domingo, julio 20, 2008

Autoconfesiones (España)

Diego Taboada

Creo que es hora de dejar de hurgar en la llaga; en su momento pensé que era posible exigir inteligencia, pasión y sentido común en España. Me pasé unos cinco años escribiendo sobre la situación política, sobre el retraso cultural de unos políticos que son incapaces de ver más allá de la mera conservación del poder, sobre el profundísimo daño que habían hecho en este país 40 años de Franquismo y tres decenios de democracia televisada con pacto de olvido incluído. Al final, tengo que reconocer que hasta la fórmula del optimismo de la voluntad tiene sus límites; desisto. Sí, desisto. Las energías hay que saber canalizarlas... y es probable que la razón por la que muchos individuos dejan de crecer y desarrollarse es ni más ni menos que la irracional pasión con la que se obsesionan por tareas que no merecen la pena. ¿Merece la pena gastar energías en este país exigiendo una clase política que tenga sentido de estado y que sepa ponerse de acuerdo en lo esencial, es decir, en aquellas necesidades cotidianas que a todos nos incumben, como la sanidad, la educación, el transporte público, la política fiscal, la política exterior, los presupuestos... etc? ¿Merece la pena gastar energías intentando convencer a la élite politica de que el camino que lleva quizás no sea el más correcto... y que además no representa, como ella cree, eso que tanto repite con diletante exasperación y que no es sino el "interés general"? ¿Merece la pena, en definitiva, sacrificar el desarrollo de la propia inteligencia y sensibilidad para correr el riesgo de embrutecerse a uno mismo en el patético circo cotidiano de eso que llaman "realpolitik"? Mi conclusión es la siguiente: No, no merece la pena, si no va acompañado de un empuje colectivo. Amo la libertad, la necesito para soñar, para respirar, para ser y para seguir caminando... y es por ello por lo que he decidido no añadir nada más que lo que he venido añadiendo estos años en mis artículos sobre la situación política del país en el que me ha tocado vivir por azar desde que mis padres decidieron volver de un pequeño pueblo de Suiza para educar a su hijo en Galicia. Uno se siente ridículo recordando lo evidente, y sin embargo, no tiene otro remedio, a veces, por aquello del hábito adquirido, que volver sobre lo mismo.

La exasperante politización del poliédrico campo de la cultura en España, desde la comunicación, al periodismo, las ciencias o las artes, es tan, tan, tan asfixiante, que me atrevo a decir que uno está casi llamado a enseñar el carnet de preferencias políticas antes de ejercer su profesión con cierta profesionalidad, dignididad o talento. Universidades con docentes y departamentos vacíos que no investigan, un cada vez mayor ejército de funcionarios, un todavía persistente protagonismo de la iglesia católica en la vida pública, una economía que vive única y exclusivamente de la demanda interna y que no exporta, una política educativa que cambia cada dos por tres según los vaivenes y caprichos del ejecutivo, una sanidad con cada vez más deficiencias materiales y de recursos, una privatización progresiva de la universidad e incluso de las cárceles... La verdad es que siento de veras el estar totalmente libre de sentimientos como el "orgullo" de partido o el orgullo patrio, no es mi forma de valorar el estado de cosas en un país, cualquier país, llámese España, Inglaterra, Alaska o El Congo; siento de verás el tener que recordar conclusiones tan "radicales" como que la política deja de perder todo valor en el momento en que se convierte en un tapón que obtura el desarrollo real y progresivo de las inquitudes culturales, artísticas y científicas de las nuevas generaciones que no entran bajo la omnímoda lógica de la offer-demand law del mercado de la cultura, siento tener que recordar que la "democracia" planetaria puede sentirse muy a gusto consigo misma mientras gestiona las fuerzas ciegas del mercado y se deja asesorar por los "especialistas" en gestión de los consejos de administración de las grandes empresas, y que esa indolencia les costará caro tarde o temprano, cuando la desafección con la "democracia" realmente existente sea lo suficientemente latente y explícita para que el reverdecimiento global de nuevas formas de fascismo la canalice para auparse al poder y echar abajo lo poco que quedaba de ella, siento advertir de la profunda crisis hacia la que estamos caminando por insistir en repetir los mismos errores, por insistir en mantener el ecocida modelo neoliberal de desarrollo que expande, sí, es cierto, un relativo nivel de bienestar y consumo para unos pocos pero un no menos real archipiélago de miseria y exclusión social, tanto al Norte como al Sur de Gaia; y sí, siento recordar que el relajo y la pérdida de pulsión ética ha llevado al reverdecimiento de una izquierda que demuestra la más indigerible de les estupideces y los infantilismos al caer en el cenagoso lodazal de la política de la "identidad". Por mi parte, declaro la total desafección y desencanto con el estado socio-cultural y político de cosas en un país que se resiste a adquirir cierta mayoría de edad cívico-política, tanto desde "arriba" como desde "abajo". Cuando no hay más que desiertos a la vista, quizás lo mejor sea canalizar las energías en otros menesteres como la lectura y la creación literaria.

Tenemos derecho a descansar y a respirar. Tenemos derecho a escoger, a contragusto, el refugio en la propia individualidad, de vez en cuando. Mejor una sabia y temporal resignación individual que una persistente y terca voluntad colectiva ciega, inmadura y desorganizada. Sin individualidades e inteligencias fuertes y disciplinadas no hay posibilidad de construir colectividades del mismo calibre. Soy consciente de que esto que escribo puede levantar ampollas en el ingenuo, acrítico y populista igualitarismo comunitarista de izquierdas que impregna toda la vida social, pero a este país le quedan todavía decenios de aprendizaje democrático. Aprendizaje que, sin una laicización de las instituciones educativas y una reconfiguración de los métodos y contenidos pedagógicos tradicionales, adaptados a las cada vez más crecientes y complejas demandas de un país ya insertado de lleno en una globalización económica, y por ende, política y cultural, será basicamente imposible.

De estos polvos, aquellos lodos, y si no, al tiempo. Desde ahora, otras realidades que no la exclusivamente "nacional"... y otros temas y contenidos de mayor interes, urgencia y trascendencia a nivel global, me llaman.

Pues sí... (Última frase de Villamil en Miau de Benito Pérez Galdós)

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