viernes, marzo 02, 2007

¡Gritad y dad voces!

Gustavo Iruegas

La construcción de una muralla es, por definición, una obra que protege una plaza fuerte o un territorio. Esta clase de muros suele ser de proporciones monumentales y tener efectos que superan las intenciones primarias por las que fueron edificadas. Hay muchos casos de murallas en la historia.

En los registros bíblicos, las murallas de Jericó fueron derribadas cuando Josué aplicó una revelación divina: "Todos los hombres de armas dad la vuelta a la ciudad diariamente por espacio de seis días, y al séptimo, toquen los sacerdotes siete trompetas, y en esta forma daréis siete vueltas a la ciudad; cuando su sonido se oiga y hiera vuestros oídos, todo el pueblo gritará a una con grandísima algazara, y caerán hasta los cimientos los muros de la ciudad por todas partes, y cada uno entrará por la que tuviere delante." En el momento preciso Josué dio la orden: "Gritad y dad voces". El procedimiento funcionó, la ciudad fue tomada y sus habitantes pasados a cuchillo.

Otro ejemplo histórico es el de la Gran Muralla china, construida en su primera fase (mil 900 kilómetros) entre los años 221 y 204 antes de nuestra era con el propósito de resguardar a la China unificada de los ataques de los nómadas del norte. Entre 1368 y 1644 se reconstruyó y amplió hasta 6 mil kilómetros. A pesar de su majestuosidad, nunca fue una defensa segura contra las incursiones de los nómadas.

Más recientemente, en 1930, Francia construyó a lo largo de 320 kilómetros una fortificación permanente para detener un esperado ataque frontal alemán, a la que dio por nombre el apellido de su constructor: Maginot. La fortaleza fue flanqueada y resultó completamente inútil ante la guerra de alta movilidad, blitzkrieg, que practicaban los alemanes.

Al final, Alemania fue derrotada y su territorio repartido entre los vencedores; la propia capital, Berlín, quedó también dividida a pesar de que estaba en territorio de la República Democrática Alemana. Se estableció un importante flujo de personas de Este a Oeste hasta que, en 1961, el gobierno comunista decidió detenerlo construyendo un muro que seguía la línea divisoria de la ciudad y que fue mundialmente conocido como el Muro de Berlín. Pronto se convirtió en un símbolo de la guerra fría. Su destrucción en noviembre de 1989 devino en el hito que marca la victoria del mundo capitalista sobre el bloque socialista. Y así se podría continuar con los recuerdos de Troya, de Numancia o del edificado hace unos años contra el frente Polisario en el Sahara.

Las murallas de Jericó se construyeron para detener a los cananeos, la de China para impedir el paso a los nómadas, la del ministro Maginot para detener a los alemanes y la de Berlín para que no escaparan los anticomunistas: ninguna logró su cometido. Todas tienen en común que su fama superó con mucho el propósito de su construcción y les ganó un lugar en la historia no por su eficacia sino por su inutilidad.

En el año 2006, el gobierno de Estados Unidos decidió construir una muy especial muralla en su frontera que contenga la llegada de los pobres que llegan del sur, mayoritariamente mexicanos. Este muro no se construye con propósitos estrictamente militares, pero sí como parte del endurecimiento policiaco que ese gobierno aplica internamente a consecuencia de la guerra que libra contra lo que ha llamado terrorismo internacional. Ya se ha dicho que se levanta por la necesidad que supone para un Estado policiaco detener el flujo de trabajadores indocumentados, que ya supera los 15 millones.

Sin embargo de lo anterior, lo que hace especial el muro que se levantará entre Estados Unidos y México no son los motivos ni los propósitos del constructor. Es el encogimiento y la desvergüenza de las autoridades mexicanas ante la humillación y la infamia. Es la degradación de esta oligarquía abusadora y fullera que sin sombra de sonrojo acude dócil y sumisa a concertar una pretendida Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN). No se trata de inocencia, ni de buena fe o, como les gusta decir, de simple pragmatismo. Es, lisa y llanamente, perfidia.

En una negociación que avergonzaría a Moctezuma y a Santa Anna, el gobierno de facto está malbaratando la seguridad nacional. Al ofrecer el territorio mexicano para acuerpar el perímetro de seguridad de Estados Unidos y dificultar a sus enemigos atacarlo directamente, México se ofrece a sí mismo como un vulnerable blanco supletorio. La crisis de octubre en 1962, que puso al mundo al borde de la guerra nuclear, hizo evidente la alevosa propensión de las grandes potencias de dirimir sus guerras y conflictos en territorio de terceros. La respuesta de los inermes latinoamericanos fue concertar el tratado para la proscripción de las armas nucleares de la América Latina. ¡A pelearse a su tierra! Era la consigna.

Los espejos y las cuentas de colores son ahora, 12 años tarde, las promesas de dar inicio, inicio solamente, al cumplimiento del TLC en materia de transporte, complementadas con coincidentes y amenazantes anuncios de que Al Qaeda nos tiene en la mira. Casualmente los dos elementos de ASPAN: prosperidad y seguridad.

Alerta mexicanos; los espurios están levantando una segunda muralla frente a nuestros ojos para ocultar sus insidiosas pretensiones. Pero este es un muro de traición y mentiras que sí podemos destruir: ¡Gritad y dad voces!

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