viernes, septiembre 12, 2008

Vivir en la mentira y con miopía

Por Juan R. Menéndez Rodríguez

Línea ágata

“Actualmente, el destino del mundo depende, en primer lugar, de los estadistas y, en segundo lugar, de los intérpretes”.-
Trygve Halvdan Lie

En México, amable y estimado lector, estudiamos los libros de Historia con cuentos inventados sobre una Conquista que nunca acabó de consolidarse y que fue más una gran invasión, en donde prevalecieron el saqueo, el genocidio, la esclavización y, finalmente, la ocupación extranjera de un territorio.

Celebramos eventos inexistentes, como una supuesta Guerra de Independencia con España, cuando se trató de una lucha política para que otros españoles y criollos gobernaran, ahora sin rendir cuentas al Viejo Continente, pero continuando con la explotación de los originales dueños del territorio mesoamericano.

Ignoramos hechos relevantes, como el de la invasión norteamericana y posterior usurpación de la mitad de nuestro territorio, y nos limitamos a venerar a los Niños Héroes de Chapultepec. Pero evitamos a toda costa mencionar que, durante casi nueve meses, la bandera estadounidense ondeó en el asta principal de la Plaza Mayor del Palacio Nacional en el Distrito Federal.

Nos encontramos desinformados en cuanto a la Guerra de Reforma y todavía muchos piensan que se trató de una confrontación religiosa, cuando realmente se trataba de una guerra incitada por el clero en contra del gobierno liberal, para defender sus privilegios y monopolios que mantenían en la ignorancia y pobreza al 98 por ciento de los mexicanos, a quienes utilizaron como carne de cañón.

Festejamos la Revolución Mexicana como si hubiese triunfado el pueblo oprimido sobre los poderosos y explotadores, cuando se trató de una etapa de nuestra historia posterior a la dictadura de Porfirio Díaz Mori, en donde prevalecieron la violencia, el caos y la anarquía, y que nunca puso fin a las condiciones de marginación de una buena parte de los mexicanos.

Todavía hay quien aplaude la salida del PRI de Los Pinos, sin percatarse de que ese evento constituye el inicio del desmoronamiento de nuestra nación, hoy dividida en feudos denominados entidades federativas, en donde cada gobernador es un pequeño dictador, incontrolable por el gobierno federal, pero vulnerable frente al crimen organizado.

En la dictadura del partidazo, el hampa estaba controlada por el Estado mexicano. Los gobernadores eran peones del Presidente, pero a la vez sus protegidos. El clima y ambiente, entonces, era de completa tranquilidad.

Sin duda, algunos añoran aquellos tiempos de paz en donde los niños podían salir a jugar a las calles sin temor a caer en garras de las bandas organizadas de trata de personas o de secuestradores.

Y también hay quienes se lamentan de que no haya llegado Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República, sabiendo que el capital político de dicho personaje puede ser utilizado con un mayor provecho para nuestro país desde la silla presidencial que desde la calle.

Creemos que en este mes de septiembre no tenemos mucho que celebrar, pues como nación estamos reprobados, especialmente quienes sí gozan de oportunidades y privilegios sin haberlas aprovechado en beneficio de nuestra patria.

No olvidemos que en esta nación, los derechos humanos fundamentales como la salud, vivienda digna, educación, así como la justicia pronta e imparcial, son sólo para los que tienen dinero.

En consecuencia, repasemos nuestras acciones y veamos hasta dónde somos cómplices de las condiciones de marginación y pobreza extrema en que viven millones de mexicanos.

Porque, amable y estimado lector, buena parte de nuestros jóvenes tiene como única opción para salir del inframundo que padecen el ser reclutados en las filas del crimen organizado.

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