sábado, septiembre 27, 2008

Se mueren los buenos: José Zamarripa, luchador social

Conjeturas
Alvaro Cepeda Neri

En nuestra nación, como en el resto del planeta, no han dejado de darse mujeres y hombres (jóvenes, incluso niños) que van creando una singular concepción de su responsabilidad, dentro de los espacios, con circunstancias y/o decisiones personales, donde nacen y crecen. Ante las miserias, la pobreza y el abuso del poder, se les va desarrollando sobre todo “una insoportable piedad por el sufrimiento” de sus compatriotas.
Y no los lleva ni los arrastra, sino que con sus ideales, se ponen a la vanguardia de las luchas sociales, esperanzados en cambiar las desgracias humanas en soluciones de justicia democrática. Y van de “acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación”.
Uno de ellos fue y seguirá siendo José Zamarripa. Convicto y confeso luchador, desde las trincheras más combativas, por la teoría y práctica de todas las modalidades del socialismo, asido al Manifiesto comunista, y su continuidad por la vía republicana de la democracia.
“Pero, además –escribió Humberto Musacchio, en vibrante ensayo sobre el deceso de este mexicano, en la revista Siempre!: 14/IX/08–, de combatiente infaltable, Zamarripa era un organizador callado y eficaz, el camarada seguro y solidario, el que va a la guerra con una sonrisa”.
Sin protagonismos. Y siempre pobre y quitándose lo poquísimo que tenía y no tenía casi nada, salvo su calidad de hombre de bien, bueno, José, “Pepe” como le decían sus amigos de entonces y de ahora (uno de éstos el periodista Daniel Camacho) capaz hasta de dar la vida por lo que luchaba.
Su muerte duele, porque los hombres buenos se nos van, cuando más los necesita la lucha social. Es por eso que al irse sin despedirse, para no generar ni el menor ruido, causó un profundo dolor entre quienes, de cerca o distante, lo conocieron. Se había mantenido leal a sus convicciones, cumpliendo responsablemente las tareas que le asignaban. El deber del militante por encima de todo y a pesar de todo.
Siempre, eso sí, lo más a la izquierda ideológicamente, a partir de su orgullosa estadía en la última etapa del Partido Comunista Mexicano. Después en el Socialista Unificado de México, el Mexicano Socialista y, hasta sus últimas consecuencias, en el de la Revolución Democrática. A todos ellos sirvió por la causa en defensa de las luchas sociales por hacer posible la de gobernar en beneficio del pueblo.
José Zamarripa se fue y no dijo adiós, sufriendo a solas su pobreza y por sus ideales, abandonado (no por sus amigos y su hermano Roberto) como bien apuntó Musacchio: por “algunos perredistas (que) se desplazan en enormes y lujosas camionetas, envueltos en trajes elegantísimos, ostentando sin pudor los rólex, rodeados de choferes, guaruras y ayudantes... mientras otros miembros del PRD viven menos que al día, poniendo de su bolsillo para las tareas de partido, sacrificándolo todo por su anhelo igualitario y el sueño de un país menos injusto. A estos, en su andar, los acompañará José Zamarripa, como inspiración y altísimo ejemplo”.

Lo más triste es que el público en general se entera de ellos cuando se mueren.

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