Julio Hernández López
El viernes pasado, Felipe Calderón se mostró sombrío y amargo. No sólo con sus anfitriones, que técnicamente forman parte del ámbito conservador que le apoya, sino incluso consigo mismo, con su función y sus perspectivas. Pedregosamente filosofal como pocas veces, al michoacano no le pareció genuino el oro que en forma de “trescientos líderes mexicanos” le ofrecía una revista especializada en destacar a presuntos hombres de éxito, así es que, crudo (es decir, directo), se dejó ir sobre ellos mismos, a los que regateó reconocimiento (“yo no sé si esta lista de 300, o de 500, o de 100, o de 20, o de 10 sea una lista adecuada; quizás ni somos todos los que estamos ni están todos los que son, no lo sé”) y, además de recordarles que cada uno de esos privilegiados tuvo más oportunidades de crecimiento que la inmensa mayoría de los mexicanos (más que una niña de la Montaña de Guerrero, o que un tarahumara o una adolescente prostituida en La Merced), hizo a esa “minoría selecta”, esa “elite”, una pregunta sin respuesta: “¿cuántas fortunas se han construido sobre la sangre y sobre el dolor de esa mitad de los mexicanos?”, referencia que parecería un presagio al estilo lopezportillista de desgracias devaluatorias por venir pues, según San Felipe de los Enojos sin Explicación Concebida: “Cuántas veces en nuestro México se ha roto nuestro tiempo; cuántas veces hemos perdido, cuántas crisis económicas en nuestro México reciente han mandado a más de la mitad de los mexicanos a la miseria otra vez”. Y, enseguida, la frase (gulp) de las fortunas construidas sobre sangre y dolor… Oh, ¡ya nos saquearon!, ¡¿nos volverán a saquear?!
Pero no sólo las premoniciones lopezportillistas estuvieron presentes, sino también una suerte de echeverrismo de derecha, con un encargado de Los Pinos selectivamente cuasi incendiario: “Este México tiene más que exigirle a ustedes”, decía al auditorio de presuntos líderes nacionales, que a la adolescente de La Merced, el tarahumara de la Barranca del Cobre, la niña de las montañas de Oaxaca o Guerrero, el chilango que levanta su puesto ambulante de un eje vial o “quienes están levantando ahora una cosecha que no les dejará ni para comer los próximos dos meses”. Por desgracia, no estaban Carlos Slim, Emilio Azcárraga ni Ricardo Salinas Pliego cuando Calderón se destapaba, pero sí le escuchaban prohombres como el austero Enrique Peña Nieto, el ajeno a conflictos de interés Diego Hildebrando Zavala, y el demócrata Luis Carlos Ugalde (la relación de ausentes y presentes, más no la adjetivación de cada caso, fue tomada de la nota de Ángeles Cruz, publicada en La Jornada). A todos, sin embargo, Calderón preguntó “cuántas batallas hemos perdido, cuánto territorio, cuánta mediocridad hemos aportado entre todos para hacer de este país enorme, bendito por sus recursos naturales, su historia y su identidad, uno más entre el ciento de países que pueden hacerlo, pero que no lo han hecho”. ¿Mediocridad? ¿Uno más de los que no la han hecho? Buaaa, buaaa, ¿y los discursos foxistas de grandeza?, ¿y las historias felipinas de que seremos una gran potencia dentro de relativamente muy poco?, ¿y los anuncios chidos en radio y televisión que pintan un México que va mucho más delante de lo que los renegados y refunfuñones quieren aceptar?
Ya encarrerado, Lipe sin fe dijo: “Amigas y amigos: allá afuera hay un México, ciento cinco y pico millones de mexicanos esperando a ver a qué horas hay una fuerza nacional capaz de entenderse y hablar (…) de mover a este país en una dirección distinta al lamento eterno”, pues se necesita “una minoría capaz de creer que México puede ser distinto del México del ya merito, y del ahí se va, y de que tienen la culpa los gringos, los empresarios o los políticos, o tienen la culpa otros (…) Un México distinto al que se queda quieto, callado, resignado; un México distinto al que se acobarda frente al que tiene un A-47 y hace lo que se la da la gana porque los 105 restantes, los 105 millones simple y sencillamente no están en la menor disposición de arriesgar absolutamente nada (…) Un México distinto al de la oruga docta que pontifica y se sube allá a su torre de marfil y que tarde o temprano queda convertida en pedestal de imbéciles”.
El enojo del Calderón en vías de explotar se lanzó también contra ese México “que nos enseñó a agacharnos, a resignarnos, a esperar, a criticar y a ver a qué hora pasa una cosa como por arte de magia, como por milagro”. Ese mismo día, en Monterrey, al inaugurar una exposición denominada América Migración, en el marco del Fórum Universal de las Culturas, se lanzó contra la política estadunidense en materia de migración, recordándoles a los gringos que “los muros, las razias contra los nuestros, atentan, sí, contra nosotros, pero también contra la prosperidad de la región de Norteamérica que, como conjunto, pierde aceleradamente competitividad frente a Asia y Europa”, y recordó que los mexicanos aportan su fuerza de trabajo “a la prosperidad de una economía que no es la de su tierra, pero que paradójicamente alguna vez lo fue”.
¿Quién ha hecho enojar al licenciado Calderón? ¿Los empresarios planean devaluaciones o simplemente no cooperan con quien saben que realmente no les puede dar cuello? ¿El antedicho licenciado se pone muy gallito en los discursos para no realizar actos fuertes contra la retadora pareja ex presidencial? ¿Está viendo el rey del gasolinazo que se le viene encima una crisis económica? ¿Está que no aguanta a sus colaboradores y presuntos aliados? ¿Se siente como el próximo Ugalde? ¿Se le está acabando políticamente el tiempo? ¿Quién se quedó con el optimismo discursivo del buen señor 0.56%? ¿Se ha quedado Lipe sin fe?
Y, mientras Carlos Salinas da una conferencia este miércoles en El Colegio de México, ¡hasta mañana, viendo cómo nadie le toma la palabra a López Obrador, que promete retirarse de la política si Fox es enjuiciado y llevado a la cárcel! ¡Tan sencillo que sería todo, licenciado Lipe!
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