cifras distintas a las presentadas como oficiales.

En ese momento se interrumpió la sesión y se interrumpió igualmente la presentación de datos de la elección al pleno de la Comisión, el hacer éstos públicos y que los partidos pudieran tener acceso a la información que llegaba a la Comisión. Fue entonces cuando se cayó y se calló el sistema. La información oficial sobre los resultados electorales se suspendió más de 72 horas y sólo se contó con la que los partidos tenían consignadas en las actas de casilla que sus representantes pudieron colectar. En el caso del Frente Democrático no fueron las correspondientes a todas, pues debido a la incipiente organización no había sido posible designar y contar con representantes en la totalidad de las casillas.

Al darse la controversia entre las cifras oficiales y las que presentó el representante del PARM correspondientes al distrito con cabecera en Tula, de inmediato se informó al presidente Miguel de la Madrid; éste dio la instrucción de suspender el flujo de la información al presidente de la Comisión Federal Electoral, Manuel Bartlett, y de paso a José Newman Valenzuela, director del Registro Nacional de Electores, institución responsable de operar el sistema de cómputo e información electoral. Funcionó con dos contabilidades, la alterada, que se empezó a hacer pública hasta antes de que se callara y se cayera el sistema de información, y la real, que se decidió desde un principio ocultar, a cargo de Óscar de Lassé, quien operaba este sistema paralelo por encomienda del secretario de Gobernación.

Robo

En su libro Cambio de rumbo. Testimonio de una presidencia: 1982-1988, publicado en 2004, Miguel de la Madrid escribe que al descubrírsele la maniobra, él desde luego lo dice con otras palabras: “… se dejó de dar dicha información, pues los funcionarios de los comités distritales se dedicaron de lleno a analizar y computar las casillas que les correspondían, a fin de llegar al resultado oficial.” Esto es, se suspendió la información oficial pero no para analizar y computar, pues sería una ingenuidad creerlo así, sino para manipular las cifras y ponerlas a tono con el fraude, o sea, con el que quería presentarse como resultado oficial.

Aunque no había números oficiales, en los partidos del Frente se estaba recibiendo información de representantes en las casillas y de candidatos y se trataba de reunir el mayor número posible de actas de casilla, para conocer cómo se estaban dando en la realidad las distintas elecciones: la presidencial, las de senadores y de diputados.

Los datos que pudo reunir el Frente Democrático respecto a la elección presidencial fueron llegando como sigue:

El 7 de julio, al día siguiente de la elección, se habían recibido datos de casillas que en conjunto sumaban 2 millones 724 mil 7 votos, 14.2 % del total (que al final ascenderían a 19 millones 143 mil 12), de los que correspondía 26.61 % al PAN, 26.76% al PRI y 40.16% al FDN.

El 9, dos días después, con 6 millones 709 mil 351 votos que representaban 35 % del total, 25.19% eran votos del PAN, 32.69% del PRI y 38.8% del Frente.

El 12 de julio, que fue el último día que se recibió información que todavía se podía considerar confiable, pues eran cada vez mayores y más claras las evidencias de un fraude masivo y generalizado, se contaban 10 millones 355 mil 293 votos, que serían 54.09% del total oficial, de los cuales 21.38 % eran votos a favor del PAN, 35.76% del PRI y 39.4% del FDN. Esos votos correspondían a 30 mil casillas, 54.5 % de todas las instaladas en el país.

Mirando hacia atrás y llevando años de navegar con cifras electorales y de dar seguimiento a elecciones bien conducidas en otros países, tendría que pensarse que con 54 % de los votos y de los sitios de votación se establece una tendencia que no varía mayormente respecto al resultado final. No sucedió así en nuestra elección de 1988 y Miguel de la Madrid confiesa en el libro sobre su presidencia que realizados los cómputos en 30 mil casillas, se dejó “pendiente el desglose de la información de otras 25 mil, de las que sólo se dieron resultados agregados por distrito”. Es decir, lo que De la Madrid confiesa a fin de cuentas en su libro es que no se contaron los votos de 25 mil casillas, 45.5 % del total, o que se contaron pero no se hicieron oficiales y los que se presentaron como tales, nunca casilla por casilla y candidato por candidato, sólo fueron los agregados por distrito, como él les llama.

Esta es, sin duda, la más clara confesión de Miguel de la Madrid de cómo se robó a los mexicanos y al país la elección federal de 1988. Más allá de explicaciones y deslindes hechos o que vayan a hacerse, contó con la complicidad de su secretario de Gobernación y presidente de la Comisión Federal Electoral Manuel Bartlett, de José Newman Valenzuela, de Óscar de Lassé y de otros más, cuyos nombres y número no conocemos y quizá no lleguemos nunca a conocer, funcionarios mayores y menores vinculados de distintas maneras con aquel proceso electoral.

(…) Para terminar con este tema, vuelvo al libro de Miguel de la Madrid, en el que también se lee que al mismo tiempo que ordenó a su secretario de Gobernación no dar más datos sobre la elección, instruyó al Presidente del PRI, Jorge de la Vega, para que se presentara ante los medios de información y declarara que la elección la había ganado el candidato del PRI, pues necesitábamos “darlo por sentado (el triunfo del PRI) el día 7, ante el peligro de que cundiera la convicción que Cuauhtémoc había ganado en todo el país”. Hasta aquí De la Madrid y como dicen los abogados, a confesión de parte, relevo de pruebas.

Mi entrevista con Carlos Salinas

Después de hacerse públicos los resultados oficiales de la elección, Manuel Camacho se acercó a Jorge Martínez Rosillo, que me había estado acompañando en distintos momentos de la campaña y con quien Camacho tenía también amistad. Le planteó la posibilidad de reunirme con Carlos Salinas. Rosillo me lo comentó y después de reflexionar sobre ello, accedí, fijándose como fecha del encuentro el 29 de julio, en la casa de Manuel Aguilera.

Ese día, alrededor de las ocho y media de la noche, pasó a buscarme Jorge Rosillo. Había pedido a Roberto Robles Garnica que me acompañara y los tres nos dirigimos a la casa de Aguilera. Ahí me encontré con Carlos Salinas, acompañado por Manuel Camacho. El dueño de la casa nos recibió, nos invitó a pasar a un salón separado del cuerpo principal de la casa y se retiró con Roberto Robles y Jorge Rosillo, dejándome con Salinas y Manuel Camacho para que conversáramos.

Salinas y yo expusimos nuestras visiones de las campañas que habíamos realizado, yo hice referencia al fraude electoral y a la necesidad de limpiar la elección. A lo largo de la conversación, que debe haberse prolongado por alrededor de hora y media, recurrentemente me preguntaba qué quería, a lo que todas las veces que hizo esa pregunta respondí que lo único que quería era que se limpiara la elección.

Propuse incluso que se tomara una muestra diseñada por quienes manejaran cuestiones estadísticas, que pensaba podía ser de unas mil casillas, que se contaran sus votos y si se detectaban irregularidades respecto a las cifras oficiales correspondientes, se procediera al recuento del resto. Si no se detectaban irregularidades, se aceptaría el resultado que se estaba dando como oficial. No obtuvo ninguna otra respuesta de mi parte y finalmente convinimos en que para diseñar y llevar a cabo el muestreo de las mil casillas o las que se determinaran se reunirían, por parte de él, Manuel Camacho, y en mi representación Antonio Ortiz Salinas y Roberto Robles Garnica. Días después, efectivamente se reunieron, quizá en dos o tres ocasiones, sin llegar a acuerdo o resultado alguno.

Escéptico respecto a lo que pudiera derivarse de aquellas reuniones, pensé que lo menos que podía hacerse era explorar esa posibilidad, para ver si por ahí se abría una rendija por la cual documentar y revertir el fraude. Siempre he considerado útil dialogar aun con quien pudiera considerar el más acérrimo adversario. En el curso del encuentro, ninguno de los dos varió su posición. Salinas lo último que en realidad quería era limpiar la elección y poco o nada le importaba que del fraude surgiera un gobierno carente de legitimidad.

Esperaba muy probablemente que en la plática hubiera de mi parte la petición de senadurías y diputaciones, algún cargo para mí y para otros dirigentes del FDN, concesiones, eventualmente dinero, a cambio de que reconociera un resultado electoral que sólo mediante una absoluta falta de ética, moralidad y responsabilidad podía haber reconocido como válido.

Estimo que la conducta que he seguido con posterioridad a este hecho, muestra que lo tratado en aquella ocasión quedó en lo que he dicho, en nada respecto a la limpieza de la elección y en que se mantuvo una firme confrontación política con el régimen surgido del fraude.

Una conversación sobre el 68 y algo más

En 2004 sostuve una conversación con un amigo militar de alta graduación, hoy en situación de retiro, que me permitió confirmar hechos que yo suponía cómo se habían dado, relacionados con los acontecimientos del 68.

Me dijo mi amigo en esa ocasión que, según lo que él sabía, aquel 2 de octubre el gobierno esperaba que los dirigentes del movimiento estudiantil anunciaran una tregua en sus exigencias y movilizaciones hasta pasados los Juegos Olímpicos. Pero antes de que esto sucediera, tiradores empezaron a disparar desde lo alto de los edificios contra los paracaidistas, que era el único contingente del Ejército que en ese momento se encontraba en el lugar. Cuando miembros de este cuerpo, ya herido su comandante, el general Hernández Toledo, fueron tras los tiradores, se encontraron con que se trataba de personal del Ejército, de judiciales y agentes de Sinaloa (por qué de Sinaloa, comentó, ¿quién sabe?) con un guante blanco, como identificación. Esa gente, me dijo, estaba al mando del Estado Mayor Presidencial, cuyo jefe era el general Luis Gutiérrez Oropeza.

Le comenté algo que para mí reforzaba el hecho de que el responsable militar de aquella agresión hubiera sido Gutiérrez Oropeza: la ocasión en que, pocos días después de desplomarse el avión en el que perdieron la vida el licenciado Carlos Madrazo, su esposa y todos los pasajeros de aquel vuelo comercial que se dirigía a Monterrey –oficialmente se reportó como un accidente– el general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional, había visitado a mi padre en la casa de Andes. Le dijo con los ojos rasos de lágrimas (según lo refirió mi padre a mi madre, la que hasta años después me lo contó), entre otras cosas, que la caída del avión en el que viajaba Madrazo se había debido a un acto de sabotaje, preparado y mandado por Gutiérrez Oropeza, quien era dado al uso de la violencia y el presidente se lo permitía.

El militar con el que platiqué me dijo también que en aquella época él era oficial de baja graduación y en esa condición tuvo conocimiento de un hecho que puede relacionarse con el anterior: el licenciado Madrazo tenía como ayudante a un capitán Levy, retirado, que lo acompañaba a todas partes; por razones que desconocía, no había ido con él en el vuelo a Monterrey en el que perdió la vida y que días después del accidente, en un bar de la Zona Rosa en el que estaba bebiendo abundantemente, agentes de la Dirección Federal de Seguridad, en ese tiempo al mando de Fernando Gutiérrez Barrios, lo escucharon lamentarse con altisonantes calificativos para el gobierno. Eso no le pareció a los agentes y por decisión propia lo detuvieron y se lo llevaron a un edificio en las calles de Morelia, en la Colonia Roma, donde lo golpearon con brutalidad.

Alguien informó a familiares de Levy que gente con apariencia de policías se habían llevado al capitán, lo que hicieron saber al secretario de la Defensa, García Barragán, con el que llevaban amistad. Éste de inmediato mandó detener a los agentes que por la fuerza y sin facultad alguna habían detenido a Levy. García Barragán llamó en ese momento a Gutiérrez Barrios, al que habló golpeado y muy molesto, ordenándole se presentara con él y diciéndole además le llevara inmediatamente a Levy, agregando que a sus agentes se los devolvería en las mismas condiciones en que él recibiera a Levy. Gutiérrez Barrios llegó muy serio, nervioso, con Levy fuertemente golpeado y en esas mismas condiciones le fueron devueltos poco después sus agentes de la Federal de Seguridad. Levy fue entonces reincorporado al Ejército, dejando su condición de retirado, y el secretario le dio instrucciones de irse a Cuautla, donde le ordenó permanecer. Mi amigo militar no me dijo qué fue posteriormente de Levy.

(*) Este texto se publica en la edición 1779 de la revista Proceso, ya en circulación.

Fuente: Proceso

martes, mayo 18, 2010

Diego, sembrador de odios

EL SINIESTRO

MÉXICO, D.F., 17 de mayo (apro).- Diego Fernández de Cevallos agradeció siempre a Luis H. Álvarez haberlo rehabilitado como miembro del Partido Acción Nacional (PAN), al cabo de una década de alejamiento, para hacer mancuerna con él en la legitimación de Carlos Salinas y ascender a la cumbre de la política y los negocios.

Presidente del PAN durante el salinato, Álvarez deja ver su culpa al respecto en su libro de memorias Medio siglo. Andanzas de un político a favor de la democracia y pone bajo sospecha a Fernández de Cevallos, en un pasaje que sigue a la revelación de que Salinas lo quiso cooptar con dinero.

“Oiga, don Luis, usted me reinventó. Si no es por usted, yo no hubiera regresado al PAN”. Y entonces le dije: “Pues no sé si la patria algún día me lo vaya a reclamar”. Se me quedó viendo y luego se rió.

Álvarez, miembro de la alta burocracia desde el 2000, no explica por qué muestra ese arrepentimiento sobre Fernández de Cevallos, pero lo responsabiliza de ser el promotor principal de la quema de las boletas de la elección de 1988, que denomina “un detalle menor pero simbólico”.

Cuenta: Diego fue quien me planteó la iniciativa bajo el argumento de que ya de nada servían, dado que habían estado a disposición de cuanta persona las quiso consultar. Accedí a su solicitud; sin embargo, hoy me arrepiento de ello porque esas boletas merecieron nuestra gran crítica tres años antes.

En realidad ese “detalle menor pero simbólico”, como denomina Álvarez a la quema de los documentos de la elección de 1988, significó no sólo la convalidación del fraude y la legitimación de Salinas, sino la instauración del cogobierno PRI-PAN que con Felipe Calderón cumple casi un cuarto de siglo.

En ese sentido, Fernández de Cevallos, alias El Jefe, no es sólo clave en el proceso de transición política de México, sino que encarna él mismo las características del sistema político en que ha degenerado esa transición: Corrupción, ilegalidad, influyentismo, impunidad…

La biografía de Fernández de Cevallos, que embelesa a un sector de la derecha y a quienes se benefician del modelo que personifica, está colmada de truculencias, ilegalidades, abusos, mentiras, todo sin castigo, que lo han hecho dueño de una inmensa fortuna.

El vasto operativo multigubernamental que se activó para su búsqueda representa el tamaño de su poder, pero también su vulnerabilidad, particularmente cuando tres de sus personeros están a cargo de instituciones anticrimen: Fernando Gómez Mont, en la secretaría de Gobernación; Arturo Chávez, en la Procuraduría General de la República, y Juan Miguel Alcántara Soria, en la Secretaría Ejecutiva del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Y es que el sistema vigente opera casi bajo la lógica de la mafia, integrado por una gruesa nata de políticos coludidos con intereses económicos y criminales que se han colocado por encima de la sociedad.

Las pruebas más recientes de esta degeneración política las ofrece el propio partido en que milita Fernández de Cevallos, el PAN, con motivo de las elecciones en Yucatán, donde el gobierno estatal priista “operó una sofisticada elección de Estado”, particularmente en Mérida.

El PAN acusa “derroche del PRI en sus campañas”; “hostigamiento y seguimiento” de su candidata, Beatriz Zavala, y su equipo de campaña”; “uso ilegal de las instituciones y la fuerza pública por parte de la gobernadora para proteger sistemáticamente a quienes destruían nuestra propaganda electoral, agrediendo incluso a legisladores, fabricando expedientes falsos y ejerciendo la tortura de gente inocente para involucrar a panistas”.

Más aún, el PAN condena la parcialidad del órgano electoral “y, en particular, la pública complicidad de su presidente, Fernando Bolio Vales, con la estrategia mediática y operativa del PRI”, entre otras acciones para adulterar la voluntad popular.

Pero esto se replica, con diferentes intensidades, en los otros 14 estados donde están en curso procesos electorales. Hay entidades donde la contienda es entre “mapaches” y “tejones”, cuyos ganadores serán los que neutralicen las ilegalidades de sus contrapartes.

¿Quién puede frenar las acciones ilegales de los gobernadores y, en general, de cualquier autoridad a favor de un partido político? Más aún, ¿qué autoridades podrán inhibir las conductas de los criminales en las elecciones?

El asesinato del candidato del PAN en Valle Hermoso, Tamaulipas, Mario Guajardo, las amenazas a otros contendientes en ese y otros estados, pero sobre todo la postulación de criminales a cargos de elección y la violencia que no cesa, pese a las proclamas gubernamentales, demuestran que el Estado ya no es funcional para neutralizar estas conductas auspiciadas por la impunidad.

Por eso, justamente, Fernández de Cevallos está desaparecido desde la noche del viernes 14 y por eso este acontecimiento da en la línea de flotación del gobierno de Calderón, con independencia de quienes sean los autores del crimen.

Las propias líneas de investigación de las autoridades demuestran que el móvil puede ser político, pasional, de dinero y de narcotráfico, con el que también hizo negocios. En todos esos ámbitos, a los largo de un cuarto de siglo, Fernández de Cevallos sembró muchos odios.

Llama la atención que Calderón, que ha mostrado un semblante desencajado desde que supo de la desaparición, y le envíe a Fernández de Cevallos un mensaje para decirle que sus hijos muestran “una enorme entereza y una gran valentía”.

Es un lenguaje funerario...

Comentario: delgado@proceso.com.mx

jueves, julio 23, 2009

Panista al vapor


Alonso Lujambio Irazábal, secretario de Educación Pública, siguió el ejemplo de Santiago Creel y Juan Molinar Horcasitas, también exconsejeros del Instituto Federal Electoral (IFE): se afilió al Partido Acción Nacional (PAN) para hacer carrera política.Dos meses después de que, en abril de este año, renunció como comisionado del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública (IFAI) y se incorporó a la SEP, Lujambio solicitó su afiliación como militante del PAN.El 25 de junio de 2009 –10 días antes de las elecciones en las que el PAN sufrió la peor derrota de su historia–, Alonso José Ricardo Lujambio Irazábal quedó registrado con estatus de adherente, en la delegación Miguel Hidalgo del Distrito Federal, con la clave LUIA620902HDFJRL00.Uno de los avales para su afiliación fue su jefe, Felipe Calderón, vecino de la delegación política donde se ubica la residencia presidencial de Los Pinos.Y tres semanas después de poseer su credencial de panista, el jueves 16 de julio, hizo la primera defensa pública del PAN, el partido en el que militaron su padre, Sergio Lujambio Rafols, quien fue diputado federal, y su tío Alfredo, quien renunció a ese partido en protesta por el fraude que en su contra cometió, en San Luis Potosí, Alejandro Zapata Perogordo.Eso ocurrió durante la presentación del libro Diálogo entre generaciones, una compilación de testimonios sobre ese partido coordinada por Luis H. Álvarez y César Nava, quien, por cierto, fue artífice del nombramiento de Lujambio como presidente del IFAI el 5 de septiembre de 2006, cuando Felipe Calderón aún tenía carácter de candidato.En respuesta al señalamiento de Jorge Alcocer en el sentido de que el PAN debe salir del confesionario, Lujambio dijo, en su turno, tener “una ganas locas de polemizar con Jorge”, y en seguida soltó: “Jorge: El PAN no tiene que salir del confesionario, porque no está en el confesionario”. La expresión de Lujambio arrancó aplausos de los asistentes a la presentación del libro en la Casa Lamm, la mayoría panistas de mediano nivel, deseosos de ser vistos y saludados por Nava, investido ya como el candidato oficial para presidir el PAN.Lujambio reconoció que “la historia del PAN sí está marcada por la experiencia religiosa más crítica y, yo diría, sangrienta de la historia de México, que es la guerra cristera”, pero agregó que en su fundación no recibió el apoyo de Acción Católica, por ejemplo.En su exposición sobre el libro, Lujambio, quien fue asesor de Calderón cuando éste fue aspirante presidencial, dejó ver así su integración formal al PAN: “¡A mí también me reclutó la cuna!”.Inclusive, al terminar la presentación, se pronunció por un debate constructivo para procesar la derrota de su partido: “Y digo constructivo porque algunos quisieran dinamitar la posibilidad del diálogo civilizado y constructivo. Es un momento para los constructivos, para los positivos, para los que creen en el futuro del partido”.Según él, la crisis económica propició el desplome del PAN. “Ese fue el elemento más importante que incidió en el proceso”, puntualizó, y rechazó que Calderón busque imponer al sucesor de Germán Martínez en la presidencia del PAN:“Yo creo que esa interpretación ofende al Consejo Nacional. El Consejo Nacional es quien va a definir. Pensar que el Consejo Nacional está manipulado por un actor político me parece una simplificación casi ad náuseam de la realidad política.”–Está acreditado que 70% son empleados federales, y los procedimientos fraudulentos para su integración también están documentados –se le atajó.–Va a ver usted un debate plural. El hecho de que nosotros seamos funcionarios federales no nos hace –y mucho menos a un panista– un perrito con mecate. “De ninguna manera es aceptable que porque se es funcionario federal se va a votar en uno u otro sentido. Va a haber una discusión, va a haber diversos candidatos, va a ser un debate plural y va a ser muy positivo para el PAN.”
–¿Va a apoyar a Nava?
–Insisto en que es un momento para construir y para generar un ambiente de unidad dentro del partido. Que sea, sí, muy crítico de lo que sucede, pero también muy cuidadoso de la unidad del partido.Un diputado panista que vio placearse a Lujambio entre la concurrencia de la Casa Lamm lo comparó con el priista Enrique Peña Nieto, gobernador del Estado de México, por su físico y su ambición presidencial: “Es nuestro peñanietito”.