Michel Balivo
(11 de septiembre, una fecha caliente)
Paseando la mirada por los últimos diez años de los acontecimientos latinoamericanos, comienzan a hacerse notorias ciertas similitudes, que destacan con más nitidez sobre todo en los pueblos que han impulsado con más fuerza los cambios, como Bolivia, Ecuador, Venezuela por ejemplo.
En realidad nada de lo que ahora podemos apreciar y decir, es verdaderamente nuevo o totalmente desapercibido anteriormente. Solo que hoy el intento continental de cambio respaldado por las grandes mayorías de los pueblos o sociedades, le da la fuerza necesaria para que lo que antes eran apreciaciones personales, hoy sean experiencias colectivas.
En otras palabras, si tú intentas superar algo, actualizas la resistencia de la condición que te mantenía en esa situación no deseada. Es justamente la intensidad y permanencia de ese intento, la medida en que puedes hacerte realmente conciente de esa condición opresora, que te genera malestar, insatisfacción, sufrimiento, o su contracara. Deseos de cambio.
Y así, mires para donde mires, da la impresión que el sufrimiento y/o el deseo de cambio acumulados históricamente, han ganado la fuerza y permanencia suficiente para abrirse camino entre el escepticismo resultante de tantos intentos fracasados. Por eso la chispa que comenzó como revolución bolivariana incendió el continente, porque había yesca suficiente.
De otro modo no pasaría de ser la ambición de algún loco por el poder, o algún romántico utopista fuera de lugar y tiempo. Pero cuando la chispa se convierte en llama en las multitudes, cuando una nota resuena y multiplica su eco en la sensibilidad colectiva, es porque la canción que marcaba desapercibidamente el ritmo de nuestro acontecer, definitivamente ha cambiado.
También puede verse y decirse al revés. La actitud agresiva del opresor no deja lugar a que las cosas continúen del modo conocido y habitual. Allí tienen a Rusia por dar un ejemplo, o hace algo al respecto o cuando quiera acordar el lobo ya se la comió. Todo puede verse y decirse desde sus dos o infinitas caras, porque nadie vive ni nada sucede aislado.
Toda vida es en relación con su ecosistema, funciones estructurales de un organismo que operan en simultaneidad. Por tanto todo acontecimiento puede percibirse y describirse desde todas sus caras y conectivas. Es inevitable entonces que ampliemos nuestros horizontes más allá de nuestras narices y ombligos, de nuestros intereses personales y nacionales.
En realidad siempre miramos más allá, solo que soñando ser como otros y esperando que alguien nos lo diera o hiciera por nosotros. El famoso sueño americano, el “american way of life” por ejemplo. Hoy, gracias al primer paso del intento de elegir como queremos vivir dejando de esperar que alguien lo haga por nosotros, comenzamos a reconocer esas interrelaciones.
La vida es un continuo flujo de energía, de actividad de funciones que piensan, sienten y hacen, por no hablar de órganos y miembros corporales. Y es en ese fluir que se pueden interponer represas, bloqueos, direccionando intencionalmente esa energía aplicada a las resistencias del entorno y sus frutos, hacia una parte u otra.
Esa parece ser en alguna medida la historia de nuestras sociedades, desde sus rudimentos hasta las actuales complejidades. El fruto del trabajo de todos es desviado crecientemente por simples o complejos mecanismos, (de los cuales el más burdo y evidente pero no por ello menos efectivo es la violencia), hacia el usufructo de unos pocos.
Es como una central generadora de electricidad, el flujo de las aguas es represado, concentrado y convertido por diferentes procesos en energía electromagnética que se acumula y distribuye a diferentes puntos geográficos. Es en esa distribución que se pueden producir desvíos intencionales. Solo que en nuestro caso, la central generadora es el ecosistema del cual forman parte nuestros cuerpos y la conciencia humana.
Tanto la conciencia como el cuerpo y su ecosistema son funciones estructurales y simultáneas. Es un error pensar en una realidad sicológica, espiritual o material aisladas, porque no existen salvo en realimentación y reciprocidad continua. La presente crisis del modelo cultural, que ha concebido e implementado la vida como una economía de principios irreconciliables que luchan entre si hasta exterminarse o erradicarse, es el mejor testimonio de tal error.
Entonces, en todas partes donde el impulso de cambio demuestra la suficiente energía para abrirse caminos, puedes apreciar que sucede un bombardeo mediático que manipula la información de los hechos para confundir a los televidentes, para poder sugestionar todos sus esfuerzos y deseos en la dirección de continuidad de los intereses predominantes.
Queda demostrado de ese modo que no alcanza con el suficiente deseo de cambio, también hace falta discernir entre cuentos virtuales y direcciones reales de hechos, que benefician o parasitan a la gran mayoría. Cobra entonces relevancia el concepto de analfabetismo, tanto en su versión original de incapacidad para leer y escribir, como en cuanto a disfuncionalidad tecnológica para desenvolverse en sociedades complejas.
¿Cómo se desarrollará un país, un pueblo sin la formación mental suficiente para manejar las sofisticadas tecnologías, que multiplican la eficiencia en el uso de la energía generada por la central biológica y/o electromagnética?
Pero hoy también es necesario preguntar, ¿cómo se abrirá caminos con la suficiente permanencia hacia el cuerpo, hacia el mundo, un deseo anímico de cambio incapaz de discernir entre las direcciones de acción y administración que lo benefician o perjudican? ¿Cómo logrará cambios reales aquél que no es capaz de diferenciar virtualidad de cuentos que no alimentan, que no llenan el estómago, que no restablecen la energía gastada en el trabajo? Con lo cual una vez más comprobamos que la vida se manifiesta como funciones estructurales en continua realimentación. ¿O acaso puedes pensar y moverte sin satisfacer tu hambre, tu sed, sin respirar ni dormir? ¿Puede continuar y evolucionar la vida humana sobre el planeta sin reproducir y renovar sus cuerpos generación tras generación?
Y ya que tocamos el tema de satisfacer las necesidades, no estará demás preguntarle a las fuerzas internacionales tan preocupadas por la democracia y el bienestar de los pueblos, como para intervenir en Haití y secuestrar su presidente constitucional, ¿qué piensan hacer ahora que ese pueblo ha sufrido los embates de los huracanes y agudizado su dramática situación?
¿Resolverá esas circunstancias el libre mercado de las corporaciones nacionales e internacionales? O mejor dicho, ¿lo ha resuelto en los años que lleva interviniendo allí y en todas las otras partes en que se ha metido? En este caso el hambre, la intensidad de las sensaciones que se convierten en dolor, nos obliga a discernir entre cuentos y realidad.
Por cuentos o cantos de sirena, entiendo aquello que no satisface las necesidades y derechos de los seres vivientes, ¿Puede pensarse en evolución y mejora de la calidad de vida, cuando en los hechos se acumula una inercia, una dirección que privilegia los intereses de unos pocos mientras va socavando los derechos sociales de las mayorías?
Aunque al verse las consecuencias masivas de este modelo cultural sobre el ser humano y su ecosistema, pareciera evidente que eso no es posible, la poderosa imaginación y la libertad de elección entre opciones de que disponemos, ha hecho que durante miles de años hayamos dado prioridad a desarrollar complejos modos de burlar la intencionalidad de los demás.
Y ese es el tropismo o automatismo histórico acumulativo, que hoy estalla dentro y fuera de nosotros, haciendo inevitable que el dolor corporal y el sufrimiento mental, sicológico, vuelvan a establecer la diferencia entre los cuentos de camino y aquello que deteriora la vida, activando los mecanismos de salvaguarda a su integridad sicobiológica.
Esto nos pone frente a las limitaciones de nuestras instituciones, que no son sino la plasmación de nuestros limitados intereses y puntos de vista, que no logran ver o están incapacitados para reconocer lo que sucede más allá de los ciclos de carga y descarga de tensiones. Es decir los sistemas de tensiones que se van acumulando y temporalizando, configurando un horizonte temporal imaginario, que proyecta objetivos mediatos y a largo plazo.
En realidad hemos concebido y disponemos de muchos modelos mentales que nos permitirían interpretar apropiadamente las crecientes reacciones en cadena que presenciamos, que en lo que a rebeldía social se refiere llamamos revolución y en lo natural accidentes o catástrofes. Porque no es lo mismo una inundación cíclica por lluvias o deshiele, en la que tarde o temprano las aguas volverán a su nivel habitual.
Que una alteración irreversible del delicado equilibrio o condición climática que regula todo el ecosistema. Cuando los desenlaces climáticos son imprevisibles ya no se puede predecir que nivel alcanzarán las aguas, porque la condición global que regula la vida ha cambiado.
Algo similar ocurre con la liberación de la energía del núcleo que provoca una reacción atómica en cadena, provocando destrucción masiva cuyo alcance aún hoy no podemos medir en todas sus variables. Ese conocimiento aplicado concentradamente a la inercia del núcleo, requirió de la acumulación milenaria de experiencia y conocimiento de todos los pueblos.
Lo mismo podemos decir de cualquier aplicación de nuestra sofisticada tecnología, que provoca en instantes cambios y alteraciones naturales que décadas atrás podían tomar años. Lo que aún no hemos advertido es la contracara de esa acumulación y aceleración del ecosistema. (La sicológica).
Esa contracara es nuestra memoria que retiene, graba, acumula inercia por repetición de acciones en una dirección, configurando tropismos, hábitos y creencias históricos de gran fuerza. No otra cosa son los mitos y rituales, los modelos culturales que sugestionan nuestra conciencia organizando y dando dirección económica a nuestro accionar social.
Entonces cuando tú deseas cambiar hábitos que hoy te resultan insatisfactorios, te encuentras que tu intención no tiene la suficiente fuerza de voluntad para lograrlo. Uno propone y Dios dispone reza un dicho popular. Pero en este caso tu intencionas o propones, pero tus ensueños, tus creencias y hábitos disponen de una mayor carga o inercia que imponen, desviando y frustrando tus deseos de cambio.
Y si ampliamos la mirada veremos un modelo cultural, que cual tropismo o ritual religioso cargado generación tras generación, termina imponiéndose a la conciencia colectiva o social con visos de realidad, pese a no ser más que un contenido de su mente, de su memoria, cuya carga e intensidad la deslumbra.
Cuando esos modelos resultantes de la acumulación generacional de direcciones de acción, llegan a umbrales de tolerancia, provocan reacciones en cadena en los mecanismos de defensa de la vida. Es entonces, en la dialéctica entre nuestras sugestiones y las reacciones del ecosistema natural, que incluye a nuestros cuerpos, que ese modelo o núcleo civilizatorio resulta bombardeado y como el núcleo libera la energía atómica.
En el caso de su influencia o sugestión sicológica, ese es el momento en que puede comenzar a “ser visto”, reconocido en su imposición a la conciencia pasiva, pues está liberando o entregando su energía al mundo.
Nos dicen que el pueblo unido jamás será vencido, que el pueblo organizado tiene muchas más oportunidades de lograr sus objetivos. Yo estoy de acuerdo, pero en aras de la eficiencia, de que no sea más palabrería inoperante, lo precisaría diciendo que si unimos, si concentramos nuestras energías sobre el punto de resistencia, volará por los aires mucho más rápidamente. No es lo mismo un rayo láser que una corriente de 120 w, ¿cierto?
¿Pero en qué y para qué nos uniremos? ¿En torno a qué nos organizaremos? ¿Para un mitin, manifestación o campaña política, para unas elecciones? ¿Y después? ¿Seguimos con nuestras rutinarias vidas, sin la menor responsabilidad, participación ni protagonismo en las decisiones que atañen a nuestras vidas?
El punto no reconocido aquí, es que son los modelos y hábitos culturales y económicos los verdaderos organizadores. No tenemos que organizarnos, ya estamos organizados y sufrimos los frutos de tal organización. Son justamente esos hábitos y creencias, las que nos hicieron y nos hacen manipulables para quien los conozca y esté en capacidad de manipularlos.
El 11 de septiembre, a 35 años del asesinato de Salvador Allende y “casualmente” en la misma fecha que se volaron las torres gemelas en Nueva York, se descubren y hacen públicas en Venezuela pruebas de un nuevo intento de golpe de Estado y magnicidio.
Pero también se des-cubre o queda en evidencia que nuestra desinformación, nuestra ingenuidad, nuestro analfabetismo funcional tecnológico es enorme. Imaginen solamente que hace unas cuantas décadas atrás, la CIA tenía ya un equipo especializado con la capacidad para desestabilizar al Chile de Allende y barrer con sus esperanzas. ¿Qué no podrá hacer hoy en Venezuela, Bolivia, etc.?
Un día antes se había declarado persona no grata y expulsado al embajador de EEUU en Bolivia, recibiendo la misma respuesta de Washington. Por eso en Venezuela que sufre hace diez años los mismos embates, por solidaridad con el pueblo de Bolivia se consideró que ya está bueno de que nos jodan en nuestra propia casa y sigamos callados y con la cabeza a gachas. Se le dio 72 horas al embajador yanqui para que abandonara el país.
Esto y otras múltiples circunstancias, como la visita de aviones y barcos rusos, el país con las primeras reservas de gas mundiales, que como muchos otros países es aliado estratégico de Venezuela, el de mayores reservas petroleras, pinta un escenario geopolítico, energético y económico muy diferente al de la supuesta guerra fría, que en estos día escuché llamar “paz caliente”, por la cantidad de muertes que generó.
Y como vengo diciendo, pone en evidencia que el sistema global planetario no es simplemente el asunto económico al que se lo ha querido reducir. Sino la resultante acumulativa y aceleradora de toda nuestra historia natural y humana. Por ello el sistema de tensiones de la dialéctica no solo no se reducirá, sino que continuará intensificándose día a día.
Es ingenuo seguir pensando hoy en día en las soberanías nacionales, desde el enfoque de que cada país puede hacer por su cuenta lo que quiere. Si, cada gobierno puede tomar sus decisiones, pero una vez que las toma ha de asumir sus inevitables consecuencias.
No se puede seguir hablando de integración continental o latinoamericana y luego, cuando la gobernabilidad de Bolivia recientemente refrendada por el 67% de su pueblo, es puesta en peligro crítico, reducirse a simples declaraciones de preocupación por intereses nacionales y tibios deseos de que las cosas se resuelvan por mecanismos democráticos.
Todos los que decimos estar en este baile nos estamos jugando juntos nuestro futuro, como los hechos están demostrando reiteradamente hasta el hartazgo. Por tanto si el nuestro es un camino de creciente democracia como declaramos, tomemos entonces las medidas necesarias para que esas reglas de juego se respeten, se cumplan.
Si Bolivia, Ecuador, Argentina o Venezuela son asediadas desde dentro y desde fuera, entonces todo el proceso latinoamericano es asediado y está en peligro, bajo continua amenaza. Si no respondemos con unidad y firmeza a esos retos, que por otra parte no son sino modos de probar la veracidad de nuestras decisiones y declaraciones, pues es mejor que nos dediquemos a otras cosas.
Démonos cuenta de una vez por todas, dejémonos de eufemismos y declarémoslo a los cuatro vientos con la boca bien abierta, hagamos en consecuencia todo lo que debamos y estemos en capacidad de hacer. No enfrentamos una oposición democrática ni una contrarrevolución fascista. Esto es una invasión silenciosa, solo porque no se la declara públicamente.
Esta es una guerra de cuarta generación. Esta es la puesta en evidencia de los intereses hegemónicos que nos gobernaron por cien años al menos, eligiendo élites que lo consintieran. Y si no les queda más remedio que ponerse en evidencia es por la fuerza de nuestra decisión de ser libres, de dejar de ser esclavos parasitados por su forma de vida.
Ese sistema de intereses imperante va perdiendo terreno creciente, sabe que su hora va llegando y perdido por perdido se juega todas sus cartas. ¿Qué tiene para perder? Somos nosotros los que queremos ser libres, soberanos y tenemos que demostrarlo en los hechos, superando nuestras debilidades y sistemas de dependencia.
La época en que nos creíamos personas y pueblos independientes y soberanos cada uno en su espacio, se terminó. La acumulación de experiencia y conocimiento, la aceleración e intensificación del ecosistema y la reactividad social, está barriendo con esa forma de concebirnos, pensarnos, sentirnos y reaccionar.
El enfoque racional, científico, desmembró nuestros cuerpos y el mundo en pedacitos que flotaban independientes en el espacio tiempo, por así decirlo. Hoy nos miramos, sentimos y tratamos desde esa concepción, que por muy útil que haya sido operativamente, no deja de ser un mito más desbordado ya por los hechos. Nos toca por tanto desarrollar más aún la razón, hasta los límites de sus posibilidades, para reconocerlos y trascenderlos.
Una nueva visión, un nuevo mito de nosotros mismos en el mundo si se quiere, ha de nacer, ha de ser parido por nuestras conciencias. Pero esta vez no se podrá apoyar en diferencias y contrastes entre criaturas y cosas, sino que habrá de sintetizar todas esas diferencias en conectivas esenciales a todo lo humano, a todo lo viviente.
Porque esa es justamente la estructuralidad íntima de la vida poniéndose en evidencia al actual ritmo de los eventos. Las aguas suben irremediablemente de nivel y no hay puertas que puedan contenerlas. Ahora nos toca aprender a vivir en esa dinámica, en ese fluir ininterrumpido y sin posible separación. Tendremos que flotar o surfear, o tal vez como dicen de Jesús, caminar sobre las aguas.
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