miércoles, junio 25, 2008

Esos locos maravillosos

Por Juan R. Menéndez Rodríguez

“Poetas, nunca cantemos

la vida de un mismo pueblo,
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros”.-
León Felipe

Cualquier libro de superación o de autoayuda no dudaría en colocarlo a la cabeza de la lista de fracasados. Su vida fue una estremecedora acumulación de desastres. Periodista pobre, anduvo a salto de mata perseguido por la justicia. Entró y salió de las cárceles siete veces. En la octava, una prisión norteamericana, sólo ingresó, pues la muerte lo sorprendió en el calabozo.

Murió solo, sin un centavo en la bolsa y abandonado de casi todos. Al morir tenía apenas 47 años, más de la mitad de los cuales los dedicó a una causa perdida. A pesar de todo, aquel hombre tozudo, merecedor del calificativo de iluminado, jamás abrió espacios a la duda. Nunca dio un paso atrás y mantuvo incólumes, sin fisuras, sus convicciones e ideales. Un analista desapasionado diría —y con sobrada razón— que sus proyectos eran irrealizables y sus planteamientos políticos resultaban utópicos. Los construía a partir de la creencia de que el ser humano es en esencia bueno, desprendido, capaz de compartir hasta la última migaja de pan con su semejante y de convivir con ellos sin necesidad de ser vigilado y sin esperanza de premios o castigos.
El mundo imaginado por Ricardo Flores Magón prefiguraba la arcadia imposible. Un mundo sin gobierno, donde obreros, agricultores y artesanos laboraran en paz y repartieran equitativamente entre ellos los frutos de su trabajo. Este paraíso terrenal suponía la abolición de la envidia, de la explotación del hombre por el hombre y de la acumulación de bienes materiales. En efecto, Flores Magón era un soñador, pero tenía los pies en la tierra. Estaba consciente de que su mundo feliz no aparecería de la noche a la mañana. Era necesario empezar poco a poco, por ejemplo, exigiendo trato digno para obreros y campesinos.
Muchos de sus contemporáneos consideraban disparatadas sus peticiones, como la jornada de ocho horas de trabajo. -“¡Qué tontería! Si los obreros de las empresas textiles podían trabajar perfectamente de sol a sol, en jornadas de catorce y hasta dieciocho horas diarias”-. Otra demanda: prohibición del trabajo infantil. -“¡Inaudito! ¿No sabrá ese desquiciado que los niños de ocho y diez años son excelentes realizando ciertas labores en los telares y en las minas, con la ventaja de que comen poco y se conforman con un mendrugo de pan?”-. Una ocurrencia más: descanso semanal. -“¡Eso es tan absurdo como la pretensión de que don Porfirio deje la Presidencia. ¡Dios mío, hay chiflados que no tienen límite!”-.
En su intento de acabar con el régimen de Porfirio Díaz Mori, Flores Magón convocó a iniciar la Revolución Mexicana en 1906, convocatoria reiterada dos años después. Pocos respondieron al llamado. Pero en tres poblaciones coahuilenses: Jiménez, en 1906; Viesca, y Las Vacas (hoy Ciudad Acuña), en 1908, se registraron levantamientos magonistas. Ayer martes, 24 de junio, se cumplió el Primer Centenario del estallido de rebelión registrado en Viesca, y el jueves 26, el de Ciudad Acuña. Los habitantes de ambas poblaciones no olvidan a los rebeldes —vale decir: a sus antepasados— y se aprestan a conmemorar por todo lo alto las efemérides. Preparan celebraciones en grande en colaboración con el Comité de los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución y otros organismos.
En el prólogo a la Utopía, de Tomás Moro, Fernando Savater afirma que las utopías vueltas gobierno son terribles. Ejemplifica su aserto con lo ocurrido en la Unión Soviética y la utopía socialista, que dejó un saldo de centenas de miles de asesinatos cometidos por José Stalin en su afán de instaurar la sociedad igualitaria. Sin embargo, las utopías, aún sin concretarse totalmente, son jalones de ascenso en la historia de la humanidad. Así, Ricardo Flores Magón, nacido en Oaxaca, en 1873, y muerto en la cárcel de Leavenworth, Kansas, en 1922, predicó infructuosamente la desaparición de cualquier sistema de gobierno, pero sus postulados para mejorar las condiciones de los trabajadores son hoy realidad.
En estos tiempos, amable y estimado lector, cuando nos hemos vuelto tan pragmáticos, extrañamos a esos locos capaces de soñar mundos mejores, como Ricardo Flores Magón. De la ausencia de estos seres se dolía León Felipe cuando, recordando a don Quijote, el loco sublime por excelencia, clamaba: “Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos / y… ¡ni en España hay locos! / Todo el mundo está cuerdo, / terrible, / monstruosamente cuerdo”.
jrmenrod@hotmail.com

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