miércoles, junio 06, 2007

Bush: presidencia delirante (o lo que es lo mismo, el orate de Bush)

Editorial

Poco antes de que se iniciara la reunión del grupo de naciones más poderosas del planeta, conocido como G-8, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, arremetió de nueva cuenta contra el presidente ruso, Vladimir Putin, al que acusó de ser un obstáculo para el desarrollo democrático, lanzó una andanada adicional de críticas contra China, Bielorrusia, Burma, Cuba, Corea del Norte, Sudán, Zimbabwe, Irán, Siria, Venezuela, Uzbekistán y Vietnam, y se refirió a los gobiernos de esos países como dictatoriales, carcelarios y violadores de las garantías individuales.

Semejantes expresiones de hostilidad procedentes de una superpotencia militar que, como Estados Unidos, no ha dudado en invadir, arrasar y ocupar países a los que considera enemigos -Afganistán e Irak son sólo los ejemplos más recientes- no son para tomarse a la ligera por ningún gobierno. Por ello, los denuestos pronunciados por Bush pueden tener por efecto una agrupación de los aludidos, por más que no tengan, hasta ahora, casi nada en común, salvo el hallarse incluidos en la lista de las fobias de la actual administración estadunidense.

Así, por más que el habitante de la Casa Blanca se empeñe en afirmar que la guerra fría quedó en el pasado, sus actos y sus palabras alientan un nuevo clima de confrontación mundial estructurado en bloques, es decir, algo no muy distinto al histórico conflicto Este-Oeste.

Por lo demás, el actual gobierno de Estados Unidos no cuenta con la menor autoridad moral para abogar por los derechos humanos en otros países: Bush es el carcelero de Guantánamo y de Abu Ghraib, el orquestador de la siniestra red aérea de la CIA -que se extiende sobre varios continentes- para transportar a cientos o miles de secuestrados a centros de tortura y cárceles clandestinas, y el responsable de severas restricciones a las libertades civiles y a las garantías individuales en el propio territorio estadunidense. Los informes de organizaciones independientes y prestigiosas como Human Rights Watch y Amnistía Internacional son consistentes en señalar a Washington como la principal fuente de violaciones a los derechos humanos en el mundo.

Finalmente, no puede tomarse en serio a un jefe de Estado que, la víspera de un encuentro cumbre en el que se aspira, en teoría, a restablecer acuerdos, encarrilar acciones conjuntas y atenuar la rispidez que caracteriza al entorno internacional en el presente, se empeñe en atizar las tensiones entre su país y la segunda potencia nuclear del planeta y convierta a naciones de todos los continentes en otras tantas encarnaciones del mal. Las declaraciones de Bush son, en suma, una muestra más de la miseria política y diplomática del actual gobierno de Estados Unidos, miseria que ha sido un factor clave en la sostenida pérdida de autoridad e influencia de Washington en el mundo.

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