sábado, enero 10, 2009
Los desafíos de 2009
El año de 2009 presenta enormes retos para las relaciones internacionales de México. Pocas veces el país ha sido tan vulnerable ante coyunturas externas y, a la vez, ha estado tan ensimismado, poco interesado, informado o conciente de lo que ocurre en el mundo, hacia el que no dirige la mirada. Cambiar esa actitud es urgente. Se requiere que el gobierno de Felipe Calderón dé un golpe de timón que coloque la política exterior en un primer plano de atención. De no ser así, quedarán de lado los desafíos que vienen de fuera, y los costos serán grandes y difíciles de revertir. El primero es leer acertadamente las medidas que se tomen internacionalmente para enfrentar la crisis económica. Es posible que los próximos meses cobren fuerza medidas proteccionistas en Estados Unidos, se cierren en México filiales de empresas trasnacionales, se restrinjan los créditos provenientes del exterior, y disminuya todavía más el envío de remesas de los trabajadores migratorios. Todo ello afectará la economía mexicana. Pero más grave aún sería que la recesión económica perdure en Estados Unidos, nuestro principal mercado de exportación. La suerte de México país está ligada a lo que allá ocurra, y al valorar la evolución de los acontecimientos en ese país será necesario distinguir entre lo que nos perjudique coyunturalmente y lo que constituya una mejor opción de largo plazo, aunque exija en lo inmediato amoldarse a un ambiente económico internacional distinto.La relación con Estados Unidos es el desafío mayor para la política exterior de Felipe Calderón. La falta de diálogo con Washington es el déficit más grande durante los dos primeros años de gobierno. Los motivos para no haber visitado Washington pueden ser justificados; después de todo se vivía un momento de transición en Estados Unidos durante el cual quizás era mejor mantener bajo perfil para no caer en el peligro de equivocarse. Pero ahora, la situación política interna en ese país está definida y urge saber cómo se prepara el gobierno mexicano para emprender el diálogo con su vecino, encabezado por un líder carismático de enorme destreza política y una secretaria de Estado poderosa. Se oye frecuentemente en México una opinión según la cual nos va mejor con los republicanos en Estados Unidos que con un demócrata. Una manera de leer la historia que olvida la buena reacción de Clinton cuando se trató de sacar a México de la crisis de 1994. En todo caso, esa reflexión no viene al caso cuando el problema por delante es entenderse con Barack Obama. A más de lograr un interés mayor de su parte en la relación con México, el gobierno de Calderón debe elaborar una argumentación sólida y convincente para orientar el tratamiento de los temas al centro de la agenda bilateral. Uno de los más serios tiene que ver con cuestiones de seguridad. El componente internacional de la lucha contra el crimen organizado es un grave reto particular de las relaciones exteriores de México en este momento. Sin perder de vista la importancia de la migración y el TLCAN, la seguridad es lo que mayormente importa por el impacto que tiene en la gobernabilidad misma del país. Es difícil imaginar que los asesores de Obama no estén preocupados por las magnitudes de la violencia al sur de la frontera, cuando ésta puede derramarse fácilmente hacia su propio territorio.El papel de Estados Unidos en cómo y con qué combatir el crimen organizado es fundamental por diversas razones. Primero, porque los motivos para la magnitud del narcotráfico en México se encuentran allá, no aquí. En efecto, las ganancias de tal actividad se explican por la demanda que proviene del norte. A su vez, las armas que conceden tanto poder a las mafias del narco también son estadunidenses. Cierto que las condiciones de corrupción en las que ha florecido el crimen organizado es de origen y fabricación mexicana, pero nada de eso sería realidad si las ganancias no fuesen exorbitantes. Y en ese punto de las ganancias, la responsabilidad de Estados Unidos también es grande: su empeño en negarse a la legalización como forma de abatir el lucro del narcotráfico contribuye a las guerras imposibles con que se pretende combatir ese fenómeno. Por lo pronto, de aquel lado existirá la tentación de consolidar una versión mexicana del plan Colombia. A lo mejor es la única manera de enfrentar en el corto plazo los problemas de corrupción y falta de confianza en las fuerzas del orden, policiacas, civiles y militares. Pero la solución de fondo no está allí, sino en una reconceptualización completa de cómo y qué se combate. El verdadero desafío para México está en, al menos, iniciar el diálogo al respecto. Muchos otros temas están en la agenda de las relaciones exteriores de México para 2009. Desde el 1 de enero ocupará por dos años un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU. Ese hecho otorga automáticamente visibilidad y responsabilidad a la opinión del gobierno de México. Habrá que tomar posición sobre los problemas que allí se atienden, desde el bombardeo israelí contra Gaza hasta las resoluciones sobre cómo enfrentar la piratería que llevan a cabo los somalíes. Igualmente importante será influir en las reuniones del G20 que discutirán y decidirán sobre el futuro de la arquitectura financiera internacional, o trabajar desde el Grupo de Río para orientar la posición latinoamericana y del Caribe en la Cumbre de las Américas. Los desafíos son muchos. La pregunta es si hay la voluntad de enfrentarlos o si se mantiene la renuencia a lanzar la mirada al exterior.
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