miércoles, septiembre 05, 2007

Confinan en antiguo burdel a los 33 tzeltales desalojados

De La Voladora

Confinan en antiguo burdel a los 33 tzeltales desalojados

La Otra Campaña
escrito por Hermann Bellinghausen
miércoles, 05 de septiembre de 2007

La Trinitaria, Chis., 4 de septiembre. Los autoproclamados “amigos de la humanidad” que dicen proteger para “todo” el mundo “los valiosos recursos” de la mítica selva virgen, en su determinación por vaciar de indios mayas los Montes Azules de Chiapas, vinieron a botar a las familias tzeltales que poblaban Nuevo San Manuel y Buen Samaritano en una construcción abandonada de madera, más allá del basurero municipal de La Trinitaria, a orillas del último tramo de la carretera Panamericana antes de Guatemala. Y se desentendieron de ellos.

Una espesa nube de humo negro oculta por completo el tiradero, que arde despidiendo un asfixiante y masivo tufo a plástico. Unos cientos de metros más adelante está la cabaña del que fue el “club nocturno” Las Vegas, y antes el baresucho Tío Luis. Acá los “reubicaron” los “ambientalistas” del gobierno. Para fines prácticos, esto fue un burdel de pobres. El único baño es una letrina, y el agua disponible, la que recoge de la lluvia una pileta de cemento. Los techos de lámina maltrecha dejan pasar el agua a chorros cuando llueve, o sea constantemente. La hilera de cuartos de madera que se destinaban al “servicio” (cuando lo había) corre a lo largo de un pasillo con piso de tierra. Por ningún lado hay el menor indicio de ventana.
En este lugar se encuentran, suspendidos en el limbo, los 33 indígenas que las policías federal y estatal sacaron a jalones de sus casas y treparon a los helicópteros hace más de dos semanas: dos muchachos, algunas madres y muchachas, y un montón de niños. Los dos varones jóvenes son los únicos que no están descalzos. Uno de los menores, no llega a los dos años, se planta frente al reportero y, serio, lo revisa de pies a cabeza. Viste como única prenda una camiseta que dice, de manera sugerente: “Soy chingoncito como mi tío”. El pequeño se forma una opinión de lo que ve, pero se la reserva.

Todos parecen en un azoro permanente. En sus poblados de la selva, donde llevaban viviendo 12 años, quedaron sus pollos, guajolotes, perros, utensilios domésticos, casas, cosechas y cultivos. Ahora están exilados. Las autoridades estatales y federales dejaron el “paquete” al gobierno del municipio de La Trinitaria, el cual a su vez “sólo tuvo” para los indígenas este viejo antro abandonado y una guardia permanente de policías municipales apostados en la arboleda.

En el espacio del que fue salón de baile y cantina (la pared anuncia que “no se fía”) hay dos cajas de papas y una de cebollas, pequeños envoltorios de tortillas y tostadas, algunas cobijas aportadas por la parroquia católica del lugar, y unos 20 botellones sellados, pues al fin recibieron agua purificada. Grupos civiles llevaron a los enfermos al médico, y ya reciben tratamiento.

La mayoría se ven pálidos, preocupados y tristes. Casi ninguno habla castellano. Los seis padres de estas familias se encuentran formalmente presos en el penal El Amate, de Cintalapa, sobre la misma carretera pero a más de 200 kilómteros, en los valles centrales. Sus familiares no tienen noticias de ellos, ni posibilidades de visitarlos. Las mujeres refugian su silencio en el monolingüismo y mantienen vivo un fogón, aunque no hay mucho que poner sobre el comal.

Las autoridades han hablado de llevar a Ocosingo la siguiente estación de su exilio. Los indígenas desconocen en qué condiciones sería el traslado y no lo han aceptado. Como sea, tampoco les han preguntado su opinión. Si no fuera por la caridad cristiana de algunos trinitarios y la solidaridad de organismos civiles de San Cristóbal de las Casas y Comitán, estarían abandonados, a merced de las improvisaciones y olvidos de los funcionarios.

Los indígenas desconfían y esperan, entre el viejo estacionamiento y la boca de lobo del tugurio clausurado y pintado por fuera con los colores blanco y azul de la Cervecería Modelo, de cuando venían aquí a divertirse camioneros, policías y soldados. No queda mucho espacio para la alegoría: a los indios de Montes Azules que no metió presos, el gobierno decidió echarlos a la basura.

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