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jueves, febrero 23, 2012

Libro de Scherer inaugura juicio histórico a Calderón: Aristegui


Durazo, Aristegui, Espino y Scherer Ibarra. Presentan Calderón de cuerpo entero.

MÉXICO, D.F. (apro).- Con Calderón de cuerpo entero, el más reciente libro del periodista Julio Scherer García, se inicia el juicio al gobierno de Felipe Calderón, advirtieron hoy Carmen Aristegui y Alfonso Durazo, mientras que Manuel Espino reveló que no quería que fuera presidente de México.

Aristegui, Durazo y Espino presentaron el libro de Scherer García ante más de 300 personas que abarrotaron el Salón de Actos del Palacio de Minería, y los tres desmenuzaron la obra, de la que los dos segundos participan con sus testimonios sobre Calderón.

Aristegui, quien recordó que hace “un año y días” perdió y recuperó su programa en MVS por “un berrinche de notables proporciones” de Calderón, expuso que, tal como lo ha expuesto el historiador Lorenzo Meyer, ha comenzado el juicio al sexenio.

“Empieza el inicio de los juicios precisamente a Felipe Calderón, el juicio de la historia, para decirlo en términos en los que se suele hablar, evidentemente ya empezó y don Julio es de los primeros que escribe precisamente para este ejercicio”, puntualizó la periodista.

Y añadió: “Sin duda va a ser un sexenio a analizar de una y mil maneras, de todos los ángulos posibles, (como) desde el ángulo periodístico don Julio aporta Calderón de cuerpo entero.”

Espino, expulsado del Partido Acción Nacional (PAN) que presidía en 2006, dijo que compartió con Scherer información que tienen derecho a saber los mexicanos sobre Calderón, porque el periodista “quería escribir historia con la verdad”.

El político duranguense aclaró que en el libro “no hay chisme, no hay mitote, son páginas de historia”, y aludió a las reacciones que produjo en la Presidencia de la República, la Secretaría de Gobernación, el PAN y la casa de campaña de Josefina Vázquez Mota.

“Yo lamento, pero al mismo tiempo celebro, que los testaferros del calderonato hayan trabajado horas extras desde que se publicó el avance del libro en la revista Proceso, y de Bucareli, de Los Pinos, de una oficina de partido de la colonia Del Valle y de una oficina de campaña de la colonia Del valle comenzaron a diseñarse jugadas de comunicación para neutralizar, contrarrestar o desprestigiar a un libro que todavía no estaba en las librerías, pero que ya se sabía que pronto iba a aparecer.”

Añadió: “Y quienes lamentablemente como periodistas reaccionan en contra del libro, sin haberlo siquiera conocido, evidenciaron a quién estaban sirviendo, y periodistas a los yo tenía aprecio y respeto por su objetividad, y comenzaron a poner énfasis en un tema, en un enfoque de un tema, el tema del alcoholismo, y el enfoque de que era injusto hablar del alcoholismo del presidente.

“Yo nunca le dije alcohólico al presidente, porque no me espanta que una persona tome bebidas alcohólicas (…) Ese no es el problema, el problema es que se tome de manera irresponsable, el problema es que se tome cuando se trabaje y el problema es que se tome cuando se trabaja en una responsabilidad del tamaño de la Presidencia de la República. Y yo no sé si el Presidente toma o no, pero sé que tomaba cuando era diputado y lo hacía cuando trabajaba.”

En la presentación del libro de Scherer García, en el marco de la Feria Internacional de Libro de la UNAM, Espino reveló: “Yo conocía las inclinaciones de Felipe Calderón y por eso yo no quería que fuera el presidente o el candidato a presidente de mi partido. Eso es público y nunca lo he negado.”

Pero cuando ya fue candidato lo tuvo que apoyar, porque era su obligación. “Cuando era precandidato por supuesto que no quería, pero tampoco me atrevía a difundir, porque siendo presidente de un partido político nacional hubiera sido muy mal visto que, estando en el papel de árbitro, tratara de persuadir a los militantes de por qué no votar por una persona. Pero esa ya es experiencia y esa ya es historia que se plasma en los libros de don Julio Scherer.”

Por su parte, Durazo dijo que Scherer se anticipa a lo que vendrá después de que Calderón deje el cargo, porque es cuando todas las estructuras que los cercan para ignorar las realidad empiezan a ceder y es también cuando los intereses cómplices que protegían con el silencio empiezan a romper sus ataduras.

Durazo, exsecretario del priista Luis Donaldo Colosio, advirtió que la conducta de Calderón anticipa que se involucrará en la elección federal más que Vicente Fox, de quien él fue también secretario.

“Creo que las dimensiones que tomará con Calderón resultarán inéditas”, vaticinó Durazo, quien afirmó que el presidente “no estaba preparado emocionalmente para llegar a esa responsabilidad y que parece no tener una línea roja que respetar. Es decir, el ‘haiga sido como haiga sido’ en estado puro”.

domingo, febrero 12, 2012

Calderón, tal cual es…

En su nuevo libro, Julio Scherer García utiliza las herramientas esenciales del periodismo –testimonios, entrevistas, documentos– para explorar el comportamiento público y la personalidad de Felipe Calderón. Con base fundamental en una serie de esclarecedoras conversaciones con el exdirigente panista Manuel Espino, la investigación periodística del fundador de Proceso aporta elementos clave para entender los rasgos sobresalientes del hombre que carga sobre sus espaldas una guerra de más de cinco años y más de 50,000 muertos: autoritario, ingrato, aficionado a la bebida, intolerante… Adelantamos fragmentos representativos de Calderón de cuerpo entero, el libro que en días próximos pondrá en circulación el sello Grijalbo de Random House Mondadori.


En la batalla electoral de 2006, los negocios al amparo del poder, los pactos ominosos, la alteración y la falsificación de documentos, las intercepciones telefónicas, las calumnias, la difamación, las reuniones semisecretas, las secretas, y los golpes bajos de la grilla, fueron temas que ocuparon hasta los segundos de los medios electrónicos y los espacios arrinconados de las publicaciones impresas.

En los tiempos que corren se ha vuelto aún más apremiante ir al fondo de la personalidad de los hombres y las mujeres del poder. Vicente Fox fue desquiciante por su ignorancia y su afán aberrante por adornar a su esposa con los atributos que podrían llevarla a la Presidencia de la República. El país está hoy en juego y los imperativos por la verdad cobran el dramático acento de un desolador clamor.
Por estas razones no me sorprendió, pero me atrajo sobremanera, que un día llegara a mi casa, silencioso, un documento insólito. Se trataba, en primer lugar, del comprobante de una transferencia realizada a través de Banorte, por el concepto de “pago de factura”, al beneficiario Hildebrando, S.A. de C.V. La fecha: 28 de abril de 2006.
En otra hoja destaca, en letras de buen tamaño, el nombre Hildebrando, sin apellido. Se trata de una factura expedida por la compañía de Hildebrando Zavala, cuñado del licenciado Felipe Calderón Hinojosa. En aquella época trabajaba al frente de una empresa de informática.
A la derecha del llamativo nombre y en caracteres pequeños consta la dirección de la empresa Hildebrando, S. A. de C. V., sus teléfonos y asuntos menores. En cuanto al uso que debiera darse al dinero, el concepto que anota el documento es categórico y, en su brevedad, demoledor: “Captura de datos de simpatizantes de candidatos de Acción Nacional”.
Por último, la factura está marcada con fecha del 19 de abril de 2006, el número 022778, y señala un importe por 10 millones 434 mil pesos.
Las sumas de rigor se consignan en el documento:

Subtotal: 10 434 000
IVA: 1 565 100
Total: 11 999 100

La tercera página del documento muestra el logotipo del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PAN en lugar preferente. La fecha: 26 de abril de 2006. Se trata de un oficio de la Dirección de Administración y Finanzas de Acción Nacional, donde se suscribe al ingeniero Jorge Arturo Manzanera Quintana como solicitante de un cheque por la cantidad de 11 millones 999 mil 100 pesos, que se extendería a favor de Hildebrando, S.A, de C.V., por el concepto de “captura de datos”. Además, se especifica el número de la propia factura que habría emitido Hildebrando (022751), y en una línea se indica: “Con cargo a: DÍA ‘D’.” Al lado de la firma del ingeniero Manzanera, se advierte el nombre de Arturo García Portillo como el responsable de la autorización.
En la actualidad, el ingeniero Manzanera –quien fuera secretario de elecciones cuando Calderón fungió como presidente de su partido– conserva su calidad de consejero nacional del PAN.
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Decidí buscar a Manuel Espino, en aquel entonces presidente de Acción Nacional. Concertamos una cita en un café de escasa concurrencia. Vi sus ojos, siempre hay que mirar los ojos de los desconocidos, y empezamos a conocernos.
Le hablé sobre los documentos en términos vagos, y en términos evasivos escuché explicaciones que no me llevaban a ningún lado. No obstante, Espino era la única persona a la que podía acudir con el propósito de conocer la naturaleza y el valor de los papeles que habían caído en mis manos. Eje de la campaña electoral que tuvo a Felipe Calderón Hinojosa como candidato, no habría secreto mayor que pudiera escapar a su conocimiento.
Nos reunimos una segunda, una tercera, una cuarta, una quinta vez. Un día, de manera natural, Calderón fue el tema único. Espino me contó historias que lo llevaron a decir que el presidente se había convertido en un ser “inescrupuloso y perverso”. Por mi parte, no alteré mi manera de pensar: en este sombrío 2012 Calderón pagará por los inocentes y desaparecidos de la guerra que inició un desventurado día de enero de 2007.
Sentí que avanzaba en la confianza de Espino. Su lenguaje ganaba en claridad y contundencia. Habló acerca de sus sentimientos y convicciones. Había participado en una gigantesca operación para que Calderón ganara las elecciones. Tuvo la certeza de que así cumplía con su deber como militante del partido al que había entregado su vida. Acción Nacional era su casa, su pertenencia, un hogar. Además, consideraba que habría sido impensable otro presidente que no fuera Felipe Calderón Hinojosa. Como quisiera juzgársele, era hombre de doctrina, la misma de la inmensa mayoría de los mexicanos.
El tiempo, sin embargo, no creó alianza alguna con Espino. Al contrario, Calderón se construía con lo peor de sí mismo: “Mentía, manipulaba, traicionaba. En todos sentidos, empobrecía a la República”.
–Sí, don Julio –dijo Espino después de un largo silencio que me produjo expectación–, los documentos son auténticos.
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A mis ojos, el asunto crecía. Andrés Manuel López Obrador había formulado una denuncia contra Hildebrando Zavala.
El 6 de septiembre de 2006, Proceso publicó:

Diego Hildebrando Zavala, cuñado de Felipe Calderón y socio con 18 por ciento de las acciones de la empresa de software Hildebrando, S. A. de C. V., anunció anoche que hoy demandarán por lo civil a Andrés Manuel López Obrador.
La denuncia será presentada, argumentó Zavala, por el descrédito que el candidato de la Coalición Por el Bien de Todos le ocasionó merced a la acusación que éste hizo durante el debate televisado del martes. López Obrador sostuvo ese día que, como secretario de Energía, Felipe Calderón benefició a su cuñado con contratos por dos mil quinientos millones de pesos.
“Su dicho me ha dañado a mí, a mi familia, a mi empresa, las relaciones con clientes y con socios –aseguró Zavala–. A la fecha, el señor López Obrador no ha demostrado su dicho ni se ha disculpado. Por eso la demanda será por daño moral.”
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Algunos panistas salieron a la defensa de Hildebrando y después el suceso aparentemente se fue para abajo. Sin embargo, la herida nunca terminó de cerrar. El viernes 7 de octubre de 2011, el periódico Reforma publicó la siguiente información:

Un día después de que Andrés Manuel López Obrador se reunió con empresarios de Monterrey, el presidente Felipe Calderón arremetió contra el tabasqueño.
Al participar en un foro de la revista The Economist, en tono irónico, Calderón insinuó que de cara a los comicios de 2012 hay un candidato que se considera invencible, pero que a la postre ganará quien aparentemente tiene menores posibilidades.
Luego de que la sesión de preguntas le hiciera notar el caso de corrupción que protagonizó su “cuñado incómodo” en la campaña de 2006, Hildebrando Zavala, Calderón rechazó la “calumnia” que formuló entonces López Obrador.
“Con absoluta transparencia –dijo Calderón– se ha demostrado que, apenas pasó la campaña, no hubo nadie quien presentara absolutamente ninguna evidencia de lo que fue una gran calumnia, absolutamente ninguna. De hecho, la acusación que se me hacía es haber dado contratos, de manera indebida, a parientes míos, lo cual fue absolutamente falso”, apuntó.

La nota de Reforma también consigna que –en dicho del presidente– “Hildebrando creó una pequeña empresa en su propia habitación y 10 años después había crecido”.
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El 20 de abril de 2009, Manuel Espino envió una carta a su relevo en la jefatura nacional del PAN, Germán Martínez Cázares. En la brevedad de tres líneas lo conminaba a una reunión urgente. Se trataba de proteger la figura del presidente de la República, en el remolino de sus propios desatinos: el dinero entregado a Hildebrando Zavala y la violación a los principios de la equidad electoral en 2006.
Escribió Manuel Espino a Germán Martínez:

Germán:

Es muy importante que platiquemos a más tardar mañana, martes 21; después sería demasiado tarde para parar documentos originales que comprometen al presidente y dan la razón a Andrés Manuel.
Anexo copia de uno de los documentos en mención.

Manuel Espino

Tan sólo un día después, el 21 de abril de 2009, respondió Martínez Cázares:

Manuel:

Recibí tu mensaje del día de ayer en el que anexas copia de una factura acompañada de una amenaza. Como bien sabes, el gasto que ampara la factura se efectuó durante tu presidencia y está ejecutado por quien fuera tu tesorero, miembro del Comité Ejecutivo Nacional y actual candidato a diputado por la vía plurinominal.
Como podrás entender –en tu calidad de presidente–, el presidente del PAN no puede ni debe estar sujeto a ningún tipo de amenaza, ya sea por parte de sus militantes o adversarios.
Respecto a la reunión que solicitas, te comento que con motivo de tu mensaje, el único encuentro posible entre nosotros se dará en las reuniones del CEN teniendo a los integrantes de ese comité como testigos de calidad.
Sin más por el momento,

Germán Martínez [rúbrica]
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El tema del gusto del presidente de la República por la bebida lo llevaba en la mente y un día resolví abordarlo con Manuel Espino en el único lenguaje posible: la franqueza. Antes, sin embargo, conversaríamos sobre la salud física y mental de los predecesores de Felipe Calderón en el Poder Ejecutivo. Pareciera que de todos ellos no se haría uno.
Adolfo López Mateos había padecido un aneurisma que a menudo lo apartaba de su trabajo, habitante único en un cuarto oscuro que mitigara el dolor de la migraña. Humberto Romero, su secretario y amigo incondicional, velaba el sigilo sobre asunto tan serio.
Gustavo Díaz Ordaz finalmente cayó vencido por la matanza del 2 de octubre de 1968. Embajador en España varios años más tarde, no resistió a los periodistas que lo interrogaron en Madrid y tocaron el punto de la tragedia. Díaz Ordaz huyó de la embajada, algún tiempo acéfala. Después fue huyendo de la vida.
A Luis Echeverría lo extravió su megalomanía. Pretendió, en complicidad con el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, sustituir a Fidel Castro como vocero de América Latina. Documentos desclasificados de la Casa Blanca muestran sin retoque a un hombre hecho para la traición.
El 30 de junio de 1982, Día de la Marina, José López Portillo hizo burla de su condición de presidente de la República y, convertido en fauno, persiguió a Rosa Luz Alegría, toda de blanco y atractiva en el sudor que la bañaba. López Portillo, atleta consumado, trataba su cuerpo como asunto de gobierno, alta prioridad en la agenda cotidiana.
Miguel de la Madrid gobernó con la flojedad de un hombre sin pasiones. Fue como el agua que se evapora al sol. Decía que, ya como ex presidente, querría asistir a los restaurantes como un sujeto bien visto, respetado.
A Carlos Salinas de Gortari lo perseguirán por siempre el asesinato de Luis Donaldo Colosio, a estas alturas enigma sin solución, y la faraónica fortuna de Raúl, su hermano mayor. Por la fuerza de los hechos no podrá decir que dejó la Presidencia con las manos limpias; tampoco olvidar que Colosio, efímero candidato a la sucesión, dijo en su último discurso que México tenía hambre y sed de justicia.
De Ernesto Zedillo destaca su indiferencia por México.
Vicente Fox, corrupto e impune, carga con el peso en toneladas del Chapo Guzmán. Las puertas de la cárcel de Puente Grande le fueron abiertas al capo de par en par y sólo faltó que lo despidieran con la alfombra roja que se estila en circunstancias solemnes. Fox admitió el silencio cómplice de los miembros de su gabinete de seguridad.
–Y Felipe Calderón, don Manuel.
–Platiquemos.
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Me pesa el lenguaje y las escenas que describe Espino sobre la mesa del restaurante semivacío. Su relación con Calderón se fue degradando hasta el rompimiento definitivo. Dice:
“El gusto por la bebida es viejo en el presidente. Le ha hecho daño a él en lo personal y al país. Voy a ocuparme con usted de hechos públicos. No se me ocurriría mentir o difamar; mucho menos calumniar.
”En mi condición de diputado federal [2002], se me presentó la oportunidad de acceder a la secretaría general del Comité Ejecutivo Nacional del partido. Al aceptar el nombramiento, la diputada suplente tomó mi lugar. En ese entonces ya tropezaba mi relación con Calderón. Sin embargo, él la complicó aún más al divulgar falsas historias sobre mi persona. Un día decidí buscarlo en la Cámara de Diputados. Lo confrontaría:
”–Estás diciendo muchas pendejadas acerca de mi persona y eso no se vale –le dije–. No quisiera faltarte al respeto ni que llegara el día en que tuviera que darte un chingadazo.”
–¿De qué asuntos se trataba? –inquirí con Espino.
“Calderón aseguraba que yo cobraba en la Cámara de Diputados y también como secretario general del partido. Le reclamé. Se sostuvo en su dicho. Le expliqué, pausado hasta donde me fue posible.
”Mi suplente era originaria de Ciudad Obregón, yo vivía en Hermosillo. Contaba con una pequeña oficina y una secretaria. A mi suplente le pedí que le mantuviera un sueldo por el tiempo que restaba del periodo legislativo, unos meses. También le pedí que la ayudara con un boleto de avión al mes. Calderón llegó a decirme que a la diputada suplente le aceptaba dinero de su dieta.
”También decía que yo me promovía como posible coordinador parlamentario en la Cámara de Diputados, en el caso de que él se lanzara como candidato al gobierno del estado de Michoacán. El propósito me parecía claro: suscitar recelos, agitar la grilla.
”Le propuse que platicáramos. Me invitó a cenar a la Barraca Orraca, un restaurante ubicado en Insurgentes Sur y Eje 5. Era cliente del establecimiento al que asistía regularmente con sus amigos: Juan Camilo Mouriño, Alejandro Zapata, Francisco Blake, Cuauhtémoc Cardona y Jordy Herrera.
”Instalados en la Barraca, solos, pedimos, a instancias de Calderón, la primera bebida. Y luego otra y otra. Yo le seguí el paso y le hice al valiente, pero no pude alcanzar el mismo ritmo.
”Ahí empecé con un reclamo: por qué hablaba de una novia que nunca existió. Me dijo que había sido don Luis H. Álvarez el autor de la versión. Y remató:
”–Y tú sabes que él tiene autoridad.
”–Ah, lo dijo don Luis, pues ahora le reclamo por teléfono –y le dije a Calderón que lo llamaría de inmediato.
”No fue necesario. Me pidió disculpas y aseveró que un grupo de panistas platicaba en una reunión donde participaba Luis H. Álvarez, pero que él nada había dicho a propósito del asunto.”
Continuaron los reclamos, apuntó Espino:
“–Tú dijiste que yo pretendía ser coordinador parlamentario, que ambicionaba mucho poder. Felipe, yo no dije eso.
”–De buena fuente sé que lo dijiste.
”Cuando la versión salió publicada en varios medios, hasta en Proceso, me parece, yo me sorprendí. Llamé a Jordy Herrera, su agregado de prensa en el grupo parlamentario, para indagar de dónde provenía la versión de que yo me apuntaba como relevo de Calderón en caso de que fuera candidato al gobierno de Michoacán. Herrera admitió que Felipe le había dicho que ‘soltaran’ la versión.
”–Fue Jordy el que me lo contó, Felipe.
”–Yo no le tengo confianza. Es un muchacho mentiroso.
”–¿Me crees?
”Sin más, le hablé a Jordy y le dije que en esos momentos me encontraba con Felipe, quien reclamaba mi autopromoción en el PAN.
”–Jordy, tú me dijiste que él te lo dijo. ¿Es así o no? –Jordy asintió–. Te paso a Felipe por el teléfono.”
Continuaba la discusión esa noche larga. Cuenta Espino que Calderón le dijo:
“–Como secretario general del PAN has tratado muy mal a Margarita [Zavala].
”–¿En qué consiste el maltrato? Siempre le doy su lugar. Ella es la secretaria de Promoción Política de la Mujer. No tiene de qué quejarse.
”–La tratas muy mal, eres indiferente. No le das apoyo.
”Discutíamos otros temas y no sé a qué hora o cuánto tiempo después de nuestra última discrepancia, llegó Margarita Zavala. Yo le había dicho a Felipe que ya era hora de que nos fuéramos, pero él quería seguir bebiendo.
”Dijo Margarita:
”–Felipe, te he estado buscando. No te reportas, tu chofer me dice que no me puede decir dónde estás. Lo forcé a que me diera tu paradero y por eso estoy aquí. Ya habíamos quedado en que no ibas a tomar.
”–Perdóname por haber venido a platicar con tu marido, Margarita. Ya hemos hablado. Te ofrezco una disculpa, no era ésa mi intención.
”–No te preocupes, Manuel.
”–Discúlpame, pero ya estás aquí, Margarita. Felipe dice que yo te trato mal en el comité ejecutivo del partido, que no te doy tu lugar, que no te apoyamos. ¿Te hemos faltado en algo, Margarita?
”–¿De dónde sacas tú eso? –Margarita voltea hacia Felipe y le dice–: ¿cuándo me he quejado yo?
”Y abandona el local.”
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”Ya en la transición de un gobierno a otro, me invitó a comer Juan Camilo Mouriño. Asistí a la cita con el doctor Enrique Navarro, secretario general de Fortalecimiento Interno de Acción Nacional. El doctor Navarro formaba parte de mi equipo en la dirigencia del partido.
”Mouriño me dijo, sin esconder una sola palabra:
”–Nos interesa la dirigencia del partido.
”–¿A quiénes? –pregunté en el mismo tono.
”–Al presidente, a nosotros, su equipo…
”–¿A qué se refiere con eso de ‘nos interesa’?
”Me explicó, claridoso:
”–Queremos que el partido esté dirigido por una persona de nuestra confianza y te proponemos que renuncies antes de la toma de posesión del presidente Calderón, el primero de diciembre. Tú sabes que hay ciertas diferencias, no hay entendimiento ni mucha confianza. Lo más sano es que Felipe Calderón inicie su gestión con un presidente del partido de su confianza. Puedes irte como embajador a España.
”–Dile al presidente que no tienen de qué preocuparse. Yo les he mostrado el apoyo institucional y desde el partido tendrán ese mismo apoyo en todo aquello que sea para bien del país. En lo que no estemos de acuerdo, pues lo platicamos. Ofrézcanme una embajada, si quieren, cuando yo termine mi periodo, pero no antes, no ahora.
”Recibí el primer ofrecimiento a través de Juan Camilo. A los pocos días vi a Calderón en su oficina. Le dije:
”–Estoy preocupado porque Juan Camilo me hizo un ofrecimiento e hizo explícito que era a nombre tuyo.
”–Mira, Manuel, entre tú y yo existe una relación como la que se da en un matrimonio que ya no se entiende. Lo más saludable, llegado el caso, es el divorcio. Entonces, cada uno sigue su camino. Pero el partido tiene que mantenerse muy cerca del gobierno, plenamente coordinados los dos órganos.
”Calderón continuó, sobradamente enfático:
”–Yo necesito un presidente diferente, con el que sí me pueda entender, y tú y yo no nos entendemos, Manuel.
”–No nos entendemos en asuntos que a veces no van con la conducción democrática del partido ni con sus principios. En lo que sea para bien del país y honre la democracia del PAN, no vamos a tener problema alguno, Felipe.
”–Yo necesito la dirigencia del partido y creo que vale la pena que tomes en cuenta lo que te propuso Juan Camilo.
”–Juan Camilo me hablaba sobre la embajada de España. Y me dijo: ‘Piénsalo, hombre, puede ser esa embajada o puede ser otra. Felipe necesita la dirigencia del partido’.
”Seguí, con el énfasis ahora por mi cuenta:
”–No es necesario que sigamos platicando. Yo ahora te digo que no, que voy a terminar en la presidencia del partido.”
Espino puntualiza:
“Las reuniones que llegué a tener con Felipe Calderón, ya como presidente de la República en funciones, ocurrían los lunes por la tarde. Así había quedado establecido desde el tiempo de Fox. Su objetivo consistía en coordinar los trabajos del gobierno con el partido.
”Fox y Calderón tenían diferencias sustanciales. Fox planteaba las reuniones en términos de la coordinación. Calderón, no. Él determinaba lo que debería hacerse tanto en el gobierno como en el partido. Escuchaba poco.
”Supe desde entonces acerca del carácter autoritario de Calderón y de su temperamento hirviente. Solía regañar a algunos de sus colaboradores e imponer la agenda del partido. Tuve la impresión de que le dedicaba más tiempo a las relaciones personales que a los asuntos de Estado. Yo me acomodaba a su manera de ser pero me resistía a la subordinación del PAN frente a Los Pinos.
”Ya rumbo a la elección de gobernador en Yucatán, en 2007, Felipe Calderón me dijo:
”–Hay que bajar a Ana Rosa Payán en su intención de ser candidata. Hay que pensar qué pudiera interesarle; a lo mejor una subsecretaría de Estado o una dirección general.
”Como dirigente del partido, le dije que esa tarea a mí no me tocaba y no la iba a cumplir. Razoné con palabras que me parecieron sobradamente claras: si Ana Rosa Payán quería gobernar a su estado, estaba en pleno derecho de intentarlo y yo no tenía por qué disuadirla. Si ganaba, bien, y si no, que los panistas decidieran.”
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Felipe Calderón Hinojosa tuvo la cercanía de dos personalidades recias y sobresalientes: Luis Calderón Vega, el padre biológico, y Carlos Castillo Peraza, el padre político. En el caso de Castillo Peraza, Calderón fue un mal hijo.
Acerca de este tema, central en la vida del presidente de la República, converso con Luis Correa Mena, coordinador de la campaña de Castillo Peraza en la lucha política por el gobierno del Distrito Federal en 1997. El encuentro tuvo lugar en su casa, en Mérida. Hablamos frente a un flamboyán, encendidos los pinceles del pintor, rojas las flores del árbol como las nochebuenas que invaden la estancia, el comedor y un patio espacioso. Bebimos agua, diabético como es Correa Mena, de peso completo, fuerte y gordo como un campeón que ya no entrena.
Correa se refirió en primer lugar a la relación de Calderón Hinojosa con Castillo Peraza.
“El trato que finalmente le dio fue indigno, injusto, inmerecido y mucho más. Felipe debió haberle guardado respeto y agradecimiento por siempre. Tenía muchas razones para que así hubiera sido, en el mejor sentido de las palabras: la cercanía, el respaldo, la confianza, el apoyo, la promoción, la enseñanza, la orientación, la guía. No creo que se deba tratar con faltas de respeto a una persona que te da todo eso.
”Hubo un texto de Felipe donde se burlaba de Carlos. Recuerdo que me lastimó particularmente. Expresó que estaba haciendo un papelón por su manera de comportarse y que ésta no correspondía a la estatura de un expresidente panista. Felipe pretendía que Carlos actuara como él, que se condujera exactamente igual que él.
”Tuve la oportunidad, más de una vez, de incitar a la cordura a uno y a otro. Me llevaba bien con los dos, les decía que eran amigos crecidos, y que si se empeñaban podrían arreglar sus diferencias. Quienes los rodeábamos, entre tanto, debimos mantenernos al margen de sus diferencias. El resultado final terminó en el fracaso.”
–¿Por qué?
–Carlos muere sin haberse reconciliado con Felipe. Por su parte, Felipe, más allá de los errores cometidos por Carlos, no tuvo la valentía o la grandeza para dar y recibir un abrazo de reconciliación que le habría significado tranquilidad luego de su muerte. En última instancia, se trataba del presidente del partido.
“A la muerte de Carlos, todos atestiguamos la profunda tristeza que poseía a Felipe. Se veía deshecho y su pesar, para mí, obedecía en parte al remordimiento que lo calaba. En el funeral, a sabiendas de que algunos de nosotros apenas podíamos hablar, nos pidió que, expuesto el féretro, montáramos una guardia juntos. Me acerqué a Jesús Galván, su compadre, y le transmití el deseo de Felipe. Montamos la guardia, hermanados de alguna manera con un padre común.”
Sigue Correa Mena, el tono bajo:
“No me desdigo del mal trato que Calderón dio a Castillo Peraza, desastrosos los resultados para él. Un hombre sin amigos es como un árbol sin hojas, sin ramas renovadas ni flores. En su momento, el resentimiento personal con Felipe fue tal que, habiendo sido yo uno de los promotores para que llegara a la presidencia del partido y después de quedar sin cartera, simplemente le deseé éxito y le dije adiós.
”–¿Cómo que adiós? –respondió Felipe–. Si tú fuiste uno de los que me buscó para que yo fuera candidato aquellos días en que los ojos estaban puestos en Ernesto Ruffo.
”Nada dije y las cosas simplemente quedaron ahí.”
–Al paso de los años, ¿lamenta usted la época vivida?
–Lamento algunos sucesos que se desencadenaron. Pienso sobre todo en aquellos que tuvieron que ver con la candidatura de Carlos para el gobierno del Distrito Federal. Carlos resultó electo por la convención nacional que votó abrumadoramente en su favor y 15 días después Calderón declaró: “Creo que nos hemos equivocado de candidato”.
Me limito a escuchar, detengo los ojos alternativamente en el rostro de Correa Mena y la grabadora, incesante:
“Ahí, en esa declaración, empezó el pesar de Carlos y el nuestro. A mí me sigue pareciendo insólito, por decir lo menos, que un presidente nacional emita semejante frase. Se trató de un error de kínder, elemental.”
–Corre la versión de que al equipo de campaña de Carlos Castillo Peraza, el Comité Ejecutivo Nacional del PAN lo dejó sin dinero.
–No se trata de que le hubieran quitado el dinero, sino el control de los recursos más importantes, los que se invierten en medios de comunicación, en propaganda, en la elaboración y difusión de los spots. Personalmente le reclamé a Calderón ese manejo, que me parecía equivocado. Le expresé que a nadie emocionaban los mensajes y señalé un contraste: mientras la izquierda orientaba su campaña en torno a la candidatura de gobierno del Distrito Federal, el candidato panista debía someterse a los criterios del PAN nacional.
–¿Hasta qué grado les afectó la declaración de Felipe Calderón?
–Si yo no la olvido, si todavía me duele, no me atrevo a imaginar lo que Castillo Peraza sentiría. Más aún, esos temas ni siquiera los tocábamos con él, conscientes todos de la hondura de su herida. Si así marchaban los asuntos en el orden interno y si al exterior tu presidente te cuestiona y dice que no eres el candidato adecuado, de entrada te está dando un empujón, pero hacia un hoyo, no para adelante.
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Hasta el fin de su vida, Carlos Castillo Peraza confió en Francisco Barrio Terrazas. Sin conocer su eclipse en la embajada mexicana en Canadá, decía Castillo que le guardaba respeto. Alguna vez le escuché: “Si Barrio asciende a la presidencia del PAN y toca el tam-tam, regreso al partido”.
Le pregunté a Espino si, en circunstancias parecidas u otras, estaría dispuesto a regresar a las huestes de su vida.
–No lo sé. Castillo Peraza decía que él tenía vocación de político y no vocación de arqueólogo. Yo pienso igual y sé bien que a mí no me gusta reconstruir ruinas. Si se presentara la oportunidad de regresar, que podría ocurrir dentro de dos años, a lo mejor ya sería demasiado tarde. Yo hice mi esfuerzo durante 33 años, y construí cuando me tocó construir.
“Ya en esta etapa de mi vida no quiero cambiar de profesión ni de oficio. Seguiré siendo administrador y político. Si en dos años existe la posibilidad de regresar al partido y participar en su reconstrucción, estaría dispuesto con el mejor ánimo. Pero lo que no haré será perder tiempo en quejas y lamentaciones.”
–¿Alguna vez usted fue llamado por el presidente Calderón para hablar acerca de la guerra contra el narco?
–Sí.
–¿Antes de declararla?
–Después. Felipe Calderón no es de los que consultan antes de tomar decisiones. No es así. Es de los que piden opinión respecto a sus decisiones una vez que han sido implementadas.
“Calderón le declara la guerra al crimen organizado la primera quincena de diciembre de 2006. Así lo dijo, aunque años después, ya padecidos sus estragos, quiso retractarse afirmando que no era una guerra, aunque él la hubiera denominado de esa manera.
”En enero de 2007, siendo presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), hice una gira por Europa. Estuve en Madrid durante varios días. Ahí, en el periódico La Razón, me preguntaron mi opinión respecto a la declaración de guerra de Felipe Calderón contra los criminales. Dije lo mismo que había dicho antes en México y en otros países. Aseguré que me sentía orgulloso de tener un presidente valeroso, resuelto, que había tomado la decisión de combatir con toda la fuerza del Estado a los criminales, y ejemplifiqué con una comparación: ‘No es el presidente de México como el de España, que aquí está negociando con los dirigentes de la ETA para dejar en libertad a algunos terroristas. Allá en México no se negocia con criminales, se les combate’. No dije más.
”A los 11 días llegó el presidente Calderón a Madrid y un reportero del periódico Reforma le dijo, malicioso: ‘Presidente, ¿ya se enteró usted de que Espino estuvo aquí y le dejó la víbora chillando, criticó la política de seguridad de Zapatero?’
”Cuando Calderón pronunció su discurso hizo una alusión a mi persona sin pronunciar mi nombre: ‘Yo no vengo aquí, como otros, a cuestionar la política de seguridad del presidente de este país, yo la respaldo, la avalo’.
”Busqué a César Nava, entonces secretario particular del presidente, le dije lo que yo había declarado en Madrid y que no era correcto que hubiera dejado correr una versión equivocada.
”El día que volvió Calderón a México lo vi en Los Pinos. De inmediato le hice la aclaración pertinente y me dijo que todo quedaba claro. Aproveché la oportunidad del encuentro y le comenté que había un suceso que me preocupaba. Hice hincapié en la acción que había seguido a la lucha contra el narcotráfico. Así lo recuerdo:
“–Está bien que decidas la estrategia que quieras seguir –le dije a Calderón–. Eres el presidente de México. Es tu derecho. Pero deja que la implemente el secretario de la Defensa o el de Marina, el procurador General de la República o el secretario de Gobernación. Abre paso a tu gabinete de seguridad para que tome el asunto en sus manos y le declare la guerra a los narcos.
” ‘Me preocupa que seas tú y que te vistas de militar, más todavía si envías una señal para subrayar que personalmente te harás cargo de la estrategia en la lucha contra el crimen organizado. Creo que como jefe de Estado tienes el deber de tratar por igual otros temas, como la educación, el rezago social, el crecimiento económico, la salud, y enfáticamente el de la seguridad.
” ’Por razones políticas, diplomáticas, sociales o coyunturales, convendría que evitaras problemas que podrían sobrevenir en el futuro. Un día podría ser necesario que bajaras la intensidad de la guerra y si así lo decides podrías mostrarte débil frente a la opinión pública. En cambio, no te verás débil si le ordenas al general secretario de la Defensa o a la persona que hubieras designado para acometer la batida contra el narco que disminuyera su intensidad.’
”Deseaba verlo como jefe del Estado en plenitud.”
–¿Cuál fue la respuesta del presidente a su planteamiento?
–No me dijo nada.
No se me ocurrió alguna pregunta pertinente, pero no hacía falta. Espino prosiguió:
“El presidente parece tener algún problema de audición. En las ocasiones en que alguna persona le planteaba la revisión o la rectificación de su estrategia, solía responder: ‘Me están pidiendo dejar de combatir a los criminales, me proponen que cese en su persecución’.
”Hasta el día de hoy no he escuchado a un solo mexicano que le pida dejar de combatir al crimen. Lo que sí he escuchado es la sugerencia de que revise la estrategia, pues ésta ha sido fallida.”
–¿De qué manera se enteró usted del inicio de la batalla contra el narcotráfico?
–Leí la noticia en los periódicos y la vi por la televisión.
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Estaba empeñado en conocer al Felipe Calderón de los años que antecedieron a la posición eminente que ocupa ahora. Recurrí a Alfonso Durazo, testigo en primera línea del asesinato de Luis Donaldo Colosio, como su secretario que fue, y autor de la carta pública que describió a Marta Sahagún como un ser deleznable (5 de julio de 2004), lastimoso el desenfreno de su ambición personal.
La vida cotidiana había sido el punto de partida de nuestra amistad. Con el tiempo llegamos a la confianza mutua. Me dijo que el día de la protesta de Colosio como candidato a la Presidencia, éste no permitió que Carlos Salinas de Gortari conociera con antelación su mensaje a la nación. Para lograrlo, ordenó a Durazo que enviara el texto histórico simultáneamente al Monumento a la Revolución –la tribuna de Colosio– y a Los Pinos.
Para Salinas el momento debió de haber sido terrible. Colosio, su hijo, así lo llamaba Octavio Paz, sibilinamente hacía pública su desconfianza al padre. No era para menos. Colosio habló contra el presidencialismo instaurado en el país. Fue categórico:

Sabemos que el origen de nuestros males se encuentra en una excesiva concentración del poder que da lugar a decisiones equivocadas, al monopolio de iniciativas, a los abusos, a los excesos… Reformar el poder significa un presidencialismo sujeto estrictamente a los límites constitucionales de origen republicano y democrático.

Enseguida le propinó otro golpe a Salinas: “Yo veo un México con hambre y sed de justicia, un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían servirla”.
Secretario particular y vocero del presidente Fox de 2000 a 2004, le pregunté a Durazo:
–¿Cómo era el Calderón que conoció usted, don Alfonso?
Se detuvo un rato. Luego dijo:
–Es coincidente la desmemoria de quienes lo tratamos desde Los Pinos. Nadie recuerda un dato memorable de su paso por Banobras, la Secretaría de Energía y los distintos gabinetes en que participó. Ni siquiera se recuerda su voz, algo digno de retener en la memoria, no obstante los álgidos temas del momento, como el desafuero de López Obrador. Se le recuerda más bien inactivo y silencioso. Llegaba, tomaba su lugar, distante siempre del presidente Fox, instalaba su computadora y empezaba a escribir, haciendo abstracción de la agenda que se desahogaba.
“Recuerdo con claridad un solo desencuentro.
”A mediados de diciembre de 2003 recibí una llamada urgente de Felipe Calderón, en ese entonces coordinador de la fracción parlamentaria del PAN en la Cámara de Diputados. Deseaba saber si el presidente Fox asistiría a la cena de fin de año de los diputados panistas que se realizaría esa misma noche.
”Le respondí que era la primera noticia que tenía sobre dicho evento y que en consecuencia no estaba en agenda.
”–Lo que pasa es que no le toma la llamada a mis colaboradores –me reprochó Calderón con ánimo violento.
”–Mira –le dije–, aun cuando ése fuera el caso, que estoy seguro de que no lo es, no te permito el tono grosero.
”Un día cualquiera, después de una reunión informal que había tenido Fox con Calderón, me dijo el presidente:
”–Es un tipo muy pesado.
”Pero no sólo eso. No es casual –agrega Durazo– que los propios diputados que coordinó Felipe Calderón en la Cámara Baja le hayan apodado el Erizo.”
Apenas hay espacio para los silencios en el encuentro con Durazo. Suelto, dice:
–La biografía política de Felipe Calderón lo ubica como un hombre desconfiado y arrogante que subordina su inteligencia a lo visceral y a lo inmediato. Contrario a la opinión pública de que es un hombre de “mecha corta”, siempre he tenido la impresión de que no tiene mecha. Es un sujeto de temperamento primario, se conduce por impulsos, no por razonamientos.
–¿Incapacitado para el poder, don Alfonso?
–Ésa es, ahora, la más evidente de sus numerosas limitaciones. Así, el futuro del país quedaría atado a la capacidad de sus colaboradores. Pero los complejos de Calderón le impidieron rodearse del talento de otros. Su equipo cercano, íntimo, formado en la intriga, el cotilleo y el sensacionalismo político, ha vivido siempre inmerso en la política pequeña, en la política de pasillos y oídos… la ausencia absoluta de grandeza.
Ya en la despedida, Alfonso Durazo se duele de sus propias palabras:
–Algo estamos haciendo mal en nuestro país cuando un político intolerante, inexperto y explosivo se puede colar hasta la Presidencia de la República.

domingo, marzo 13, 2011

Calderón ante Vargas Llosa

Calderón y Vargas Llosa. Elogios.

Álvaro Delgado

MÉXICO, D.F., 7 de marzo (apro).- Omiso del portento de su obra literaria, pero elogioso de una ideología compartida, Felipe Calderón impuso la orden mexicana del Aguila Azteca, en grado de insignia, al escritor peruano-español Mario Vargas Llosa por su valentía para defender los valores de la libertad y la democracia.

“Ha señalado con claridad su convicción de amar tanto la libertad y odiar tanto toda forma de autoritarismo o de dictadura”, disertó Calderón en la ceremonia en la que entregó la presea al Premio Nobel de Literatura 2010 quien, en 1990, definió de “dictadura perfecta” a los gobiernos priistas.

Un admirador auténtico del Nobel no podría desaprovechar una charla con él, sentado a su lado, en una cena de dos horas.

Pero eso fue lo que ocurrió con Calderón.

El sábado 6, tras la escenificación en el Palacio de Bellas Artes de “Las mil noches y una noche”, obra de la autoría de Vargas Llosa y en la que actúa, ambos se sentaron juntos en la mesa de honor, pero Calderón enmudeció.

Durante toda la velada, amenizada por Tania Libertad --que interpretó el mejor repertorio de Chabuca Granda--, Vargas Llosa charlaba con su esposa y Calderón, a veces, con la suya.

A menudo ensimismado, sentado a la misma mesa que la escritora Angeles Mastretta, el empresario Juan Antonio Pérez Simón y su esposa Margarita Zavala, Calderón tuvo dos horas a su derecha a Vargas Llosa y se entretenía oyendo la música y bebiendo agua.

Jamás se entabló un diálogo entre el genio y quien se ostenta como jefe de Estado. No se tradujo en preguntas la fascinación de lector al escritor monumental. Nada.

En unos segundos preciosos con él, cuando Calderón se había marchado, pregunté a Vargas Llosa por qué no se dio el milagro de la comunicación y justificó, con la diplomacia del galardonado, que un día antes había tenido ocasión de platicar con él.

--Pero ahora, en la mesa.

--Ahora era muy difícil --disculpó el Nobel--, porque estábamos oyendo música, pero ayer sí conversé un poco con él.

La estampa me trajo a la mente una historia que le contó Carlos Castillo Peraza a Julio Scherer García, que la reprodujo en su libro La pareja, publicado en 2005:

“Vicente Fox admiraba a Lech Walesa. Ambos eran anticomunistas y ambos eran seguidores de Juan Pablo II. En Polonia, Walesa había arrojado a los rojos del poder y en México Fox haría lo propio con los corruptos del PRI. Walesa no tenía fortuna, Fox tampoco. Ambos eran trabajadores y ambos disfrutaban de una vida limpia. Era tiempo de campaña, la lucha por los votos”.

El periodista dice que Fox invitó a Walesa a México y comió en el rancho San Cristóbal, en una reunión a la que asistió Castillo Peraza, junto con sus dos hijos, quien había conocido al líder polaco en los astilleros donde fundó el sindicato solidaridad.

Scherer García cita a Castillo Peraza:

“En la comida yo invitaba a Fox a la conversación, pero nada decía el dueño del rancho. A mi pesar y supongo que también el pesar de Walesa, la posible charla entre los tres se hizo diálogo. Sólo Walesa y yo platicábamos. De él, me impresionó el tamaño de sus manos, el rostro duro, cuadrado. Agradecía las atenciones que se le tributaban con una sonrisa íntima, la del hombre introvertido que se anima a la naturalidad. Esa larga y entrañable tarde me sorprendió que Vicente Fox no tuviera algo que preguntarle al hombre que admiraba como a un ídolo y al que había traído desde Polonia a su casa de Guanajuato.”

Comentarios: delgado@proceso.com.mx

domingo, febrero 20, 2011

Posible: a juicio por los inocentes muertos

Historias de muerte y corrupción

De la contraportada del nuevo libro de Julio Scherer García:

Estas historias de muerte y corrupción tienen como protagonistas, además de los narcos, a los gobernantes, los policías, los políticos, los jueces, los soldados, los niños sicarios y los civiles caídos en la guerra –que no lucha– contra la delincuencia organizada. Estos últimos forman parte de las descarnadas estadísticas, enlistados como “daños colaterales” y, según registra fehacientemente el autor, de ellos se responsabiliza el comandante supremo de nuestras Fuerzas Armadas. Así, como primera conclusión, la respuesta a la pregunta que aquí se plantea resulta clave: ¿podría juzgarse al presidente por los inocentes muertos?


Calderón y Galván. En el agua helada.

Julio Scherer García

“Detrás de cada víctima –apunta Scherer– hay un nombre, un apellido, una historia, pero llegará el día del rendimiento de cuentas por parte de quienes se vieron envueltos en esta tragedia que no cesa.”

Aquí reproducimos fragmentos de Historias de muerte y corrupción,
el título de Grijalbo que ya está en librerías.

Fox, en su desventurada frivolidad, ofreció que llevaría a la cárcel a peces grandes que habían engordado a costa de todos. Nombró contralor a un norteño fuerte, alto, el ceño severo, estampa de la autoridad implacable. El último dato de su biografía –la de Francisco Barrio– lo describe: embajador en Canadá, sin compromiso, sin riesgo el buen sueldo, la posibilidad de ahorrar para lo que fuera. Su paseo por la cancillería negaría un episodio memorable a su favor.

Calderón, en su turno, desalentó desde el principio las expectativas que muchos tuvieron acerca de que él, él sí, emprendería un camino distinto al de Fox y combatiría a fondo la corrupción y su punto de apoyo, la impunidad, el cáncer más doloroso en el organismo de la nación. En un lenguaje sin explicaciones advirtió que su régimen no actuaría contra el ex presidente ni contra su esposa, ni contra los hijos de la señora Sahagún, insistentemente señalados como corruptos; tampoco actuaría contra el saqueo a Pemex. No se ocuparía de los dispendios en el aeropuerto internacional, ni de la megabiblioteca, ni de los derroches nacidos de la irracionalidad, en suma, de ninguno de los escándalos mayores o menores en los que el sexenio foxista se había visto comprometido.

Uno al lado del otro en la historia azul, Fox y Calderón han mantenido posiciones opuestas frente al crimen organizado. Uno dejó en paz a los capos y el otro ha fundado con ellos una galería de notables que, sin duda alguna, seguirá creciendo. Uno, Fox, cubrió al país con el delgado manto de una paz que no se ve por lado alguno, y el otro, Calderón, lleva al país a una guerra desdichada.

Sólo por fuera, pintados del mismo color, los mandatarios guardan un parecido. Pero de su relación política, inmensa su responsabilidad, poco a poco se va sabiendo más y más acerca de sus desacuerdos. Se habla ya, unidos los tiempos de ambos en Los Pinos, de la “decena perdida” y de un país que no encuentra su rumbo.

Sin medir la magnitud del problema que enfrentaba, Calderón se metió entero en el agua helada de un océano sin orillas. Ignoró o no fue consciente de que el narco se había infiltrado en las capas altas, medias y bajas de la sociedad a lo largo de cincuenta años de priísmo complaciente y durante el periodo del foxismo cómplice. Si Calderón había tramado una alianza emergente con las Fuerzas Armadas, los narcos habían tejido sus redes, lenta, pacientemente, que el tiempo estaba de su parte. Los narcos habían adquirido cartas de ciudadanía, visibles en la geografía de la República pueblos enteros cuya respiración la debían a la droga.

Además, cerrado a una creciente inconformidad, Calderón decidió que la guerra al narco sería su guerra y él sabría de qué manera conducirla, apoyado en las Fuerzas Armadas. En su desmedido protagonismo, vistió a sus hijos, Luis Felipe y Juan Pablo, de cuatro y ocho años de edad, con el uniforme de campaña, el verde olivo del Ejército que formó el general Joaquín Amaro allá por la década de 1920. En una foto se ve a los niños en la misma línea horizontal que su papá, flanqueado el presidente de la República por los secretarios de la Defensa y la Marina, presente también el jefe de la Fuerza Aérea.

“Son los menos”

Al dejar abiertos los cuarteles para que las Fuerzas Armadas se lanzaran contra el crimen organizado, Felipe Calderón declaró que asumiría en su integridad las consecuencias de la batalla que iniciaba. Resuelto, general de cinco estrellas, habló a la nación sobre su compromiso total en la magna batida.

Inequívoco el lenguaje, afirmó que asumiría como propios los daños colaterales de la batalla que libraba en el territorio de la nación. Los daños colaterales no podrían ser otros que las muertes de inocentes, las desapariciones, los secuestros, las mutilaciones y las mil calamidades sin remedio que trae consigo el vendaval de la violencia.

Avanzado su gobierno, en abril de 2010, afirmó que “más de noventa por ciento de las ejecuciones asociadas a la guerra contra la delincuencia obedecía al choque entre grupos del crimen”. A continuación, y al referirse a los inocentes caídos en la estrategia militar para abatir el narco, acudió a palabras difíciles de aceptar:

“Son los menos”, expresó en una frase desdeñosa. “Los menos” pueden ser miles, cientos, y aunque fueran unos cuantos, o sólo uno, “alguien” tendría que decirle a la nación qué fue de ellos. Los muertos sin culpa alguna, los inocentes, no dejaron la vida por un incendio propagado por el viento, un terremoto, el desgajamiento de un cerro o una tormenta tropical. Cayeron como resultado de una estrategia militar diseñada por el comandante supremo de las Fuerzas Armadas. Tocará a él, por tanto, rendir cuentas “hasta sus últimas consecuencias” de lo acaecido en los frentes abiertos en la lucha contra el narco. Porque los muertos están ahí y ahí siguen angustiosa y paradójicamente vivos.

No existe el daño abstracto en el Estado de derecho. Simplemente, no hay daño sin su correspondiente autor, así como no hay causa sin efecto ni homicidio sin homicida. En el tiempo bélico de Calderón, de “los menos” se sabe apenas que un día desdichado y sin saber por qué, la maldad los apartó del mundo.

“Al primer paso sobre el mar, me hundí”

Coordinador de los diputados panistas en la LVIII Legislatura, Felipe Calderón iba y venía por los pasillos de la Cámara, subía y bajaba de la tribuna, rebatía con encono a sus adversarios y se hacía seguir con manifiesto interés por sus correligionarios. Se le notaba desenvuelto, seguro, estampa de un joven líder.

Por esa época nos reunimos en la parte alta del restaurante La Casserole, sobre la avenida Insurgentes. No recuerdo el motivo de la cita, pero sí que yo mantenía una relación cordial con buen número de militantes de Acción Nacional. Había conocido a su fundador, que me atraía sobremanera por sus maneras exquisitas y sus ojos incendiarios.

El restaurante se encontraba semivacío y bajo una penumbra que propiciaba la conversación que atañe a los asuntos personales, Calderón y yo nos confiábamos uno al otro.

Me dijo que la parábola de Jesús bajo la tormenta, aterrorizados los apóstoles en una barca que zozobraba, la llevaba en el alma como una oración. Pensaba en los apóstoles, hombres comunes y corrientes, tanto o más que en el hijo de Dios, y a los doce los relacionaba con amigos muy queridos, complicados en problemas serios.

Palabras más, palabras menos, culminó su relato entre un fino humor y el esbozo de un drama que hiere. Recuerdo el final de su relato, visión de una imagen del pasado que en mí perdura:

“Yo también –me dijo–, resuelto a salvar a los míos, a ‘mis apóstoles’, me dispuse a dejar el lanchón y caminar sobre el agua. Sin embargo, al primer paso sobre el mar, me hundí y desperté”.

A mi vez, esbocé a Calderón mi propia crisis de fe. Educado en el Colegio Alemán Alexander von Humboldt, en el Instituto Bachilleratos, dirigido por jesuitas, y en facultades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), inconstante y al fin autodidacta tardío, mantenía revuelto el mundo de adentro. Ciertamente no se llevaban la dureza germana con la seducción jesuítica y la liberalidad de estudios elementales de filosofía y letras, en la UNAM. No podía creer ni dejar de creer en Dios. No me atraía el cielo ni temía al infierno, me gustaba vivir y la vida llegaba a sentirla como un inmenso vacío.

Años después, reunidos por Josefina Vázquez Mota, desayunamos en el Centro Libanés. Calderón estaba en plena campaña por la Presidencia de la República.

Hablé sin parar y conté mis agravios con Acción Nacional. El partido había olvidado a los hombres que lo formaron y a los mejores de sus seguidores. Para Manuel Gómez Morín no había una frase reciente que valiera la pena, como tampoco la había para Efraín González Luna y Miguel Estrada Iturbide, sus contemporáneos en la naciente organización política. Tampoco había una línea para los primeros diputados federales, cinco estoicos en su resistencia frente al ejército priísta que no logró aplastarlos, y al primer senador azul, histórico en su curul solitaria, habría que rastrearlo con lupa. Los diputados de partido, una innovación en el escenario camaral, pasaban inadvertidos en los órganos doctrinarios y de circulación azul, y al propio Adolfo Christlieb, en buena medida autor de la iniciativa y muchos méritos más, se le mantenía en algún escondrijo. Rafael Preciado Hernández, ideólogo, filósofo y maestro de generaciones, pasaba como figura secundaria en los hechos cotidianos del tiempo incesante. De Carlos Castillo Peraza, menospreciado por tantos, hablé largamente y con dolor.

Llegó la hora de la despedida. El monólogo me había dejado sentimientos de frustración. Quizá lo advirtió Calderón y me anunció una carta inminente.

La recibí el 17 de enero de 2006. Me llamó la atención el color del pliego, negro y anaranjado, apenas diferente del negro y amarillo del PRD. En el margen superior izquierdo de la carta se leía “Felipe Calderón”, y al lado, su figura en color naranja. En la parte superior derecha destacaba el lema de campaña: “Mano firme, pasión por México”.

El documento acusaba una falta de ortografía, mi apellido paterno sin la “c”; y mi apellido materno, que siempre me acompaña, había sido suprimido.

Sr. Julio Sherer.

Presente.

Muy querido don Julio:

Gratamente impresionado por sus convicciones y por el valor de su franqueza, le escribo estas líneas para decirle cuánto valoro su presencia en la vida pública de México a través de su trabajo diario.

Discrepo desde luego en diversos temas y percepciones, sin embargo la hondura de sus reflexiones enriquece mi visión de México y seguramente contribuirá en beneficio de la meta que me he propuesto: una vida mejor y más digna para todos.

Lo saludo con admiración y con gratitud por compartir tan generosamente su pasión sobre el destino de México.

Atentamente,

Felipe Calderón Hinojosa

Leí la carta. Lamenté su oquedad.

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Luis Garfias Magaña

El trámite se ventila con helada naturalidad: abatido un inocente por militares, la Secretaría de la Defensa Nacional cubre la indemnización a los deudos y se hace cargo de los gastos inherentes a la tragedia, esto es, la atención a las víctimas colaterales, los recursos para el funeral y la restitución de los bienes dañados en la trifulca.

El alcance de la indemnización lo determina la Defensa en una decisión sin réplica posible. Pero no sólo eso: del drama se apodera de manera íntegra, sin intervención alguna del Ministerio Público, inexistente la ley civil frente al fuero militar. Por lo que hace a los militares homicidas, sometidos al cuartel, resulta claro que carecen de voz al exterior.

Conversaba sobre el tema con el general de división Luis Garfias Magaña. Nos obligaban a la franqueza las imponderables razones de la vida. Estuvimos juntos en el Instituto Bachilleratos, dirigido por jesuitas, y habíamos compartido las vivencias de una juventud temprana. No me sorprendió su crítica al presidente de la República, tampoco oírle decir que podría juzgársele por su desempeño en la campaña contra el narcotráfico. Sus palabras respondían al peso de los inocentes caídos sin cargo ni cuentas con persona alguna.

Atenido al tiempo, el general, en el tono lento de una reflexión muy trabajada, dijo:

–Alguien tendrá que hablar por ellos.

–Ellos, dices. ¿Hablas de los inocentes muertos?

–Sí, de ellos hablo.

En su casa, apenas en noviembre, recordábamos Luis y yo el día aquel en que el prefecto del instituto, el padre Meza, lo había llamado a su oficina casi en secreto. Era importante el asunto que debía tratar con su discípulo. En la voz susurrante de la confidencia, el sacerdote le dijo que advertía en él los signos claros del llamado de Dios y lo invitaba a que ingresara en la Compañía de Jesús. Había que cumplir, eso sí, con el triple y sagrado compromiso que imponía la orden fundada por Ignacio de Loyola: voto de pobreza, voto de obediencia y voto de castidad.

Posesionado de su historia, platicaba Garfias:

“Me vio fijo, Julio, ya sabes cómo era Meza. No me quitaba los ojos, igual que si me hurgara. Yo tuve un momento de turbación sin saber qué hacer ni qué decir. Sin embargo, me sobrepuse y pude responderle: ‘No tengo inconveniente, padre, en cumplir con el voto de obediencia, tampoco con el voto de pobreza, pero el voto de castidad es otra cosa’”.

Conversábamos en la estancia de su casa, en la sección militar de la Segunda Colonia del Periodista, rodeado el divisionario de diplomas, condecoraciones y señaladamente dos fotografías de su padre, oficial de veras, al lado de Francisco I. Madero. Sensible, me condujo por sus memorias del Colegio Militar, libros y más libros, códigos y más códigos. Señaló a Napoleón y a los grandes generales de la historia, también a Miramón. “No se le ha hecho justicia”, comentó. En los pasos lentos del recorrido, sentí en Garfias la añoranza de una vida que se aproxima a los ochenta años.

De vuelta a la comodidad de dos sillones, volví al tema que me había llevado con el amigo de una época difícil de olvidar. Se trataba de las víctimas inocentes de la guerra que perturba al país.

“No es guerra, es campaña –me corrigió–, dolorosa, amarga”.

Pasé por alto su momentánea contrariedad e inquirí directamente por el trato que debería dársele a los deudos de crímenes infames y, en particular, las indemnizaciones otorgadas al arbitrio de la Defensa.

Grave su rostro, dijo sin ambages:

“El tema es delicado y no hay una línea en el lenguaje militar que se ocupe de asunto tan sensible. Los muertos de que hablamos, casi siempre debidos a accidentes, ocurren sobre todo entre personas humildes. A ellas habría que ofrecerles un alivio y la garantía de un derecho que no podría ser discutido”.

¿Cómo valorar una vida? No hay manera, nos decíamos, la vida es el cielo y la tierra unidos en un instante que será para siempre. Pero el problema podría aliviarse con una pensión vitalicia y digna, ajena a cualquier traba burocrática. “Expedito”, debería anotarse en el legajo que correspondiera a una muerte inicua.

Sin soltar el tema, el general Garfias siguió con el recuento de los más de treinta mil muertos que ya ha dejado la campaña en nuestro país y los relacionó con otros escenarios. La comparación resulta sencillamente brutal.

Dijo Garfias:

“En España, todas las muertes provocadas por grupos terroristas en los últimos cincuenta años, sumadas, son menos de las que ha habido en México durante los cuatro años pasados. Increíble. Si contamos todos los muertos de la ETA en España, el ERI en Irlanda, el Baader-Meinhof en Alemania, las Brigadas Rojas que mataron a Aldo Moro, Sendero Luminoso, los tupamaros, los montoneros, suman menos que los treinta mil en México”.

Visto el panorama que describía, le pregunté si se asumía como partidario de la suspensión de las garantías individuales en el territorio nacional.

“Absolutamente”, respondió, el adverbio emitido con la fuerza de una exclamación.

Sigue el general:

“No tendría sentido pensar en una suspensión de garantías que afectara a la República entera. La suspensión de garantías podría decretarse en un municipio o localidad pequeña que perdió hasta el hábito de vivir. Si el crimen se impone en la vida cotidiana o imprime hasta modos de ser y de conducta, algo hay que hacer para enfrentar semejante terror. Correspondería al presidente de la República asumir decisiones drásticas”.

–O sea, la suspensión de garantías.

–Cubiertos la letra y el espíritu de la Constitución, movilizados los poderes en un solo propósito, aprobada la iniciativa por el Congreso o, en su defecto, la Comisión Permanente, el Ejecutivo cumpliría con su deber en la época difícil que vivimos.

–En tu lógica, ¿por qué no se aplica la medida?

–Debilidad o miedo.

–Sería lo mismo. Pero ¿miedo o debilidad a qué?

–A la exhibición de una imagen negativa del país en el mundo.

–La mala imagen ya existe.

–Eso creo y no entiendo por qué estando la Constitución ahí, explícito el veintinueve constitucional*, éste no se aplica.

–Al iniciar la campaña contra el narcotráfico, el presidente declaró que sería responsable de los daños colaterales que su decisión pudiera desencadenar.

¿Qué opinión te merece el compromiso presidencial? –le pregunté.

–De haber aplicado el artículo veintinueve constitucional, que contempla la suspensión de garantías individuales, habría aliviado su responsabilidad.

–Volvamos, Luis, a los inocentes muertos. A causa de ellos, ¿podría juzgarse al presidente de la República?

–Debería juzgársele –reflexivo en el futuro el general agrega–: el asunto es muy grave, muy serio.

–Y al secretario de la Defensa, ¿debería juzgársele?

–Él recibe órdenes. Sin embargo, en el código te dicen que el militar no debe cumplir órdenes que configuren un delito.

–Luego, el secretario es cómplice.

–De alguna manera, sí.

–O sea, también debería juzgársele, como al presidente.

–Ya te dije. Sí.

* En el artículo veintinueve de la carta magna se lee: “En los casos de invasión, perturbación grave de la paz pública, o de cualquier otro que ponga a la sociedad en grave peligro o conflicto, solamente el presidente de los Estados Unidos Mexicanos, de acuerdo con los titulares de las secretarías de Estado y la Procuraduría General de la República y con la aprobación del Congreso de la Unión y, en los recesos de éste, de la Comisión Permanente, podrá suspender en todo el país o en lugar determinado las garantías que fuesen obstáculo para hacer frente, rápida y fácilmente a la situación; pero deberá hacerlo por un tiempo limitado, por medio de prevenciones generales y sin que la suspensión se contraiga a determinado individuo. Si la suspensión tuviese lugar hallándose el Congreso reunido, éste concederá las autorizaciones que estime necesarias para que el Ejecutivo haga frente a la situación; pero si se verificase en tiempo de receso, se convocará sin demora al Congreso para que las acuerde”.

lunes, diciembre 13, 2010

López Dóriga, la inmoralidad mediática

López Dóriga y Calderón Hinojosa. Maquillaje.

Javier Sicilia

MÉXICO, D.F., 13 de diciembre.- Poco antes de la maquillada transición democrática, cuando el gobierno señoreaba abiertamente al país como una dictadura, los medios noticiosos –en particular los de Televisa, encabezados entonces por Jacobo Zabludovsky– estaban perdidos en los principios y en la moral. El apetito del dinero y la indiferencia por la dignidad habían actuado para dar a México medios cuyo único objetivo era aumentar el poder del gobierno, el lucro de las empresas mediáticas y el envilecimiento de todos.

En esos tiempos, el Excélsior de Julio Scherer y –después del golpe perpetrado por el gobierno de Echeverría– la revista Proceso, que se fundó con el apoyo de una ciudadanía indignada, eran la excepción. Sus batallas, su periodismo de investigación, su devoción por la verdad, su negativa a pactar con los poderes, no sólo mantuvieron viva la voz de la nación, sino que sentaron las bases de lo que ahora es la libertad de prensa en nuestro país.

En medio de esa libertad, Proceso, dirigida ahora por Rafael Rodríguez Castañeda, ha seguido el mismo camino y continúa siendo una referencia incómoda para el poder y para esos medios que, como los auspiciados por Televisa, no han dejado de ser lo que siempre han sido: la vergüenza de este país. No es otra cosa lo que López Dóriga –ese periodista inescrupuloso, continuador del Zabludovsky del antiguo régimen– mostró cuando –días después de la publicación del reportaje de Ricardo Ravelo Testigo estelar (Proceso 1777), y de la publicación de un capítulo del libro de Anabel Hernández Los señores del narco (Proceso 1778)– divulgó y magnificó en su noticiario que Sergio Villarreal, El Grande –testigo protegido que en el reportaje de Ravelo había manifestado conocer a Calderón a través del senador Guillermo Anaya–, decía haber dado al periodista 50 mil dólares para que guardara silencio con respecto a su persona.

Se trataba –como lo dijo el propio López Dóriga en un alarde de servilismo avalado por los periodistas que lo acompañaban en el programa Tercer Grado– no de una noticia, sino de un lección: mostrarle a Proceso, primero, que la fuente de Ravelo, El Grande, que dice conocer al presidente, se volvía ahora contra él; segundo, que si en ese caso la fuente mentía, también mentía en relación con sus declaraciones sobre Calderón y Anaya; tercero, que Proceso, el cual recurre a testimonios de testigos protegidos, se ha convertido en un semanario corrupto que tiene relaciones con el narcotráfico y que utiliza cualquier tipo de información para desprestigiar al gobierno; cuarto, que a partir de ese momento todo lo que ha dicho o diga Proceso es sospechoso de falsedad. Se trataba, bajo una moralina seudoperiodística, de linchar a Proceso, de desprestigiarlo, de reducirlo a un periodismo de calumnia, a un pasquín que dejó de ser lo que fue para mentir.

La evidencia más clara de esta bajeza está en la manera en que el propio López Dóriga manipuló los argumentos que Ravelo utilizó en su reportaje Testigos protegidos: creerles a conveniencia (Proceso 1778). Según Ravelo –palabras que el propio López Dóriga utilizó para darle esa supuesta lección a Proceso– los testigos protegidos “mienten”. Lo que, sin embargo, López Dóriga omitió es, primero, que mienten porque “en manos de las autoridades sufren presiones económicas, malos tratos y frustración”; segundo, que cuando esos mismos testigos “se refieren a funcionarios poderosos del gabinete federal no se les toma en cuenta”; tercero, que “con frecuencia los testigos protegidos se quejan de que en la SIEDO son obligados a declarar en contra de gente que no conocen…”.

Ni López Dóriga, quien sí ha difamado muchas veces para servir a sus patrones –recordemos sus ataques contra el diario Reforma por denunciar los beneficios obtenidos por Televisa y Nextel en la asignación de frecuencias radioelectrónicas y la reciente divulgación de una supuesta corrupción entre directivos de la industria farmacéutica y del Seguro Social porque así convenía a esa empresa televisiva–, ni quienes lo acompañaban en Tercer Grado tuvieron el profesionalismo de verificar si los señalamientos de El Grande sobre su encuentro con Calderón eran falsos; ni si la acusación de ese testigo protegido contra Ravelo era el producto de una coerción de la SIEDO para golpear a Proceso.

Reunidos en el foro televisivo, Dóriga, Marín, Maerker, Gómez Leyva y Micha habían dejado de ser periodistas para convertirse en los inquisidores de Proceso, en servidores de esas Iglesias degeneradas llamadas Gobierno y Televisa, y en verdugos impolutos de un periodismo que no ha dejado de denunciar sus corrupciones y desaciertos. Habían dejado de honrar la palabra, a la que un día sirvieron con dignidad, para volver al viejo objetivo de los medios verdaderamente corruptos: aumentar el poder autoritario del gobierno, el lucro de las empresas mediáticas de las que viven y el envilecimiento de todos.

A los que hacemos Proceso nunca nos ha interesado caminar apoyándonos en los pobres privilegios de los que saben arreglárselas con el poder. Nuestra ambición es y ha sido dar testimonio y gritar cada vez que es posible en nombre de aquellos a quienes los poderes aplastan. Eso, para honra de la verdad, jamás podrán acallarlo.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz.

domingo, diciembre 05, 2010

WikiLeaks a la mexicana


En solidaridad con Ricardo Ravelo y el equipo de Proceso

Los políticos estadunidenses que han criticado la “amenaza” que para sus intereses implica la actividad de WikiLeaks tienen razón en repudiarla. El poder se sostiene no solamente con balas y armas, sino también sobre la base de la asimetría informativa. El que tenga más información sobre las acciones, los pensamientos y los planes de su adversario tendrá una clara ventaja ante el surgimiento de algún conflicto. Hoy, con la filtración de más de 250 mil comunicaciones diplomáticas, la cancha del juego se ha nivelado un par de grados. Los ciudadanos del mundo sabemos un poco más sobre cómo funciona el gobierno de Washington, y esto fortalece tanto a la democracia como a la defensa de los derechos fundamentales.

El doctor Ian Shapiro, de la Universidad de Yale, en su formidable obra El estado de la teoría democrática, define a la democracia como “un medio para manejar relaciones de poder con el fin de minimizar la dominación”. La celebración de elecciones populares sería, entonces, apenas un mecanismo más para fortalecer el ideal democrático. Otra vía, igualmente válida o incluso más importante, sería garantizar a los excluidos toda la información posible sobre las acciones y los pensamientos de los más poderosos. La reciente tarea de Julian Assange ha sido, entonces, eminentemente democrática y libertaria.

De acuerdo con el teórico holandés Mark Bovens, los derechos a la información deberían ser vistos como la cuarta gran ola histórica de derechos fundamentales, equivalente a los derechos civiles, políticos y sociales caracterizados en los textos clásicos de T. H. Marshall. Con el advenimiento de la “sociedad de la información”, el mundo necesita defender sin tregua este nuevo derecho, que es igual de importante que los otros, incluyendo el mismo derecho al voto.

En una entrevista con la revista Forbes, Assange afirma que su objetivo es evidenciar el “ecosistema de la corrupción” y hacer el capitalismo “más libre y ético”. No recurre al derecho para lograr sus fines porque se trata de “organizaciones que no obedecen el Estado de derecho”. Es simplemente imposible exigir cuentas por las vías normales a las agencias de inteligencia y a las grandes empresas trasnacionales. Su poder rebasa por mucho las capacidades de las instituciones de justicia y viven en un espacio de completa impunidad. La única opción es entonces recurrir a otro tipo de tácticas subversivas para equilibrar un poco el tablero de la dominación.

En otra entrevista, con la revista Time, el fundador de WikiLeaks afirma que su meta “no es lograr una sociedad más transparente, sino lograr una sociedad más justa”. Y la vía para conseguir este fin sería dando ejemplos de valentía y de resistencia que van contagiando al mundo entero. “Courage is contagious” (“la valentía es contagiosa”) es la frase que utiliza Assange para resumir el eje central de su estrategia. Afirma que más que el castigo, el miedo es la manera más efectiva para controlar a la sociedad. Por lo tanto, lo más peligroso para el sistema sería precisamente que la gente empiece a perderle miedo a la autoridad.

México necesita urgentemente de su propio proceso de filtración masiva para que la sociedad empiece a conocer las entrañas del sistema de impunidad y corrupción que predomina en el país. Las leyes de transparencia y la profesionalización de la actividad periodística nos han permitido asomarnos a la ventana para atestiguar algunos movimientos oscuros, pero todavía falta entrar por la puerta principal para ver cómo realmente funcionan los poderes estatales y fácticos cuando suponen que nadie los está viendo. Habría que demostrar a los que controlan el destino del país que no es tan fácil esconderse de la lupa ciudadana y traicionar la voluntad popular.

Un problema muy serio es, sin embargo, que desde la entrada en vigor de las leyes de transparencia, los servidores públicos ya no documentan sus decisiones más importantes. En lugar de levantar minutas pormenorizadas de sus reuniones, ahora se limitan a elaborar escuetas actas e informes sobre los acuerdos tomados. En lugar de enviar oficios, prefieren usar el teléfono para comunicarse o gestionar asuntos delicados. Hacen todo lo posible por no dejar algún rastro que posteriormente pueda ser usado en su contra.

El gobierno federal también ha hecho todo lo posible por evitar la divulgación de cualquier información relacionada con su estrategia de seguridad pública o sus relaciones en materia de seguridad con Estados Unidos. Asimismo, actualmente el sector privado se encuentra totalmente protegido de cualquier intento ciudadano por acceder a la información sobre sus operaciones. La negativa de la Secretaría de Hacienda a entregar la información sobre las exenciones fiscales, aun bajo una orden directa del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública y Protección de Datos (IFAI), y la vergonzosa intervención de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) en el caso, es apenas el ejemplo más reciente que confirma la vigencia de esta regla de oro que “blinda” al sector privado de la rendición de cuentas ciudadana.

Tal y como lo señala Assange, en México necesitamos más ejemplos de valentía pública de parte de políticos, servidores públicos y ciudadanos para generar un proceso de contagio que permita a la población perder el miedo ante el ejercicio arbitrario y autoritario del poder. ¿Manuel Espino divulgará los secretos sobre el funcionamiento interno del PAN y sus relaciones con la Iglesia y los poderes fácticos? ¿Gabino Cué y los antiguos colaboradores de Ulises Ruiz exhibirán todas las corruptelas y malos manejos del gobierno de Oaxaca? ¿Mario Marín y Fidel Herrera tendrán que rendir cuentas sobre sus abusos de poder? ¿Cuándo sabremos la verdad sobre las redes de corrupción que corroen las instituciones de seguridad pública en el país?

Los periodistas han estado haciendo su trabajo, y de forma particularmente admirable en la prensa escrita. Pero ha llegado la hora para que los futuros informantes internos se inspiren con el ejemplo de WikiLeaks y les ayuden a exhibir las entrañas del monstruo de la complicidad y la impunidad, que es el principal responsable de que México todavía se encuentre tan rezagado en materia económica, política y social. l

www.johnackerman.blogspot.com

Twitter: @JohnMAckerman

Hasta el último segundo

Calderón y Chávez. Autoritarismo

Jorge Carrasco Araizaga

México, DF; 5 de diciembre (Apro).- Hace cuatro años, días antes de ocupar Los Pinos, Felipe Calderón se reunió con los periodistas que siguieron su campaña presidencial y los meses de la animosidad que dejó su cuestionado triunfo en las urnas. Eran días de tensión e incertidumbre. No se sabía si, en efecto, juraría en el Congreso como presidente constitucional de México.
En esa reunión se quejó abiertamente de Proceso. Dijo que no entendía por qué con su cobertura contribuía a un ambiente “golpista” si el fundador de la revista, Julio Scherer García, había sido, precisamente, víctima de un golpe en 1976 y expulsado de la dirección del periódico Excélsior.
Calderón hizo pública su querella, dolido por la cobertura periodística del semanario a su campaña presidencial como un candidato sin carisma, desconectado de la población, con el abierto apoyo de la presidencia de la República y de la cúpula empresarial y, sobre todo, como promotor del odio y la división.
Su encono respondía también a la decisión de la revista de requerir al Instituto Federal Electoral y al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación las
boletas de su elección para hacer un recuento independiente, mediante una muestra, de los votos que en efecto obtuvo los comicios que también reclamó para sí Andrés Manuel López Obrador.
Por su naturaleza autoritaria, Calderón nunca entendió que la petición de la revista estaba lejos del ánimo “golpista”, sino que obedecía a la transparencia y al ejercicio de acceso a la información, vitales para una sociedad democrática.
Desde los primeros días del sexenio, su talante ya había operado la primera agresión contra la prensa al emplazar al periodista radiofónico y empresario mediático José Gutiérrez Vivó a “portarse bien” o prepararse para la estocada final de su proyecto periodístico de 33 años que, en pleno régimen autoritario priista, abrió la crítica en medio del control informativo.
Meses después acabó por darle la puntilla al proyecto periodístico Monitor de Gutiérrez Vivó, quien durante la campaña presidencial de 2006 tampoco fue adulador del candidato oficial; lo que le valió acusaciones de favorecer al principal candidato opositor. Aún cuando el empresario se hubiese inclinado por López Obrador, nada le impedía que lo hiciera, salvo la intolerancia y el autoritarismo.
Antítesis de la democracia, tales conductas pronto se repitieron en el caso de la periodista Carmen Aristegui, quien en su noticiario matutino de la cadena W aún desde antes de que llegara a Los Pinos se volvió incómoda no sólo para Calderón, sino para los propios concesionarios de ese espacio público radioeléctrico, nunca mejor dicho, dueños de la estación: Televisa.
Confabulados, el poder formal y el poder fáctico se deshicieron de Aristegui, quien estuvo un año fuera de los micrófonos por temor de los empresarios a perder la gracia presidencial si incorporaban a la periodista. Finalmente, llegó al grupo MVS, que tampoco ha sido ajeno a la presión y el chantaje gubernamental.
El pasado miércoles 1 de diciembre, justo en el cuarto año de haber ocupado la residencia presidencial, Calderón lanzó un nuevo golpe de la mano de Televisa. Arremetió contra Proceso en su más puro estilo autoritario, con el uso faccioso del aparato de justicia y en asociación con el grupo empresarial que desde hace décadas es una rémora para la democracia en México.
En un burdo montaje, como uno más de los que han caracterizado a su gobierno, –el más conocido hasta ahora, también con Televisa, fue en el caso de la ciudadana francesa Florence Cassez, procesada por secuestro– acusó al reportero de Proceso, Ricardo Ravelo, de recibir dinero del narcotraficante de Sergio Villarreal Barragán, El Grande, para dejar de publicar sobre él y sus encuentros con políticos.

Uno de ellos, incluso, con el propio Calderón durante la fiesta de bautizo de la hija del senador del PAN y compadre del presidente Guillermo Anaya. Basta una revisión de lo publicado por la revista para desmentir el supuesto arreglo.
No es la primea vez que Calderón actúa contra el semanario. Además del boicot publicitario –como lo hiciera el PRI en 1982 y Vicente Fox en 2005–, en julio del año pasado vinculó a la revista con el cartel del narcotráfico conocido como La Familia Michoacana.
A través de su policía, el secretario de Seguridad Pública Genaro García Luna, presentó a una célula de esa organización con ejemplares de varias ediciones junto a las armas, aparatos de telecomunicación, dinero y llaves de autos con los que operaban los detenidos. Además, difundió un video en el que uno de los inculpados se refería a la revista como uno de los implementos con los que actuaba Servando Gómez, La Tuta, uno de los líderes de esa organización.
Calderón y García Luna colocaron, de esa manera, al medio y a sus reporteros en el blanco de cualquier organización delictiva en su confrontación con La Familia.
Ahora la agresión de Calderón es más grave. Acusa a la revista, no sólo al reportero, de estar pagado por el narcotráfico. Gravísimo en sí mismo, el
señalamiento expone aún más a Proceso. Calderón y Televisa tienen motivos de sobra para emprender una represalia. Los abusos de ambos en detrimento de la vida pública de México han sido exhibidos reiteradamente por la publicación.
En aquella reunión de fines de 2006 con los periodistas, el entonces presidente electo obvió que el golpe contra el Excélsior de Scherer fue orquestado desde la
presidencia. Luis Echeverría, como él ahora, también arremetió en venganza.
Sus críticos deben estar preparados. El castigo puede llegar hasta en el último segundo de su gobierno.

jcarrasco@proceso.com.mx

jueves, abril 15, 2010

La prensa mexicana frente al narco

Escena de un crimen en Ciudad Juárez.

José Gil Olmos

MÉXICO, D.F., 14 de abril (apro).- El papel que la prensa mexicana ha desempeñado frente al creciente poder de los cárteles del narcotráfico ha sido incierto, pues va desde la amplia cobertura de sus acciones, con un tinte de nota roja y testimonial, hasta la decisión de la autocensura, originada por las amenazas de muerte.

En medio de esta incertidumbre y del terror que en algunas zonas del país ocasiona a los reporteros cubrir la violencia provocada por los distintos grupos de narcotraficantes, lo que llama la atención es la ausencia de los dueños y directores de los principales medios –televisión, radio y prensa--, quienes no han fijado una posición o una estrategia clara para informar a la ciudadanía sobre uno de los acontecimientos que más le han afectado al país desde hace un siglo.

En Colombia fueron los dueños de los medios y no los periodistas quienes acordaron las medidas para cubrir la información generada por el narcotráfico, a finales de los años ochenta. Y no fue gratuita la posición unificada que tomaron, sino que se originó porque muchos de ellos son parte de la clase política colombiana –hijos o parientes de expresidentes, legisladores, gobernadores, etcétera--, y recibieron amenazas y extorsiones; además, fueron víctimas de terrorismo de los carteles que los obligó a tomar una posición.

Esto no ha ocurrido en México y es posible que por eso no veamos que haya un frente común de dueños y directores de los principales medios, no obstante que en la última década 59 periodistas han sido asesinados y otros ocho se encuentran desaparecidos.

Por la gravedad de la situación no se trata sólo de definir cómo informar de lo que ocurre con el narco, sino también de cómo se protege a los periodistas, cómo realizar un trabajo periodístico de profundidad que informe no sólo del número de muertes violentas, sino de todas las aristas del fenómeno y, asimismo, de los alcances del crimen organizado. Todo esto sin menoscabo al ejercicio de la libertad de expresión.

Hasta el momento cada medio, dependiendo de su propia situación, ha tomado sus medidas para informar del narcotráfico.

En los estados de mayor riesgo como Tamaulipas, Chihuahua, Michoacán, Nuevo León, Coahuila y Zacatecas, la mayoría de los medios han optado por la autocensura; mientras que en el Distrito Federal, donde se vive una especie de burbuja, algunos han decidido no acreditar los trabajos informativos de sus corresponsales. Las televisoras y las estaciones de radio, por su parte, decidieron dar cuenta de los hechos sin profundizar, es decir sin hacer ninguna investigación sobre el tema del narcotráfico.

Salvo algunos casos, la prensa mexicana en general ha optado por la nota roja y la cobertura testimonial. Es decir, informar como si fuera una nota policíaca y sólo ofrecer un registro de los hechos.

A pesar de que se adolece de investigación, al gobierno panista de Felipe Calderón la difusión de una guerra perdida le sigue incomodando.

Hace poco Felipe Calderón, en una más de sus declaraciones inoportunas, reclamó que se publiquen los mensajes que los narcotraficantes dejan en mantas colgadas en puentes y calles de las ciudades del país, o en los cuerpos de algunos de los ejecutados. Pidió que ya no se difundan más para no hacerles el juego y, al mismo tiempo, instó difundir más las acciones que su gobierno realiza para combatirlos.

Como si fuera un problema de percepción y no estructural, Calderón hizo la petición desesperada a los medios para mejorar su imagen y, en una especie de truco de ilusión, transformar la realidad.

En ese contexto fue que se publicó el encuentro entre Julio Scherer e Ismael El Mayo Zambada, el cual sigue provocando polémica en el medio periodístico y disgusto en el gobierno federal.

La molestia del gobierno es que se evidenció su incapacidad de perseguir a los jefes del narcotráfico, mientras que el debate entre algunos periodistas, intelectuales y analistas se centró en alabar o criticar el trabajo de Scherer, sin reparar en la oportunidad de revisar las formas en que se ha trabajado el tema del narcotráfico y la falta de medidas de protección para los reporteros.

En México, como en su momento en Colombia, el inicio de la cobertura de la violencia ocasionada por el narcotráfico ha sido de nota roja, de dar testimonio de los hechos si reparar en el fondo del fenómeno. Las fotos de ejecutados y el número de muertos, sin embargo, han comenzado a dejar de ser la principal noticia por la cantidad de casos y la espiral de violencia que escala cada día.

Ha llegado el momento de replantear la cobertura periodística del narcotráfico, dar los pasos hacia la investigación y ver las ramificaciones políticas y financieras dentro y fuera del país, verlo también como un problema de salud y no sólo policíaco militar; dar la protección necesaria a los reporteros que son sujetos de amenazas, intimidaciones, torturas y secuestros.

Sobre todo, que los dueños y directores de los medios tomen posiciones y acuerdos para afrontar este poder que tiene bajo su yugo a parte de la prensa mexicana.