Michel Balivo
(Tiempo de conciencia)
Actualmente en Venezuela vivimos paisajes muy variados y contrastantes. Ahora están regresando a pasar las fiestas decembrinas con sus familias los brigadistas que fueron a alfabetizar a Bolivia y Nicaragua. Otros grupos han estado presentes en todas las catástrofes que han agobiado a esos ya empobrecidos países aportando insumos y ayuda humanitaria.
Ellos han debido superar climas, geografías y circunstancias adversas de todo tipo, dar respuestas apropiadas en condiciones críticas de vida, aprender a relacionarse con otras culturas, hábitos y creencias. A pesar de ello en todos se puede ver, oler y palpar una intensificada sensibilidad, una experiencia enriquecida, una alegría y satisfacción de compartir.
Una parte de nuestros conciudadanos hace entonces de la solidaridad su dirección de vida, comprometiéndose a ayudar a los pueblos hermanos en sus diferentes necesidades. Pero paradójicamente, pese a que hace cuatro años que crecemos con los más elevados índices de Sudamérica, se han dado más créditos que en los últimos cuarenta años y el desempleo bajó del 20 al 6,3%, otra parte cree que Venezuela es gobernada por un sanguinario dictador, camina directo a la pobreza, que le quitarán todos sus bienes habidos y por haber, hasta sus hijos.
Esta inédita situación es posible dado que los medios de información no hablan de las obras y logros, tergiversan cada hecho e inclusive crean hechos virtuales, reality show que televisan para todos los usuarios nacionales e internacionales, proyectando fantasmales catástrofes que nos esperan a futuro, haciendo de circunstancias inexistentes, motivos presentes de lucha en que nos jugamos nuestra vida y la de nuestros hijos.
A estas circunstancias de vivir situaciones ilusorias, virtuales, inexistentes, donde toda la problemática se proyecta y pretende resolver deshaciéndose de la persona demonizada, supuestamente responsable de todos los males del mundo, la hemos comenzado a llamar disociación sicótica, y es motivo de estudio en todo el mundo.
(No es un fenómeno sicológico nuevo, solo es una exageración colectiva y contracara de nuestra creencia de que el enamorado nos hará felices para siempre, un iluminado nos salvará o un héroe nos libertará, resolverá nuestras vidas).
He dicho que a mi modo de ver, la revolución es aceleración del ritmo evolutivo y fruto inevitable de la historia. Prueba de ello es que la acumulación y aceleración de experiencias y conocimientos nos ha traído hasta la revolución económica y cultural, poniéndonos a las puertas de la sicológica.
Si comprendemos la revolución como condición y fruto de toda nuestra larga historia, es decir como la resultante de toda nuestra experiencia y conocimiento, entonces no tiene nada de circunstancial, casual ni azarosa. Sino que es una experiencia y destino ineludible, hacia el que cada pensamiento y acto nos impulsa y conduce.
Reconocer, sentir y experimentar que somos inevitable fruto de nuestros pensamientos y acciones, que cosechamos lo que sembramos, tanto en lo personal como en lo colectivo, (que no es más que la intensificación de la dirección que nuestro modelo social le da a nuestras conductas), nos permite sacudirnos todos los temores y desesperos de fantasmales e inciertos futuros, de que la revolución se pierda o desvíe.
Y desde esta mirada que mediante su afirmación en los hechos de cada día, comienza a convertirse en certeza íntima, podemos observar con calma todos los acontecimientos sin quedar atrapados en la inmediatez de lo circunstancial, fortuito. Cuando así lo hacemos, en medio de toda esta sorpresa, extrañeza, desorientación, comienzan a dibujarse las verdaderas líneas directrices de todo este aparentemente caótico acontecer.
Si la estimulación de los medios audiovisuales masivos de comunicación, puede hacernos creer, ver, sentir y vivir algo que no existe en el mundo, en el paisaje perceptual, ¿dónde existe entonces eso que interpretamos y a lo cual reaccionamos como real? ¿Qué o cuál es su realidad? No nos queda otra alternativa que aceptar que su realidad ha de ser síquica, mental.
No nos queda más que comenzar a sospechar, que la mente humana es capaz de crear sus propias experiencias. El bombardeo mediático en pocos años ha logrado desquiciar a millones de personas, (incluyendo a muchos revolucionarios, que comienzan a ver culpables de la posible pérdida de la revolución en todas partes), produciendo golpes de estados virtuales, saboteos petroleros y continua alteración del orden social.
¿Qué podremos pensar entonces de los resultados de miles de años inculcándonos hasta la médula de los huesos, desde la temprana niñez, que somos pecadores, culpables, que nacemos sucios, que nuestra naturaleza es digna de desconfianza, que en toda la existencia no hay nada peor que la humanidad? ¿En que estado mental puede crecer un niño así educado?
Si recordamos aquello de que la experiencia y el conocimiento se acumulan y heredan generacionalmente, y a su debido tiempo se aceleran y revolucionan, comenzará a dibujarse que nuestra memoria, imaginación y sensaciones son los vehículos mediante los cuales el pasado, nuestra historia vive y se actualiza en nosotros, en nuestros pensamientos, sentimientos y experiencias, superponiéndose según intensidad en mayor o menor medida, a lo que percibimos.
Si miles de años viven, se actualizan y recrean en nosotros, en nuestra relación con el entorno, no resulta tan extraño que se los pueda estimular y direccionar intencionalmente. Pero la conclusión más interesante que todo esto deja asomar, nos permite entrever, es que no es que seamos malos o buenos, sino que allí donde fijamos o es atraída nuestra atención, eso que nos hipnotiza, eso que creemos, lo convertimos en experiencia, lo vivimos, sugestiona o toma la conciencia y se vuelve sicológicamente real.
No se trata de que la naturaleza humana sea buena o mala, sino de que es capaz de aprender de su propia experiencia, de informarse y educarse a si misma. Tiene libertad de elegir entre las opciones que pueda concebir, reconocer, puede acertar o errar, afirmar o corregir sus respuestas. Puede crear, creer y en consecuencia vivir sus propias experiencias. Esto explica porqué de una misma circunstancia pueden crearse experiencias tan diferentes.
¿Cómo explicar de otro modo que viviendo las mismas circunstancias, unas personas elijan la solidaridad como dirección conductual, experimentando un enriquecimiento vital que los proyecta con alegría a futuro, mientras otros eligen sentir y experimentar que sus vidas se desintegran camino de la catástrofe final, del Apocalipsis?
Si tenemos el poder mental, sicológico, de crear, creer y vivir nuestras propias experiencias, entonces lo de cosechar lo que sembramos, o sembrar vientos y cosechar tempestades, es la mayor y más simple verdad y principio rector de vida.
Porque los hechos que acumulamos como dirección de vida, han de ser inevitablemente la contracara de lo que vemos, sentimos, soñamos, pensamos y nos toca vivir personalmente, dentro de la condición histórica acumulada generación tras generación. En conclusión el futuro no es lejano ni incierto, sino el simple e inmediato resultado de lo que elegimos hacer cada día.
Y lo que realmente está entrando en nuestro horizonte de conciencia con toda esta aceleración, que nos pone en presencia de un modelo global de experiencias, es la participación activa de nuestra subjetividad, que podríamos llamar “experiencia interna”, complementando lo que hasta ahora hemos creído experiencia externa a la que asistimos cual pasivas víctimas.
De hecho, la intensidad y velocidad de los hechos que nos toca presenciar y vivir, no se reducen a la historia humana, sino que incluyen los fenómenos de alteración climática, física, química y electromagnética de todo nuestro ecosistema. Con lo cual se pone en evidencia la conectiva que separa o une interioridad y exterioridad.
Porque ni la piel de mi cuerpo ni la puerta de mi casa son necesariamente ninguna cárcel ni frontera que me aísla del entorno, como tampoco existen fronteras físicas que separen a los seres humanos. Son mis sensaciones de solidaridad o exclusión, discriminación, lo que convierte todo, ya sea mental o físico, en amplias avenidas de encuentro o estrechos callejones de soledad sin salida.
En conclusión pese a que vivimos intentando temerosamente conocer, para adelantarnos y prevenir el incierto futuro, nada hay más sólido que el piso histórico de la revolución. Esta avanzará si reconoce que crea y construye con cada acción su experiencia futura, que no hay otro futuro posible que los frutos acumulativos de nuestras acciones.
Si algo hay incierto, es lo que decidiremos elegir y hacer nosotros en cada circunstancia, ya que no obstante el peso del pasado, de la memoria, de los hábitos y creencias, disponemos de libertad de elección y en consecuencia de cambio o transformación de la realidad. Si algo hay cierto, es que llegaremos hacia donde caminamos, nunca hacia donde no lo hacemos.
Por tanto el bombardeo cotidiano de los medios de comunicación, no es más que la reacción y el desespero de retener nuestra atención, a medida que ven que crecemos, avanzamos a futuro, eligiendo como queremos vivir, dándole espaldas a nuestros temores y dependencias. Lo mismo sucede en una relación personal, cuando luego de un tiempo uno de ellos decide retomar su camino, su libertad de elegir como vivir.
A nosotros nos corresponde afirmar el camino elegido sin mirar atrás, sin confundirnos, distraernos, desviarnos ni paralizarnos de temor. Si es la alegría de ser solidarios con las necesidades ajenas lo que elegimos como dirección de vida, afirmándola con cada uno de nuestros hechos, pues eso sembraremos, acumularemos y comenzaremos a vivir.
Si el temor nos mantiene atrapados en la inmediatez de nuestros intereses personales, convirtiendo nuestro entorno en una especie de gran madre y seno del que mamaremos toda nuestra vida, pues no debe sorprendernos que nos traten como tratamos y nos hagan lo que hacemos. Porque eso es lo que sembramos, acumulamos e iremos cosechando.
En todo caso todos esos son tropismos de vida heredados, condiciones en que se formaron nuestras conciencias, educación, contagio, hábitos y creencias que se nos impusieron en nuestra tierna infancia. Una vez más no se trata de que seamos malos ni buenos, sino que nuestra atención y energía vital está sugestionada, tomada y retenida por esos contenidos.
Por lo cual es necesario reconocerlos despertando de su hipnosis o gran carga acumulada, para comenzar a poder elegir otras alternativas y experimentar sus resultados. Es así y solo así como comenzaremos a avanzar en renovadas direcciones, que no serán sino fruto de nuestra libertad de elección ejercida.
Estamos en tiempos de verdad, en tiempos de cosecha, tiempos de hechos, tiempos de conciencia. Por eso es que todo un modelo, una imaginería que sojuzgó, hipnotizó, esclavizó nuestra mente, comienza a hacerse evidente, a ser visto, objetivado, permitiéndonos neutralizarlo. Entre otras reacciones, el bombardeo de los medios, no es sino el intento desesperado e inútil del tropismo que muere, de retener nuestro interés, nuestra atención hipnotizada, exacerbando el temor a perder.
Sin embargo, nada detendrá el desmoronamiento de este modelo agotado, y como todo estímulo repetitivo, al llegar a cierto nivel de tensión la conciencia, sin importar cual sea su preferencia política, lo desconectará. Antes de que alguien lo piense o diga, les participo que no soy tan ingenuo como para proponer que nos sentemos a mirar como todo esto sucede.
Eso sería incoherente con proponer que solo cosechamos los frutos de nuestras acciones. Lo que pretendo sugerir, es que no nos dejemos hipnotizar ni arrastrar por el creciente ruido de lo que de todos modos se desmoronará, dejando a propios y extraños incrédulos y desorientados. Mucho mejor es que demos prioridad a construir lo que si queremos, que no cejemos en esa dirección elegida y querida.
Digo que pasando por encima de toda diferencia produzcamos hechos solidarios concretos y experimentables para todos, como seres humanos que somos, desatendiendo y dando espaldas a los cientos de años de interminables discursos y sermones morales, que a nadie convencen ni nada resuelven. Es la dirección de hechos elegidos la que se abrirá camino y dará frutos. El tiempo de los discursos ya recibió su extrema unción.
Los hechos generosos no necesitan justificación, explicación, publicidad ni premios. Los realizamos simplemente porque se sienten bien, nos comunican y unen con nuestro entorno, porque deseamos repetir sin fin lo que disfrutamos.
Lo que nos hace sentir que crecemos, maduramos juntos en lugar de acumular dinero y objetos que nada aprovechan, a costa del sufrimiento propio y ajeno. A esta naciente economía y cultura de la solidaridad, yo le llamaría “alegría sin objeto”.
Quiero terminar con otra de mis poco ortodoxas observaciones, pero que si se dan su tiempo para pensarla sin prejuicios, no deja de tener su lógica. Nadie nos obligó a creer que somos y actuar como seis mil millones de tipos diferentes y separados. De hecho si prestan atención a la estructuralidad de funciones del ecosistema que sostiene la vida, encontrarán muchas razones para pensar que es mucho más lo que nos complementa y une que lo que nos separa.
Nadie nos obligó a creer que somos y actuar como cientos de naciones, culturas, razas, religiones diferentes y separadas. Si nos tomamos el trabajo de viajar hacia atrás en la historia seguro encontraremos el tronco común a esas ramas. En el peor de los casos podremos decir que alguien más astuto o menos ingenuo, usó nuestras creencias en su provecho.
Y si no somos diferentes ni estamos realmente separados, del mismo modo que dos brazos no han de hacer nada para unirse, nosotros solo hemos de reconocer que por diferentes que seamos, somos miembros, funciones y órganos de un mismo cuerpo, la humanidad.
Reconocer que cuando un sistema de creencias solo sirve para crear conflictos, enfrentamientos, violencia y sufrimiento, siendo usado en beneficio de los intereses de unos pocos y en contra de los propios, de la gran mayoría.
Ha llegado la hora de despertar de la tiranía de esos sueños, que en lugar de ser útiles a la expansión de la vida se han convertido en vehículos de muerte. Por generosidad yo entiendo el trascender las creencias que limitan la dirección de nuestros hechos, camino de la unidad, el beneficio y la felicidad colectiva.
¡Feliz Navidad!