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martes, junio 28, 2011

México, principal punto de embarque de la cocaína que llega a Australia



MÉXICO, D.F. (apro).- De acuerdo con un informe difundido por la Comisión Australiana del Crimen (ACC, siglas en inglés), México es el principal punto de embarque de la cocaína que llega a Australia, mientras que Colombia sigue siendo la principal fuente productora.
Según el reporte, tras un operativo realizado en Melbourne, en junio de 2010, se hallaron aproximadamente 240 kilogramos de cocaína en un barco proveniente de México, que representó 62% de la droga decomisada durante el año fiscal pasado en Australia
La ACC detalló que entre el 1 de julio de 2009 y el 30 de junio de 2010, la Policía australiana decomisó 7.8 toneladas de drogas, una de las cifras más altas de los últimos diez años.
“La cifra representa un descenso de 41% respecto a 2008-2009. Sin embargo, las 63 mil 670 incautaciones de drogas ilícitas a nivel nacional en 2008-2009 suponen la segunda cifra más alta en una década”, indicó el director ejecutivo del ACC, John Lawler.
Y añadió que la mariguana, la droga más popular en Australia, representó 75% de las incautaciones y del peso total de lo que se decomisó, en cambio hubo un descenso de la cocaína decomisada en operativos policiales, que pasó de 591.9 a 394.8 kilogramos, y la incautada en las fronteras, que se redujo de 506 a 386.8 kilogramos.
En cuestión de laboratorios clandestinos, se desmanteló la cifra récord de 694, es decir 50% más que el periodo anterior, y se detuvo a 85 mil 252 personas, el número más alto en una década.
Por tráfico de cocaína, el número de detenidos en Australia aumentó de mil 244 en el año fiscal pasado, a casi el doble a principios de la década, de acuerdo con el informe presentado este martes.

lunes, mayo 30, 2011

La insostenible posición del imperio

Nadie puede asegurar que en su agonía el imperio no arrastre al ser humano a la catástrofe.

Como se sabe, mientras exista la vida de nuestra especie, toda persona tiene el deber sagrado de ser optimista. Éticamente no sería admisible otra conducta. Recuerdo bien que un día, hace casi 20 años, dije que una especie estaba en peligro de extinción: el hombre.

Fidel Castro


Ante un selecto grupo de gobernantes burgueses aduladores del imperio, entre ellos el de inmensa mole bien alimentada, el alemán Helmut Kohl, y otros por el estilo que hacían coro a Bush padre –menos tenebroso y enajenado que su propio hijo W Bush–, no podía dejar de expresar aquella verdad que veía muy real, aunque todavía más lejana que hoy, con la mayor sinceridad posible.

Al encender el televisor aproximadamente a las 12:15 horas (del 19 de mayo de 2011), porque alguien me dijo que Barack Obama pronunciaba su anunciado discurso sobre política exterior, presté atención a sus palabras.

No sé por qué, a pesar de los montones de despachos y las noticias que escucho diariamente, en ninguno vi que el sujeto hablaría a esa hora. Puedo asegurar a los lectores que no son pocas las tonterías y mentiras que, entre verdades dramáticas y hechos de todo tipo, leo, escucho o veo en imágenes todos los días. Pero este caso era algo especial. ¿Qué iba a decir el tipo a esa hora en este mundo agobiado de crímenes imperiales, masacres o aviones sin piloto lanzando mortíferas bombas, que ni siquiera Obama, ahora dueño de algunas decisiones de vida o muerte, imaginaba cuando era estudiante de Harvard hace sólo unas decenas de años?

Nadie suponga, desde luego, que Obama es dueño de la situación; sólo maneja algunas palabras importantes que el viejo sistema en su origen otorgó al “presidente constitucional” de Estados Unidos. A estas alturas, después de 234 años de la Declaración de Independencia, el Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia conservan los instrumentos fundamentales del poder imperial creado: la tecnología capaz de destruir al género humano en cuestión de minutos, y los medios para penetrar esas sociedades, engañarlas y manipularlas impúdicamente el tiempo en que necesiten hacerlo, pensando que el poder del imperio no tiene límites. Confían en manejar a un mundo dócil, sin perturbación alguna, todo el tiempo futuro.

Es la idea absurda en que basan el mundo del mañana, bajo “el reino de la libertad, la justicia, la igualdad de oportunidades y los derechos humanos”, incapaces de ver lo que en realidad ocurre con la pobreza, la falta de servicios elementales de educación, salud, empleo y algo peor: la satisfacción de necesidades vitales como alimentos, agua potable, techo y otras muchas.

Curiosamente, alguien puede preguntarse ¿qué ocurrirá con los 10 mil muertos por año que ocasiona la violencia derivada de las drogas, fundamentalmente en México, a lo que se pueden añadir los países de Centroamérica y varios de los más poblados del Sur del continente?

No albergo intención alguna de ofender a esos pueblos; el propósito es sólo señalar lo que ocurre a los demás casi diariamente.

Una pregunta sí hay que hacerla casi de inmediato: ¿qué pasará en España donde las masas protestan en las ciudades principales del país porque hasta el 40 por ciento de los jóvenes está desempleado, para citar sólo una de las causas de las manifestaciones de ese combativo pueblo? ¿Es que acaso van a iniciarse los bombardeos a ese país de la Organización del Tratado del Atlántico Norte?

Sin embargo, a las 16:12 horas no ha sido publicada la bendita versión oficial en español del discurso de Obama.

Espero me excusen por esta improvisada Reflexión. Tengo otras cosas de las cuales ocuparme.

Fuente Contralínea 235 / 29 de mayo de 2011

Gasto por 255 mil MDP en “seguridad nacional”

El negocio de la “guerra” contra las drogas

La “guerra” contra las drogas se ha convertido en un lucrativo negocio. Detrás de los asesinatos de más de 40 mil civiles mexicanos, hay una floreciente industria armamentista. Tan sólo, en lo que va de este gobierno, la Secretaría de la Defensa Nacional ha destinado 4 mil millones de pesos a la compra de armamento para, supuestamente, “mejorar” su capacidad de fuego ante los criminales.

De manera conjunta, el presupuesto que la Presidencia de la República y las secretarías de la Defensa, Marina y Gobernación han ejercido para “garantizar” la “seguridad nacional” supera los 250 mil millones de pesos.

Sin embargo, ni el multimillonario gasto de la hacienda pública ni las miles de bajas humanas que ha implicado esta “guerra” han mermado siquiera el negocio de las drogas. A nivel mundial, las ganancias se estiman en unos 400 mil millones de dólares anuales.

Los tres grandes mercados de estupefacientes –cocaína, heroína y metanfetaminas– están prácticamente dominados por los cárteles mexicanos que, a pesar de la supuesta “lucha” en su contra, han reemplazado a los delincuentes colombianos.

Además, la silenciosa penetración del dinero sucio en todos los mercados sólo ha podido realizarse por las alianzas entre las mafias internacionales que poco o nada se combaten, como sucede también con el lavado de dinero en los circuitos financieros.

Con esta entrega, Contralínea inicia la publicación de una serie de cuatro reportajes acerca de los negocios que oculta la “guerra” antinarcóticos impuesta por Estados Unidos, el mismo país que organizó la operación Rápido y Furioso para traficar armas de manera ilegal a México.

El gobierno de Calderón habrá gastado 255 mil millones de pesos en seguridad nacional al término de 2011, revelan tres estudios de la Cámara de Diputados. De ésos, la Sedena y la Marina habrán destinado 174 mil millones exclusivamente a las acciones represivas “en campo”. Delincuencia organizada, narcotráfico, guerrilla, terrorismo y vulnerabilidad de las fronteras, las amenazas que la administración federal intenta “anular”. El monto, el más grande que se haya destinado a este rubro desde la Revolución Mexicana, alcanza ya casi medio punto porcentual del PIB y significa el 250 por ciento del presupuesto total federal para todas las universidades e instituciones de educación superior públicas en un ejercicio fiscal.

Nancy Flores / Primera parte

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En cinco años de “guerra” contra las drogas, el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa habrá gastado 255 mil 108 millones 280 mil pesos en acciones supuestamente destinadas a “garantizar” la seguridad y la soberanía nacionales. El monto significa el 247 por ciento del presupuesto total 2011 para la educación superior, de 103 mil 267 millones; o, el 533.91 por ciento del total de recursos federales destinados a promover la ciencia y la tecnología: 47 mil 781 millones.

Para la administración federal, la prioridad en este tema es “anular” cinco amenazas: la delincuencia organizada, el narcotráfico, la guerrilla, el terrorismo y la vulnerabilidad de las fronteras, indica el Programa para la seguridad nacional (2009-2012). El promedio de gasto anual durante el gobierno de Felipe Calderón oscila entre el 0.40 y el 0.43 por ciento del producto interno bruto.

No obstante, las ciudades fronterizas de México en el Norte y el Sur son tierra de nadie mientras que, a lo largo del país, los delincuentes imponen su ley y sus impuestos. Aunque miles de ciudadanos exigen el fin de la violencia, la tendencia económica de la “guerra” contra el narcotráfico revela que el multimillonario financiamiento a la represión institucional va en ascenso.

Y es que, desde su inicio, el gobierno panista privilegia las acciones de violencia respecto de las labores de inteligencia y estrategia, revelan tres estudios elaborados por el Centro de Documentación, Información y Análisis de la Cámara de Diputados.

De los más de 255 mil millones de pesos presupuestados para la seguridad nacional entre 2007 y 2011, las tácticas de guerra habrán consumido 174 mil 756 millones 800 mil pesos, mientras que la inteligencia apenas rebasará los 20 mil millones de pesos, se desprende de los análisis El presupuesto público federal para la función soberanía nacional, 2007-2009; El presupuesto público federal para la función seguridad nacional, 2009-2010; y El presupuesto público federal para la función soberanía nacional, 2010-2011.

Samuel González Ruiz, experto en temas de seguridad y narcotráfico, y académico en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), indica que “el problema de la delincuencia organizada no es la enfermedad, es el síntoma de un padecimiento más grave que se llama debilidad del Estado. Esta debilidad no sólo se ve en la delincuencia organizada, sino en varios factores, como en la lucha de los grupos por el poder de las telecomunicaciones, en la falta de control de la actividad de corrupción, en que las campañas políticas no están controlando los flujos de capital y en que [los partidos] hacen lo que quieren”.

Sedena, el mayor gasto

http://archivo.contralinea.info/2011/mayo/235/fotos/255mil/operativos.jpgLa participación de las Fuerzas Armadas en la defensa de la seguridad y soberanía nacionales consiste en garantizar la integridad del territorio mexicano, del mar patrimonial y de las instalaciones estratégicas del país, aseguran los informes de la Cámara de Diputados.

También revelan que la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) es la institución que más recursos destinará al combate frontal en campo. En los cinco años del actual gobierno, la dependencia que encabeza el general Guillermo Galván Galván sufragará 128 mil 468 millones 400 mil pesos para operaciones directas contra las amenazas a la seguridad y soberanía de México.

Entre 2007 y 2011, la “defensa de la integridad, la independencia y la soberanía del territorio nacional” sumarán erogaciones por 112 mil 858 millones 610 mil pesos; al tiempo, las “acciones de vigilancia en el territorio nacional” de los militares implicarán gastos por 15 mil 609 millones 790 mil.

De acuerdo con los informes de la Cámara de Diputados, el presupuesto asignado para salvaguardar la seguridad nacional sirve para combatir el tráfico ilícito de drogas y la delincuencia organizada por mar, aire y tierra (terrorismo, contrabando, piratería, tráfico ilegal de personas, armas, estupefacientes y sicotrópicos).

Además, para apoyar al Sistema Nacional de Seguridad Pública, en colaboración y coordinación con la Armada de México, la Procuraduría General de la República y la Secretaría de Seguridad Pública; proporcionar seguridad a las instalaciones vitales del país mediante la cobertura aérea, terrestre y anfibia del territorio nacional; preservar la seguridad nacional del Estado, para que todos los mexicanos vean realmente protegida su integridad física, de su familia y su patrimonio en un marco de convivencia social armónica; proporcionar ayuda a la población damnificada durante cualquier tipo de desastre, auxiliando a la población, salvaguardando la vida y los bienes de las personas o en la reconstrucción de las áreas afectadas por estos acontecimientos; y reforestar el país.

Los gastos de la Marina

http://archivo.contralinea.info/2011/mayo/235/fotos/255mil/infos/porcentajes-ejercidos.jpgLos análisis parlamentarios destacan que, además de las operaciones directas, el sistema de seguridad nacional realiza labores de inteligencia, de diálogo y negociación para la resolución de conflictos e impulsa medidas de carácter preventivo para atender a la población ante desastres naturales.

Sin embargo, el mayor gasto se concentra en las acciones de “guerra”. “Emplear el poder naval de la federación para salvaguardar la soberanía y seguridad nacionales” es el rubro con el que la Secretaría de Marina Armada de México justifica los gastos de sus tácticas represivas, y el que, entre 2007 y 2011, implicará erogaciones por 46 mil 288 millones 400 mil pesos.

Los multimillonarios presupuestos que mantienen a la Sedena y la Marina en las calles contrastan con la violencia que asola al país. El Estado mexicano pierde a diario el control territorial, con evidencias recientes como las exhumaciones de más de 300 cadáveres en narcofosas ubicadas en Tamaulipas y Durango, en abril y mayo de este año.

El maestro en ciencias penales Delio Dante López Medrano, académico de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la UNAM, explica que “cuando hablamos de drogas no estamos hablando más que de un simple problema de salud, a lo sumo, porque incluso ahí tendríamos que ver el ámbito de decisión personal. Pero cuando nos dicen que es un problema de seguridad nacional y se actúa en consecuencia, como si fuera algo real, tenemos consecuencias terribles para 40 mil vidas y sus familiares”.

En efecto, desde que se inició la “guerra” contra las drogas, más de 40 mil personas han sido asesinadas en México. Hasta ahora, las autoridades federales no han esclarecido el número de civiles inocentes abatidos no sólo en fuego cruzado, sino en retenes militares.

Ese saldo mortal no ha implicado el cese del negocio de las drogas. El Departamento de Estado de Estados Unidos acusa, en su International narcotics control strategy report 2011, que México es, a la vez, un importante país de tránsito y de origen de drogas ilícitas.

“Aproximadamente el 95 por ciento del flujo estimado de cocaína que llega a Estados Unidos transita desde América del Sur por el corredor Centroamérica-México. Este último también es un importante proveedor de heroína, mariguana y metanfetaminas para el mercado estadunidense. La mayoría de cultivos de drogas se produce en las zonas rurales del Oeste de México, donde la detección y la erradicación de cultivos ilícitos son difíciles y la presencia policial es mínima.”

El patrullaje de los militares y marinos, cuyo costo se paga en miles de millones de pesos y que no alcanza para erradicar las drogas, tampoco ha debilitado las estructuras de los cárteles ni su capacidad de fuego. En su reporte Mexican drug war 2011, el centro de inteligencia estadunidense Stratfor asegura que los criminales mexicanos mantienen sus luchas por el control de los lucrativos puertos de entrada a lo largo de la frontera Norte de México y por las rutas estratégicas en el interior del país: Ciudad Victoria, San Luis Potosí, ciudad de México, Monterrey, Guadalajara, Durango, Torreón, Saltillo y Chihuahua.

“Algunas de estas zonas son importantes porque sus rutas se extienden a lo largo de las costas. Otras tienen un valor estratégico por las carreteras que las atraviesan, sobre todo aquéllas que conectan con la costa del Pacífico y los puertos de entrada en la frontera de Texas.”

Inteligencia, gasto menor

http://archivo.contralinea.info/2011/mayo/235/fotos/255mil/inteligencia.jpgEn México, cuatro dependencias federales son las encargadas de “garantizar” la seguridad nacional: la Presidencia de la República, la Secretaría de Gobernación, la Sedena y la Marina.

De acuerdo con los análisis de la Cámara de Diputados –elaborados por el investigador parlamentario Reyes Tépach–, de los más de 250 mil millones que se han presupuestado en este rubro para los ejercicios de 2007 a 2011, el 68.73 por ciento lo habrá ejercido la Defensa Nacional (175 mil 321 millones 510 mil pesos).

En segundo lugar está la Marina, cuyo gasto representa el 26 por ciento (66 mil 313 millones 250 mil). Luego, con el 4.3 por ciento, se ubica el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), organismo desconcentrado de la Secretaría de Gobernación (10 mil 795 millones 180 mil); y la Presidencia, con el 0.55 por ciento (1 mil 407 millones 220 mil pesos).

El doctor en derecho Daniel Márquez, investigador en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, dice que “hay que repensar este problema de la guerra contra el narcotráfico en todas sus dimensiones, porque Los Zetas se han convertido en el cajón de sastre para todo: hoy en día es muy fácil decir que Los Zetas asesinaron, mataron, hicieron… El narcotráfico se convirtió en una especie de escusa-justificación. Pero, ¿hasta dónde, detrás de esta guerra, se pueden ocultar fenómenos como, por ejemplo, escuadrones de la muerte, lucha social, guerrilla, terrorismo y fenómenos vinculados directamente con la propia delincuencia organizada?”.

El jurista agrega que “para nadie es ignorado que algunas personas en los gobiernos tienden a manejar dentro de los sótanos, dentro de las cañerías, aparatos de represión no institucionalizados que sirven para generar miedo en la población y para eliminar adversarios políticos incómodos para el sistema: personajes que, por sus características, quizás es más simple eliminarlos que someterlos a la exposición de un juicio”. Apunta también que, en el mundo, esta función se ha identificado en bastantes ocasiones con los servicios de inteligencia, tanto internos como externos.

En materia de labores de inteligencia, la Sedena es la institución que más recursos ejercerá: de 2008 a 2011, el gasto de la Jefatura del Estado Mayor de la Defensa, a cargo del área de inteligencia y contrainteligencia militar, habrá erogado 9 mil 532 millones 550 mil pesos.

Le sigue el Cisen, que en ese mismo periodo habrá gastado 8 mil 49 millones 430 mil pesos. En tercer sitio está la Marina, institución que destinará al “desarrollo y dirección de la política y estrategia naval” un total de 2 mil 804 millones 530 mil. La Presidencia, por su parte, no ejercerá en todo el periodo ni un peso para esas labores.

El narcotráfico se debe atender de manera integral, señala el doctor José María Ramos, investigador en El Colegio de la Frontera Norte. Refiere que los gobiernos que han tenido éxito en sus estrategias antinarcóticos, como España, no han “confundido” el problema como asunto de seguridad nacional, sino que lo han enfrentado en el ámbito de la seguridad ciudadana, sobre todo con labores de inteligencia.

Aunque el investigador considera que esta administración tiene voluntad política para solucionar el problema del crimen organizado y la delincuencia, indica que las estrategias que ha seguido no cuentan con elementos para asegurar su efectividad. Ramos observa que, en primer lugar, ha faltado transparencia y fiscalización, elementos esenciales para corregir lo que está mal.

Añade que no hay ninguna experiencia internacional exitosa que se haya centrado exclusivamente en la parte reactiva policial-militar, como la que impulsa el gobierno federal: “El Ejército no puede solo; requiere preparación en aspectos legales, garantías individuales, investigación”.

También observa que se requiere “una efectiva gestión y coordinación intergubernamental en los tres niveles de gobierno, pero sobre todo en la parte federal: no ha habido una coordinación entre las tareas de investigación, de inteligencia del Cisen, la Policía Federal, el mismo Ejército, la Marina. Cada policía tiene su propia inteligencia y no hay una coordinación, no hay un hilo dorado que permita un combate integral a los diferentes grupos del crimen organizado”.

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Por cada militar en las calles, una sentencia firme cada tres años

En la “guerra” de Felipe Calderón contra el narcotráfico –que ha costado más de 40 mil vidas–, para obtener una sentencia firme por delincuencia organizada se necesita un militar cada tres años, señala el maestro en ciencias penales Delio Dante López Medrano.

Y es que, mientras datos del Consejo de la Judicatura federal indican que, de enero de 2007 a febrero de 2010, únicamente se han dictado 735 sentencias de última instancia por delincuencia organizada y 43 mil 849 por delitos contra la salud en todas sus modalidades, información de la Secretaría de la Defensa Nacional detalla que son 70 mil efectivos del Ejército los que diariamente “patrullan” las calles.

Una sentencia condenatoria es un criterio de efectividad: si se detiene a una persona y al final se obtiene la sentencia condenatoria, el procedimiento ha sido exitoso desde el punto de vista de la autoridad, explica López Medrano.

Agrega que, si se considera que la mayoría de las detenciones vinculadas a delitos federales como crimen organizado y narcotráfico las realizan militares, “resulta que necesitamos un soldado, un militar, para obtener una sentencia condenatoria cada tres años. Esto, notablemente, nos habla de ineficacia o inoperancia, cuando menos”.

El cálculo –explica el académico en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la Universidad Nacional Autónoma de México– se obtiene de las tres variables: el número de militares en las labores de la “guerra” contra las drogas, el número de detenidos (que, a decir de las autoridades, supera los 121 mil) y el de sentenciados.

“Si relacionamos esas tres variables, nos da la aproximación, cerrando números, de que la actividad de un militar se va a traducir en una sentencia condenatoria cada tres años exactamente.”

López Medrano agrega: “Este dato nos habla de una absoluta ineficacia. Ahora, ¿a qué se debe esta ineficacia? Uno de los factores, desde el punto de vista técnico, es que los militares no están capacitados para recabar pruebas: al final de cuentas, lo que un juez va a analizar son pruebas. ¿Y por qué no están capacitados? Porque las pruebas que están atendiendo son básicamente dos: la confesión y los llamados testigos anónimos o testigos protegidos. Los testigos anónimos no son otra cosa que quienes dicen que parece que alguien traficó o que está metidísimo en las drogas. Ésa es una prueba muy endeble, y es prácticamente seguro que, al final del procedimiento, ésa no va a ser efectiva. Por eso hay índices tan bajos de éxito en cuanto a las sentencias condenatorias”.

Respecto de la confesión, el investigador dice que es común que los militares la obtengan con torturas. “Esto es muy obvio cuando nos presentan a los detenidos. Por lo tanto, van a ser pruebas que al final no van a ser eficaces”. Refiere que sólo dos de cada 100 serán condenados.

Por ello, detalla, “una persona que se va a dedicar al narcotráfico tiene más probabilidades de éxito que si usted y yo compramos un boleto para ganarnos la lotería. Las probabilidades de que él sea condenado son bajísimas. La criminología actuarial nos explica que las personas, en todos los ámbitos, realizan una operación de costo-beneficio. Aquí, haciendo el símil, la operación sería: si ingreso a las filas del narcotráfico, voy a tener un beneficio bastante alto, y mi costo, es decir las probabilidades de que me detengan, son muy bajas; por tanto, el costo-beneficio determina a las personas a ingresar en este tipo de actividades”.

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Fuente Contralínea 235 / 29 de mayo de 2011

domingo, mayo 01, 2011

El gobierno secreto que dirige Estados Unidos

En el libro La route vers le nouveau désordre mondial, el profesor Peter Dale Scott recorre la historia del “Estado profundo” en Estados Unidos: la estructura secreta que dirige la política exterior y la política de defensa de ese país, más allá de las apariencias democráticas. En entrevista, el autor retoma la discusión sobre el grupo que organizó los atentados del 11 de septiembre de 2001 y que se financia a través del tráfico mundial de droga

Maxime Chaix / Anthony Spaggiari / Red Voltaire

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Un libro documenta la estructura secreta que dirige la política exterior y la política de defensa de Estados Unidos. El profesor Peter Dale Scott, su autor, recorre la historia del “Estado profundo” de ese país, cuya apariencia democrática es apenas una fachada. Este estudio ofrece la ocasión de poner bajo los reflectores al grupo que organizó los atentados del 11 de septiembre y que se financia a través del tráfico mundial de droga. Se trata de un libro de referencia cuya lectura aconsejan ya las academias militares y diplomáticas.

Red Voltaire (RV): Profesor Scott, ¿pudiera usted proporcionar una definición de “la política profunda” y explicar la diferencia entre lo que usted llama el “Estado profundo” y el “Estado público”?

Peter Dale Scott (PDS): La expresión “Estado profundo” viene de Turquía. Hubo que inventarla en 1996, después del accidente de un auto Mercedes que rodaba a toda velocidad y cuyos pasajeros eran un miembro del parlamento, una reina de belleza, un importante capitán de la policía local y el principal traficante de droga de Turquía, quien dirigía además una organización paramilitar –los Lobos Grises– que asesinaba gente. Se hizo entonces evidente que existía en Turquía una relación secreta entre la policía –que oficialmente estaba buscando al hombre que se encontraba en aquel auto con un jefe de la policía– y aquellos individuos que cometían crímenes en nombre del Estado.

El Estado para el que se cometen crímenes no es un Estado que puede mostrar su propia mano al público. Es un Estado escondido, una estructura secreta.

http://archivo.contralinea.info/2011/abril/230/fotos/gobierno-eu/libro.jpgEn Turquía lo llamaron el “Estado profundo”, y yo mismo venía hablando desde hace tiempo de la “política profunda”, así que utilicé esa expresión en mi libro La route vers le nouveau désordre mondial [El camino hacia el nuevo desorden mundial].

Definí la política profunda como el conjunto de prácticas y de disposiciones políticas, intencionales o no, habitualmente criticadas o no mencionadas en el discurso público, además de no reconocidas. Es decir que la expresión “Estado profundo” no es cosa mía. Se refiere a un gobierno paralelo secreto, organizado por los aparatos militares y de inteligencia, financiado por la droga, que se implica en acciones de violencia de carácter ilícito para proteger el estatus y los intereses del ejército de las amenazas que representan los intelectuales, los religiosos y, en ocasiones, el gobierno constitucional.

En La route vers le nouveau désordre mondial, adapto un poco esa expresión para referirme a la más amplia conexión que existe, en Estados Unidos, entre el Estado público constitucionalmente establecido y las fuerzas profundas que se mueven en segundo plano de ese Estado: las fuerzas de la riqueza, del poder y de la violencia que están fuera del gobierno.

Esa conexión podríamos llamarla la “puerta trasera” del Estado público, [puerta] que sirve de acceso a fuerzas oscuras situadas fuera del marco legal.

La analogía con Turquía no es perfecta, ya que lo que actualmente hemos observado en Estados Unidos no es tanto una estructura paralela, sino una amplia zona o ambiente de contactos entre el Estado público y fuerzas oscuras invisibles. Pero esa conexión es considerable, y se necesita una apelación como “Estado profundo” para describirla.

RV: Usted escribió La route vers le nouveau désordre mondial en momentos en que el régimen de Bush se hallaba en el poder y después lo reactualizó con vistas a la traducción al francés. ¿Piensa usted que el Estado profundo se ha debilitado, lo cual favorecería al Estado público, como resultado de la elección de Barack Obama? ¿O, por el contrario, se ha reforzado con la crisis y con la actual administración?

PDS: Después de dos años del gobierno de Obama, la influencia del Estado profundo, o más exactamente de lo que yo llamo en mi último libro La máquina de guerra estadunidense, ha seguido existiendo, como lo ha hecho bajo cada presidente de Estados Unidos desde la época de Kennedy.

Un importante síntoma de ello es la manera en que Obama, a pesar de su retórica de campaña, ha seguido ampliando el campo de aplicación del secreto dentro del gobierno de Estados Unidos y cómo ha seguido castigando a quienes lanzan llamados de alerta: su campaña contra Wikileaks y contra Julian Assange –quien no ha sido inculpado aún por el menor crimen– no tiene precedentes en la historia de Estados Unidos. Sospecho que el miedo a la publicidad que se percibe en Washington viene de que existe la conciencia de que las políticas de guerra de Estados Unidos están cada vez más desvinculadas de la realidad.

En Afganistán, Obama parece haber capitulado ante los esfuerzos del general Petraeus y de otros generales que querían garantizar que las tropas estadunidenses no comenzaran a retirarse de las zonas de combates en 2011, como había adelantado Obama cuando autorizó un aumento del número de soldados en 2009. El último libro de Bob Woodward, Las guerras de Obama, reporta que durante aquel largo combate que se produjo dentro de la administración para determinar si había que decidir una escalada militar en Afganistán, Leon Panetta, el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), le aconsejó a Obama que “ningún presidente democrático puede ir en contra de los consejos del ejército… Así que hágalo. Haga lo que ellos le dicen”. Obama dijo recientemente a soldados estadunidenses en Afganistán: “Ustedes cumplen sus objetivos, ustedes tendrán éxito en su misión”. Este eco de testimonios anteriores –tontamente optimistas– de Petraeus muestra por qué no se hizo en la Casa Blanca una evaluación realista del desarrollo de la guerra en diciembre de 2010, a pesar del mandato recibido inicialmente.

Al igual que Lyndon Johnson antes que él, el presidente está atrapado ahora en un cenagal que no se atreve a perder, y que amenaza con extenderse a Pakistán, así como a Yemen, si no más lejos aún. Sospecho que las fuerzas profundas que dominan los dos partidos políticos son ahora tan poderosas, tan coincidentes y, sobre todo, están tan interesadas en las ganancias que la guerra genera, que un presidente está más lejos que nunca de oponerse a ese poder, ni siquiera ahora cuando se hace cada vez más evidente que la era de dominación mundial de Estados Unidos –al igual que sucedió en su tiempo con la de Gran Bretaña– está a punto de terminar.

En ese contexto, Obama –sin debate ni revisión– ha prolongado el estado de urgencia interna proclamado después del 11 de septiembre, con las drásticas limitaciones de los derechos civiles que ello implica. Por ejemplo, en septiembre de 2010, la Agencia Federal de Investigación tomó por asalto las oficinas de pacíficos defensores de los derechos humanos en Minneapolis y en Chicago: se basó en una decisión reciente de la Corte Suprema, según la cual, la libertad de expresión y el activismo no violentos reconocidos en la Primera Enmienda se convierten en crímenes si están “coordinados con” o “bajo la dirección” de un grupo extranjero designado como “terrorista”. En nueve años, el Congreso no se ha reunido ni una sola vez para discutir el estado de urgencia decretado por George W Bush después del 11 de septiembre, que, por lo tanto, permanece en vigor hoy en día.

http://archivo.contralinea.info/2011/abril/230/fotos/gobierno-eu/obama.jpgEn 2009, el excongresista Dan Hamburg y yo lanzamos una exhortación pública al presidente Obama para que pusiera fin al estado de urgencia y llamamos al Congreso a que realizara las audiencias que su responsabilidad requiere. Pero el 10 de septiembre de 2009, Obama, sin la menor discusión, prolongó nuevamente el estado de urgencia del 11 de septiembre y lo hizo de nuevo al año siguiente. Mientras tanto, el Congreso ha seguido ignorando las obligaciones que le impone su propio estatuto.

Un congresista explicó a uno de sus electores que lo previsto en la National Emergencies Act se ha hecho inoperante por causa de la Continuidad del Gobierno (Cog, por su acrónimo en inglés), un programa ultrasecreto destinado a organizar la dirección del Estado en caso de situación de urgencia nacional. El programa de la Cog fue parcialmente aplicado el 11 de septiembre por Dick Cheney, uno de los principales arquitectos de ese programa, desarrollado dentro de un comité que opera fuera del gobierno regular desde 1981. De ser cierto que las disposiciones de la National Emergencies Act se han hecho inoperantes por causa de la Cog, indicaría que el sistema constitucional de contrapoderes ya no se aplica en Estados Unidos, y que los decretos secretos predominan ahora sobre la legislación pública.

RV: En ese contexto, ¿por qué el Congreso de Estados Unidos no desempeña su papel en la limitación de los poderes secretos que se instauró después del Watergate? ¿Qué consecuencias tuvieron entonces la expulsión de Nixon y el fortalecimiento de la supervisión del Congreso sobre las operaciones secretas de los servicios de inteligencia estadunidenses?

PDS: La estrategia de Nixon para Vietnam consistió en tratar de obtener el apoyo del bando opuesto llegando a acuerdos estratégicos tanto con la Unión Soviética como con China. Esto encontró una violenta oposición tanto de los “halcones” como de las “palomas” en el seno de una nación profundamente dividida. Creo que los “halcones” provenientes tanto de la CIA como del Pentágono fueron partícipes de la crisis fabricada del Watergate, que dio lugar a la dimisión forzosa de Nixon.

Después del Watergate, las “palomas” del Congreso –al que se aplicó por entonces el sobrenombre de McGovernite– de 1974 implantaron cierto número de reformas en nombre de políticas más abiertas y públicas, aboliendo un estado de urgencia que se había mantenido desde la época de la guerra de Corea y estableciendo las restricciones jurídicas y legislativas sobre la CIA y sobre otros aspectos del gobierno secreto. Esas reformas tuvieron como respuesta una movilización concertada tendiente a revertirlas y a restablecer el statu quo.

Aquel debate político implicaba la existencia, en el seno de la dirección del país, de un desacuerdo entre los llamados “negociantes” y los “prusianos”, y la cuestión era saber si, después del fiasco de Vietnam, Estados Unidos debía esforzarse por volver a su anterior papel de nación prominentemente comerciante o si debía responder a la derrota de Vietnam con un aumento suplementario de sus fuerzas armadas.

Aquella lucha burocrática e ideológica fue, a la vez, una lucha por el control del Partido Republicano. Aquello terminó provocando la caída de Nixon y el gradual redireccionamiento –durante la presidencia de Ford– de la política exterior de Estados Unidos de coexistencia pacífica con la Unión Soviética hacia planes tendientes a debilitar y, posteriormente, a destruir –bajo la administración de Reagan– lo que este último llamó “el imperio del mal”. Fue así como, en octubre de 1975, la implicación muy probable de Dick Cheney y de Donald Rumsfeld en la revolución palaciega, que los historiadores designan como “Masacre de Halloween”, significó la derrota del republicanismo moderado de Nelson Rockefeller. Aquello significó esencialmente la reorganización del equipo de Ford, preparando así el fin de la distensión.

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Dick Cheney y Donald Rumsfeld, que por entonces dirigían el equipo de la Casa Blanca del presidente Gerald Ford, y controlaban el Departamento de Defensa, desempeñaron un papel decisivo en el triunfo final de los prusianos, al alejar a Henry Kissinger y nombrar como director de la CIA a George H W Bush, quien elaboró desde allí un nuevo estimado, más alarmista, de la amenaza soviética, dando lugar a la correspondiente explosión de los presupuestos de defensa y al sabotaje de la política de distensión. Desde entonces, hemos podido observar en la economía estadunidense una influencia cada vez más importante de lo que Dwight D Eisenhower había llamado, en el histórico discurso de fin de mandato que pronunció el 17 de enero de 1961, el “complejo militar-industrial”.

Hoy en día, estamos sometidos a un nuevo estado de urgencia ampliado, y la supervisión del Congreso sobre las operaciones secretas del Estado profundo de Estados Unidos se ha hecho casi inexistente. Por ejemplo, la supervisión con mandato jurídico del Congreso sobre las operaciones secretas de la CIA se ha evitado con éxito gracias a la creación, en 1981, del Joint Special Operations Command en el Pentágono, al igual que la supervisión sobre las operaciones que dirigió el general Stanley McChrystal antes de su nombramiento como comandante de las tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Afganistán.

RV: En su anterior respuesta, mencionó brevemente el importante papel de George Bush padre en el sabotaje de la política de distensión que había desarrollado Kissinger. Fue, sin embargo, muy breve el periodo de Bush a la cabeza de la CIA. ¿El reemplazo de George H W Bush por el almirante Stanfield Turner, más moderado, a la cabeza de esa Agencia incrementó el control de las operaciones secretas de los diferentes elementos del Estado profundo de Estados Unidos?

PDS: No, en lo absoluto. Sucedió lo contrario, ya que ciertos actores clave de lo que acabo de explicar, ya excluidos de la CIA como consecuencia de la nominación del almirante Turner, se buscaron una nueva “casa” y trabajaron para el Safari Club. Ésta era una organización secreta fuera de todo control que reunía a los directores de los servicios de inteligencia de numerosos países –como Francia, Egipto, Arabia Saudita e Irán. Estimulada esencialmente por el entonces director del espionaje francés, Alexandre de Marenches–. Esta organización tenía como objetivo completar secretamente las acciones de la CIA mediante la realización de otras operaciones anticomunistas en África, Asia Central y Medio Oriente, operaciones que escapaban a todo control del Congreso estadunidense.

Después, en 1978, Zbigniew Brzezinski –que no era miembro del Safari Club– desarrolló una forma de escapar al control del almirante Turner mediante la creación de una unidad especial de la Casa Blanca con Robert Gates, el actual secretario de Defensa, que era por aquel entonces un joven agente operacional de la CIA. Bajo la dirección de Brzezinski, oficiales de la CIA se aliaron a la agencia de inteligencia de Irán –la Organización de Seguridad e Inteligencia Nacional– para enviar agentes islamistas a Afganistán, desestabilizando así aquel país. Esto condujo a la invasión soviética de Afganistán en 1980.

La siguiente década, que se caracterizó por la implicación secreta de la CIA en Afganistán, fue determinante en la transformación de aquel país en un vivero de cultivo de la amapola del opio, del tráfico de heroína y del islamismo yihadista.

Hay muy buenos libros sobre ese tema –uno por Tim Weiner, el otro por John Prados–. Pero, como se dirigieron a oficiales de la CIA que les mostraron sólo algunos documentos que acababan de ser desclasificados, esos autores no hablan de la droga en sus libros.

La conexión de los narcóticos es tan profunda que no se menciona en los documentos de la CIA que se han hecho públicos. Pero la cooperación de la CIA, dirigida por William Casey desde 1981, con el banco de la droga Bank of Credit and Commerce International (BCCI), estimuló la creación en Afganistán de una inmensa narcoeconomía, cuyas consecuencias desestabilizadoras ayudan a explicar por qué hay soldados de la OTAN, afganos y pakistaníes muriendo diariamente en esos lugares.

El BCCI fue un enorme banco de lavado de fondos provenientes de la droga. Corrompía, con sus presupuestos y sus recursos, a políticos de primer plano en el mundo entero… presidentes, primeros ministros… Y una parte de ese dinero sucio –de eso no se habla mucho, pero es la realidad– llegaba a políticos en Estados Unidos, a políticos de los dos partidos; ésa es una de las principales razones que explican por qué nunca logramos que el Congreso abriera una investigación contra el BCCI. Hubo de hecho un informe del Senado que fue publicado, firmado por un republicano, Hank Brown, y por un demócrata, John Kerry. Brown felicitó a Kerry por haber tenido el coraje de escribir aquel informe cuando tantas personas de su partido estaban vinculadas con el BCCI.

http://archivo.contralinea.info/2011/abril/230/fotos/gobierno-eu/hekmatyar.jpgEste banco fue un factor primordial en la creación de conexiones con gente como Gulbuddin Hekmatyar, probablemente el principal traficante de heroína del mundo entero en la década de 1980. Se convirtió [Hekmatyar] en el principal beneficiario de la generosidad de la CIA, que se completó con una suma similar de dinero proveniente de Arabia Saudita. ¡Hay algo terriblemente nefasto en este tipo de situación!

RV: En 1976, Jimmy Carter fue electo con base en un programa de reducción de los gastos militares y de distensión con la Unión Soviética, lo que en realidad no se concretó en los cuatro años de su mandato. ¿Puede usted explicarnos por qué? ¿Será que su consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, desempeñó algún papel en aquella política exterior, sensiblemente más agresiva que lo que se esperaba?

PDS: Los medios de difusión presentaban a Carter como un candidato populista, como un granjero sureño cultivador de maní. Pero la realidad profunda era que Carter había sido preparado para la presidencia por Wall Street, particularmente por la Comisión Trilateral, financiada a su vez por David Rockefeller y dirigida por Zbigniew Brzezinski.

Brzezinski, un polaco furiosamente antisoviético, se convirtió entonces en el consejero de Seguridad Nacional de Carter. Y desde el principio de aquel mandato [Brzezinski], interfirió continuamente al secretario de Estado Cyrus Vance para mantener una política exterior más vigorosamente antisoviética. En ese aspecto, Brzezinski actuó en contra de los objetivos planteados de la Comisión Trilateral, de la que el presidente Carter había sido miembro.

La idea subyacente de la Comisión Trilateral era una imagen más bien atrayente de un mundo multipolar en el que Estados Unidos hubiese desempeñado un papel de mediador entre el Segundo Mundo, es decir el bloque soviético, y el Tercer Mundo, que era lo que en aquel momento se designaba como los países subdesarrollados o menos desarrollados ?yo detesto esa expresión porque viví en Tailandia y, en ciertos aspectos, ¡ellos están mucho más desarrollados que nosotros!

En resumen, al ser electo, Carter nombró como secretario de Estado a un verdadero trilateralista, Cyrus Vance, y tenía como consejero de Seguridad Nacional a Zbigniew Brzezinski, quien estaba decidido a utilizar el Estado profundo para hacerle a la Unión Soviética tanto daño como le fuera posible. Y la mayor parte de lo que se interpretó como los “éxitos” del régimen de Reagan claramente se inició en la época de Brzezinski.

Fue una renuncia total de aquello a lo que se había comprometido la Comisión Trilateral. El pobre Carter fue electo porque había prometido cortes en el presupuesto de Defensa y, antes de su salida [de la Casa Blanca], había metido al Departamento de Defensa en masivos aumentos presupuestarios que, una vez más, fueron asociados a Reagan, aunque en realidad habían comenzado antes.

Por consiguiente, una masiva campaña tendiente a un aumento de los presupuestos de defensa –campaña discretamente realizada por ricos industriales del aparato militar que actuaban a través del Comité sobre el Peligro Presente– llevó a la opinión pública estadunidense a fortalecer el esfuerzo de Brzezinski a favor de una presencia y de una política exterior estadunidenses más militantes, sobre todo en el Océano Índico.

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RV: Después de haber sido un hombre muy influyente con el presidente Gerald Ford, Dick Cheney –junto a su mentor Donald Rumsfeld y junto al vicepresidente George H W Bush– fue, a partir de la presidencia de Reagan, uno de los hombres claves del programa ultrasecreto Cog. ¿Puede usted explicarnos en qué consiste ese programa? ¿Ya se ha aplicado, aunque sea parcialmente?

PDS: Desde el comienzo de la presidencia de Reagan, en 1981, se creó un grupo secreto, fuera del gobierno regular, para trabajar sobre la llamada Continuidad del Gobierno o Cog; dicho de otra manera, en planes de la Cog destinados a organizar la gestión del Estado en caso de urgencia nacional. Ese programa era inicialmente una extensión de planes preexistentes destinados a responder a un ataque nuclear que decapitara la dirección de Estados Unidos. Pero antes del fin del mandato de Reagan, su orden ejecutiva número 12686 de 1988 modificó los términos [de dichos planes] para que cubrieran cualquier tipo de urgencia.

La Cog es otra de las cosas que se asocian a Reagan; pero aquellos planes en realidad comenzaron en la época de Carter, aunque es posible que este último nunca haya estado al corriente de ello. En efecto, Carter creó la FEMA [la Agencia Federal de Manejo de Situaciones de Urgencia], que históricamente siempre fue la estructura de planificación de la Cog.

Lo que resulta bastante chocante es que, aunque los planes de la Cog son extremos, el Congreso no estaba al corriente de ellos en la década de 1980. Sólo un pequeño grupo –en el que se encontraban Oliver North, Dick Cheney y Donald Rumsfeld– estaba encargado de trabajar en esos planes, en virtud de una orden ejecutiva altamente secreta de Reagan emitida en 1981.

La cuestión de la Cog se mencionó públicamente por primera vez en 1987, durante las audiencias sobre el escándalo Irán-Contras, cuando un miembro del Congreso, Jack Brooks, le preguntó a Oliver North: “Coronel North, en el marco de su trabajo en el Consejo de Seguridad Nacional, ¿no le asignaron a usted en un momento dado la planificación de la Continuidad del Gobierno en caso de un desastre de envergadura?”. Agregó el congresista Brooks: “Yo estaba particularmente preocupado, señor presidente, porque leí en varios diarios de Miami y en algunos más que había un plan elaborado, por esta misma agencia, un plan de contingencia en caso de urgencia que suspendería la Constitución de Estados Unidos. Aquello me inquietó mucho y me pregunté si era un aspecto en el cual había trabajado él. Yo creo que así es y quería tener esa confirmación”.

El senador Inouye, director de aquella comisión investigadora del Congreso, le respondió con un poco de nerviosismo: “Con todo respeto, ¿puedo pedirle que no se toque ese tema en este momento? Si queremos abordarlo, estoy seguro que pueden hacerse arreglos para una sesión ejecutiva”. Está claro que las preguntas del congresista Brooks eran sobre la Continuidad del Gobierno. Aquellos arreglos para la realización de una sesión ejecutiva nunca tuvieron lugar.

Cheney y Rumsfeld –dos figuras claves del programa de la Cog– siguieron participando en esos planes y ejercicios, muy onerosos, a lo largo de dos décadas sucesivas, incluso en momentos en que, hacia fines de la década de 1990, los dos eran directores de empresas privadas que nada tenían que ver con el gobierno. Se ha dicho que el nuevo blanco que sustituyó a la Unión Soviética fue el terrorismo, pero algunos periodistas han mencionado que desde principios de la década de 1980 había importantes planes destinados a hacer frente al tipo de manifestaciones que, según la mentalidad de Oliver North y de otros como él, habían llevado a la derrota de Estados Unidos en Vietnam.

Nadie duda que los planes de la Cog se hayan aplicado parcialmente durante el 11 de septiembre de 2001, paralelamente a un estado de urgencia proclamado oficialmente. Este último sigue aún en vigor al cabo de nueve años, a pesar de una ley posterior al Watergate que exige ya sea una aprobación o un cese de una urgencia nacional por parte del Congreso cada seis meses. Los planes de la Cog son un secreto celosamente guardado, pero en la década de 1980 hubo informes que señalan que esos planes implicaban medidas de vigilancia y detenciones sin mandato, así como una militarización permanente del gobierno. En cierta medida, esos cambios claramente se aplicaron después del 11 de septiembre.

No hay manera de determinar cuántos cambios constitucionales ocurridos desde el 11 de septiembre pueden tener su origen en la planificación de la Cog.

Sabemos, sin embargo, que nuevas medidas de aplicación de la Cog fueron instauradas nuevamente en 2007, cuando el presidente Bush emitió la National Security Presidential Directive 51 (Directiva Presidencial de Seguridad Nacional, o NSPD-51/HSPD-20). Esta directiva estipulaba lo que la FEMA posteriormente llamó “una nueva visión para garantizar la continuidad de nuestro gobierno”, y fue seguida por un nuevo Plan de Desarrollo de la Política de Continuidad Nacional.

La NSPD-51 invalidó también la PDD 67, que era la directiva de la Cog del decenio anterior elaborada por Richard Clarke, quien era por aquel entonces el zar del contraterrorismo en Estados Unidos desde la época de Clinton. En fin, la NSPD-51 hizo referencia a nuevos “anexos clasificados sobre la continuidad”, señalando que deben “ser protegidos contra toda divulgación no autorizada”.

Bajo la presión de algunos de sus electores que se habían movilizado a favor de la apertura de una verdadera investigación sobre el 11 de septiembre, el congresista Peter DeFazio, miembro de la Comisión sobre la Seguridad Interior, presentó dos pedidos para consultar esos anexos.

Su primer pedido fue rechazado. DeFazio presentó entonces un segundo pedido, mediante una carta firmada por el presidente de su Comisión. El pedido fue rechazado de nuevo. Una vez más, esto indicaría que el sistema constitucional de contrapoderes ya no se aplica en Estados Unidos y que los decretos secretos están ahora por encima de la legislación pública.

RV: En La route vers le nouveau désordre mondial, usted afirma que la Comisión Nacional Investigadora sobre el 11 de septiembre –cuyos miembros fueron nombrados por el gabinete de George W Bush y cuyo informe final fue redactado por el equipo del director ejecutivo Philip Zelikov– incurrió en repetidos engaños sobre el tema del 11 de septiembre, sobre todo en lo tocante a las actividades de Dick Cheney en aquella mañana. ¿Puede usted explicar ese aspecto en particular?

PDS: Inicialmente, George W Bush se resistió a toda investigación sobre el 11 de septiembre hasta que el Congreso impuso una Comisión Investigadora, en respuesta a una eficaz campaña de las familias de las víctimas. Thomas Kean y Lee Hamilton, directores de la Comisión, prometieron públicamente guiarse por las preguntas sin respuestas de las familias de las víctimas, como, por ejemplo, saber quiénes eran realmente los presuntos secuestradores de los aviones y cómo fue que se derrumbaron tres edificios del World Trade Center cuando uno de ellos ni siquiera llegó a recibir el impacto de un avión.

Finalmente, esas preguntas, al igual que otras muchas interrogantes, no llegaron a mencionarse. Asimismo, la Comisión recogió gran cantidad de testimonios contradictorios y, en muchas ocasiones, reescribió ciertos relatos. Bajo la estrecha supervisión de Philip Zelikov, el director de aquella Comisión, quien por mucho tiempo había sido empleado del gobierno en cuestiones de seguridad nacional, el Informe de la Comisión sobre el 11 de septiembre ignoró ciertas contradicciones y corrigió otras de una forma que fue cuestionada por numerosos críticos.

El Informe atribuyó la ausencia de respuestas [de la Defensa estadunidense] de aquel día a un caos y a una ruptura sistémicas, ignorando así otros testimonios de Cheney, según los cuales él desempeñó aquel día un papel preponderante. La Comisión ignoró igualmente importantes contradicciones y dudas sobre el testimonio que había prestado Cheney. Un tema crucial que la Comisión no investigó de manera explícita fue la aplicación de los planes de la Cog [durante los hechos] el 11 de septiembre.

Tampoco mencionó la Comisión de Estudios sobre el Terrorismo de Cheney –reunida por decreto de Bush en mayo de 2001– que fue citada como fuente de origen de una orden del Comité de Jefes del Estado Mayor Conjunto, que databa del 1 de junio de 2001. Aquella orden modificó [u obstaculizó, haciéndolas inoperantes] las condiciones de intercepción de los aviones secuestrados por parte de la Fuerza Aérea.

Para lograr su recuento restringido sobre la responsabilidad de Cheney [en lo sucedido] aquel día, la Comisión también restó importancia –y de manera flagrante– a varios recuentos de testigos oculares [que estaban] en completo desacuerdo con la cronología de la propia Comisión, particularmente los del director del contraterrorismo Richard Clarke y del secretario de Transportes, Norman Mineta.

RV: Gran parte de La route vers le nouveau désordre mondial trata sobre la geopolítica del petróleo, de la droga y del armamento y la manera como el Estado profundo estadunidense la maneja en Asia Central y en el Medio Oriente desde la época del presidente Carter. Sabiendo que la “guerra contra el terrorismo” perdura y se extiende hoy en más de 60 países –principalmente a través de operaciones secretas–, ¿cuáles son los verdaderos orígenes y objetivos de ésta?

PDS: Al principio de la “guerra contra el terrorismo”, estaba muy claro que los consejeros estratégicos de los dos partidos, al igual que los grupos de reflexión [think tanks, centros o institutos de propaganda y/o difusión de ideas políticas], como el Council on Foreign Relations, estaban preocupados por la necesidad de Estados Unidos en preservar su dominio histórico sobre los mercados petroleros mundiales. Produjeron documentos que apoyaban la idea de un incremento de la fuerza militar de Estados Unidos en la región del Golfo Pérsico, así como la idea de adoptar planes militares destinados, en particular, a ocuparse de Sadam Husein.

Hoy, la “guerra contra el terrorismo” ha seguido extendiéndose, y nos dicen que los militantes salafistas se han desplazado –como era de esperar– hacia nuevas regiones del mundo, sobre todo hacia Somalia y Yemen, para preparar sus represalias. La “guerra contra el terrorismo” se ha convertido en un ensayo para la actual doctrina estratégica de Estados Unidos tendiente a implantar un “dominio total”, como fue definida en el importante informe del Pentágono Joint vision 2020, llamando entonces a garantizar “la capacidad de las fuerzas estadunidenses, operando solas o con el apoyo de los aliados, para derrotar a cualquier enemigo y controlar cualquier situación mediante la gama de operaciones militares [disponibles]”.

Desde la Segunda Guerra Mundial, cada una de esas escaladas ha sido conducida por un lobby de la Defensa financiado originalmente por el complejo militar-industrial y actualmente por media docena de fundaciones de derecha que dispone de fondos ilimitados. Con el tiempo, su personal ha ido emigrando de grupo en grupo –el American Security Council, el Comité sobre el Peligro Presente, el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano y, actualmente, el Center for Security Policy (CSP). Pero sus objetivos han ido ampliándose con el paso de los años: de maximizar la presencia estadunidense hasta restringir las libertades individuales para impedir la reaparición de cualquier tipo de movimiento antiguerra en Estados Unidos. Yo abordo la expansión de esta facción del sector de la defensa en mi más reciente libro La máquina de guerra estadunidense.

Esa agenda incluye cada vez más el macartismo, por no decir el fascismo. Cierto número de grupos está alimentando una histeria islamófoba que recuerda la histeria anticomunista de la década de 1950, llamando a una guerra aparentemente sin fin contra el Islam. Por ejemplo, el CSP publicó recientemente el documento Shariah, the threat to America, en el que proclama que la sharia es “la amenaza totalitaria de nuestra época”, con advertencias alarmistas sobre una “yihad infiltrada” y una “yihad demográfica”.

RV: Esa “guerra contra el terrorismo” –cuyos verdaderos fundamentos y objetivos están lejos de ser expuestos explícitamente por los gobiernos de los países miembros de la OTAN– comenzó en Afganistán, en 2001. En ese Estado, poderosos señores de la guerra aliados a Estados Unidos en la década de 1980 –época en la que los muyahidines combatían a las tropas soviéticas– son actualmente destacados actores del conflicto en “AfPak”, la entidad geopolítica que abarca Afganistán y Pakistán. Tomemos como ejemplo simbólico el caso de Gulbuddin Hekmatyar. La opinión pública de los diferentes países de la OTAN no parece darse realmente cuenta de quién es este señor Hekmatyar. ¿Puede usted proporcionarnos información sobre él? En su opinión, ¿cómo simboliza [Hekmatyar] el peligro que representa una política exterior estadunidense que, por falta de control legislativo y de visibilidad pública, ha provocado la explosión del tráfico de droga a nivel global?

PDS: Al disponer de pocos agentes leales en Afganistán, Estados Unidos decidió realizar su Operación Ciclón a través de los que estaban a la disposición de la Inter-Services Intelligence (ISI, los servicios secretos pakistaníes). Pakistán, temiendo a su vez a los reclamos de los verdaderos nacionalistas afganos que reivindican sus propios territorios fronterizos, dirigió el volumen de las ayudas provenientes de Estados Unidos y de Arabia Saudita hacia dos extremistas cuya base de apoyo en Afganistán era muy restringida: Abdul Rasul Sayyaf y Gulbuddin Hekmatyar.

Este último, miembro de la etnia pashtún y de la tribu ghilzai, originario del Norte de pashtún, fue entrenado inicialmente para la resistencia violenta bajo la dirección de los pakistaníes. Fue, al parecer, el único líder afgano que reconoció explícitamente la línea Durand, que define la frontera entre Afganistán y Pakistán. Para compensar el apoyo que no tenían entre la población local, Sayyaf y Hekmatyar cultivaron y exportaron opiáceos de forma masiva en la década de 1980, también con apoyo del ISI.

Fue por esa misma razón que los dos colaboraron con los muyahidines extranjeros –es decir, con los iniciadores de Al Qaeda– que por entonces afluían hacia Afganistán, y Hekmatyar parece haber desarrollado una estrecha relación con Osama bin Laden. Aquella afluencia de fundamentalistas wahabitas y deobanditas provocó el debilitamiento de la versión tradicional sufista del Islam local.

Durante la campaña antisoviética, las fuerzas de Hekmatyar asesinaron a personas que apoyaban a Ahmed Shah Masud, la principal amenaza para los planes de Hekmatyar –que contaban con el apoyo del ISI–, que consistían en dominar el Afganistán postsoviético. Después de la retirada de estos últimos, la CIA –actuando en contra de las recomendaciones del Departamento de Estado– utilizó también a Hekmatyar para impedir la constitución de un gobierno de reconciliación nacional, lo cual condujo a una guerra civil que provocó la muerte de miles de personas en la década de 1990.

Desde la invasión de Estados Unidos contra Afganistán en 2001, Hekmatyar ha dirigido su propia facción de combatientes para obtener una retirada de las tropas de la OTAN, aunque parece más abierto que los talibanes, en cuanto a integrarse a un gobierno de coalición dirigido por el actual presidente Hamid Karzai. En Washington, importantes funcionarios de la Defensa –como Michael Vickers– aún se refieren a la Operación Ciclón como “la acción clandestina más exitosa” en la historia de la CIA.

No parecen preocupados por el hecho de que ese programa de la CIA haya contribuido a generar y a desencadenar algo como Al Qaeda –la nueva justificación postsoviética para los aumentos sin precedentes de los presupuestos de defensa– ni tampoco por haber conferido a Afganistán su actual papel de principal fuente mundial de heroína y hachís.

RV: En conclusión, ante la situación financiera, económica, política, social e incluso moral existente en Estados Unidos, así como en numerosos países a través del mundo, ¿tiene usted confianza en el futuro? ¿Ve usted indicios estimulantes de una mayor influencia de lo que usted llama la “voluntad prevaleciente de los pueblos” en la toma de decisiones políticas, un proceso que es hoy por hoy más oligárquico que nunca?

PDS: Se dice que deberíamos ver cada crisis como una oportunidad. La crisis de Estados Unidos, que es también la del mundo, pudiera ser ciertamente la ocasión de introducir reformas de gran envergadura en los procesos del capitalismo de mercado que engendraron diferencias tan grandes entre los muy ricos y los muy pobres. Desgraciadamente, debido a esos procesos, las políticas tradicionales y los métodos de movilización se han hecho más ineficaces, aun de lo que ya eran anteriormente.

En La route vers le nouveau désordre mondial, defiendo que importantes cambios sociales son posibles cuando la opresión da lugar a la formación de una opinión pública unida –o de lo que llamo “la voluntad prevaleciente de los pueblos”– en oposición a esa opresión. Hago referencia a ejemplos como el movimiento por los derechos cívicos en el Sur de Estados Unidos o el movimiento polaco Solidarnosc.

Desarrollos tecnológicos como internet han facilitado más que nunca la unión de las personas tanto a nivel nacional como a nivel internacional. Pero la tecnología ha perfeccionado también los instrumentos autoritarios de vigilancia y represión, haciendo la movilización activista más difícil que antes. Por consiguiente, el futuro es muy incierto. Pudiera decirse que el sistema global actual está más inestable que nunca y que es posible que algún tipo de prueba de fuerza logre cambiarlo.

En todo caso, yo estoy convencido de que estamos viviendo un periodo particularmente estimulante. La juventud debe continuar uniéndose como siempre lo ha hecho a movimientos que aspiran al cambio social y a crear nuevos espacios propicios al intercambio global. Y, por sobre todo, no hay ninguna excusa para la desesperación.

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El autor

Nacido en Montreal en 1929, Peter Dale Scott es un exdiplomático, poeta y autor canadiense. Es también profesor emérito de literatura inglesa en la Universidad de Berkeley, California. Es conocido por sus posiciones contra la guerra y por sus críticas sobre la política exterior de Estados Unidos. Peter Dale Scott es además un autor y analista político reconocido tanto por la crítica como por sus colegas, entre los que se encuentra su amigo Daniel Ellsberg, reconocido a su vez como “el hombre que hizo caer a Nixon”.

Fuente: Contralínea 230 / 24 de abril de 2011

sábado, enero 22, 2011

Necesaria, una despenalización gradual de las drogas: Ferrajoli

La democracia de México y el mundo puede estar en riesgo por las acciones del crimen organizado y tras muchas décadas de fracaso en cuanto a la prohibición, se debería considerar la creación de políticas que permitan la despenalización gradual para la producción y consumo de drogas, afirmó el jurista italiano Luigi Ferrajoli al recibir un doctorado honoris causa por parte del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe).

El autor de diversas teorías jurídicas señaló que el crimen organizado es uno de los fenómenos que ponen en riesgo a todas las sociedades y estados democráticos, y una de las primeras situaciones que impulsa la criminalidad es la colusión del poder criminal y los poderes legales y económicos de cada nación.

Mencionó que un segundo factor que acrecienta el poder de las organizaciones criminales es utilizar la fuerza militar en su combate, ya que ello hace que exista la tentación de abandonar el estado de derecho y aplicar medidas de fuerza que hagan parecer débil al Estado.

Señaló que el Estado nunca debe decir que declara la guerra a la criminalidad y las drogas porque ello provocará aumento en la violencia. El Estado nunca debe conocer enemigos, sino personas que cometen un ilícito, y la lógica de la guerra sólo tiende a elevar la violencia y lleva al estado al nivel de los criminales.

Propuso que las naciones deben tener racionalidad en el derecho penal y tener el menor número de leyes posibles, para sólo castigar con penas altas aquellos ilícitos que atentan contra la vida y la seguridad de las personas. Agregó que, tras muchas décadas de fracasos de la prohibición del consumo de drogas, es necesario que se tome conciencia de ello y se haga una despenalización gradual.



http://www.youtube.com/watch?v=FVT2f3Po4fQ


http://www.youtube.com/watch?v=xtVRU9zQ330

martes, enero 18, 2011

Narcotráfico en Afganistán, responsabilidades de la CIA

Bajo la “administración” estadunidense, crece el cultivo de droga en Afganistán. Al mismo tiempo, se consolida la epidemia mundial de adicción a la heroína. Los hechos están comprobados: los talibanes habían erradicado el cultivo de amapola y la CIA lo favoreció; el dinero de la droga corrompió el gobierno afgano de Karzai, pero las ganancias se encuentran principalmente en Estados Unidos. Así, la toma de decisión para solucionar este tráfico no está en Kabul, sino en Washington.

Peter Dale Scott / Red Voltaire

El importante artículo de Alfred McCoy, publicado el 30 de marzo de 2010, en el Tomdispatch, debería haber incitado al Congreso a movilizarse para emprender una verdadera reevaluación de la aventura militar de Estados Unidos en Afganistán.

La respuesta a la pregunta que plantea el título de ese artículo –“¿Hay alguien capaz de pacificar el mayor narcoestado del mundo?”– salta a la vista. Es un resonante “¡No!”… si no se modifican fundamentalmente los objetivos y estrategias definidos, tanto en Washington como en Kabul.

McCoy demuestra que el Estado afgano de Hamid Karzai es un narcoestado corrupto, que obliga a los afganos a pagar sobornos que alcanzan los 2 mil 500 millones de dólares al año, cifra equivalente a la cuarta parte de la economía afgana.

Ésta es una narcoeconomía: en 2007, Afganistán produjo 8 mil 200 toneladas de opio, cifra que representa el 53 por ciento del producto interno bruto (PIB) y el 93 por ciento del tráfico de heroína a nivel mundial.

Para enfrentar el problema, las opciones militares son, en el mejor de los casos, ineficaces, y en el peor, contraproducentes. McCoy estima que la mayor esperanza reside en la reconstrucción de la agricultura afgana para convertir el cultivo de víveres en una alternativa viable capaz de competir con el cultivo de la adormidera o amapola de opio, un proceso que puede demorar 10 o 15 años, o incluso más.

El principal argumento de McCoy es que, cuando alcanzó su máximo nivel de producción, la cocaína colombiana representaba sólo alrededor del 3 por ciento de la economía nacional y, sin embargo, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y los escuadrones de la muerte de derecha, ambos ampliamente financiados por la droga, siguen desarrollándose en ese país. La simple erradicación de la droga, sin disponer de un cultivo que la sustituya en la economía afgana, exigiría la imposición de insoportables presiones a una sociedad rural ya devastada, cuyo único ingreso importante proviene del opio. Para convencerse de ello, basta con recordar la caída de los talibanes en 2001, consecuencia de una reducción draconiana –llevada a cabo por los propios talibanes– de la producción de droga en Afganistán, que pasó de 4 mil 600 toneladas a sólo 185 toneladas, lo cual convirtió el país en un cascarón vacío.

A primera vista, los argumentos de McCoy parecen irrefutables y, en una sociedad racional, deberían dar lugar a un prudente debate al que seguiría un importante cambio de la política militar de Estados Unidos. McCoy presentó su estudio con tacto y diplomacia realmente considerables para facilitar ese tipo de resultado.


CIA, responsable en el tráfico mundial de droga

Desgraciadamente, numerosos factores hacen poco probable una solución positiva de ese tipo. Hay muchas razones que así lo determinan.

La primera realidad es que la creciente implicación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y su responsabilidad en el tráfico mundial de droga son temas tabú en los círculos políticos, campañas electorales y medios masivos de difusión. Y quienes han tratado de romper ese silencio, como el periodista Gary Webb, han visto sus carreras destruidas.

Después de ver cómo Alfred McCoy se ha implicado más que nadie en hacer que el público tome conciencia de la responsabilidad de la CIA en el tráfico de droga dentro de las zonas donde se desarrollan las guerras estadunidenses, el propio McCoy minimiza ese fenómeno en su artículo. Cierto es que escribe que “el opio surgió como fuerza estratégica en el medio político afgano durante la guerra secreta de la CIA contra los soviéticos”, y agrega que esa guerra “fue el catalizador que transformó la frontera pakistano-afgana en la más importante región productora del mundo”.

Sin embargo, en una extraña frase, McCoy sugiere que la CIA se vio arrastrada de forma pasiva a establecer alianzas vinculadas con la droga durante los combates contra las fuerzas soviéticas en Afganistán, desde 1979 hasta 1988, cuando en realidad fue precisamente la CIA la que creó esas alianzas para combatir a los soviéticos.

En uno de esos accidentes históricos con tintes de ironía, la frontera Sur de la China comunista y de la Unión Soviética coincidieron con la zona asiática productora de opio, a lo largo de una cadena montañosa, y la CIA se sintió atraída hacia el establecimiento de alianzas llenas de ambigüedad con los jefes tribales de los altiplanos de esa región.

Nunca hubo tal “accidente” en Afganistán, donde los primeros señores de la droga de importancia internacional –Gulbudin Hekmatyar y Abu Rasul Sayyaaf– se vieron proyectados hacia la escena internacional gracias al masivo e imprudente apoyo de la CIA, en colaboración con los gobiernos de Pakistán y de Arabia Saudita.

Mientras otras fuerzas locales de resistencia eran consideradas como fuerzas de segunda clase, estos dos clientes de Pakistán y de Arabia Saudita, precisamente por no disponer de apoyo a nivel local, fueron pioneros en el uso del opio y la heroína como medio para conformar sus fuerzas de combate y de crear un recurso financiero.

Los dos se convirtieron, además, en agentes del extremismo salafista que atacaban el Islam sufista endógeno en Afganistán. Los dos acabaron convirtiéndose en agentes de Al Qaeda.

Pero no era la primera vez que la CIA se implicaba en el tráfico de droga. Su responsabilidad en el papel dominante que hoy desempeña Afganistán en el tráfico mundial de heroína reproduce, en cierta forma, lo que sucedió anteriormente en Birmania, en Laos y en Tailandia, entre finales de las décadas de 1940 y 1970. Esos países también se convirtieron en importantes actores del tráfico de droga gracias al apoyo de la CIA (y de los franceses, en el caso de Laos), sin el cual sólo hubieran llegado a ser actores locales.

Tampoco es posible hablar, en ese caso, de un “irónico accidente”. El propio McCoy ha demostrado cómo, en todos esos países, la CIA no sólo toleró sino que apoyó el crecimiento de los fondos de las fuerzas anticomunistas gracias al financiamiento proveniente de la droga, para contrarrestar el peligro que representaba una intrusión de la China comunista en el Sureste de Asia. Desde la década de 1940 hasta finales de la de 1970, y al igual que en el actual Afganistán, el apoyo de la CIA contribuyó a transformar el triángulo de oro en un importante proveedor de opio a nivel mundial.

Durante ese mismo periodo, la CIA reclutó colaboradores a todo lo largo de las rutas de contrabando del opio clásico, como hizo en Turquía, Líbano, Francia, Cuba, Honduras y México. Entre esos colaboradores, se encontraban agentes gubernamentales, como Manuel Noriega, en Panamá, y Vladimiro Montesinos, en Perú. A menudo, personalidades experimentadas de los servicios de policía que contaban con apoyo de la CIA o de los servicios de inteligencia. Pero también había movimientos insurreccionales, desde los Contras de Nicaragua en la década de 1980 (según Robert Baer y Seymour Hersh) hasta el Jundallah, afiliado a Al Qaeda, que actualmente opera en Irán y en Baluchistán.


Gobierno de Karzai domina economía de la droga

El mejor ejemplo de esa influencia de la CIA sobre los traficantes de droga se encuentra en Afganistán, donde el propio hermano del presidente Karzai, Ahmed Wali Karzai (un activo colaborador de la CIA), y Abdul Rashid Dostum (un viejo colaborador de la Agencia) aparecen entre los acusados de traficar droga.

La corrupción vinculada a la droga en el seno del gobierno afgano debe atribuirse en parte a la decisión de Estados Unidos y de la CIA de desencadenar la invasión de 2001 con el apoyo de la Alianza del Norte, movimiento cuya vinculación con la droga era conocida en Washington.

De esa manera, Estados Unidos reprodujo conscientemente en Afganistán la situación que ya había creado en Vietnam. En este último (al igual que Ahmed Wali Karzai medio siglo más tarde), el hermano del presidente, Ngo Dinh Nhu, utilizaba la droga para financiar una red privada que le permitió “arreglar” las elecciones a favor del presidente Ngo Dinh Diem.

Thomas H Johnson, coordinador de estudios de investigación antropológica en la Naval Postgraduate School, demostró que el éxito de un programa de contrainsurgencia es improbable cuando ese programa apoya un gobierno local flagrantemente disfuncional y corrupto.

McCoy, al igual que los medios masivos de difusión de Estados Unidos, describe la economía de la droga afgana como dominada por los talibanes (según los términos del propio McCoy: “Si los insurgentes toman el control de esta economía ilegal, como hicieron los talibanes, la tarea se hará entonces casi imposible”). La parte correspondiente a los talibanes en el mercado del opio afgano se estima generalmente entre 90 y 400 millones de dólares. Pero la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) estima que el total de ingresos provenientes del comercio del opio y la heroína se sitúa entre los 2 mil 800 millones y los 3 mil 400 millones de dólares.

Es evidente que no son los talibanes quienes se han apoderado de esa economía, mayoritariamente controlada por los partidarios del gobierno de Karzai. En 2006, un informe del Banco Mundial afirmaba que “al más alto nivel, 25 o 30 grandes traficantes, la mayoría con bases en el Sur de Afganistán, controlan las transacciones y los envíos más importantes, trabajando estrechamente con apoyo de personas que ocupan posiciones políticas y gubernamentales al más alto nivel”.

Los medios estadunidenses no se han interesado en esos hechos ni tampoco en la influencia que tienen en las estrategias políticas de su propio país en Afganistán en materia de guerra y de tráfico de droga. La administración de Obama parece haberse distanciado de los poco juiciosos programas de erradicación de la época de Bush, que nunca lograron la adhesión del campesinado afgano. Ha preferido instaurar una política de prohibición selectiva del tráfico, atacando solamente a los traficantes que ayudan a la oposición.

Queda por demostrar la eficacia de esa política en lo que a debilitar el talibán se refiere. Lo que sí está claro es que adoptar como blanco exclusivo a quien representa, en el mejor de los casos, una décima parte del tráfico total nunca permitirá acabar con la actual posición de Afganistán como principal narcoestado. Y tampoco permitirá acabar con la actual epidemia mundial de consumo de heroína, que comenzó a fines de la década de 1980 y que ya ha dado lugar a la aparición de 5 millones de toxicómanos en Pakistán, más de 2 millones de adictos en Rusia, 800 mil en Estados Unidos y más de 15 millones a escala mundial, entre ellos 1 millón en el propio Afganistán.

La política de prohibición selectiva del gobierno de Obama ayuda también a explicar su rechazo por tomar en cuenta la solución más humana y más razonable de la epidemia mundial de heroína afgana. Se trata de la iniciativa poppy for medicine (opio para la medicina) del International Council on Security and Development, que plantea la creación de un programa de otorgamiento de autorizaciones, lo cual permitiría a los agricultores vender su opio para garantizar la producción de medicamentos esenciales y altamente solicitados, como la morfina y la codeína.

Esa proposición ha recibido el apoyo del Parlamento Europeo y del Parlamento canadiense, pero fue objeto de severas críticas en Estados Unidos, principalmente porque pudiera engendrar un aumento de la producción de opio. Sin embargo, esa proposición sería, a mediano plazo, una respuesta a la epidemia de heroína que asola Europa y Rusia –situación que no se resolverá con la alternativa que presenta McCoy de sustituir el opio con otros cultivos durante los 10 o 15 próximos años, y menos aún con el programa de eliminación selectiva de proveedores de opio que aplica la administración de Obama.

Una consecuencia que casi nunca se menciona de la iniciativa poppy for medicine sería la reducción de los ingresos provenientes del tráfico ilícito que permiten mantener el gobierno de Karzai. Es por eso –o simplemente porque todo lo que se acerca a una legalización de las drogas es tabú en Washington– que la iniciativa tiene pocas posibilidades de obtener el apoyo del gobierno estadunidense.


La heroína afgana y la CIA a nivel mundial

Hay otro párrafo en el que McCoy concentra su atención en Afganistán como centro del problema más que en Estados Unidos. En una conferencia sobre la droga, desarrollada en Kabul, el jefe del servicio federal antinarcóticos de Rusia estimó el monto actual del cultivo de opio en Afganistán en 65 mil millones de dólares. Solamente 500 millones van a los cultivadores afganos; 300 millones, a los talibanes, y los 64 mil millones restantes van a la “mafia de la droga”, garantizándole amplios fondos para corromper al gobierno de Karzai, subraya el autor, en un país cuyo PIB es de sólo 10 mil millones de dólares.

Ese párrafo pasa por alto un hecho importantísimo. Según la ONUDD, sólo entre un 5 y un 6 por ciento de esos 65 mil millones de dólares se queda en Afganistán. Cerca del 80 por ciento de las ganancias provenientes del tráfico de droga proviene de los países consumidores –en este caso, Rusia, Europa y Estados Unidos–. Así que no se debe creer que el único país que se corrompe con el tráfico de droga afgana es el de origen. Donde quiera que el tráfico ha logrado hacerse importante, incluyendo los países por donde transita, en realidad ha logrado sobrevivir gracias a la protección, en otras palabras gracias a la corrupción.

No existen pruebas de que el dinero de la droga que han ganado los traficantes aliados de la CIA haya alimentado las cuentas bancarias de ésta o las de sus oficiales, pero la Agencia ha sacado provecho indirectamente del tráfico de droga y ha desarrollado, con el paso de los años, una estrecha relación con ese ilegal comercio. La guerra secreta de la CIA en Laos fue un caso extremo. Durante ese conflicto, la CIA hizo la guerra utilizando como principales aliados al Ejército Real Laosiano del general Ouane Rattikone y el Ejército Hmong del general Vang Pao, ambos financiados en gran parte por la droga. La masiva operación de la CIA en Afganistán correspondiente a la década de 1980 fue otro ejemplo de guerra parcialmente financiada por la droga.

Protección para los narcotraficantes en EU

No es, por lo tanto, sorprendente que, a través de los años, los gobiernos de Estados Unidos, siguiendo el camino trazado por la CIA, hayan protegido a traficantes de droga contra los procedimientos judiciales en Estados Unidos. Por ejemplo, tanto la CIA como la Agencia Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés) intervinieron en 1981 contra la inculpación (por robo de autos) del narcotraficante mexicano y zar del espionaje Miguel Nazar Haro, al afirmar que Nazar era “un contacto esencial para la CIA en México”, en cuestiones de “terrorismo, inteligencia y contrainteligencia”. Cuando el fiscal general asociado Lowell Jensen se negó a tramitar la inculpación de Nazar, el fiscal de San Diego, William Kennedy, denunció públicamente el caso… por lo cual fue rápidamente despedido.

Un ejemplo reciente y espectacular de implicación de la CIA en el tráfico de droga fue el caso del general Ramón Guillén Dávila, colaborador venezolano de la CIA:

El general Ramón Guillén Dávila, jefe de la unidad antidroga creada por la CIA en Venezuela, fue inculpado en Miami de haber introducido 1 tonelada de cocaína en Estados Unidos. Según The New York Times, “la CIA, a pesar de la objeción de la Drug Enforcement Administration (DEA), aprobó el envío de al menos 1 tonelada de cocaína pura hacia el aeropuerto internacional de Miami como medio de obtener información sobre los cárteles colombianos de la droga”. La revista Time reportó que un solo cargamento representaba 450 kilos y estuvo precedido de otros “por un total cercano a 1 tonelada”.

Mike Wallace confirmó que “la operación secreta de la CIA y de la Guardia Nacional reunió rápidamente esa cocaína, más de una tonelada y media, que fue introducida clandestinamente de Colombia hacia Venezuela”. Según The Wall Street Journal, la cantidad de droga que el general Guillén introdujo clandestinamente ascendería a más de 22 toneladas.

Pero Estados Unidos nunca ha solicitado a Venezuela la extradición de Guillén para someterlo a juicio. Y en 2007, cuando Guillén fue arrestado en Venezuela por conspirar para asesinar al presidente Hugo Chávez, su inculpación seguía traspapelada en alguna oficina de Miami. Mientras tanto, el agente de la CIA Mark McFarlin, a quien Bonner, el jefe de la DEA, también deseaba inculpar, tampoco lo fue y sólo tuvo que dimitir.

En resumen, nada sucedió a los principales actores de este caso, que probablemente se conoció en los medios debido a las protestas que generaron en aquel entonces los artículos de Gary Webb publicados en el diario San Jose Mercury sobre la CIA, los Contras nicaragüenses y la cocaína.

Los bancos y el lavado de dinero

Otras instituciones tienen un interés directo en el tráfico de droga, como los grandes bancos que efectúan préstamos a países como Colombia y México, sabiendo perfectamente que el flujo de droga ayudará a garantizar el pago de esos préstamos. Varios de los mayores bancos, como el City Group, el Bank of New York y el Bank of Boston, han sido identificados como participantes en el lavado de dinero, pero nunca han sido penalizados de forma lo suficientemente fuerte como para obligarlos a modificar su comportamiento. En la implicación de Estados Unidos en el tráfico de droga, se conjugan la CIA, importantes intereses financieros e intereses criminales de ese mismo país y del extranjero.

Antonio Maria Costa, jefe de la ONUDD, ha declarado que “el dinero de la droga, que representa miles de millones de dólares, ha permitido al sistema financiero mantenerse en el punto culminante de la crisis financiera”. Según el Observer, de Londres, Costa declaró haber visto pruebas de que los ingresos del crimen organizado eran “el único capital de inversión líquido” disponible en ciertos bancos en el momento del crack de 2009. Afirmó que el sistema económico absorbió la mayoría de los 352 mil millones de dólares de ganancias vinculadas con la droga. Costa declaró que agencias de inteligencia y fiscales le presentaron, alrededor de 18 meses atrás, las pruebas que demuestran que el sistema financiero absorbió el dinero ilegal. “En muchos casos, el dinero de la droga era el único capital de inversión líquido. Durante la segunda mitad de 2008, la [falta de] liquidez era el principal problema del sistema bancario, así que el capital líquido se convirtió en un factor importante”, dijo Costa.

Un perturbador ejemplo de la importancia de la droga en Washington reside en la influencia que ejerció durante la década de 1980 el Bank of Credit and Commerce International (BCCI), gracias a su práctica de lavado de dinero de la droga. Entre los altos funcionarios beneficiarios por la generosidad del BCCI, de sus propietarios y sus afiliados, está James Baker, secretario del Tesoro en la administración de Reagan, quien se negó a investigar al BCCI; el senador demócrata Joe Biden y el senador republicano Orrin Hatch, así como varios miembros importantes del Comité Judicial del Senado, que también se negaron a investigar al banco.

Finalmente, no fue el gobierno de Estados Unidos quien actuó primero en aras de poner fin a las actividades bancarias del BCCI y de sus filiales ilegales en Estados Unidos, sino dos personas en particular: el abogado Jack Blum, de Washington, y el fiscal de Manhattan Robert Morgenthau.

La causa del problema mundial de la droga

La fuente principal del problema mundial en que se ha convertido la droga no está en Kabul, sino en Washington. Poner fin a ese escándalo exigirá que se divulguen hechos que McCoy no quiere abordar en su artículo.

En su magistral obra, The politics of heroin, McCoy habla de la historia de Greg Musto, experto en drogas de la Casa Blanca bajo la administración de Carter. En 1980, Musto dijo, en el Strategy Council on Drug Abuse de la Casa Blanca, que “íbamos a Afganistán con el fin de apoyar a los cultivadores de opio en su rebelión contra la Unión Soviética. ¿No pudiéramos evitar hacer lo que ya hicimos en Laos?”.

Cuando la CIA le negó el acceso a datos que la ley le daba derecho a consultar, Musto expresó públicamente su inquietud, en mayo de 1980, al señalar, en un editorial de The New York Times, que la heroína proveniente de la llamada Media Luna de Oro ya estaba causando, por primera vez, una crisis médica en Nueva York. Y advirtió, anticipadamente, que “esa crisis está llamada a empeorar”.

Musto esperaba contribuir a lograr un cambio de política al exponer públicamente el problema y hacer una fuerte advertencia de que la aventura financiada por la droga en Afganistán podía resultar desastrosa; pero sus sabias palabras fueron inútiles ante la implacable determinación estadunidense. El mensaje de sensatez de McCoy, por ser amable precisamente allí donde la amabilidad no tiene cabida, puede sufrir el mismo destino.

Contralínea 216 / 16 de enero de 2011