Transcribo esta carta de un ciudadano responsable al Director del Diario El País donde responde cabalmente al editorial del 3 de septiembre que se puede encontrar en la siguiente liga:
http://www.elpais.es/articulo/opinion/exceso/Obrador/elpporopi/20060903elpepiopi_2/Tes/
Sr. Director de El País:
Con desasosiego, he leído esta mañana el editorial de su prestigiado diario titulado “El exceso de Obrador”. Desasosiego y tristeza por el encono de su postura hacia el movimiento democrático y progresista mexicano. ¿Porqué razones el movimiento naranja del
pueblo de Ucrania en contra del fraude electoral si vale y el del pueblo de México no? No logro entenderlo viniendo de un diario progresista que tan importante papel cumplió durante la transición a la democracia en España.
Precisamente porque el nuestro es un país serio, con historia, peso y dignidad, es que millones de mexicanos votamos por Andrés Manuel López Obrador para encabezar la Presidencia de México y por un proyecto de transformación y de progreso que beneficie de verdad a los mexicanos comunes, a los de a pie y no a los de siempre.
La nuestra no es solamente una lucha por la Presidencia de la República; sobre todo es una lucha por una nueva institucionalidad, por una verdadera transición a la democracia. Si algo nos caracteriza es la mesura y la madurez política que su editorial regatea a nuestro candidato y a sus seguidores, por eso nuestra resistencia es pacífica y legal. La desmesura, la inmadurez y finalmente los verdaderos excesos siempre han venido de la camarilla que se ha incrustado en el poder en México; de esa amalgama de intereses económicos y políticos nacionales y trasnacionales que durante años han venido expoliando y devastando el medio ambiente, la cultura, la seguridad, el patrimonio y la energía social de nuestro país; esa camarilla de la que Vicente Fox y Felipe Calderón son leales servidores.
Exceso es que durante el sexenio de Fox cinco millones de mexicanos hayan tenido que emigrar a Estados Unidos en busca de un trabajo y una vida digna que en su país no encuentran porque la estrategia económica del gobierno atiende dócilmente a los intereses trasnacionales pero nunca a los del pueblo.
Exceso es que más de la mitad de la población mexicana viva en la pobreza y veinte millones de habitantes padezcan condiciones de pobreza extrema.
Exceso es “institucionalizar” y cargar en el presupuesto público más de cien mil millones de dólares de deudas y malos manejos de los bancos privados.
Exceso es que, con la anuencia oficial, esos bancos privados cobren al público las comisiones más altas del mundo y obtengan beneficios extraordinarios, como es el caso del BBVA, un banco de capital español que en 2005 obtuvo la mitad de sus utilidades (cerca de mil millones de dólares) gracias a sus operaciones en México, no obstante que se asienta en decenas de países.
Exceso es que en la época de mayor bonanza en los precios del petróleo, PEMEX, la deuda de la empresa del Estado que la derecha mexicana quiere regalar a las mafias trasnacionales, haya superado durante el sexenio foxista la cifra de cien mil millones de dólares.
Exceso es que cada año México pierda 600 mil hectáreas de sus bosques por la explotación irracional de bandas organizadas que se mueven a sus anchas frente a la complacencia gubernamental.
Exceso es que el narcotráfico haya tomado el control de vastos territorios de la geografía nacional y de no pocas instituciones del Estado, fenómeno que está en la raíz de la inseguridad pública y que ha ocasionado miles de muertes violentas en los años recientes, mientras que Fox afirma que México está en paz.
Exceso es que la esposa del Presidente sea acusada de tráfico de influencias en favor de sus hijos, sin que las veneradas instituciones hagan algo al respecto.
Exceso es que el cuñado del señor Calderón, a través de la empresa Hildebrando, haya acumulado en pocos años jugosos contratos del sector público por cientos de millones de pesos y haya hecho uso de manera ilegal del padrón electoral, sin que las instituciones se
inmutasen al respecto.
Pero el exceso mayor es que después de sus innumerables fracasos, quien se auto nombró abanderado del gobierno del “cambio”, se haya transformado en un auténtico traidor a la democracia y en artífice del fraude electoral.
Las transiciones a la democracia implican ruptura con el pasado y un nuevo arreglo
político, pero también un nuevo pacto social y económico. Sin embargo, la resistencia de los privilegiados por el estatus quo previo suele llegar a ser formidable, como lo está siendo en México. Esos intereses han sido capaces de transformar a Fox, de un febril practicante de la resistencia civil que encabezaba la toma de aeropuertos y que participaba en la toma de la tribuna del Congreso, a un orquestador del aniquilamiento de la oposición de izquierda.
Los excesos vienen del poder. Para ser tales, las instituciones deben ser de Estado y el Instituto Federal Electoral (IFE) dejó de serlo al inicio del gobierno foxista, cuando sus representantes fueron impuestos por el PAN y el PRI, excluyendo de tal decisión al PRD. Luego vino el desafuero del Jefe de Gobierno de la ciudad de México, López Obrador, pero fallaron en virtud de la valerosa resistencia popular. Ya durante la contienda electoral vino la guerra sucia promovida por Fox y Calderón en contra del candidato de la coalición de izquierda. Cientos de
millones de dólares fueron invertidos por el gobierno, los grupos de empresarios privilegiados y el PAN en una gigantesca campaña de propaganda negra —avalada en los hechos por la inmovilidad del IFE— para bajar de las preferencias a su oponente, a ese que calificaron como “un peligro para México”. Más tarde vino el evidente desaseo de este Instituto en el manejo de los datos el día de la elección y del recuento distrital de votos, y la apertura ilegal de paquetes electorales que viciaron su contenido. Finalmente, vino el indigno fallo del Tribunal Electoral que hizo mutis frente a las monumentales irregularidades detectadas durante el recuento parcial por él ordenado. Esos si son excesos; nunca lo será calificar a esas instituciones como caducas, corruptas e inservibles.
Lo sucedido en el Congreso mexicano el 1 de septiembre no fue un espectáculo como su editorial lo interpreta; constituyó, eso si, una protesta digna y pacífica en contra de la toma del Palacio Legislativo por las fuerzas militares y policíacas bajo las órdenes de Vicente Fox. En el conocido estilo de la democracia colonial que intereses inconfesables pretenden imponer en México, las fuerzas reaccionarias despojaron al PRD de su legítimo derecho a presidir la
Mesa directiva de la Cámara de Diputados, y ya hablan de marginarlo de las comisiones del Congreso e, incluso, amenazan con retirarle su registro como partido político. Lo pueden intentar, pues cuentan con el control de las “instituciones” y de una “legalidad” a modo, pero no lo van a lograr.
Entretanto, el movimiento democrático continuará resistiendo en esas instituciones caducas, pero también en la calle. Nunca podrá ser calificada como un exceso la legítima defensa de la soberanía popular que las mafias pretenden escamotear. No puede ser considerado como un exceso el resistirse a la imposición de una democracia dócil que sea el vehículo para saquear al país y mantener sometido a nuestro pueblo.
Para salir del atraso, de la pobreza, de la corrupción sin freno, México requiere urgentemente de una transición a la democracia verdadera, como la que experimentó España en los años setenta y de la que El País fue exponente fundamental. Una buena parte del pueblo de México ha decidido, de manera digna y pacífica, poner un alto a la rapiña y a la mentira de los oscuros intereses nacionales y extranjeros que apelan al vacuo e inútil prurito de una legalidad y unas instituciones que sólo sirven para reproducir sus excesos y para mantener a toda costa sus privilegios.
Atentamente,
Alberto Carral Dávila