Ángel Guerra Cabrera
La conclusión el 20 de enero de la primera fase de las elecciones generales en Cuba es un acontecimiento de enorme trascendencia política, independientemente de si en la etapa restante Fidel Castro continúa o no como presidente del Consejo de Estado, instancia colegiada a elegirse el 24 de febrero por la nueva legislatura de la Asamblea Nacional. Fidel, qué duda cabe y qué ventaja estratégica, seguirá siendo el líder de la revolución mientras respire y tenga lucidez, junto a una mayoría de representantes populares que por edad podrían ser sus hijos.
Lo que singulariza este proceso electoral es que ha estado marcado por el crudo y nada complaciente discurso del vicepresidente Raúl Castro del pasado 26 de julio y el consiguiente debate nacional en torno al mismo. Impulsado por el Partido Comunista y las organizaciones de masa, de él emana una voluntad nacional de cambio, como subrayan los medios de prensa corporativos, pero también –esto lo omiten– de continuidad de la revolución.
Continuidad de las ideas de soberanía, autodeterminación, justicia social, dignidad, democracia, patriotismo y solidaridad internacionalista, que en Cuba se resumen en la palabra socialismo. Es palpable que éstos son los ejes que dan sentido y propósito al cambio que desea una gran mayoría. Por consiguiente, no forma parte de la discusión una involución social –el regreso más o menos maquillado al capitalismo–, sino el cuestionamiento y la recreación de aquellas concepciones, métodos, instituciones y tácticas caducas, en pos de alcanzar los objetivos socialistas, que implican también la construcción de un nuevo consenso político. El debate actual podría iniciar un ciclo de cambios en la isla, constitutivos, a la postre, de un hito histórico; que no debe sorprender, pues si se repasa cuidadosamente la trayectoria de la revolución cubana se constatará que la tendencia dominante ha sido de continuidad y ruptura, aunque, como en toda transformación social, se observen momentos de estancamiento o retroceso.
La concurrencia de más de 96 por ciento de los electores a las urnas, donde el sufragio no es obligatorio, y el ejercicio del “voto unido” por 91 por ciento de ellos demuestra el refrendo de la confianza ciudadana a la capacidad del sistema político cubano y sus líderes de marchar por el rumbo de continuidad y ruptura revolucionarias. El voto unido es un principio político planteado por Fidel Castro en las elecciones que coincidieron con el tramo más adverso de la crisis originada por la desaparición del aliado soviético y la intensificación por Washington de su agresividad contra Cuba. Ahora, frente al redoblamiento de las acciones hostiles e injerencistas de Bush con la consigna de lograr un “cambio de régimen” en la isla, Fidel reiteró el llamado, el cual se traduce en que los ciudadanos renuncien conscientemente al derecho legal de votar por los candidatos de su preferencia y, en aras de la estrecha unidad nacional indispensable frente a la amenaza externa, lo hagan por todos los que aparecen en la boleta.
El ejercicio está sustanciado por un proceso que arranca desde los barrios, donde los vecinos –no el Partido Comunista– proponen libremente en cada circunscripción electoral a los candidatos a delegados a las asambleas municipales. Posteriormente son electos los que obtengan más de 50 por ciento de los votos: en primera, segunda o tercera vuelta, según la cantidad de candidatos. No es raro que alcaldes en ejercicio no resulten relectos en la base, requisito para seguir en el cargo.
De los así elegidos sale aproximadamente la mitad de los delegados a las asambleas provinciales y diputados a la Asamblea Nacional. El resto es propuesto por comisiones de candidatura integradas por las organizaciones de masa, pero todos al final son sometidos al escrutinio del sufragio directo y secreto. Nadie más que su conciencia acompaña al ciudadano en la soledad del acto de votar. De allí la contundencia de que 91 de cada 100 electores hayan ejercido el voto unido en una población de larga tradición de rebeldía y, salvo algunos sectores, muy politizada, de la que se escuchan duras críticas y reclamos a la gestión gubernamental. Raúl Castro ha confirmado la tónica actual al declarar que el nuevo Parlamento está llamado a tomar decisiones “trascendentales, paulatinamente, paso a paso”. Pero ha insistido en que no habrá soluciones espectaculares y en la necesidad de trabajar duro.
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