viernes, noviembre 26, 2010
AMLO Hemiciclo a Juárez conmemoración Revolución Mexicana
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lunes, noviembre 22, 2010
Victoriano Huerta, el traidor sobreviviente
MÉXICO, D.F., 22 de noviembre.- Si Victoriano Huerta y su red de secuaces pensaron que la historia los absolvería, se equivocaron. Sus nombres han sido y seguirán ligados a la más baja actitud en el espectro cristiano de la existencia: la traición.”
Tal dijo Enrique Krauze –Premio Nacional de Ciencias y Artes 2010 en el campo de la historia– hace 17 años, con motivo del octogésimo aniversario del asesinato de Madero, a manos de los esbirros de la fiera de Colotlán. Asombrado, he visto cómo el equivocado fue Krauze. Huerta es admirado, “mucho” o “algo”, por 41% de los entrevistados en una encuesta levantada en vísperas de celebrar el centenario del comienzo de la Revolución.
El Grupo Reforma –que publica el diario de ese nombre en la Ciudad de México, así como El Norte, en Monterrey, y Mural en Guadalajara– realizó ese sondeo por el 5 y 6 de noviembre. “Los resultados son representativos de los adultos que tienen una línea telefónica en su domicilio”, se explica en la nota metodológica. No sorprende que los protagonistas de la Revolución más admirados sean Zapata y Villa, por encima de Madero. Me dejó estupefacto, en cambio, que un porcentaje tan alto –cuatro de cada 10– admiren al traidor de febrero de 1913, si bien esa cifra es menor que la de los encuestados que lo execran, que llega al 46%.
Quizá aferrado en exceso a mi subjetividad, me parece que es necesario explicarnos lo que juzgo una anomalía, que lo es no condenar de modo unánime a ese chacal. Ese error moral puede deberse a ignorancia, es decir, a no saber quién fue Huerta, qué hizo y a quién. También podría ocurrir que ese resultado sea producto de la confusión, y que la gente que dijo admirar a Victoriano Huerta haya creído opinar en favor de Adolfo de la Huerta, el sonorense que rompió con Obregón, su amigo y jefe, 10 años después de la felonía del jalisciense.
Sería más sorprendente, sin embargo, que la admiración por Huerta proviniera de la información de que dispone el grueso de la sociedad, una información que trate con lenidad al asesino de Madero. En refuerzo de esa hipótesis recuerdo la normalidad con que el secretario de Gobernación Carlos Abascal ordenó incluir al traidor en la galería de sus antecesores, como si hubiera ocupado ese cargo en circunstancias normales, que no fueran producto de un forzamiento militar. En esa misma línea de la interpretación panista de la historia, encuentro natural el modo benevolente en que la página oficial del centenario de la Revolución, el sitio del gobierno de la República presenta la ficha biográfica de Huerta.
Afirma que participó “en la pacificación de Yucatán en 1901”. Ese es el modo porfirista de referirse a la gran matanza de indios mayas ordenada desde el centro y ejecutada con gran brutalidad por Huerta, que con la experiencia de ese lance también incurrió en genocidio contra el pueblo yaqui. Es peor, sin embargo, el perdón que la historia oficial del presente extiende a Huerta. Lo llama “presidente interino”, en vez de llamarlo sencillamente “espurio”, pues si bien el Congreso le extendió el nombramiento, lo hizo forzado por el peso del Ejército al que Huerta había vuelto contra su jefe legítimo.
Taimado, Huerta había transitado de su condición de alto comandante del Ejército federal a ganar la confianza de Madero. Cuando el 9 de febrero de 1913 se inició lo que pretendía ser la contrarrevolución, la restauración del antiguo régimen con Bernardo Reyes a la cabeza, en el ataque de un batallón de la escuela de aspirantes al Palacio Nacional el defensor del baluarte, el fiel general Lauro Villar, fue herido, por lo que se hizo necesario reemplazarlo. Para ello, según refiere Vasconcelos en su Ulises criollo, Madero aprovechó “el ofrecimiento que en ese instante hizo de su espada el general Victoriano Huerta. De momento se había convertido así en el jefe militar del país”.
Impedidos de tomar la sede del gobierno, a la que llegó Madero para simbolizar que estaba en pleno ejercicio del poder, los rebeldes encabezados por el sobrino de su tío, Félix Díaz, y por el también traidor general Manuel Mondragón, se hicieron fuertes en la Ciudadela. Desde allí atacaron el Palacio Nacional. Huerta no combatió con toda su fuerza a los alzados: “Aun para los que no estaban acostumbrados a observar el desarrollo de una acción militar –reflexionó el después general Francisco L. Urquizo–, la batalla por la recuperación de la Ciudadela ya estaba resultando un tanto rara, extraña, fuera de lo que era natural que de ella se esperara, sobre todo si se tomaban en cuenta las declaraciones que reiteradamente había hecho el comandante militar de la plaza y jefe de las operaciones en la ciudad, general Victoriano Huerta, quien había asegurado una y otra vez, ante quien quiso oírlo, que tomar posesión de la Ciudadela y acabar con sus defensores era una operación sumamente sencilla y que no entrañaba ningún peligro de fracaso”.
Semejante extrañeza manifestó Vasconcelos mientras los sucesos ocurrían: “¿Por qué, pregunté dirigiéndome al ministro de Guerra tras uno de esos disparos, por qué los sublevados tienen tan buena puntería y en cambio los nuestros nunca le pegan a la Ciudadela? ¿Por qué no asaltan y acaban en dos horas con ese manojo de ratas?, insistí. Es una vergüenza que 400 hombres tengan en jaque a toda la nación que está en paz y apoya al gobierno”.
Era que la traición estaba en curso. El historiador Stanley R. Ross fija su consumación a pocas horas después de iniciada la Decena Trágica, como se llamó al tenso e intenso periodo del 9 al 22 de febrero: “El martes 11, a las 10.30 de la mañana, escasamente 15 minutos después de que empezó la ofensiva federal, el general Huerta y Félix Díaz conferenciaban (…) El primer fruto del pacto se produjo en las horas avanzadas de la tarde, cuando a un destacamento de las fuerzas rurales se le ordenó avanzar al descubierto sobre la calle de Balderas. Las ametralladoras de los rebeldes de la Ciudadela (…) hicieron pedazos la cerrada formación de los rurales”.
Alfonso Taracena retrata, como si hubiera estado presente, la dimensión del fingimiento del traidor ya en obra: “Un armisticio concertado al amanecer es roto a las 2.00 de la tarde, debido a que no se llega a un acuerdo para la introducción de víveres en la Ciudadela, si bien Huerta dice a Madero que debían enviar a los sublevados hasta mujeres y licores para que cuando la fortaleza caiga no quede uno de ellos en toda la ciudad. Y levanta al presidente diciéndole: ‘Está usted en brazos del general Victoriano Huerta’”.
El 18 de febrero se precipitan los acontecimientos. Huerta se descara y arresta personalmente a Gustavo A. Madero, hermano del presidente, conocido por su influencia sobre don Francisco, y a éste mismo, en el Palacio Nacional. Para garantizar la paz según su modo de entenderla, el embajador estadunidense Henry Lane Wilson reúne en su oficina al rebelde Díaz y al infidente Huerta. El acuerdo entre ambos estaba siendo puntualmente cumplido, pero el diplomático metiche quiso ser parte y beneficiario del convenio. Allí se firmó el Pacto de la Embajada, según el cual Huerta asumiría la Presidencia y convocaría a elecciones que ganaría el sobrino del dictador huido a Francia; los intereses estadunidenses quedarían bien preservados en uno y otro caso.
El 19 de febrero Madero y el vicepresidente Pino Suárez, prisioneros en Palacio, son obligados a renunciar. Una Cámara entre timorata y temerosa acepta las dimisiones. El secretario de Gobernación, Pedro Lascuráin, suple a los renunciantes durante 45 minutos, suficientes para nombrar secretario de Gobernación a Huerta, que ha urdido toda la trama. Lascuráin se retira y Huerta es presidente. Que los reaccionarios en 1913 y en 2010 lo llamen “interino” no lo libra de su verdadero carácter de espurio.
Su felonía irá aún más lejos. Huerta mismo y el embajador de Washington engañan al cuerpo diplomático y a la familia de Madero, a quienes aseguran que el expresidente podrá salir al exilio. En vez de eso, Huerta ordena el traslado de sus eminentes prisioneros a Lecumberri. Y en el camino, los matones Cárdenas y Pimienta, a las órdenes de Aureliano Blanquet, un feroz traidor casi a la altura de Huerta y acatando instrucciones del espurio, asesinan al presidente y al vicepresidente. Como ocurre en 2010, se simula un tiroteo, y se informa que Madero y Pino Suárez fueron víctimas del fuego cruzado entre sus custodios y una banda que pretendió rescatarlos. Un daño lateral, pues.
Huerta se rodea de gente “decente” que no vacila en servir a un asesino, a quien en vez de vituperar se ensalza por haber salvado a México del peligro que era Madero para el país. En los siguientes meses, el espurio se portó como quien era: “En la persecución a los opositores a su gobierno destacó el asesinato del senador Belisario Domínguez y de los diputados Serapio Rendón y Adolfo Gorrión, así como el encarcelamiento de los integrantes de la legislatura, con el fin de elegir otra que aprobara todas sus medidas”, escribe el doctor Álvaro Matute en la muy sintética visión de esta época aparecida en la Historia de México, un volumen coordinado por la doctora Gisela von Wobeser, directora de la Academia Mexicana de la Historia con que el gobierno de Calderón festejó los centenarios.
“Huerta –continúa– se enfrentó al problema de que a pocos días de tomar el poder hubo cambio en el gobierno de Estados Unidos. El nuevo presidente Wodrow Wilson no aprobó la manera mediante la cual Huerta había llegado al poder y no le otorgó reconocimiento diplomático. Más adelante, ya en 1914, un incidente naval en Tampico, donde fue atacado un barco de Estados Unidos, propició el desembarco de tropas de ese país en Veracruz. Así, el gobierno de Huerta tenía que atacar varios frentes: la intervención, el Ejército Constitucionalista que avanzaba del norte al centro del país, y los zapatistas en el sur.”
Tras sucesivas derrotas militares, Huerta tuvo que renunciar el 15 de julio de 1914 y huyó del país. Pretendió volver año y medio después, y se radicó en El Paso, en una finca de su propiedad. Pero por burlar la ley migratoria (y hacer un guiño de buena voluntad al triunfante carrancismo) fue llevado preso a Fort Bliss. Allí murió víctima de cirrosis hepática. El salvaje bebedor que fue sucumbió al alcohol el 13 de enero de 1916.
En noviembre de 2010, vísperas del centenario de la Revolución que combatió, su recuerdo sobrevive, no sólo para su mal, pues sorprendentemente hay mexicanos que lo admiran.
Qué le vamos a hacer.
Videos de la Asamblea en el Hemiciclo a Juárez con AMLO el 20 de noviembre
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De nuevo mi agradecimiento más sincero por la presencia de todas y de todos ustedes.
Nos congregamos para conmemorar, al mismo tiempo, el cuarto aniversario de la constitución del Gobierno Legítimo y el centenario de la Revolución Mexicana.
La historia nos enseña que las tres grandes transformaciones que se han registrado en nuestro país –la Independencia, la Reforma y la Revolución– las han hecho los mexicanos más humildes, los más conscientes y los más comprometidos con las causas justas.
En estos tres grandes momentos, el pueblo y sus auténticos dirigentes, supieron enfrentar a opresores y tiranos para remediar los males de la nación. El ejemplo más destacado fue la Revolución Mexicana de 1910.
En aquel entonces, la oligarquía porfirista dominaba de manera cruel y prepotente. Un grupo de hacendados, comerciantes, banqueros, mineros, nacionales y extranjeros, mantenían un régimen clasista, racista y dictatorial. Las comunidades indígenas padecían el acoso permanente de las haciendas que las despojaban de sus tierras y ansiaban convertir a sus pobladores en peones acasillados.
La esclavitud era una amarga realidad; indígenas y campesinos eran desterrados, “enganchados”, tratados en forma inhumana y azotados hasta la muerte. Los trabajadores de minas y fábricas eran explotados sin misericordia. La justicia, como lo expresó Madero en el célebre Plan de San Luis, sólo servía para legalizar los despojos que cometía el fuerte. La democracia era inexistente. Porfirio Díaz dominaba y se reelegía a sus anchas, con el beneplácito de una minoría aristocrática, de intelectuales alcahuetes, que se sentían científicos, y con la complicidad de la prensa oficial y oficiosa. Las elecciones eran una farsa. Siempre ganaban los mismos: los grandes caciques, dueños de vidas y haciendas, los amos y señores de México.
En este ambiente de poder absoluto, sin justicia ni libertades, surgió, de manera admirable, la oposición al gobierno de Porfirio Díaz. Considerado en aquellos tiempos como el régimen dictatorial personalista más perfecto del mundo.
El núcleo opositor más inteligente y de convicciones más firmes lo integraron los magonistas. Ellos fueron los precursores de la Revolución. En homenaje a estos héroes casi anónimos recordemos algunos nombres: Camilo Arriaga, Librado Rivera, Juan Sarabia, Praxedis Guerrero, Federico Pérez Fernández, Santiago de la Hoz, Manuel Sarabia, Benjamín Millán, Evaristo Guillén, Gabriel Pérez Fernández, Antonio Díaz Soto y Gama, Rosalío Bustamante, Tomás Sarabia, y los hermanos Enrique y Ricardo Flores Magón.
Este grupo de liberales, antes que otros, empezó a enfrentar a la dictadura con la publicación de periódicos de denuncia y con la organización de clubes o comités para hacer labor de concientización y liberar al pueblo.
Ante el hostigamiento y la represión, los magonistas tuvieron que refugiarse en las ciudades fronterizas de Estados Unidos. Desde allí editaban el periódico Regeneración que pasaban de contrabando y distribuían en el país; mantenían relación con dirigentes regionales, mujeres y hombres, que hacían trabajo con obreros y campesinos. Su organización y sus ideales influyeron en las huelgas de Cananea y Río Blanco y, más tarde, en todo el movimiento revolucionario.
Para saber de qué estaban hechos estos dirigentes, recordemos de nuevo lo que decía Ricardo Flores Magón: "Cuando muera mis amigos quizás inscriban en mi tumba: ‘Aquí yace un soñador’, y mis enemigos: ‘Aquí yace un loco’. Pero no habrá nadie que se atreva a estampar esta inscripción: ‘Aquí yace un cobarde y un traidor a sus ideas’”.
Otro de estos hombres de profundas convicciones revolucionarias fue Juan Sarabia, a quien detienen en 1906 en Ciudad Juárez, luego de un fallido levantamiento armado. Cuentan que fue llevado preso a la Ciudad de Chihuahua. Y el 7 de enero de 1907 se presentaron al teatro donde era juzgado, los hombres fuertes de Porfirio Díaz en ese estado: Enrique Creel y Luis Terrazas. Dicen que éste último se le paró enfrente y en tono retador y despectivo le preguntó: “¿Es usted el bandido Juan Sarabia?”. “Yo no soy bandido señor”, contestó Sarabia, “los bandidos son otros”. Entonces, el terrateniente y general porfirista le replicó: “¿Quiénes son ellos? Dígalo”. Y Juan Sarabia en voz alta le dijo: “Los bandidos son Porfirio Díaz, Ramón Corral, Enrique Creel, usted y muchos otros”. Terrazas guardó silencio y el público que oyó aquello empezó a gritar y aplaudir. La gente fue desalojada con el uso de la fuerza y la audiencia fue suspendida. Ese mismo día, Sarabia fue subido al tren y conducido a la cárcel de San Juan de Ulúa, Veracruz, donde permaneció cinco años hasta que triunfó la Revolución y fue liberado por Madero.
Es precisamente Francisco I. Madero, un hombre bueno, el que más ayudó a promover los cambios revolucionarios. A pesar de su holgada situación económica, de ser hijo de hacendado, Madero era un idealista que tenía una sincera vocación democrática.
En 1905 contribuyó con dinero para editar Regeneración. En 1908 escribió el libro La Sucesión Presidencial, en el cual llamaba a enfrentar a la dictadura mediante la participación del pueblo en las elecciones de 1910. A partir de entonces se dedicó a organizar el partido antirreleccionista e inicio una campaña por el país bajo el lema de Sufragio Efectivo No Reelección.
Luego del fraude en las elecciones presidenciales, convocó a los mexicanos a que en un día como hoy, 20 de noviembre, a las seis de la tarde, el pueblo tomara las armas para derrotar al gobierno porfirista.
El levantamiento armado obligó a renunciar a Porfirio Díaz que dejó el país y Madero llegó a la Presidencia de la República. Sin embargo, por lo arraigado que estaba el régimen de componendas y complicidades, y por la falta de organización del pueblo, entre otros factores, se produjo la ingobernabilidad que fue aprovechada por una pandilla de rufianes para cometer la felonía de asesinar a Francisco I. Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez.
En ese cuartelazo, en ese golpe de Estado que llevó a la presidencia a Victoriano Huerta, participó como autor intelectual el embajador de Estados Unidos, cuyo nombre es preferible olvidar.
A partir del asesinato de Madero se propagó por todo el país el movimiento revolucionario. En el norte, Francisco Villa asentó su predominio. En el sur, Emiliano Zapata siguió enarbolando el Plan de Ayala para exigir que se devolviera y se entregara la tierra a los campesinos. A su vez, Venustiano Carranza fue el primer gobernador que desconoció a Huerta y llamó a luchar contra la usurpación.
Aunque Huerta es derrotado, las divisiones en las filas revolucionarias por diferencias ideológicas o políticas, complicaron la posibilidad de acuerdos para lograr la estabilidad del gobierno y sobre todo para cumplir con las demandas del pueblo.
Sin embargo, se avanzó, el sacrificio de los mexicanos no fue en vano. Gracias a la Revolución, en la Constitución de 1917 se reconocieron los derechos sociales: el derecho de los campesinos a la tierra; el salario mínimo, la jornada de ocho horas, la organización sindical; el derecho a la educación y a pesar de fuertes presiones de las compañías y gobiernos extranjeros, se definió, en el artículo 27, la propiedad y el dominio de la nación sobre las riquezas naturales, en particular, del petróleo.
No fue fácil convertir en realidad estas reivindicaciones, perdieron la vida más de un millón de mexicanos y todavía hubo que esperar un buen tiempo. No obstante, la justicia llegó.
Por eso es grande el general Lázaro Cárdenas del Río, porque con hechos dio respuesta a las demandas sociales incumplidas y afianzó la soberanía nacional. Durante su gobierno, de 1934 a 1940, se entregaron 18 millones de hectáreas a un millón de familias campesinas, se defendió a los trabajadores y se hicieron valer los derechos laborales.
También se expropió el petróleo que estaba en manos de extranjeros, para beneficio de los mexicanos. El general Cárdenas es el único gobernante revolucionario que ha profesado un profundo amor hacia el pueblo y a la nación.
Pero aun cuando hubo progreso en el terreno social, la Revolución no produjo cambios sustanciales en lo político. El poder se siguió ejerciendo sin la participación del pueblo. Nunca se ha podido aplicar plenamente el lema de Madero de Sufragio Efectivo. La democracia sigue siendo una asignatura pendiente.
Y precisamente por ello, la vida pública de México se fue degradando. Al pueblo se le hizo a un lado y la política se convirtió en asunto de los políticos, quienes sin ideales ni principios, cada vez más se han ido corrompiendo, hasta convertirse en empleados de los nuevos opresores.
Este régimen posrevolucionario se pudrió por completo con la implantación de la llamada política neoliberal y con el engaño de la alternancia de partidos en el poder. Desde 1983 se lleva a cabo una política de saqueo de los bienes de la nación en beneficio de particulares, nacionales y extranjeros.
Durante el gobierno de Salinas, mediante el pillaje se conformó la actual oligarquía que fue confiscando todos los poderes y mantiene secuestradas a las instituciones; es decir, se impuso la contrarrevolución que ha venido eliminando las conquistas sociales, empobreciendo al pueblo y destruyendo al país.
Por eso no nos cabe la menor duda de que los integrantes de la oligarquía, con su presidente espurio, sus políticos corruptos y con sus medios de comunicación, son los principales responsables de la actual tragedia nacional.
Es esta mafia que detenta el poder la que arruinó las actividades productivas; la que ha impedido el desarrollo y el progreso de México; la que ha propiciado el estancamiento económico, la falta de empleos y la crisis de bienestar social.
También es la mafia del poder la culpable de la espiral de inseguridad y violencia que azota el país.
Por la ambición de este grupo que canceló el futuro de millones de mexicanos y, en particular, el porvenir de los jóvenes, se produjo el estallido de odio y resentimiento que ha costado la vida a más de 30 mil mexicanos, que mantiene en vilo a muchos pueblos y que ha provocado un éxodo de más de cien mil familias de clases medias, que se han visto obligadas a refugiarse en las ciudades fronterizas de los Estados Unidos.
De modo que hoy nos encontramos de nuevo en una situación parecida a la que se vivió hace 100 años. Y como entonces, el remedio tendrá que venir del pueblo. Sólo el pueblo puede salvar al pueblo y sólo el pueblo organizado puede salvar a la nación.
Y sostenemos que sólo con una transformación profunda en todos los órdenes de la vida pública podremos lograr el renacimiento de México.
Afortunadamente, muchos mexicanos –como ustedes- de todo el país saben o intuyen que el cambio que necesita el país no vendrá de arriba, o con la simple alternancia del PRI o del PAN en la Presidencia que, como ha quedado demostrado, significa más de lo mismo. Estos dos partidos, están en manos de la oligarquía, mantienen sus intereses y privilegios, son en realidad partidarios de la economía de élite, desprecian al pueblo y no les importa el destino del país.
¿Ustedes creen que con el PRI o con el PAN en la presidencia, con Calderón o con Peña Nieto, dominando la misma mafia que encabeza Carlos Salinas, con la corrupción de siempre y con la dictadura que se ejerce a través de los medios de comunicación, México, nuestro querido país, saldrá de la decadencia y su pueblo podrá recobrar el bienestar, la tranquilidad y vivir con felicidad?
La verdad es que no. La crisis no se resolverá con el continuismo. Ésta es una aseveración irrebatible. Nadie medianamente informado y con un poco de luz en la frente, podría creer que las cosas mejorarán sin un verdadero cambio. La crisis es de tal magnitud que si no hay una renovación tajante de la vida pública, lo que nos espera es más descomposición social y el hundimiento por entero de nuestro país.
Pero también estamos obligados a decir que, desde nuestro punto de vista, tampoco la vía armada constituye una opción. Nosotros apostamos a la transformación pacífica de México.
Ahora bien, ¿por qué consideramos que la violencia no es el camino a seguir? En primer término, porque traería más sufrimiento y, al igual que con el continuismo, se terminaría de destruir al país; con el añadido que se daría lugar a un mayor intervencionismo extranjero; incluso, se correría el riesgo de dejar de ser un país libre y soberano para convertirnos en una colonia o en un protectorado, con bases militares de otra nación, algo que nunca aceptaremos.
Además, como siempre sucede, los responsables del surgimiento de una confrontación armada ni siquiera darían la cara. Serían los primeros en huir y en esconderse. Y no estamos de acuerdo en el enfrentamiento entre hermanos, entre el pueblo y los soldados, que también son pueblo, no olvidemos que son hijos de campesinos y de obreros.
Se puede replicar que la vía armada es la única forma de acabar con los privilegios y de liberar al pueblo, como ha quedado demostrado con la Independencia, la Reforma y la Revolución. Pero aunque respetamos a quienes piensan de esa manera, respondemos que son otras las circunstancias.
Insistimos que nuestro movimiento ha sido, es y seguirá siendo pacifico. Nosotros, y eso es muy importante, tenemos una creencia, una convicción, estamos seguros de que lograremos la transformación del país con la concientización y la organización del pueblo, con el despertar ciudadano, con una insurgencia cívica, masiva, ordenada, contundente y capaz de hacer inevitable el triunfo del movimiento popular para establecer una auténtica y verdadera democracia.
Mi optimismo se fundamenta en lo que escucho, veo y recojo en mis recorridos por el país. Son muchos los hombres y mujeres conscientes que hay en todos lados.
Mucha gente, como ustedes, a lo largo y ancho del territorio nacional. Estos admirables mexicanos trabajan cotidianamente para despertar y organizar al pueblo.
Están formando comités en comunidades, pueblos, barrios, colonias y unidades habitacionales. Están convenciendo a ciudadanos para que nos ayuden como protagonistas del cambio verdadero; reparten el periódico Regeneración casa por casa y, sobre todo, realizan estas tareas llenos de entusiasmo, manteniendo la moral en alto y con la firme convicción de que es posible vivir en una sociedad mejor.
Esto es muy significativo, porque en estos momentos aciagos, de sufrimiento y tristeza, hay muchos mexicanos que caen en la depresión, en la desesperanza e incluso en la frustración.
Unos sinceramente piensan que no hay salidas y otros, por su pensamiento conservador y por su animadversión hacia nosotros, no están dispuestos a aceptar que han sido engañados y se refugian en argumentos como el decir que todos los políticos somos iguales.
Esto no es cierto. Lo afirmo de manera categórica. Hay quienes tenemos ideales y principios y hemos hecho el compromiso con nosotros mismos y ante los demás, de no mentir, no robar y no traicionar al pueblo.
Pero insisto: estoy optimista, pienso que el trabajo, el entusiasmo y la alegría de quienes participan en este movimiento, me refiero a ustedes y a millones de mexicanos más, crearán las condiciones y el ambiente que nos permitirá llevar a cabo la transformación del país.
Amigas y amigos:
El 5 de febrero de 1903, cuando se conmemoraba un aniversario más de la Constitución de 1857, hubo un acto de protesta en esta ciudad, en el balcón del edificio donde se imprimía El Hijo del Ahuizote, los magonistas colocaron una manta que decía "La Constitución ha muerto".
Hoy podríamos escribir también con pena, dolor y coraje: "La contrarrevolución ha triunfado". Pero como en aquellos tiempos, cuando esos hombres y mujeres no se rindieron ante la adversidad, ahora nosotros decimos que no claudicaremos, que no dejaremos de luchar, que la ignominia, ese régimen de injusticias, de privilegios y de opresión, será transitoria porque está en marcha la Revolución de las conciencias.
Y pronto, muy pronto, estaremos celebrando el advenimiento de una nueva República, como la hemos soñado, la queremos para nosotros y para las nuevas generaciones, una República libre, soberana, progresista, justa, democrática, igualitaria y fraterna.
¡Viva la Revolución Mexicana!
¡Vivan los magonistas!
¡Viva Madero!
¡Viva Zapata!
¡Viva Villa!
¡Viva Lázaro Cárdenas!
¡Vivan los héroes anónimos!
¡Viva México!
¡Viva México!
¡Viva México!
Hemiciclo a Juárez, 20 de noviembre de 2010
viernes, agosto 06, 2010
La Revolución Mexicana: pasado, presente y futuro
Escrito por Alan Woods
Este año es el centésimo aniversario de uno de los grandes eventos de la historia moderna. El 20 de noviembre de 1910, Francisco I. Madero denunció el fraude electoral perpetrado por el presidente Díaz, y llamó a una insurrección nacional. Esto marcó el inicio de la Revolución Mexicana. Hoy, las condiciones han madurado para otra revolución, esta vez con un poderoso proletariado a la cabeza.
Durante la mayor parte de su historia, México ha sido dominado por una pequeña élite que mantiene en sus manos la parte del león de la riqueza, mientras que la mayoría de la población ha vivido en condiciones de avasallante pobreza. Bajo el gobierno del General Porfirio Díaz, la brecha entre ricos y pobres se convirtió en un abismo infranqueable.
La oposición a Díaz surgió bajo el liderazgo de la burguesía liberal con gente como Madero. Pero la fuerza motora real de la revolución, vino de abajo. La naciente clase obrera mexicana comenzaba a hacerse consciente de sí misma. Luchas obreras importantes, comenzando con la huelga minera en Cananea, estaban sacudiendo a México. Sintiendo temblar la tierra bajo sus pies, Díaz fue forzado a celebrar elecciones en 1910, pero para asegurarse el triunfo, encarceló a su principal contrincante, Madero.
sábado, marzo 27, 2010
¿Es posible hacer otra revolución en México?
¿Es posible hacer otra revolución en México?
Claras y muy valiosas conclusiones dejó el discurso que Andrés Manuel López Obrador pronunció el domingo pasado en la Alameda ante la multitudinaria representación viviente de don Benito Juárez, encarnado en miles de hombres y mujeres libres. La más importante de las ideas que expuso ratifica su estrategia de acumulación de fuerzas rumbo a las elecciones presidenciales de 2012, ante las cuales todo el sistema de dominación articulado por el gobierno” calderónico, los empresarios golpistas, la alta burocracia (el IFE, el Trife y la Suprema Corte) y las fuerzas intervencionistas de Estados Unidos se coludirán para imponer a otro pelele.
Sólo por este motivo, porque iría en contra de todos los intereses dictatoriales que conspiran contra el pueblo mexicano, el triunfo de López Obrador en 2012 tendría un significado profundamente revolucionario. En consecuencia, la única revolución que podemos iniciar en este simbólico 2010 es la que propone el terco político tabasqueño.
Veamos: a la fecha, el “gobierno legítimo” que se constituyó en asamblea popular en el Zócalo en septiembre de 2006, y que entró en funciones allí mismo el 20 de noviembre de ese año, cuenta en la actualidad con dos millones y medio de activistas en todo el país. Si de aquí a diciembre cada uno de estos afiliados anima a otra persona a sumarse a la lucha, al final de 2010 la cifra habrá crecido a cinco millones. Y si este esfuerzo se realiza dos veces más, una por cada semestre de 2011, a principios de 2012 la organización habrá crecido a 20 millones de militantes.
¿Es tan difícil lograrlo? ¿Es imposible que durante los próximos 18 meses cada persona que hoy cuenta ya con credencial del “gobierno legítimo” reclute a otros más? Veinte millones de militantes equivalen a una fuerza acaso un poco más grande que la del PRD, aunque inferior a la del PRI, pero también a otra “ridícula minoría” ante el poderío de las televisoras, que volverán a repetirnos día y noche, como en 2006, que López Obrador es “un peligro para México”. Con la única diferencia de que ya nadie les creerá nada.
¿Alguien descarta, no obstante, que la oligarquía golpista atacará en 2012 con armas similares a las que usó en 2006? El 6 de marzo de ese año, el abonero sinaloense Enrique Coppel, dueño de la cadena de tiendas que lleva su apellido, dirigió una carta a sus 25 mil empleados para recomendarles que votaran por Calderón, porque... “Felipe, junto con su esposa Margarita, forman (sic) una pareja estable con 3 hijos, de 8, 9 y 13 años, bien avenida (y) tienen una buena formación moral, familiar. No hay duda de su honestidad”. ¡Ajá!
Luego comparó a México con China. “¿Cómo llegó China a tener tantos pobres? ¿Siguiendo políticas similares a las que propone el PRD? ¿Cómo ha llegado China a ser el ejemplo mundial en crecimiento económico? Siguiendo las políticas que propone Felipe Calderón.” ¡Ajá! El visionario sinaloense no se equivocó. En lo concerniente a sus negocios ha tenido en estos tres años catastróficos para el país un “crecimiento económico” asombroso. Su cadena de tiendas se extendió exponencialmente y pronto abrirá sucursales en Sudamérica; su experiencia como abonero, y la infinita gratitud de Fox y Calderón, lo hicieron dueño de su propio banco. Y cuando la violencia del Ejército y del narco ensangrentaron las calles y plazas de Culiacán, él se dedicó a contemplar la “guerra” desde el fraccionamiento amurallado en donde vive como príncipe medieval.
Cualquiera supondría que ante el desastre político, económico, financiero y social en que su recomendado Calderón hundió a México, Coppel escribiría una nueva carta a sus (¿ahora 100 mil?) empleados, en este caso para pedirles perdón por haber contribuido a entronizar al más corrupto, destructor e inmoral de los gobernantes contemporáneos. Pero qué va: hace unos días publicó un desplegado en un periódico nacional para apoyar la candidatura al gobierno estatal del alcalde de Culiacán, el priísta Jesús Vizcarra Calderón, asegurando que ese hombre es el más “adecuado” para servir “el interés superior de Sinaloa”, es decir, el de Enrique Coppel, por supuesto.
Y no lo dijo en vano. El 10 de noviembre del año pasado, en una ceremonia que encabezó el gobernador sinaloense Jesús Aguilar Padilla, Vizcarra Calderón entregó 4 mil 200 computadoras portátiles “para igual número de estudiantes de 16 universidades estatales” como parte del programa municipal Agarra tu laptop. Según la prensa local, Vizcarra explicó que si bien cada una de estas herramientas cibernéticas tenía “un costo de 8 mil 500 pesos en el mercado, los estudiantes beneficiados sólo pagarán en total 3 mil pesos, que se componen de mil pesos de enganche y los restantes 2 mil pesos en 12 abonos mensuales de 167 pesos, que deberán efectuar en cualquier sucursal Coppel”. ¡Ajá! Conque el interés superior de Sinaloa...
Este patético y deprimente ejemplo es apenas un argumento más en favor de la urgente necesidad que tiene el pueblo de organizarse para contrarrestar el poder de estos ricachones majaderos y atrabiliarios. Pero no son sólo ellos. Nada podrían si no contaran con la complicidad de los burócratas, como ha quedado en evidencia en Pemex Refinación, donde aparentemente estarían coaligados para enriquecerse ilegalmente los siguientes funcionarios que despachan en el piso 25 de la inmensa torre paraestatal: Juan Marcelo Parizot Murillo, gerente general de Ventas a Estaciones de Servicio; José Luis Rodríguez Rábago, subgerente de lo mismo para el valle de México, y Francisco Jesús Quezada, director de Franquicias.
El 29 de mayo de 2008, el restaurantero Jorge Talavera Ugalde solicitó a Pemex Refinación un permiso para instalar una gasolinera en Insurgentes Sur 4061, colonia Tlalpan Centro, código postal 14000, pero al obtener la licencia construyó la obra en Insurgentes Sur 4097, colonia Santa Úrsula Xitla, código postal 14420. Así nomás. Bajo “promesa de decir verdad”, aseguró que alrededor de su futuro negocio no había “centros de concentración masiva, escuelas, hospitales, mercados, iglesias”, ni “plantas de almacenamiento de gas LP a menos de 100 metros”.
Sin embargo, como salta a la vista, mintió al proporcionar una dirección falsa y omitir que su estación de servicio, con una capacidad de almacenamiento de 300 mil litros de combustible, está entre dos restaurantes (el suyo, Don Enrique, y la megataquería Arroyo, que cocinan con gas LP), o que colinda con un conjunto habitacional donde viven 80 familias, o que está a diez pasos del Metrobús y frente a una guardería, numerosos comercios, una capilla y un hospital siquiátrico. Pemex Refinación debió verificar esos datos y, al comprobar que eran falsos, negarle el permiso. Pero se lo concedió. ¿A cambio de qué? Eso lo deberían investigar las autoridades judiciales, pues todo sugiere que Parizot, Rodríguez Rábago y Quezada incumplieron con su responsabilidad y autorizaron la colocación de una bomba de tiempo. Total, a ellos qué. ¿Cuántos permisos irregulares han otorgado estos señores a la fecha? La obra de Tlalpan se encuentra clausurada temporalmente por el GDF, pero ya tiene franquicia para empezar a vender gasolina en cuanto Marcelo Ebrard se descuide.
¿Cómo va el país a enderezar el rumbo, ahora que tras la visita de todo el gabinete de seguridad nacional del gobierno de Estados Unidos, la CIA, la DEA, la FBI, el Pentágono y Hillary Clinton administran la guerra sucia de Calderón contra el pueblo y en beneficio de la oligarquía y el narcotráfico? Moraleja: hay que aceptar la propuesta estratégica de López Obrador. Iniciar la revolución mexicana de 2010 quiere decir, hoy por hoy, afiliarse al “gobierno legítimo”.
jamastu@gmail.com
lunes, febrero 08, 2010
Regeneración
Ni a los progresistas que se avocaron a la elaboración de la Constitución de 1917, con personalidades como la de Heriberto Jara y Francisco Mújica, que caracterizaron el contenido social de la norma jurídica esencial. Tampoco pueden ser ignorados militares del tipo de Salvador Alvarado que, en la acción de gobernar, dieron muestra de honestidad y compromiso con el progreso. Menos pueden ser ignorados los presidentes Carranza, De la Huerta, Obregón, Calles y Cárdenas que, independientemente de las diferencias entre ellos, algunas dirimidas por las armas, fueron consolidando el producto afirmativo de la Revolución. A ninguno de ellos habría que colocarlos en el panteón de la santidad pero, a no dudarlo, merecen sitio privilegiado en el del patriotismo.
¿Qué nos pasó? ¿Dónde se fracasó? Nadie puede negar que el ímpetu revolucionario se agotó en sí mismo. La democracia fue una asignatura pendiente, por lo menos en sus aspectos formales de tipo representativo; en su ausencia, la clase revolucionaria devino en plutocracia; el güisqui suplantó al tequila y al sotol; las universidades gringas educaron a los hijos de los revolucionarios; la promoción social de la educación degeneró en instrumento de control político, al igual que la reforma agraria y el fomento agrícola. Los cañonazos de dinero a los generales revolucionarios para que se mantuvieran en paz, terminaron en las jugosas comisiones por contratos o adquisiciones. La revolución se bajó del caballo y se subió al Cadillac. Los conflictos sociales terminaron en represión. Ahí se acabó el ensueño. También se ahogó la identidad y el patriotismo, por lo menos en lo que toca a la clase gobernante. Hoy estamos en la más lastimosa orfandad. Carentes de horizonte para dirigir el esfuerzo. Sometidos a la más feroz de las violencias, la del hambre y el infortunio. Estamos ante el riesgo de perder la viabilidad como país independiente, al grado que hay pensadores que postulan la plena entrega a los Estados Unidos.
Castañeda y Aguilar Camín, desprovistos de toda suerte de vergüenza se manifiestan proclives a que México deje de ver al pasado y se decida por incorporarse de lleno al esquema norteamericano de dominación, como clave para acceder al progreso; van al contrario de la conseja que dice que es preferible ser cabeza de ratón que cola de león. Es una verdadera necedad suponer que quienes dominan en el país vecino harán algo que suponga beneficiar los intereses de los mexicanos; con todo derecho ellos ven por los suyos y la historia, esa terca historia que convocan a olvidar, nos demuestra que no sólo son distintos a los nuestros, sino que son en alto grado contradictorios. Con una argumentación engañosa pretenden comparar los casos de México y Turquía, esta última respecto de su pretensión de incorporarse a la Unión Europea. La ligera diferencia es que los europeos proyectan un estado supranacional basado en el fortalecimiento del conjunto mediado del fortalecimiento de cada una de las partes; en tanto que el norteamericano sólo entiende de destinos manifiestos de dominación y explotación de los dominados. Es la degeneración.
Bienvenida la nueva publicación periódica del Gobierno Legítimo y del Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo, la Soberanía y la Economía Popular. REGENERACION es su título y resulta por demás simbólico. De un lado, recupera el nombre de la publicación en que Ricardo Flores Magón y el Partido Liberal Mexicano plasmaron el pensamiento revolucionario de contenido social; del otro, atiende a la emergencia por rescatar al país de la debacle degenerativa en que los han sumido los tecnócratas neoliberales al servicio de la mafia de privilegiados que dice gobernarnos.
jueves, enero 07, 2010
Sin información, no hay cambio

"El analfabetismo, en lugar de ser un detonador de revoluciones, puede ser, al contrario, un freno para ellas. Pensemos en la situación actual de México.
"En un país de 100 millones de habitantes, sólo hay un millón que lee periódicos", precisa.
El historiador, entrevistado por Francisco Martín Moreno para Reporte Índigo, afirma que los únicos beneficiados con este statu quo son precisamente quienes buscan evitar que las cosas se transformen.
"Como estamos en una situación de analfabetismo generalizado de la mayoría de los mexicanos, el poder se siente muy tranquilo, porque la gente que tiene acceso a la información realmente es muy poca en México", explica Serna.
A pesar de esto y de la tremenda situación de injusticia social, crisis económica y deterioro de la imagen de los partidos políticos, considera que el país no se encuentra en los albores de una revolución.
"Lo que sí veo es que hay un deterioro espeluznante de ingobernabilidad en varios estados en donde los narcotraficantes ya están en el poder", sentencia.
Serna observa este fenómeno en Chihuahua -particularmente en Ciudad Juárez-, Tamaulipas, Sinaloa, Michoacán y Veracruz.
"Esto puede generar una situación de guerra generalizada si nos descuidamos en algún momento", dice.
Narcotráfico, descontento social y analfabetismo se mezclan en el México contemporáneo. Aun así, ¿no vislumbra el historiador el peligro de un tercer movimiento revolucionario?
"No, yo no lo veo para nada en el horizonte. Porque, además, creo que cuando hay posibilidades de un cambio democrático, las revoluciones no tienen justificación.
"Creo que en México hay instituciones que permiten que el cambio se lleve por la vía democrática y legal, de modo que no hay pretexto para tener que tomar las armas", afirma.
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¿Quién es Enrique Serna?
Enrique Serna nació en 1959 en la Ciudad de México.
Es narrador, historiador y ensayista. Entre sus obras destacan las novelas "Uno Soñaba que Era Rey", "Señorita México" y "El Miedo a los Animales"; el libro de cuentos "Amores de Segunda Mano" y la colección de ensayos "Las Caricaturas me Hacen Llorar".
En el año 2000 obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura por su novela histórica "El Seductor de la Patria".
Christopher Domínguez Michael incluyó uno de sus cuentos, "Hombre con Minotauro en el Pecho", en la "Antología de la Narrativa Mexicana del Siglo XX. Relatos Mexicanos de Finales del Siglo XX."
La tercera revolución

http://www.youtube.com/watch?v=pmTYDJCRoAM
Por Ramón Alberto Garza
1810: El cura Miguel Hidalgo encabeza un alzamiento contra el monopolio fiscal que España impone a la colonia. Once años después es decretada la independencia de México.
1910: Francisco I. Madero se convierte en el caudillo de un movimiento antirreeleccionista para acabar con el monopolio político de Porfirio Díaz. Su asesinato despierta al "México bronco" en una revolución que culmina en 1929 con la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR), precursor del PRI.
2010: La sociedad mexicana está sometida a fuerzas que monopolizan el quehacer político y económico. La alternancia de partidos no es suficiente. La intranquilidad social va en aumento. La inseguridad, la corrupción y la impunidad son tres serpientes cuyo veneno inhibe el vuelo del águila.
Una nueva revolución luce inminente.
La pregunta es si esa revolución será pacífica, con un cambio de actitud y una refundación de la República que se geste por encima de los intereses que hoy paralizan a la nación...
O si será violenta, mediante la fuerza, con el alzamiento de los millones de desposeídos que no aciertan a garantizar su sobrevivencia en el presente, y mucho menos a apostar por un mejor futuro.
Veamos de la mano del escritor e historiador Francisco Martín Moreno la radiografía de las revoluciones que forjaron el México de hoy. Y con las reflexiones de los historiadores Patricia Galena, Enrique Serna y Alejandro Rosas, evaluemos las similitudes de las condiciones que nos permitan comprender los cambios que se avecinan. Analicemos...
LA TERCERA REVOLUCIÓN
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México está en la antesala de su tercera revolución.
A nadie escapa que los esquemas políticos, económicos y sociales que experimentó el país en el siglo 20 están agotados, caducaron. Ya no responden a las exigencias de los tiempos.
Las estructuras forjadas en el centralismo político que manipula la democracia y en las prácticas monopólicas de una economía que simula libre competencia, no dieron los resultados suficientes para cerrar la brecha social.
En el amanecer de 2010, 100 años después de la Revolución y 200 años después de la Independencia, se reciclan los vicios que provocaron aquellas revueltas y que hoy crean un caldo de cultivo propicio para el sacudimiento del sistema y, por ende, de la nación.
Los reclamos de la autonomía fiscal, que fueron el detonante de la Independencia, se espejean en el centralismo tributario de un gobierno federal insaciable, obeso e ineficiente.
Un gobierno que primero alimenta su elevada burocracia y luego utiliza los sobrantes para comprar las voluntades de los nuevos caudillos regionales, los actuales gobernadores.
Las exigencias de un sufragio efectivo, las mismas que detonaron el estallido de 1910, vuelven a estar vigentes frente a una partidocracia que con sus reglas a modo, secuestra al sistema político e impide que cualquier mexicano aspire a un cargo de elección. Tiene que ser bajo sus siglas, sometido a sus reglas.
Los asientos legislativos que deciden, los que tienen poder real, no se ganan en las urnas. Se pactan como plurinominales desde las cúpulas que están cooptadas por los poderes fácticos. Y los votos que deciden el triunfo en muchos casos no son los de los ciudadanos, sino los de los sindicatos que operan al servicio del mejor postor. ¿Quién representa en la actualidad a los mexicanos? ¿El Congreso...? ¿Quién escucha y acata sus deseos?
Un puñado de notables deciden, como si fueran amos y señores de la colonia o el porfirismo, el juego político, económico y mediático que les permite imponer sus condiciones por encima del interés público. Los beneficios son de los pocos que tienen más. Y los que pagan tributos fiscales o el sobreprecio de bienes y servicios son los muchos que poseen menos.
Y los desequilibrios se asoman en una nación que 100 años después de su gran revolución no es capaz de tejer, más allá de sus reciclados discursos, un horizonte de esperanza para sus desposeídos.
El padrón que en los últimos años ganó más adeptos no es el de los electores, o el de los emprendedores, o el de los creadores de riqueza, o el de una clase media en crecimient
Cien años después de la revolución que reclamaba la justicia social, uno de cada dos mexicanos está inscrito en la ignominiosa lista bajo el sello de "pobre". La viabilidad del país está en riesgo.
Más aún cuando existen dos poderes que se instalan por encima de los que en legitimidad deberían gobernar a la nación.
Uno es el poder del neoporfirismo. El dominio de una casta privilegiada que se entronizó en la política y en la economía tras 70 años de priismo. Una élite política y económica que cerró filas en torno al neoliberalismo salinista que hoy continúa imponiendo su voluntad en el quehacer nacional.
Los mismos nombres que se heredan los asientos legislativos, los mismos nombres que dominan los negocios públicos y privados , los mismos nombres que, instalados en cotos sindicales, cobran cara su protección. Otro es el poder del neovillismo. El de un puñado de bandoleros etiquetados como narcotraficantes, los miembros del llamado crimen organizado, que imponen su ley por encima del Estado.
Con la diferencia de que al menos Francisco Villa esgrimía una causa social para justificar su calidad de bandolero. Los neovillistas de hoy no solo compran al sistema en todos sus niveles.
Lo más doloroso es que corrompen la salud nacional promoviendo las adicciones.
Y la movilidad social, que fue el detonante del crecimiento y la consolidación de una clase media entre los años 50 y 80, está congelada. Se trabaja no para crecer ni para hacer patrimonio, sino para sobrevivir atrapados en una espiral de ciclos de crisis sobre crisis.
Y todo este proceso se da mientras que en las aulas nacionales se incuba la mediocridad y la resignación. El sistema educativo no es ni creativo ni productivo. Es una mal aceitada maquinaria de control político incapaz de preparar profesionistas mexicanos de clase mundial.
El modelo se agotó con Luis Echeverría en la Presidencia. Los primeros brotes de insurgencia se dieron con movimientos armados clandestinos que confrontaron el orden establecido. Pero el sistema se hizo de oídos sordos.
Ni José López Portillo ni Miguel de la Madrid pudieron rescatarlo. La frivolidad de uno y la medianía del otro apenas sobrevivieron a sus sexenios. Carlos Salinas de Gortari diseñó una revolución de instituciones con una visión que lucía casi perfecta.
Pero falló en la implementación. Y terminó atrapado en los mismos vicios del viejo sistema fincado en el control, la sumisión, la ignorancia y la corrupción.
Peor aún, las riquezas generadas por el amiguismo de su sexenio y las fortunas amasadas por los políticos de su administración son los dineros que hoy aceitan la maquinaria que blinda el statu quo que defiende sus privilegios.
El surgimiento de una incipiente neorrevolución zapatista y la moderna versión de una Decena Trágica, anticipada con los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, frenaron los avances modernizadores de entonces.
Las privatizaciones tan elogiadas por las élites nacionales e internacionales terminaron en manos de unos cuantos amigos privilegiados, y la crisis del postsalinismo, agravada en el sexenio de Ernesto Zedillo, trajo el efecto del Santa Anna neoliberal.
La banca, el territorio económico del sistema nacional de pagos, fue puesta en manos de extranjeros, un caso único en el mundo.
El petróleo mexicano terminó siendo procesado por las multinacionales, y la riqueza generada fue consumida por el gasto corriente de la burocracia.
Aunque Ernesto Zedillo entendió el signo de los tiempos y con el respeto al voto en la elección presidencial de 2000 despresurizó la intranquilidad generada por las crisis recurrentes, la transición política terminó abortada.
Vicente Fox quedó atrapado en los mismos temores de Francisco I. Madero. Sometido a los intereses que se negaban a ceder sus espacios para dar paso al nuevo modelo de nación y consultando el destino nacional en una ouija.
El horizonte esperanzador del "Sexenio del Cambio" se topó con la incapacidad presidencial para desmantelar la compleja red de intereses que, ante la falta de voluntad y decisión, volvió a manos de los salinistas.
Los modernos Limantour se adueñaron de la hacienda nacional, y los ejes del poder se mudaron de Los Pinos a los sindicatos, a los medios de comunicación, a los despachos de empresarios monopolistas y a las residencias de ex presidentes. A las de todos los beneficiados por el viejo sistema.
El secuestro de Felipe Calderón desde los favores electorales priistas para legitimar su triunfo lo obligó a ceder en las urgencias de los cambios de fondo, los que demandaban una revolución de las conciencias y una sacudida a fondo de los privilegios de las élites.
Y mientras tanto la nación está secuestrada por los monopolios privados, por los sindicatos oficiales, por los partidos políticos y por el Congreso de la Unión que le restan cualquier margen de maniobra para encausar a México hacia el progreso y la libertad que, sin duda, se merece al instalarse entre los grandes en el siglo 21.
Por eso, el año 2010 que hoy se inicia va más allá de una fecha simbólica. Porque, con otros nombres, subsisten los hacendados y los jornaleros.
Porque, con distintos ropajes, sobreviven los que sienten que la nación está escriturada a su nombre.
Una nueva revolución se hace indispensable para alterar el curso de una historia que se perfila con un final muy infeliz.
Cerrar los ojos a esta realidad es apostarle a un nuevo estallido, a un nuevo levantamiento sin control. Porque a diferencia de los tiempos de la Independencia y la Revolución, hoy están dadas las condiciones para gestar no un movimiento armado, sino una revolución de la conciencia nacional.
Un cambio real y sustantivo de la actitud nacional para concretar las reformas que rompan los cercos de privilegios políticos, económicos, sindicales y mediáticos que inhiben el desarrollo de un México urgido de recuperar su posición global, que hoy va en picada.
Es curioso que sin insurgencias ni confrontaciones, naciones latinoamericanas como Chile o Brasil, con gobiernos de izquierda, están logrando en pocos años una modificación real de sus sistemas políticos y económicos, con el positivo reflejo en el combate a la pobreza y en la recuperación de la esperanza en el ánimo nacional.
Por eso, Reporte Índigo invitó hoy a Francisco Martín Moreno, uno de los escritores e historiadores más leídos de México. Para hacer una evaluación de las condiciones que se vivían en 1810, las que se tenían en 1910 y las que prevalecen en 2010.
El autor de "México Negro" y "México Mutilado" también dialogó sobre las peculiaridades de los movimientos insurgentes y las condiciones en las que actualmente vivimos con tres historiadores de primera línea: Patricia Galeana, Enrique Serna y Alejandro Rosas.
Te convocamos a que en los albores del bicentenario de nuestra Independencia y del centenario de la Revolución, reflexionemos juntos sobre dónde estamos y a dónde queremos llegar.
Sobre cómo aprovechar las vastas riquezas naturales, las inmensas extensiones agrícolas, los bosques, litorales y mares, para generar la riqueza suficiente que rescate de la miseria a millones de compatriotas.
Pero ante todo, a intentar debatir lo que es necesario hacer para evitar que se repita el ciclo violento que dominó en los últimos dos siglos. Todavía estamos a tiempo de cambiar la historia.
El origen del fracaso nacional
Después de 200 años México ha evolucionado en muchos aspectos, pero también es un fracaso histórico como nación. Hemos sobrevivido dos siglos sin un proyecto de país definido.
El historiador Alejandro Rosas se pregunta por qué la nación camina hoy sin rumbo cuando tuvimos oportunidades de oro para crecer. No despegamos con la industria ferrocarrilera del Porfiriato, ni con la plata, ni en el auge petrolero del Pri o durante el milagro mexicano de finales de siglo pasado.
Según Rosas esto se le puede atribuir a cuatro factores: la discrecionalidad en la aplicación de la ley, la impunidad, la corrupción y la falta de educación. Todos han sido la constante desde la Independencia y la Revolución hasta nuestros días y son los que generan la desigualdad abismal que sufre esta nación.
"La impunidad es algo total y absolutamente presente en los tres periodos. También está presente en ese sentido y lo vemos en esta idea de que el mexicano puede hacerlo todo. Te puedes pasar un alto, doble fila y no te va a pasar nada. Y si te va a pasar, entonces el tercer elemento sería la corrupción. Si te pasa, ya puedes llegar a un acuerdo", dice el escritor.
"Quizá no somos mayores de edad en términos de la mentalidad que se requiere para un país que busque ser próspero, vanguardista y progresista. Tenemos que hacer un acto de contrición como sociedad y ver que nosotros también hemos estado por debajo de las circunstancias de lo que necesitaba este país en diversas épocas".
Pero no todo es gris. Hay una gran diferencia entre la sociedad de 1810 y 1910 y la de hoy porque el hartazgo social que vivimos actualmente se ha convertido en movilización cívica, lenta y paulatina.
Según Rosas, por eso es inconcebible la idea de una tercera revolución. La historia no se repite, no es cíclica. No hay por qué esperar a los Hidalgos, los Zapatas o los Maderos en 2010.
"La sociedad por primera vez en la historia de México ya rebasó a su clase política. Ya estamos un paso adelante en la visión de lo que necesita el país, pero la sociedad no ha podido traducir o presionar de tal modo que las estructuras políticas de verdad hagan conciencia", asegura Rosas.
Para el historiador, en el presente existe una clase media más informada y educada. Este sector de la población está empujando un cambio de mentalidad nacional: quiere paz y respeto a las instituciones.
El ejemplo más reciente es el movimiento del voto nulo de hace unos meses. Significó la expresión de un grupo numeroso intentando desmontar componendas políticas y una estructura electoral endeble.
Según Rosas, la administración actual debe abrir los ojos y leer las señales que ha ido dejando la historia antes de que sea demasiado tarde y la clase poderosa rebase al gobierno como ocurrió en1810 y 1910.
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Alejandro Rosas (Ciudad de México, 1969) es historiador y su pasión es la Revolución Mexicana. Desde hace más de 20 años publica en medios de comunicación como el diario Reforma y la revista Letras Libres. Fue conductor del programa radiofónico "Monitor en la Historia". Ha escrito once libros, como "Los Presidentes de México" (2001), "Mitos de la Historia Mexicana" (2006), "Cartas desde el Atlántico. El Titanic y la Revolución Mexicana" (2007), "Muertes Históricas" (2008) y "Charlas de café con Felipe Ángeles" (2009). Es colaborador de W Radio. Su más reciente libro es "Sangre y Fuego" (Planeta), una novela sobre el golpe de Estado del general Victoriano Huerta y el asesinato del presidente Francisco I. Madero.
Fuente: Reporte Indigo
Laicismo, izquierda y revolución
MÉXICO, D.F., 6 de enero.- Más que aquel mito histórico al que algunos la reducen, la Revolución Mexicana es una realidad presente que distingue a nuestra nación y que ha inspirado nuestra cotidiana construcción democrática. Uno de los logros más importantes de los revolucionarios de 1910 fue sin duda la irrestricta separación Iglesia-Estado.
La fortaleza y la dignidad del Estado laico mexicano siempre fueron ejemplos internacionales del éxito de un liberalismo progresista, y se destacan hoy más que nunca en una época de resurgimiento de fundamentalismos y sectarismos de diversa índole a lo largo y ancho del planeta.
México cuenta con un nivel de desarrollo mucho más avanzado que Estados Unidos en la materia. En el país vecino del norte, tanto el presidente como los diputados y senadores federales juran sobre la Biblia al tomar posesión de sus cargos. En más de una docena de entidades federativas de la Unión Americana un sacerdote inaugura las sesiones legislativas locales con una bendición pública. La moneda estadunidense reza que su valor surge de la “confianza” que los ciudadanos tienen en Dios (“In God We Trust”). Las bodas oficiadas por curas, pastores e incluso chamanes tienen valor civil. Un gran número de escuelas públicas del sur de Estados Unidos todavía enseñan que la humanidad tiene su origen en el pecado original de Adán y Eva.
México, en contraste, es un ejemplo de modernidad y progreso. Si bien el régimen del partido del Estado estableció cuestionables pactos con los grupos más conservadores de la jerarquía católica, durante sus más de 70 años en el poder el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y sus precursores nunca se atrevieron a minar totalmente los cimientos del Estado laico.
Hoy, el respaldo del PRI a las iniciativas que prohíben y penalizan al aborto en diversos estados de la República representa una franca traición al tradicional compromiso de este partido con los principios del liberalismo. Ello ha demostrado que el “nuevo” PRI es aún más carente de valores y principios democráticos que el “viejo” PRI. La visita de Enrique Peña Nieto al Papa es particularmente elocuente al respecto.
A diferencia de lo anterior, el izquierdista gobierno del Distrito Federal se ha convertido en uno de los más importantes defensores de los principios revolucionarios. La reciente aprobación y publicación de las reformas al Código Civil que permiten el matrimonio entre dos personas del mismo sexo, así como la adopción de niños por estas parejas, implican una significativa expansión de los derechos de la población mexicana. Al igual que con la legalización del aborto, la legislación del “divorcio exprés” y el aval a la muerte asistida en el Distrito Federal, en este caso los asambleístas del Partido de la Revolución Democrática y el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, se han colocado de nuevo a la vanguardia en el cambio social y político.
Esta reforma es trascendente no tanto por permitir el matrimonio entre dos personas del mismo sexo, sino porque representa la liberación del Estado mexicano de la definición eclesiástica de la familia. Abre la puerta para el pleno reconocimiento estatal de la gran diversidad de familias que existen en la sociedad mexicana.
Estrictamente hablando, cualquier persona debería poder adoptar a un niño, aun si no estuviera “casado/a” con otra persona. Los millones de madres solteras del país saben muy bien que lo verdaderamente relevante es el compromiso, el respeto y el amor, no necesariamente la presencia de dos adultos. Incluso, muchas veces las familias “tradicionales” resultan ser espacios muy poco propicios para el desarrollo emocional e intelectual de los niños, sobre todo cuando la norma es el maltrato de las mujeres y niños por el padre de familia.
Hace 10 días, en el evento de reapertura del museo Casa Morelos en Michoacán, Calderón reveló su estrategia para sacar raja política de las celebraciones de la Revolución y la Independencia que tendrán lugar durante 2010.
Primero, apelará al patrioterismo y al “nacionalismo” cultural: “2010 debe ser un año en el que celebremos con alegría 200 años de ser orgullosamente mexicanos. Debe ser un año en el que el sentimiento patrio palpite con enorme fuerza en cada hogar, en cada escuela y en cada plaza pública”.
Segundo, priorizará el legado de la Independencia por encima de la Reforma y la Revolución, con el enaltecimiento del papel de la Iglesia y la marginación del liberalismo mexicano.
Tercero, colocará como los principales “enemigos” a vencer a los narcotraficantes, en lugar de la pobreza, el autoritarismo o la concentración del poder: “Hoy, como hace 200 años, nuestra nación sufre los embates de sus enemigos, de aquellas que buscan cancelar para todo efecto práctico las libertades de los mexicanos”.
Los mexicanos no podemos permitir esta reinterpretación eminentemente conservadora de los legados de la Independencia y la Revolución. “Morelos luchó por la Independencia nacional convencido de que esa era su misión en la vida. Hay generaciones a las que les corresponde luchar por la libertad y otras a las que nos corresponde luchar por preservarla”, declaró Calderón.
Así como Barack Obama fracasó olímpicamente en su intento de transformar el Premio Nobel de la Paz en una certificación para emprender “guerras justas” desde el imperio, Felipe Calderón tampoco tendrá éxito en su esfuerzo de convertir las guerras libertarias del pasado mexicano en un permiso para frenar la expansión de nuestros derechos y reinstalar un Estado confesional y una intolerancia institucionalizada.
www.johnackerman.blogspot.com
lunes, enero 04, 2010
domingo, enero 04, 2009
¿Qué pasó en 1909 y 1910, antes del estallido de la Revolución
1. Hace 100 años, en la época de la dictadura de Porfirio Díaz, la gran mayoría de intelectuales y políticos vivían de los privilegios que les brindaba el poder. Asistentes de grandes banquetes, de aristocráticas fiestas y disfrutando de subsidios, regalos y buenos vinos, los intelectuales y políticos no podían pensar en que estallaría una revolución. Hoy, por los privilegios que reciben del poder político, económico y por otros medios, esos personajes que deberían ser críticos y defensores de los intereses de los pobres, se oponen a cualquier revolución porque perderían mucho.
2. La realidad es que nadie planeó que en 1910, precisamente en el centenario del estallido de la revolución de independencia aquel 15 de septiembre, estallara una gran revolución social contra la larga dictadura de Porfirio Díaz. Las grandes huelgas obreras encabezadas por los magonistas en 1906/07, los levantamientos campesinos y los escritos clandestinos de algunos luchadores sociales y periodistas que circulaban en las ciudades, demostraban que el descontento crecía pero casi nadie pensaba en el pronto estallido de una revolución, menos poniéndole fecha.
3. Las declaraciones que Díaz le hizo al periodista yanqui James Creelman, en febrero de 1908, parecen haber sido determinantes. El haber dicho que "pensaba retirarse del poder entregándolo a su sucesor porque el pueblo mexicano ya estaba maduro para ejercitar el sufragio y la democracia", hizo surgir el gran oportunismo político, pero también las ideas de que las cosas podrían cambiar. Los políticos e intelectuales estaban replegados en espera de una oportunidad, mientras luchadores sociales como Flores Magón no paraban sus luchas obreras contra la dictadura.
4. La revolución estalló sin que casi nadie se lo propusiera. Pero doscientos años después de aquella independencia y cien años después de aquella revolución, en 2010 hay por lo menos medio pueblo mexicano que desea y busca un cambio inmediato porque ya no puede soportar las condiciones de pobreza, miseria y hambre en que vive. Necesita el cambio pero no sabe cómo hacerlo. Mientras tanto la clase política y empresarial, usando a los medios de información y los partidos políticos no dejan de mediatizarlo y manipularlo para evitar que piensen en liberarse.
5. Los años 2009 y 2010 serán años mucho más difíciles para el pueblo mexicano, pero también para los gobernantes, que el año 1909/1910. Aunque el número de habitantes era sólo un 14 por ciento del actual, no existían los medios de información que hoy, ni los partidos políticos se hacían notar tanto, pero la miseria de entonces era parecida a la actual entre los trabajadores del campo y la ciudad. Así como el dictador Díaz repartía dinero entre intelectuales y políticos como forma de comprarlos, sucede lo mismo hoy al repartir salarios, subsidios y negocios.
6. "La Sucesión Presidencial", el célebre libro escrito por Francisco I Madero, que le sirvió de plataforma política para su campaña presidencial, apenas apareció a principios de 1909. Si bien fue una publicación importante porque eran muy escasos los trabajos puntuales sobre política, en el libro aún se consideraba que Porfirio Díaz (el sangriento dictador y represor) "era un buen dictador, además era un hombre moderado, honesto y patriota". No debe olvidarse que Madero, hijo de poderoso hacendado, hasta entonces, no se planteaba ninguna revolución o levantamiento.
7. A partir de sus convicciones electorales, Madero inició sus giras de propaganda buscando la Presidencia hasta marzo de ese mismo año en los estados de Veracruz, Yucatán, Campeche y Nuevo León. Aunque fueron boicoteadas sus giras en los estados, la realidad es que Díaz (pensando en la solidez de su gobierno, que ya contaba con 34 años) al inicio se burló de la gira dándole libertad para realizarla. Ese mismo año las actividades políticas crecieron y algunos intelectuales, encabezados por Vasconcelos, publicaron el "Antirreleccionista".
8. La convención del Partido Antirreleccionista, que hizo a Madero su candidato, sólo se realizó hasta abril de 1910 para dar paso a la segunda etapa de las giras de mayo en Puebla, Jalapa y Orizaba, lugares donde fue muy aclamado. Madero se entrevistó incluso con Díaz el 16 de junio provocando la burla del dictador; pero tres días después fue encarcelado. Las elecciones tuvieron lugar el 6 de julio declarándose el triunfo de Díaz y Corral. Madero al escapar de su encierro y publicar el Plan de San Luis lo único que hizo fue prender la chispa que rápidamente incendió la pradera.
9. El estallido oficial de la Revolución fue el 20 de noviembre, aunque días antes hubo levantamientos. Estos, casi de manera automática, se extendieron rápidamente en Puebla, Chihuahua, Durango, Coahuila, Zacatecas, Sonora, Morelos, Guerrero, hasta que Madero ingresó al país en marzo de 1911 y surgió el ataque a Ciudad Juárez al que el mismo Madero se opuso por miedo a un conflicto internacional, pero tuvo que aceptar. El 21 de mayo se firmaron los Tratados de Ciudad Juárez que obligaron a Díaz a renunciar y a exiliarse en Francia.
10. Seis meses, de noviembre a abril, fue el tiempo que necesitaron los revolucionarios de 1910 para acabar con la dictadura feudal/burguesa de más de 34 años que jamás soñó en renunciar al poder por obligación. Así como los gobiernos del PAN y del PRI, junto a los poderosos empresarios se sienten hoy muy seguros en el poder, así sucedió hace 100 años con los porfiristas que en medio de su vida aristocrática no se daban cuenta de lo que abajo sucedía. ¿Qué tal si por casualidades "del destino" la crisis mundial se agrava y el gobierno mexicano no encuentra salidas para un pueblo que ya no aguanta?
11. El año de 2009 será uno de los más difíciles del México actual. Si bien en estos momentos la gran crisis económica no ha prendido con fuerza en México y América Latina como en los EEUU y Europa, en los próximos meses podrá profundizar los problemas del país que los gobiernos neoliberales del PRI y del PAN han agudizado del 1982. Sin embargo debemos estar muy vigilantes y preparados para evitar que se profundice más la miseria de la mayoría de nuestro pueblo y también estar dispuestos a apoyar las batallas que se intensificarán en todo país. ¡Feliz año nuevo!
viernes, noviembre 28, 2008
¿Y la revolución, apá?
¿Y la revolución, apá?
Durante el siglo priísta era anatema dar un paso sin mencionar la palabra “revolución”; fue leitmotiv del partido oficial, inspiración de presidentes y el ingrediente que jamás faltaba en los discursos oficiales; un ingenioso pegamento que mantuvo viva la santa unión entre gobernantes, obreros, campesinos y las llamadas “organizaciones populares”. Hoy los gobernantes han dejado de ser “revolucionarios”. Quizá jamás lo fueron (al menos después de José López Portillo, un “revolucionario” pintoresco que entraba a los pueblos a caballo, vestido de chinaco, y ocasionó una verdadera “revolución” al nacionalizar el sistema financiero en los últimos días de su gobierno). Cuando desapareció de la retórica oficial la palabra “revolución” surgieron como fuerzas inspiradoras de la política nacional otras menos iluminadas: “solidaridad”, que en el vocabulario salinista llegó acompañada de su propia secretaría de Estado, y de un “movimiento” apócrifo que pretendió en algún momento sustituir al partido oficial. Después se imprimieron frases como “liberalismo social”, la nebulosa doctrina con la que Salinas pretendió sustituir al “nacionalismo revolucionario” de Miguel de la Madrid, y “democracia”, utilizada hasta el cansancio por un confundido Vicente Fox, que teniéndola en mano jamás comprendió su verdadero significado.
Y puestos a buscar palabras llamativas llegamos a la “globalización”, término por el que, no obstante la debacle mundial, aún vive y muere Ernesto Zedillo, el último presidente del “partido revolucionario”. Hoy, frente a la tumba de la Revolución Mexicana, debemos reconocer que jamás fuimos solidarios (basta observar la cada vez más honda división entre ricos y pobres) y que el liberalismo social salinista únicamente nos condujo al capitalismo salvaje, ahora denunciado por economistas honrados con el Nobel, como Joseph Stiglitz y Paul Samuelson.
¿Democracia? Seguimos buscándola afanosamente, sin encontrarla. Aunque ésta constituya hoy en día el verdadero sustituto de la mística “revolucionaria”. “Democracia” es un término más ingenioso, más acorde con el siglo XXI, y más prometedor. Significa, o pretende significar, que hemos abandonado las luchas fratricidas (aunque hoy se derrame más sangre que en 1910) y que los mexicanos, de cara al futuro, hemos encontrado finalmente el medio para dirimir nuestras profundas diferencias y asumir el control de nuestro propio destino.
Lejos de alcanzar la modernidad que alguna vez vislumbramos, asomándonos al desarrollo económico sostenido que prometía el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, estamos en el umbral de una república bananera, dependientes, como siempre, de la magnanimidad estadunidense, e inmersos en la inseguridad, la violencia, el narcotráfico y las estériles luchas partidistas. Jamás abandonamos el tercer mundo, no obstante las promesas de Carlos Salinas, el primer presidente prianista, cuando apareció orgulloso en la portada de Time mirando al cielo: Mexico looks up (México ve hacia arriba), se tituló un artículo que pecaba de optimismo, porque aseguró que estábamos en la antesala de los países desarrollados, cuando en realidad caíamos estrepitosamente, víctimas de una administración que no se preocupó por los derechos humanos. (“Primero la economía y después la política”, solía decir Salinas, dejándonos al final sin ninguna de las dos.)
Es indudable que el 20 de noviembre, una fecha como cualquiera otra en una nación llena de fechas históricas, fue el ancla a la que se aferró el antiguo partido oficial para justificar en parte la esquizofrenia de su nombre (“revolucionario” e “institucional”: ¡la Revolución hecha gobierno!), al tiempo que escondía su falta de ideología y mostraba, al menos en papel, una nebulosa voluntad de velar por los pobres y los desheredados.
Después de Lázaro Cárdenas cuesta trabajo encontrar un presidente verdaderamente “revolucionario”: ¿Miguel Alemán, el Mister Amigo de los negocios multimillonarios? ¿Gustavo Díaz Ordaz, el mandatario intransigente que mantuvo la integridad de un sistema que se caía a pedazos desatando la masacre de Tlatelolco? ¿Luis Echeverría, verdadero artífice de Tlatelolco y autor del jueves de Corpus? Quizá por esa hipocresía Vicente Fox descontinuó la celebración de un evento que le recordaba el despojo sufrido por su abuelo estadunidense; el fantasma de los “hombres armados” que aparece obsesivamente en sus memorias.
Para mi sorpresa, en pleno siglo panista, el nuevo secretario de Gobernación reivindicó la bandera de la Revolución. El acto me recordó a Juan José Millás hablando de la fiesta nacional española, que desde el franquismo hasta hoy ha sido llamada Día de la Patria, Día de las Fuerzas Armadas, Día de la Hispanidad y Día de la Raza, “siempre con desfile, que sirven lo mismo para un roto que para un descocido”. Para Fernando Gómez Mont, en un acto destinado a dar atole con el dedo a sus aliados políticos, el 20 de noviembre se convirtió en “día de la guerra contra el narcotráfico”. Francisco Villa y Emiliano Zapata deben estar revolcándose en la tumba.
martes, noviembre 25, 2008
20 de Noviembre
Por Rosario Maríñez
El discurso de los funcionarios del gobierno calderonista y del propio Calderón durante el acto de celebración de la gesta revolucionaria iniciada el 20 de noviembre de 1910, cuando Francisco I. Madero lanzó su Plan de San Luis llamando a los mexicanos a levantarse contra el gobierno ilegítimo de Porfirio Díaz, es tan falso como un billete de tres dólares. Estos funcionarios, que conducen un gobierno tan parecido al del tirano Díaz, en aspectos como la falta de democracia política y la imposición de una economía que empobrece a la inmensa mayoría de los mexicanos y reparte la riqueza del país en unos cuantos, se montan sobre la efeméride del calendario cívico para traer agua a su molino. Este molino es "su guerra" contra el narcotráfico. Ni siquiera la mención a Madero, como único revolucionario según Calderón, puede considerarse un gesto digno en el espectáculo montado en el Monumento a la Revolución, pues este gobierno tan falto de legitimidad no tiene calidad moral para llamarse representante de los ideales de Madero, sintetizados en la consigna "Sufragio Efectivo. No reelección".
Thomas Benjamin, historiador estadounidense, en su libro "La Revolución Mexicana. Memoria, mito e historia" (Edit. Taurus, 2000) nos dice que la celebración del 20 de noviembre devino en espectáculo masivo de persuasión política cuando el grupo sonorense se consolidó en el poder mediante rituales, desfiles, festivales y juegos deportivos para introyectar a los mexicanos una idea de patria y nación cohesionada en torno a los valores de la ideología del nacionalismo revolucionario. Durante dos décadas, luego de aquel 20 de noviembre de 1910, su celebración sólo era fomentada por asociaciones voluntarias y virtualmente ignorada por el gobierno de los generales. Pero a finales de los años veinte, en el momento del nacimiento del Partido Nacional Revolucionario (el abuelo del PRI), el Estado "de la Revolución Mexicana" se apropió de aquella celebración para montar el espectáculo anual, en el que fuimos educados por la escuela mexicana, para crearnos el imaginario de un México vigoroso que había surgido de una revolución heroica. Al mismo tiempo, el autoritarismo, la corrupción, el fraude electoral, la represión a los movimientos sociales, fueron constituyéndose en las prácticas de los gobiernos priístas, hasta llegar a la masacre estudiantil de 1968, a la guerra sucia, y al arribo al poder del grupo neoliberal encabezado por Salinas de Gortari. Fueron precisamente en esas prácticas corruptas, y en la gestión gubernamental vista como la posibilidad para los grandes negocios, en donde se crearon las condiciones para que el crimen organizado y el narcotráfico encontraran tierra fértil para minar a todo el cuerpo gubernamental y destruir las redes sociales de solidaridad y la salud de nuestros jóvenes. El bono democrático que llevó a la silla presidencial a un individuo como Vicente Fox, quien le heredó el poder a Calderón, sólo ha debilitado al Estado frente a esos otros poderes que hoy tienen al país viviendo jornadas sangrientas, y a los ciudadanos temerosos de perder sus bienes o incluso la propia vida.
Por eso me pregunto, ¿qué necesidad hay de que Calderón y sus funcionarios hagan el ridículo montando celebraciones que nada les dice a los mexicanos en torno a una supuesta "unión, fraternidad y patriotismo", y en donde sólo se tiran a la basura los recursos del erario en un afán de justificar con falsos discursos su ineficiencia para combatir el narcotráfico y su incapacidad de dar seguridad a todos los mexicanos? A 98 años parece que estamos igual como a principios del siglo veinte.
La autora es Maestra en Ciencias Educativas por el IIDE-UABC, y doctorante en Ciencias por el Departamento de Investigaciones Educativas del Cinvestav-IPN.