miércoles, noviembre 21, 2007

A Cuba no se le puede insultar

Carlos Tena

Existe la manipuladora y escandalosa manía, sobre todo entre las personas que se tildan a sí mismas de demócratas convencidas ( dime de qué presumes y te diré de qué careces ), de comparar las dictaduras militares más sangrientas y crueles de la historia reciente (Franco, Pinochet, Videla, Stroessner, etc,) con las que existían en los llamados sistemas de democracia popular (bloque soviético y ad láteres, excepto la masacrada ex Yugoslavia que jamás formó parte del Pacto de Varsovia), e incluso con el que rige en la actual Cuba, desde que los heroicos rebeldes de Sierra Maestra, como poco años antes los del asalto al Cuartel Moncada, derrocaban al dictador Fulgencio Batista, cuyas policías asesinaron impunemente a miles de ciudadanos con el beneplácito y bendición de los gobiernos de EEUU de Norteamérica. No satisfechas con ello, esas mismas personas llegan a denostar, desde el delirio al que no saben cómo arribaron, de presidentes de gobiernos que, utilizando las urnas que tanto defienden demócratas como Aznar o Rajoy, ganaron de calle las elecciones , a pesar de tener en contra a todos los medios de comunicación públicos y privados, que es lo que ha acontecido en el siglo XXI en Venezuela, Ecuador y Bolivia.

La desbordante hipocresía de la que hacen gala esas gentes tan apasionadas por la envilecida democracia , espoleados por el silencio cómplice de sus dirigentes y periódicos (sostenidos a su vez por las grandes multinacionales que todos conocemos), llega a límites en los que la cordura se da de bruces con el cinismo que supone atacar a una pequeña isla, por una supuesta carencia de respaldo popular a su Revolución, y no condenar mil veces, en nombre de los derechos humanos más elementales, las brutales palizas, bombardeos, torturas y desmanes que la OTAN, con o sin Javier Solana a la cabeza, asestó a miles de seres inocentes (y aún lo hace) en cárceles secretas y no tan escondidas, por encima de todas convenciones internacionales, tratados y leyes escritas y vigentes en el llamado mundo civilizado. Para todas ellas sólo vale un resultado: tiene que ganar el de siempre, o si fuere otro, aquél debe, por encima de la voluntad popular, dar su vida no por la patria, sino por el capitalismo salvaje que es, como todos deberíamos saber, el garante del bienestar universal. Así como hicieron Felipe González y Tony Blair, como hace Bachelet, como hará Cristina Kirschner. Y cada día, en nombre de esa democracia tan civilizada, mueren de hambre, diariamente, 24.000 seres humanos.

Pero el insulto más flagrante, aunque subliminal y artero, es el que se desprende al comprobar, que esos dirigentes y medios tan poderosos no pueden, ni podrán jamás, hablar de violencia en las calles o publicar una foto con una porra o palo policial, sobre las carnes de un ciudadano cubano, por la sencilla razón de que la fuerza bruta no es patrimonio de esta pacífica sociedad que vive asediada desde hace 45 años, sino de aquellos que forman parte de la mafia terrorista de Miami y sus padrinos y madrinas en medio mundo. Desde el genocida Aznar a su acólita Esperanza Aguirre, de Tony Blair a Berlusconi, de Juan Luis Cebrián a Pedro Jota, de Buenafuente a Sardá, de Alejandro Sanz a los Polancos.

Déjense de monsergas que aquí, hasta los turistas menos solidarios alucinan con las buenas maneras y educación cívica que exhibe cualquier agente de policía. El insulto es llamar cobardes a quienes viven dentro y fuera de Cuba por y para la Revolución, porque si en verdad los cubanos estuvieran sometidos a una dictadura como la que suelen describir los corresponsales de la prensa más poderosa (El País, El Mundo, la agencia EFE, France Press, AP, RTVE, BBC, CNN, etc.) ¿por qué no salen a la calle en manifestación multitudinaria, como hicimos en España, como se hizo en Chile, en Argentina? ¿Por qué no atacan a las fuerzas de seguridad; por qué no les tiran piedras? ¿Por qué los cubanos no se agraden entre ellos por cuestiones políticas? ¿Por qué los ciudadanos de esta sociedad saben discutir y reclamar, sin la violencia habitual que ejercen los uniformados en el llamado mundo democrático donde incluso pegan tiros al aire y matan civiles? ¿Acaso es que los cubanos le tienen miedo a sus dirigentes? ¿Quizá es que Mauricio Vicent no se atreve a llamar cobardes a sus vecinos del barrio? ¿Es que esos diarios y agencias pueden insultar a todo el mundo con sus burdas manipulaciones, haciéndoles creer que aquí ocurre lo que no pasa? ¿Es que esos voceros bien pagados por las multinacionales de la democracia de los millonarios (que no de los trabajadores), piensan que pueden mantener una mentira tantos años sin enrojecer de vergüenza?

Uno, que ya lleva veintisiete años de su vida viajando a Cuba, que tiene el orgullo y el honor de trabajar desde hace casi un lustro en un centro cultural dedicado a la música y la poesía, que cree haber ganado amigos y enemigos de todo pelaje, dentro y fuera del territorio, que asiste diariamente a la ceremonia de la queja y el bulo propagado por los colegas de siempre, en medio de una permisividad sin limites por parte de las autoridades de la isla, tiene que dejarse de zarandajas y reconocer que entre estas gentes maravillosas, también hay también algunos espabilados que murmuran y musitan todo tipo de falacias, en la esperanza de que en el llamado primer mundo, crean que el pueblo cubano, en su mayor parte, es una pandilla de cobardes que tienen pánico a la protesta y a la reivindicación; que huyen del compromiso porque temen las represalias, que callan como niños ante una injusticia, que salen despavoridos cuando se habla de manifestar sus ideas. Esos anónimos charlatanes tratan en vano de sembrar el desánimo general, porque los cobardes siempre esparcen rumores como las bombas racimo, para que los habitantes de buen corazón y coraje a prueba de estupideces, bajen la guardia y crean que todo está perdido.

Cuba está resistiendo un asedio mucho más bestial que el de Numancia, pero aguanta los embates, mentiras y manipulaciones con la serenidad de quienes saben que caminan por una senda difícil, complicada y dura, con el sacrificio de quienes en el largo viaje dejan trozos de piel, sabiendo que tienen la razón de su parte. No podemos permitir que castiguen más a esta sociedad, a esta Revolución. Desbloqueemos a Cuba de una vez por todas.

Mientras, pienso en mi admirado amigo, el nunca bien pagado Vázquez de Sola, y aquella espléndida camiseta que lucí por las calles de México DF en 1992, en cuya tela se dibujaba la frase “ Me Cago en el Quinto Centenario ”, sobre Cristóbal Colón y sus mesnadas, levanto mi copa el 13 de Octubre e invito a que sigamos haciéndolo sobre la Fiesta de la Hispanidad, sus desfiles, sus fastos y sus trajes de gala.

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