viernes, julio 27, 2007

Tres fiestas

Gustavo Iruegas

Un grupo de hombres viejos en descuidada formación militar, vestidos a la usanza de los Dorados de Villa, marchaba acompañado de los acordes de La Adelita. Eran veteranos de "el pequeño ejército loco" que comandó el general de hombres libres, Augusto César Sandino. Constituían la descubierta del desfile militar con que se inició la celebración del primer aniversario del triunfo de la revolución sandinista. Julio de 1980, Managua. Como el invitado de honor era Fidel Castro, se habían despertado grandes expectativas sobre el discurso que pronunciaría. El mismo se encargó de atenuarlas. Empezó diciendo que no haría un discurso que creara problemas al gobierno sandinista, lo que significaba que no atacaría al gobierno de Estados Unidos desde esa tribuna. En efecto, en la disertación puso de relieve algunos episodios de la guerra contra Somoza, entre los cuales destacó la brillantez con que se efectuó la operación de repliegue y traslado de contingentes civiles insurrectos a Masaya, para ponerlos a salvo de las embestidas de la Guardia Nacional somocista. También relató una anécdota: en abril de 1961, cuando los mercenarios de la CIA estaban a punto de partir hacia Cuba recibieron en Puerto Cabezas la visita de Anastasio Somoza Debayle, a la sazón jefe de la Guardia Nacional. Obsequiosos y optimistas, los mercenarios le preguntaron qué quería que le trajeran de Cuba y él contestó: "Un pelo de la barba de Fidel Castro". Bueno, continuó Fidel, aquí la traigo toda para ustedes. Fidel, con toda la barba, se comentaba en las tribunas.

Al año siguiente, 1981, la celebración fue en la Plaza de la Revolución, en las inmediaciones de Palacio Nacional y de la catedral bajo la mirada de Carlos Fonseca, quien presidía el acto en la forma de un retrato de dimensiones colosales. Esta vez el invitado de honor fue el presidente de México, José López Portillo. El acto fue multitudinario y el discurso conceptual: en el siglo XX ha habido tres grandes revoluciones en América Latina: la mexicana, que privilegió la libertad sobre la justicia; la cubana, que privilegió la justicia sobre la libertad; y la sandinista, la de ustedes, a quienes toca encontrar el equilibrio. Ese era el quid de la reflexión de quien presidió el último gobierno emanado de la revolución mexicana.

De entonces para hoy han ocurrido muchas cosas. Colapsó el socialismo europeo y se derrumbó la Unión Soviética. Un nuevo, pero retardatario orden internacional se instauró alrededor de la potencia hegemónica; consecuentemente, el derecho internacional entró en un proceso de regresión. En la región, Cuba ha mantenido el empeño revolucionario y logrado avances que envidian la mayoría de los países latinoamericanos. México cayó en el neoliberalismo durante el cual la corrupción ha hecho metástasis en las instituciones nacionales hasta el punto de que el único remedio está en la radical refundación de la República. Los sandinistas perdieron el poder e iniciaron tres lustros de neoliberalismo y corrupción, pero hace unos meses recuperaron el gobierno y ahora enfrentan la ardua tarea de reanudar la revolución.

Hace unos días se celebró en Managua un aniversario más del triunfo de la revolución, pero el primero desde que el partido sandinista retomó la conducción del gobierno. Fue una fiesta que se podría equiparar con las dos primeras, una tercera fiesta. El leitmotiv fue la primera estrofa de ese himno universal que es La Internacional: "Arriba los pobres del mundo...". Estuvieron presentes, además de las autoridades nicaragüenses, el presidente de Venezuela y el de Honduras y otras autoridades extranjeras. En los discursos destacó el anuncio de que se construirá, en el marco de la Alternativa Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (Alba), una refinería en Nicaragua con capitales venezolanos que se alimentará con petróleo de ese país. Al día siguiente, se inició la construcción y se puso la primera piedra de la construcción de la planta. Está en Nagarote, el lugar de los quesillos.

Por contrapartida, hace unas cuantas semanas, durante una reunión de los presidentes centroamericanos, México y Colombia, en una ceremonia destinada a recrear el Plan Puebla-Panamá (PPP) se anunció la construcción de una refinería en algún país centroamericano que, financiada con capitales privados, se alimentaría con petróleo mexicano. Fue la segunda vez que se anunció la refinería PPP; el año anterior, también tratando de revitalizar el fracasado PPP, Vicente Fox hizo el mismo anuncio. Puede ser que algún día se ponga una hipotética primera piedra, pero es inverosímil pensar en la última.

Hace también unas cuantas semanas que el presidente Daniel Ortega estuvo en México en una visita de Estado. En sus principales discursos mencionó, aludiendo a la contraposición Alba/ALCA, el fracaso de Tratado de Libre Comercio de América del Norte y utilizó para ello el argumento más pesado y terminante que se ha usado al respecto: el TLC no ha podido disminuir la emigración de los mexicanos. Tampoco, se puede agregar, ha abonado a la integración de América del Norte -esa ilusa pretensión de la burguesía asociada- ni al desarrollo por contagio que pregonan los neoliberales.

La cuarta fiesta será mexicana. La que celebren los mexicanos -seguramente junto a América Latina- cuando construyan la nueva república en la cual la democracia sea efectiva, la justicia ordinaria y la soberanía plena. También aquí se puso ya la piedra.

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