miércoles, enero 09, 2008

Lo que jamás podrán comprar

Por Ricardo Andrade Jardí

Por diversas razones no soy afecto a hacer público lo que amigos, compañeros o lectores, me hacen llegar como comentarios o sugerencias en tal o cual asunto o tema y menos aún cuando se trata de correos personalizados, a menos que la intención de dicho comentario sea tal o quien lo comenta me haga saber que está de acuerdo con la posibilidad de hacerlo público. Esta vez haré una excepción, con el comentario que me hace, desde Durango, mi amiga y compañera “de mil batallas”, Paty Barba, quien es además, entre muchas otras cosas, la directora del Consejo Nacional de Comunicadores Ciudadanos (CONACC).
Acotación, la suya, que sintetiza el sentir de muchos de los comentarios que he podido recopilar o me han llegado de múltiples formas, con relación a la censura de la W Radio a la comunicadora Carmen Aristegi.
Paty Barba sintetiza muy bien la rabia y la impotencia de quienes estamos convencidos de que en este país la democracia ha sido secuestrada y que la censura es una clara manifestación de la intolerancia de los que han pretendido navegar con la falsa bandera de “la libertad” y “la pluralidad”, de quienes desde sus mentiras han hecho de nuestro país un particular negocio, que nos está inevitablemente arrastrando a las puertas del fascismo.
Transcribo pues, el comentario, al que me sumo, de mi indignada amiga y comunicadora social:
Querido Ricardo:

Ese viernes, alrededor de las 6:15, cuando Carmen empezó a pronunciar esas fatídicas palabras, que me retrotrajeron a momentos difíciles en mi vida, cuando noticias ominosas como su salida del aire, se escuchan lejanas, sordas...se cumplió lo que varios de mis familiares, amigos, compañeros y colegas en Conacc y otras organizaciones presagiábamos después de lo ocurrido con José Gutiérrez Vivó. No obstante, debo confesarte que dada la naturaleza de los seres humanos, siempre tratábamos de convencernos de que en virtud de los varios galardones y amplios reconocimientos a nivel nacional e internacional que Carmen ha recibido a lo largo de su brillante trayectoria, era muy improbable que le ocurriera lo mismo... ¡vaya optimismo infantil del que hicimos gala!
Lo más triste y vergonzosamente paradójico es que fue precisamente el Grupo Prisa el que decidió otorgarle uno de los premios de periodismo de los que ella se ha hecho merecedora, lo que nos muestra una vez más que para las mafias enquistadas en el poder, no existe valor alguno que pueda contraponerse a la deidad única a la que veneran y por la que son capaces de cometer las iniquidades y bajezas más indescriptibles: el dios dinero, al cual le atribuyen, ridículamente, el poder de brindarles lo único que jamás podrán comprar: verdadera respetabilidad y estatura moral, pues son sólo unos grotescos enanos que se arrastran en el fango de sus propias miserias pensando que el dinero eliminará la pestilencia que de ellos emana...
Lo que más he admirado de Carmen, aparte de su excelencia como periodista, ha sido el estómago que tiene para mantener una actitud cordial —yo diría estoica— al momento de entrevistar a sujetos de la calaña de Gamboa Patrón, Beltrones, Mario Marín, Fidel Herrera, y una serie de individuos de conducta delincuencial. Recuerdo caldeadas discusiones con amigos y conocidos que criticaban acremente a Carmen no sólo por dar voz a estos miembros de una clase política podrida hasta la médula, sino por su comportamiento amable con ellos...
Lo cierto es, querido Ricardo, que con la salida de nuestra estimada Carmen Aristegui, se confirma el absoluto estado fascista aplicado por una mafia supuestamente encabezada por un individuo que en virtud del fraude más pestilente que registran los anales de la política mexicana, se hace llamar Presidente de la República sin serlo, pues como lo ha demostrado ampliamente, sólo sigue —como lo hacen las marionetas— las órdenes de los que le mueven los hilos detrás de la cortina.
Carmen, no te decimos adiós, pues sabemos que en algún otro espacio continuarás con el periodismo de excelencia que te ha distinguido durante toda tu carrera.
Patricia Barba Avila
Directora General CONACC

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