José Vilchis Guerrero
jvilchis1@yahoo.com * Lo que hay es una plutocracia
* Nuestra forma de organización política, de las más antidemocráticas del mundo
* Los políticos mexicanos son expresiones, todas grotescas y monstruosas en gradación variopinta
* El camaleón priísta adoptó la forma panista
* López Obrador, agente importante para la catálisis del cambio real
* Recuerda el zarpazo de Luis Echeverría a Julio Scherer
* Fausto despliega una lucha frontal contra el cáncer.
Más que periodista, Fausto Fernández Ponte se asume como educador social y despliega en estos días una lucha frontal contra el cáncer que, “dicho sea de paso, espero superar”. Siempre corresponsal de Excélsior en Washington, donde sufrió cortapisas y fue acusado de ser espía cubano, sufrió en julio de 1976 el golpe del expresidente Luis Echeverría contra Julio Scherer. Lo recuerda como “un acto condenable en todos sentidos, por atentatorio a los principios caros de libertad y por violar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos”.
Fue, dijo indignado, “un acto inmoral y, desde luego, sin ética, propio de la cultura de la dictadura perfecta y el doble discurso, el de la simulación, del citado presidente de la República quien, como ya es sabido, encabezó un gobierno genocida”. La destitución de don Julio en asamblea de socios cooperativistas, visiblemente manipulada por el gobierno echeverrista, fue “el desenlace de una conspiración, equivalente moral a un golpe”.
Desde su perspectiva en la corresponsalía en Washington, Echeverría le dio luz verde a Fausto Zapata Loredo y Augusto Gómez Villanueva para promover y consumar la salida de Scherer –tarea en la cual coadyuvó Humberto Serrano –porque le dijeron a Echeverría que junto con Adolfo Christlieb Ibarrola, dirigente panista de la época, cabeza de un grupo crítico, fundarían un nuevo partido con orientación demócrata cristiana.
Pero la salida de Scherer, dijo, se veía venir por las presiones internas de la cooperativa, aunadas a las que enfrentaba don Julio no sólo del gobierno sino de un sector empresarial, mientras Fernández Ponte sufría en Washington penurias económicas que le atrasaron en seis meses los gastos de su oficina.
Recordó que destituidos don Julio y Hero Rodríguez Toro, gerente general, y expulsados otros, la asamblea designó a Bernardino Betanzos como director efímero, sustituido pocos días después por Regino Díaz Redondo, visto como el conspirador principal para derrocar a don Julio.
“Dada mi cada vez más precaria situación económica en Washington y viendo que las tensiones internas en el periódico se acentuaban, aparentemente sin conocimiento del propio Julio, solicité licencia y me fui a trabajar al Banco Interamericano de Desarrollo. En el BID aproveché oportunidades de becas y, así, estudié filosofía de la historia y otras carreras más prácticas, como la de chef y navegación oceánica. Tuve mucho tiempo para dedicarme al velerismo”.
Díaz Redondo viajó a Washington para convocarlo a retomar su trabajo como corresponsal. “Mi respuesta no fue inmediata, por varias razones: una, tenía un contrato con el BID; otra, me sentía identificado con Julio y rechazaba yo la acción echeverrista contra él”. Pero meses después reanudó la corresponsalía “concretándome a realizar un trabajo ajustado estrictamente a los términos y temas centrales de la relación bilateral, y a cubrir actividades de inteligencia y contrainteligencia estadunidense en México y contra el Estado mexicano”.
Hoy, afirma, Scherer es un icono no sólo del periodismo mexicano, sino de la cultura mexicana en general, de la cultura política y del poder. “Es un maestro a quien emular, necesarísimo en nuestra profesión tan desvirtuada por nosotros mismos, los periodistas, proclives por cualesquier motivos, incluso el económico, a abanderar causas e intereses sin una valoración objetiva previa de sus premisas y silogismos, y caer así en las tentaciones seductoras del poder”.
Cuando retornó a México en 1989, cuenta que echó a andar el servicio en inglés de Notimex, y concluida esa tarea, en 1990, retornó a Estados Unidos para dar clases de literatura hispanoamericana en la Universidad Estatal de Florida, campus Fort Myers. “Allí estaba, cuando me buscó Carlos Ramírez, quien viajó a Miami llevándome la invitación de Rogelio Cárdenas, fundador y director de El Financiero, para hacer una sección México-Estados Unidos y otra internacional en su periódico”.
La sección situó en un primer plano el tema de la emigración mexicana a Estados Unidos y dio voz a las críticas al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, uno de los instrumentos de la dominación estadunidense de México. “Entrevisté dos veces a Bill Clinton, quien se oponía al TLCAN. A la fecha, ningún periódico publica una sección así”, observó.
Fue entonces cuando inició la columna Asimetrías –“que sigo escribiendo y publicando”–, cuyo nombre, propuesto por Carlos, sintetiza la realidad de la relación bilateral, terriblemente asimétrica. Sostuvo que en El Financiero se inició verdaderamente la crítica mediática a la forma como Carlos Salinas ejercía el poder. “Ello concitó muchas presiones para Rogelio, quien había sido compañero mío en Excélsior antes de la llegada de Julio a la dirección”.
A su retorno al país, encontró un panorama similar al que había dejado: medios de difusión impresos y hertzianos mercenarios, salvo excepciones muy notorias (como la de El Financiero) y colegas muy identificados con los intereses del poder y la cultura de simulación de éste. “Incluso, algunos de esos colegas orgánicos me increparon por mis críticas al presidente Carlos Salinas (y al presidente Ernesto Zedillo) en el periódico de Rogelio, que entonces dirigía su hijo, Rogelio, también ya fallecido”.
Por esas fechas, eran censurados Fernández Ponte y Carlos Ramírez en el entonces gubernamental El Nacional, ataques “que desvirtuaban la verdadera misión de ese periódico, convirtiéndolo en pasquín y no en órgano de alta política del Estado”. Fue la época del chayote a reporteros y editores y eran frecuentes los llamados publirreportajes.
“Los medios de difusión impresa y hertziana eran, como lo son todavía, propiedad privada de grandes oligarcas de México e identificados cada vez más con el neoliberalismo entreguista de Salinas. Sus contenidos reflejan esa realidad. No son medios para educar ni orientar, sino lo opuesto. Mal educan y desorientan; desinforman”.
De la clase política cuenta que desde su adolescencia trató a algunos políticos y descubrió que su naturaleza es ajena al servicio a la sociedad. “Por ello, nunca he tenido buena opinión de ellos, aunque algunos, ya en el trato personal, son excelentes personas y buenos amigos. Pero, investidos, se transforman en otras personas. Pienso que los políticos mexicanos son expresiones, todas grotescas y monstruosas en gradación variopinta, de Mister Hyde, el lado malvado del doctor Jekyll.
Sin educación, ineptos, desconocen la historia y las leyes mexicanas; sólo hacen grilla porque carecen de proyectos. Y los hay panistas, priístas, perredistas y de los partidos-negocio. “Por eso, dice, sobresale Andrés Manuel López Obrador, que sí tiene proyecto sociopolítico cincelado por los imperativos históricos y nuestra lacerante realidad social y parece estar comprometido con la gente y en transformar a México”.
Para Fernández Ponte no ha habido una verdadera transición de la dictadura perfecta –Mario Vargas Llosa dixit– a alguna forma de democracia, por elemental que ésta fuere. “Si López Obrador hubiese llegado a Palacio Nacional –imagino que él no viviría ni despacharía en Los Pinos– investido presidente de la República, sería el primer paso hacia el rescate de la Reforma y del liberalismo mexicano histórico, juarista, y la Revolución mexicana, movimientos de profundidad telúrica y, por ende, el rescate de México para los mexicanos”.
Comenta que nuestra forma de organización política es hoy una de las más antidemocráticas del mundo, sustentada sobre simulación, represión, secuestros, desapariciones, torturas, violaciones masivas de los derechos humanos de los mexicanos, fraudes electorales y la opresión más alambicada, la de acentuar y perpetuar la desigualdad, la injusticia y la iniquidad. Lo que hay es una plutocracia.
La dictadura perfecta, agregó, no fue instaurada por Plutarco Elías Calles, fundador del Partido Nacional Revolucionario, o por Lázaro Cárdenas, fundador del Partido de la Revolución Mexicana, sino por Miguel Alemán, hom-bre de la derecha, quien creó el Partido Revolucionario Institucional. Allí empezó la desviación contrarrevolucionaria que devino, medio siglo después (no 70, sino casi 60 años después, hasta el 2007), utilizando la logística de la cultura política emblematizada por el PNR callista y el PRM cardenista, cuyos entramados ideológicos eran de obvia orientación socialista, en tanto que el PRI, desde su concreción alemanista, fue una agrupación de derecha, clasista inclusive, ariete de la contrarrevolución y la antidemocracia misma. Hoy lo es más que nunca, afirmó.
Además, agregó, es discernible que las diferencias entre el panismo y el priísmo son únicamente de estilo o de forma; hay, de hecho, continuidad camuflajeada entre el priísmo y el panismo. El camaleón priísta adoptó la forma panista. Es un mimetismo perverso, que cobró impulso acelerado desde el sexenio de Miguel de la Madrid y los mandatarios que le sucedieron –Salinas, Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón–, entreguistas, como él, a Estados Unidos y a las corporaciones trasnacionales. La transición sigue siendo un ideal.
“Por ello veo crucial lo que hace López Obrador. Es un agente importante para la catálisis del cambio real. Por eso, el presidente espurio –Calderón– trata de aislarlo, tratando que su mensaje al recorrer los municipios del país no llegue a las masas, a los mexicanos”.
Fue más lejos en su crítica al sistema: El foxismo –si acaso es un “ismo”– me parece una broma macabra, una de esas aberraciones en las que el propio hombre, como ser histórico, incurre por ignorancia o por castigo o por frustración o porque su conciencia social y política ha sido mellada por otros agentes inductores, entre ellos el de la culturación y la filosofía neoliberal de la educación pública (capacitarte para empleos que no existen) y otros medios de control social, como la televisión o las iglesias cristianas. Ése es el caso del electorado mexicano. Ésa es mi evaluación del foxismo: derivación irrisoria de la degradación del poder formal que, como lo veo, no ha podido desasirse de su crisis.
Consideró que el calderonismo –“que dudo que sea un ismo”– es, al igual que el foxismo, una aberración que, sin embargo, es consecuencia de una concatenación dinámica de premisas y agentes vectores varios que explica, a su vez, el fraude electoral y la espuriedad de Calderón como mandatario.
“Fue la oligarquía mexicana, socia y cómplice de las trasnacionales, la que lo impuso. Fueron sus pares oligarcas –los consejeros del Instituto Federal Electoral y Elba Esther Gordillo– quienes hicieron procedural e instrumentalmente posible su asunción al poder bajo el entendido, hoy muy obvio, de servir a los intereses del gran patrón y amo, el gobierno de Estados Unidos, brazo armado de los consorcios trasnacionales”.
De la libertad de expresión, dice que es aparente, no real. Lo que existe en los medios de difusión impresa, hertziana y digital (o por internet) en México es la libertad de decir toda clase de cosas siempre y cuando, subráyese, no cuestione la forma de organización económica, política y social prevaleciente ni ponga en entredicho los valores que nutren y sustentan a ésta. Ésa es la sutil diferencia.
“Por lo demás, la llamada prensa alternativa o marginal siempre ha ejercido esa libertad, aunque el poder formal (y no pocas veces el fáctico también) históricamente la ha perseguido y acallado, a veces con sofisterías leguleyas (como los mecanismos de publicidad oficial) y de cooptación y control y a veces brutalmente. A veces la tolera por subestimación de su alcance”.
Por ello hay, advierte, una denigración sistémica del ejercicio del periodismo independiente y honesto ideológica y políticamente. Lo que el poder formal teme es que el ejercicio del periodismo con integridad se sume, por afinidad inferida, a los movimientos sociales de descontento y reivindicación de derechos. “A José Gutiérrez Vivó lo reprimió Calderón por las mismas razones que Echeverría reprimió a Scherer: el temor a una unión implícita o explícita entre medios difusores de gran alcance y movimientos sociales o partidos políticos o personajes de gran convocatoria política o social”.
De la nueva tecnología de la comunicación, el internet, dice, es el gran adelanto. “Es más, me inclino a pensar que el internet representará una explosión no sólo del periodismo, sino de la literatura, según se vayan desarrollando nuevas tecnologías que te hagan más accesible leer".