lunes, septiembre 01, 2008

Impunidad

Falta de castigo, así define el Diccionario de la lengua española a la impunidad. El concepto es bastante escueto, simple, se comprende de modo directo, no requiere de interpretaciones para su uso, se aplica claramente a los hechos que describe.
Tal vez sea por su mera llaneza por lo que contrasta tan marcadamente con su repercusión social, con su gran capacidad para erosionar los lazos que hacen posible la vida colectiva y sus formas de gobierno.
Hoy queda muy claro para quienes vivimos en México el sentido que tiene la impunidad como disolvente de la cohesión social. Delitos de toda índole, cometidos en muy diversos frentes: el narcotráfico, la llamada delincuencia organizada, la política, los negocios, quedan sin castigo y por ello proliferan, se agravan, se retroalimentan.
El filósofo Michel Foucault decía que la noción de archipiélago era clave para la comprensión de la geografía. Alexander Solzhenitsyn la usó para describir el “vasto país del Gulag” bajo la represión política en la era soviética, y escribió que “aunque esparcido geográficamente en un archipiélago estaba, en un sentido sicológico, fundido en un continente, en un país casi invisible, casi imperceptible”.
La violencia y la inseguridad que existen hoy en el país pueden asociarse con la idea de archipiélago. Cuando menos así parece cuando a diario sabemos de los casos de asesinatos, matanzas, decapitados y secuestros que ocurren en distintas partes de la geografía nacional y que quedan impunes.
El fenómeno no es nuevo, son ya muchos años que ocurren cientos de asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez que quedan en la impunidad; pero se ha extendido y ramificado, se ha vuelto cotidiano, está lleno de mensajes, de retos, ahí está Creel, ahí los muertos por todas partes, los secuestrados. Tony Soprano y sus secuaces parecen ya tipos medianamente decentes y hasta se puede repensar el delito como ocurre con el documental Ladrones viejos, que no es sólo un conjunto de anécdotas, sino una manera de provocar para razonar sobre lo que está pasándonos.
Vivir con miedo en una sociedad es una forma de humillación personal y colectiva de la cual es difícil sacudirse. Y se presta a que esa condición sea usada como una forma de control, el Big Brother del miedo. Eso no lo podemos aceptar. Por eso la inseguridad y la violencia son tan devastadoras. Eso se advierte en las distintas reacciones que ante ella surgen de una sociedad tan desigual como ésta, también la manipulación de las repercusiones de la violencia tienen un efecto divisorio. Son muchos más los casos en que la impunidad se manifiesta que aquellos que se vuelven objeto de publicidad y de protesta pública.
La idea de archipiélago, referido a la violencia y la inseguridad, se va diluyendo rápidamente en la medida en que avanzan y no se puede más esconder su impacto generalizado. Al tiempo en que se manifiestan de modo más descarado, se hace más evidente la corrosiva impunidad. Ésta debe ser el foco de atención de los ciudadanos para exigir a las autoridades que cumplan con su responsabilidad.
La impunidad ocurre por los boquetes que existen en la legislación, en el incumplimiento de las normas por quienes deben aplicarlas, desde la policía, a los jueces, los legisladores, los burócratas de baja y alta jerarquía, y los presidentes. La corrupción es una derivación de la falta de castigo.
La impunidad puede asociarse con la ineptitud y también con la conveniencia. La ineptitud puede enfrentarse aplicando diversos instrumentos que nos protejan de ella. Pero la conveniencia es más difícil de combatir, pues hay todo un entramado de intereses, privilegios y ventajas de por medio. Clamar contra la impunidad requiere de una mínima congruencia que aquí no siempre existe.
La inseguridad y la violencia se han desatado en los últimos meses y el gobierno tiene que revisar su estrategia para combatirlas, lo que no quiere decir que debe ceder el terreno a los delincuentes de ningún tipo. El riesgo que se corre es que los retrocesos minen la legitimidad que debe tener cualquier gobierno.
Los encargados de hacer el trabajo que tiene que ver con la seguridad pública están hoy exhibidos ante los ciudadanos. En el ámbito federal, que tiene una responsabilidad mayor en establecer el estado de derecho, no puede pensarse que haya falta de experiencia, ni en el caso de la procuración de justicia ni en la investigación de la criminalidad y el delito, pues quienes encabezan esas áreas ya estaban ahí desde el gobierno pasado. Los órganos del gobierno y del Estado no pueden abrir la guardia y quedar indefensos ante quienes los eligen y los mantienen.
Esta sociedad debe repensar las formas de organización, de responsabilidad y de rendición de cuentas con las que ahora funciona; el Estado es el que parece ahora un archipiélago, desconectado internamente, además de pasmado y superado. Eso representa un gran riesgo para la gente y una ventaja para los delincuentes; es una forma de alentar la impunidad.

León Bendesky leon@jornada.com.mx

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