sábado, junio 21, 2008

CUBA:
50 AÑOS DE REVOLUCION
80 AÑOS DEL NATALACIO DEL COMANTE ERNESTO "CHE GUEVARA"
La izquierda latinoamericana en el gobierno:¿sujeta a la hegemonía neoliberal o construyendo una contrahegemonía popular?

por Roberto Regalado

América Latina se adentra en una nueva etapa de su historia, en la cual, por
primera vez, partidos, movimientos, frentes y coaliciones de izquierda, enlos que convergen las más diversas corrientes políticas e ideológicas,ocupan, de manera estable, espacios institucionales dentro de la democraciaburguesa, cuyo funcionamiento se extiende, también por primera vez, por casitoda una región donde, salvo excepciones como Uruguay o Chile, desde laindependencia de España y Portugal, predominaron la dictadura y elautoritarismo.
Aunque hay procesos que lo prenuncian -entre ellos las transiciones quepusieron fin a la mayoría de las dictaduras militares de «seguridadnacional» implantadas desde 1964 y el auge de la lucha popular en paísescomo Brasil, Uruguay y México- y hay procesos que marchan a la zaga -como lafirma en 1996 de los Acuerdos de Nueva York que dieron por terminada lainsurgencia en Guatemala y la persistencia del conflicto armado en Colombia,cuya solución negociada es cada día más imperiosa-, el momento del cambio deetapa -o cambio de época, como algunos prefieren llamarlo-, se ubica entre1989 y 1992.
Los acontecimientos internacionales que inciden en lo que podemos definir como una transformación radical de las condiciones en las que se desarrollanlas luchas populares en América Latina, son la caída del Muro de Berlín, endiciembre de 1989, símbolo de la restauración del capitalismo en Europaoriental, y el desmoronamiento de la URSS, en diciembre de 1991, que marcael fin de la bipolaridad mundial. En nuestra región, el inicio de launipolaridad se manifiesta mediante la invasión a Panamá (1989), la derrotade la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua (1990), la desmovilizaciónde una parte de los movimientos guerrilleros en Colombia (1990 1991)1 y,como colofón, en la firma de los Acuerdos de Chapultepec (1992), queconcluyen doce años de insurgencia en El Salvador, país latinoamericanodonde esa forma de lucha alcanzaba por entonces el mayor desarrollo eintensidad.
En esencia, entre 1989 y 1992 se cierra la etapa histórica abierta por eltriunfo de la Revolución Cubana, el 1ro. de enero de 1959, caracterizada porel flujo y reflujo de la lucha armada revolucionaria, y por la implantaciónde las dictaduras militares de «seguridad nacional» que actuaron como puntade lanza de la violencia represiva del imperialismo norteamericano, y seinicia la actual, en la que predominan la combatividad de los movimientossociales en la lucha contra el neoliberalismo y los avances electoralesobtenidos por la izquierda, a los que se dedican estas líneas.
Si se toma como punto de partida la elección mexicana del 6 de julio de1988, la primera de la historia reciente en la que un candidato presidencialde izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas, tuvo a su alcance el triunfo -del cualfue despojado mediante el fraude-, se aprecia que durante los primeros diezaños, entre 1988 y 1998, los avances electorales se circunscribieron a losgobiernos municipales y provinciales, y las legislaturas nacionales. Porsolo mencionar los casos más conocidos: en México, Cárdenas fue derrotado enlas elecciones presidenciales de 1988, 1994 y 2000; en Brasil, le ocurrió lomismo a Luiz Inácio Lula da Silva en 1989, 1994 y 1998; y, en Uruguay, aLíber Seregni en 1989 y a Tabaré Vázquez en 1994 y 2000. Entre otrosfactores, ello obedece a que los poderes fácticos tenían entonces lacapacidad de neutralizar el creciente rechazo al neoliberalismo, concampañas de miedo basadas en el supuesto de que la elección de un gobiernode izquierda provocaría intolerables represalias del capital financierotransnacional. No es casual que el primer triunfo de un candidatopresidencial de izquierda ocurrido en esta etapa, el de Hugo Chávez en laelección venezolana del 6 de diciembre de 1998, se produjese en medio de uncolapso institucional que impidió a la oligarquía apelar al miedo o acualquier otro recurso para evitarlo.
A veinte años de la elección mexicana de 1988 y a diez de la elecciónvenezolana de diciembre de 1998, cualquiera que sea el criterio para definirqué es un gobierno de izquierda o progresista, sea el más estrecho o el másamplio, el resultado no tiene precedente en la historia. Debido a que laproblemática aquí abordada se manifiesta en todo gobierno que se considereincluido en una de esas dos clasificaciones, en este texto se emplea uncriterio muy flexible, que si bien no refleja la opinión del autor, ello noafecta, sino por el contrario, ayuda a desarrollar su hipótesis.
En primer lugar, es preciso mencionar a Cuba. Al aproximarse a su 50cumpleaños, la Revolución Cubana es el acontecimiento más trascendente deese medio siglo latinoamericano. Su triunfo abrió una etapa de luchas de laizquierda que abarcó tres décadas. Su resistencia a partir de 1991 demostróque era posible construir y defender un proyecto de país a contracorrientede la avalancha neoliberal. Con un balance de aciertos y errores sin dudaalguna muy favorable, Cuba se encamina al relevo de la generación fundadorade la revolución, con la meta pendiente de alcanzar el desarrollo económico,con el reto de satisfacer las siempre crecientes necesidades y expectativasque crea el desarrollo social y, sobre todo, con plena confianza en elsocialismo.
Además de Cuba, de acuerdo con una definición muy amplia de izquierda yprogresismo, los triunfos de candidatos presidenciales ubicados dentro deese espectro son los de Hugo Chávez en Venezuela (1998, 2000 y 2006),Ricardo Lagos en Chile (2000), Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil (2002 y2006), Néstor Kirchner en Argentina (2003), Martín Torrijos en Panamá(2004), Tabaré Vázquez en Uruguay (2004), Evo Morales en Bolivia (2005),Michelle Bachelet en Chile (2006), Daniel Ortega en Nicaragua (2006), RafaelCorrea en Ecuador (2006), Cristina Fernández en Argentina (2007), ÁlvaroColom en Guatemala (2007) y Fernando Lugo en Paraguay (2008). Aunque esteanálisis no incluye al Caribe anglófono, es preciso mencionar que tresgobiernos de esa región encajan en los parámetros señalados: los deDominica, Guyana, y San Vicente y las Granadinas. También es necesariodestacar los resultados electorales obtenidos en 2006 por los candidatospresidenciales Carlos Gaviria en Colombia, Ollanta Humala en Perú y AndrésManuel López Obrador en México. Pese a que los dos primeros no fueronelectos, y a que el tercero fue despojado de la victoria, los tres tuvierondesempeños extraordinarios en sus respectivos países. Finalmente, esperamosconfiados que a la lista de presidentes de izquierda se sume en 2009Mauricio Funes, el candidato del Frente Farabundo Martí para la LiberaciónNacional de El Salvador.
A partir de las condiciones existentes en Venezuela, Bolivia y Ecuador, y delos fines que se proponen sus actuales mandatarios, cabe señalar que enestos tres países se desarrollan transformaciones radicales del statu quomediante procesos constituyentes, lo cual no ocurre en el resto de loscasos. El rasero más común para cuestionar las credenciales de izquierda deunos u otros de los gobiernos mencionados en el párrafo anterior es que, enmayor o menor medida, mantienen la política neoliberal heredada y priorizanlas relaciones con el capital financiero transnacional. Algunos, incluso,están sujetos a tratados de libre comercio con los Estados Unidos. Siasumimos que el neoliberalismo es el capitalismo real de nuestros días, quedispone de mecanismos transnacionales de dominación para impedir laejecución de reformas nacionales de izquierda o progresistas, y que ningunode esos gobiernos ha roto con este sistema social -al margen de si existen ono condiciones para ello, y de si esa es o no su meta-, concluiremos que esacrítica tiene una base objetiva.
Los espacios institucionales que ocupan los nuevos gobiernos de izquierda yprogresistas se abrieron con los condicionamientos derivados de lainteracción entre cuatro elementos, tres de ellos positivos y uno negativo.Los elementos positivos son: 1) el acumulado de las luchas populareslibradas durante toda su historia y, en particular, durante la etapa 19591989, en la cual, si bien no se alcanzaron todos los objetivos que esasfuerzas se habían planteado, ellas demostraron una voluntad y una capacidadde combate que obligó a las clases dominantes a reconocerle los derechospolíticos que les estaban negados;2 2) la lucha en defensa de los derechoshumanos, en especial contra los crímenes de las dictaduras militares de«seguridad nacional», que forzó la suspensión del uso de la violenciaabierta y grosera como mecanismo de dominación; y 3) el aumento de laconciencia, la organización y la movilización, social y política, registradoen la lucha contra el neoliberalismo, que establece las bases para unincremento sin parangón de la participación electoral de sectores popularesantes marginados de ese ejercicio político. Como contraparte, el factornegativo es la imposición del Nuevo Orden Mundial, que restringe aún más laindependencia, la soberanía y la autodeterminación de las naciones del Sur.Fue, precisamente, la apuesta a que podría someter a los Estados nacionaleslatinoamericanos a los nuevos mecanismos supranacionales de dominación, laque, en primera y última instancia, movió al imperialismo norteamericano adejar de oponerse de oficio a todo triunfo electoral de la izquierda, comohabía hecho históricamente.
En efecto, los triunfos electorales de la izquierda latinoamericana no sonresultado exclusivo de factores positivos o negativos, sino de lainterrelación de unos y otros. Interpretarlos solo como un producto delacumulado de las luchas populares, o solo como un reajuste en los medios ymétodos de dominación capitalista, sería igualmente unilateral. Lo primeroconduce a un triunfalismo injustificado: a pensar que la izquierda llegó «alpoder» o que su inclusión en la alternancia democrático burguesa es «la metafinal». Lo segundo conduce a una negación igualmente injustificada: a pensarque la dominación imperialista es infalible o a exigir a los actualesgobiernos de izquierda o progresistas que actúen como si fuesen producto deuna revolución.
La situación latinoamericana se comprende mejor si apelamos al concepto dehegemonía. América Latina transita por un proceso análogo al ocurrido en lospaíses capitalistas más desarrollados a partir del último cuarto del sigloxix. Ese proceso es la sustitución de la dominación violenta por lahegemonía burguesa. El nacimiento de la democracia burguesa, entendido comoel establecimiento de la hegemonía burguesa, fue el resultado de lainteracción entre las conquistas arrancadas a la burguesía por losmovimientos obreros, socialistas y feministas, y las reformas políticas quela propia burguesía necesitaba realizar en función de los cambios en elproceso de acumulación derivados del surgimiento de la gran industria. Deforma análoga, hoy asistimos en América Latina a un proceso de sustituciónde los medios y métodos más brutales de dominación por una nueva modalidadde hegemonía burguesa, en el que también interactúan las conquistasarrancadas a la clase dominante y las reformas que esta última necesitahacer.
Las características de la implantación de la hegemonía burguesa en AméricaLatina son: 1) se produce en una región subdesarrollada y dependiente, comoparte de un proceso de concentración transnacional de la riqueza y el poderpolítico, y no como en la Europa de fines del siglo xix y las primeras seisdécadas del xx, en países beneficiados por un desarrollo económico, políticoy social capitalista basado en la explotación colonial y neocolonial, queles permitió acumular excedentes y redistribuir una parte de ellos entre losgrupos sociales subordinados; y 2) la ideología hegemónica es elneoliberalismo, no como en el Viejo Continente, donde ese proceso estuvoinfluenciado por el liberalismo político emanado de la Revolución Francesa.Estas características marcan una diferencia fundamental con el conceptogramsciano de hegemonía. En las condiciones estudiadas por Gramsci, lahegemonía abría espacios de confrontación dentro de la democracia burguesaque los sectores populares podían aprovechar para arrancarle concesiones ala clase dominante, pero la hegemonía neoliberal abre espacios formales degobierno con el objetivo de que no puedan ser utilizados para hacer unareforma progresista del capitalismo.
Nada más lejos del propósito de este texto que demeritar los triunfoselectorales de la izquierda latinoamericana o hacer pronósticos fatalistas.Por el contrario, tal como Gramsci estudió la hegemonía burguesa de su épocay llamó a construir una contrahegemonía popular, de lo que se trata es dehacer hoy lo propio. Conscientes de que es imposible e indeseable «volveratrás la rueda de la historia»,3 hay que definir dónde estamos paraempujarla hacia adelante.
El problema planteado es complejo, entre otras razones, porque no encaja enlos patrones conocidos de revolución y reforma. Los gobiernos de esta «nuevahornada» de izquierda nacen y actúan en condiciones diferentes a las que lohicieron los gobiernos surgidos de las vertientes históricas del movimientoobrero y socialista mundial: la que optó por la revolución socialista y laque optó por la reforma socialdemócrata del capitalismo. La izquierda quehoy llega al gobierno en América Latina no destruye al Estado burgués, nielimina la propiedad privada sobre los medios de producción, ni funda unnuevo poder, ejercido manera exclusiva por las clases desposeídas. Ensentido contrario, tampoco puede construir una réplica del «Estado deBienestar», del que hace años abjuró la socialdemocracia europea, que lohabía asumido como propio.
La izquierda latinoamericana accede al gobierno acorde con las reglas de lademocracia burguesa, incluido el respeto a la alternabilidad, en este casocon la ultraderecha neoliberal que, desde la oposición obstaculiza, y siregresa al gobierno revertirá, las políticas que ella ejecuta, por«benignas» que sean. Sin embargo, en ciertas circunstancias, el asunto no essolo la alternabilidad con la ultraderecha neoliberal, sino que para llegaral gobierno -y para gobernar- la izquierda se siente obligada a estableceralianzas con fuerzas ubicadas a su derecha. Y, además, en ocasiones, lacuestión tampoco radica únicamente en la alternabilidad y las alianzasexternas, sino en que dentro de los propios partidos, movimientos, frentes ycoaliciones de izquierda hay corrientes socialistas, socialdemócratas y deotras identidades, que tienen discrepancias sobre cuánto respetar y cuántoforzar los límites del sistema de dominación.
No tendría sentido que este texto concluyese con un juicio del autor sobreen qué medida uno u otro de los actuales gobiernos de izquierda está sujetoa la hegemonía neoliberal y en qué medida está construyendo unacontrahegemonía popular. En ningún caso habría una respuesta químicamentepura. Por cuanto se adentran en un terreno inexplorado, lo esencial es quecada partido, movimiento, frente y coalición que participa en esosgobiernos, se plantee esta interrogante de manera permanente.
Para mayor información sobre este tema, consúltese:
Roberto Regalado: América Latina entre siglos: dominación, crisis, luchasocial y alternativas políticas de la izquierda (edición actualizada), OceanSur, Melbourne, 2006 (276 pp.).: «La izquierda latinoamericana en el gobierno», ContextoLatinoamericano no. 3, México D. F., 2007, pp. 7 24.: Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana:una mirada desde el Foro de SPaulo, Ocean Sur, México D. F., 2008 (301 pp.).: Los gobiernos de izquierda en América Latina, Ocean Sur,México, 2008 (52 pp.).
En: http://www.oceansur.com/
http://www.oceanbooks.com.au/
1 Se refiere a la desmovilización del Movimiento 19 de Abril (M 19), enmarzo de 1990, y del Movimiento Guerrillero Quintín Lame, del PartidoRevolucionario de los Trabajadores y de parte del Ejército Popular deLiberación, estos tres últimos en febrero de 1991.
2 Por solo citar un ejemplo, sería impensable que la izquierda fuese lasegunda fuerza política en El Salvador, y que su candidato a la elecciónpresidencial de 2009 tenga posibilidades reales de triunfar, si laRevolución Popular Sandinista no hubiese estremecido a todos los regímenesdictatoriales de Centroamérica, y si el Frente Farabundo Martí para laLiberación Nacional no hubiese desarrollado la fuerza político militar que,mediante los Acuerdos de Chapultepec, de enero de 1992, convirtió en fuerzapolítico electoral.
3 Carlos Marx y Federico Engels: «El Manifiesto del Partido Comunista».Obras Escogidas en tres tomos. Editorial Progreso, Moscú, 1972, t. 1, p.120.

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