lunes, enero 19, 2009

Más allá del temido fin

Michel Balivo

(Adormecida bajo la piel)

¿Qué puedo decir de la barbarie que estamos presenciando? Viendo solamente esas imágenes, sin estar en medio de aquella locura, no puedo sino conmoverme, temblar de pies a cabeza, sentir como las lágrimas afloran a mis ojos bañando mi cara, ver en el espejo mis facciones deformadas por el llanto. Escuchar la pregunta silenciosa que brota de mi corazón.
¿Cuándo la ternura, la bondad que a todos nos habita, disolverá por fin la roca contra la cual choca frustrándose, resintiéndose una y otra vez? ¿Cuándo lo que real y esencialmente somos, podrá finalmente habitar también en el mundo, además de en nuestra intimidad, humanizándolo? ¿Cuándo nuestra conciencia dejará de confundirse con sus propias abstracciones y creencias mentales para reconocer lo viviente, lo que verdaderamente es?
Pero, por muy intensa que sea la vivencia no dura más que unos instantes. Tras los cuales me duele todo el cuerpo y ya no tengo más lágrimas que llorar. Entonces cuando la intensidad de la experiencia agota la energía, la vitalidad disponible, en medio de la perplejidad y desorientación sobreviene una inesperada y silenciosa calma.
En esa no habitual condición me parece comprender de otro modo las cosas. Así como en las horas más oscuras y frías de la noche está presente y se anuncia ya la tibieza del nuevo amanecer que acaricia las pieles, así como la oscuridad no es sino ausencia de luz porque la Tierra girando sobre sí opone una de sus caras al sol. Del mismo modo la insensibilidad, no es sino la mirada sobre tensa, hipnotizada con un modelo mental y anestesiada a su intimidad.
No es sino el sueño y la difusa vitalidad de una conciencia atrapada en sus hábitos y creencias. Porque no vivimos en un mundo imaginario, virtual, donde todo puede continuar linealmente para siempre. Sino en uno orgánico, donde todo tiene sus umbrales de tolerancia para mantener el equilibrio vital, donde todo interactúa estructuralmente.
Por eso al sueño no puede sino seguirlo el despertar, a la ilusión la desilusión. Todo tiene un límite. Un límite que establece nuestra disponibilidad de energía, nuestra vitalidad, nuestra tolerancia a la intensidad. Un límite, un desenlace final temido que irrumpe inesperadamente.
Pero resulta que no es lo que temíamos, esperábamos y eludíamos. No es el estallar al llegar a cierto límite de intensidad intolerable. No es el asfixiarnos cuando la alterada respiración impide inspirar. No es lo tan deseado y esperado ni lo tan temido y eludido. Sino la silenciosa quietud que sobreviene tras la descarga de la tormenta, del exacerbado sistema de tensiones.
Desde ese estado anímico al que tan pocas veces llego, me parece comprender que toda circunstancia de vida está asociada, es estructural e inseparable a una representación mental, a un contenido sicológico. Por eso cuando el futuro parece cerrarse y nos sentimos atrapados sin salida, cuando solo esperamos el temido desenlace final, lo que sobreviene es justamente la descarga y trascendencia de las limitaciones de ese estado y modelo mental.
Es cierto que la barbarie sigue ocurriendo. Pero para hablar de barbarie debe haber una contra parte sensible que la experimente y se horrorice. De lo contrario la barbarie sería, y ha sido, la normalidad y hasta la sensibilidad de una época. Es para la sensibilidad que amanece que la normalidad habitual se convierte en barbarie.
¿O acaso Gaza es muy diferente a la masacre de habitantes originarios del continente americano hace quinientos años? ¿A la masacre de Hiroshima o el holocausto judío de hace solo unas décadas? ¿Y cómo es que entonces leemos esas historias sin inmutarnos, como si solo fuesen una película o le hubiesen sucedido a otros? Y sin embargo, los acontecimientos de Gaza nos ponen los pelos de punta.
Cuando veo como los supuestos políticos de izquierda se pasan a la derecha a conveniencia y sin sonrojarse, utilizando los mismos argumentos para justificar ahora las acciones opuestas. Cuando caigo en cuenta de que las víctimas del holocausto son ahora los victimarios. Se me ocurre que tal vez a grandes ciclos, se acumulen y concentren las circunstancias y los contenidos sicológicos a ellas asociados. Para que en ese increscendo, finalmente nos horroricemos reconociendo nuestras inoperantes ideologías e ilusiones mentales.
Así como sin importar en que parte o tiempo histórico existas, experimentas hambre, sed, sueño, frío o calor, necesidad de respirar. Pareciera que para que la barbarie sea barbarie los medios de comunicación han de traerla a cada hogar, han de lograr que no haya modo en que podamos esconderla de nuestra conciencia. Así que la barbarie hoy, como todo, es global e ineludible para la conciencia colectiva.
A la mayoría de los europeos les debe haber parecido que la masacre realizada en América estaba muy alejada y le sucedía a sus bárbaros habitantes. Algo similar debe haber sentido y pensado Latinoamérica con las guerras mundiales. Pero hoy la barbarie toca a nuestras puertas y entra a nuestras casas sin pedir permiso.
Porque disponemos de unos aparatitos que cual aves o pegasos, atraviesan en raudo vuelo las supuestas distancias y tiempos anulándolas, haciendo posible las tan mentadas experiencias místicas de otrora de omnipresencia, simultaneidad, ubicuidad. No importa adonde vayas, no importa lo que hagas, estás sometido a e inmerso en una condición global, planetaria.
Por lo tanto pensarte, imaginarte, representarte moviéndote en el espacio y el tiempo, ya no te conduce a parte alguna. Ya no te aleja del conflicto ni te resuelve nada. No hay adonde ir porque en todas partes estás sujeto a las mismas circunstancias. ¿No es eso democracia, igualdad? No como la concebíamos por supuesto, pero inevitable igualdad al fin.
Y si estamos sujetos ineludiblemente a las mismas condiciones históricas, socioeconómicas, ambientales, ¿tiene sentido seguirse pensando y sintiendo desde momentos históricos, culturales y económicos locales, particulares, nacionales o personales? ¿Tiene sentido y sobre todo operatividad, seguir destacando diferencias, separaciones, fronteras?
La contracara de la barbarie que nos paraliza y anestesia es la sensibilidad que amanece. Una dura roca paraliza y anestesia nuestros corazones enterrados bajo siglos de creencias inoperantes. Sin embargo, a velocidad de la luz partículas microscópicas atraviesan la rígida coraza. El horror nos hace sentir y ver la desnudez bajo nuestras ropas.
Ante al muerte, despertamos de la movilidad mental, el mundo virtual pierde todo sentido. Ante una mirada que se ha apagado, perdido su luz, nos damos cuenta que no vamos a ningún lado, que caminamos parados siempre en el mismo punto. Cuando la humanidad abandona las miradas, el mundo pierde todo sentido.
Cuando todo pierde sentido, la humanidad comienza a retornar a las miradas. El corazón vuelve a abrirse camino hacia el mundo. Sensibilidad e insensibilidad van de la mano, caminan juntas, se retroalimentan y generan como la luz y la sombra, como el dolor y el placer. Desde esa comprensión el mundo visto desde afuera, podría imaginarse como un gigantesco queso.
Porque las partículas luminosas de sensibilidad, lo atraviesan a velocidad creciente y masiva. En ese nivel de intensidad los eventos no son lineales, no van como niños a la escuela ordenadamente en fila, no suceden uno tras otro, uno como causa y consecuencia del otro. Ahora entramos en tiempos de indeterminación en lo que a organizaciones mecánicas y cerradas se refiere. Y ya sabemos que no se puede hablar de organización sin conciencia.
Ahora los eventos suceden estructuralmente, en todas direcciones al mismo tiempo, del mismo modo que lo pinta la física cuántica. Por eso, cuando no eres totalmente tomado por el horror de ciertos acontecimientos, no puedes dejar de notar que simultáneamente la sensibilidad resuena en un increscendo. Aunque para las groseras sensaciones habituales, todo parezca demasiado lento humilde y sutil.
Entonces no hay lugar exento de conflicto. Porque el mundo se revoluciona. Y un mundo, una conciencia en revolución, puede ser de todo menos estática, unipolar, monótona, dogmática. El verdadero problema es cómo hacemos para orientarnos en un paisaje en el que las cosas ya no suceden como solían, donde todo cambia a cada instante, donde nada es ya lo que esperamos.
Y la respuesta es que ahora la razón ha de alinearse con y ser fiel a la sensibilidad. La motivación de los actos ya no puede ser la conveniencia, el limitado interés personal, porque como dijimos los resultados ya no son los que solían, se han vuelto inciertos. Por tanto solo nos queda orientarnos por la sensibilidad, hacer lo que la conciencia aconseja.
Y si miras con atención notarás que muchas acciones e iniciativas, ya no son lo que la vieja prudencia aconseja. Y sin embargo, resuenan crecientemente en la sensibilidad colectiva y su eco es cada vez más intenso. Sabemos que un alud comienza con una insignificante mota de nieve y arrastra al ignorante.
Ya veremos en estas circunstancias, quienes demuestran ser los ignorantes arrastrados por el eco que resuena crecientemente en respuesta a la barbarie. La mota de nieve puede provenir de Latinoamérica, pero el alud puede suceder en cualquier parte. No es un problema de espacio ni de tiempo, porque la nueva condición en su aceleración e intensidad ya los superó.
En un mundo, en una sociedad que va inevitablemente, para bien o para mal camino de lo planetario, todo depende de con qué sensibilidad, con qué frecuencia sonora te sintonices. En una atmósfera sutil todo resulta expansivo y se mueve a la velocidad del contagio anímico. La violencia destructiva es más simple porque es un hábito, pero arrastra hacia el abismo. La violencia acabará con la violencia. No puede tener otro fin.
La solidaridad, la generosidad natural de todo lo viviente, y sin generosidad no habría existencia, es más difícil, es cuesta arriba. Porque implica el despertar de la fe, de la fuerza interna necesaria a superar los hábitos, creencias y tropismos conductuales imperantes. Pero es el único modo de superar la violencia y dejar atrás de una vez por todas la prehistoria, la pre-humanidad.
Por otra parte, no hay alternativa. La intensidad es inevitable, solo puedes elegir de que modo orientarte en ese alterado paisaje. Violencia o solidaridad. Hábitos o conciencia, libertad de elección o imposición sugestiva de temores y creencias. Lo que hoy en día sucede no tiene tanto que ver con los estímulos del entorno que lo motiva.
Sino con la acumulación y aceleración de miles de años históricos, cuya intensidad se abre camino al mundo, a la conciencia. De allí las desproporcionadas reacciones. Rayos láser para matar mariposas. Es el eco que reverbera el tímido sonido inicial. La inofensiva e ingrávida mota de nieve que desencadena el devastador alud.
Y una vez desencadenado solo te queda esquiar a su misma velocidad, hasta que en el momento oportuno, elevándote en un gigantesco salto, puedas salirte de su área de desastre. Este es el momento para dar un gigantesco salto en el vacío, y elevándonos sobre nuestras milenarias ilusiones, comprender verdaderamente la inmensidad de ser humanos que hasta ahora nos ha aterrorizado y paralizado.
Nacer humano es inevitablemente ser libre de reconocer y elegir alternativas, disfrutando o sufriendo sus consecuencias. Podemos experimentarlo como un don o como una pesada cruz, pero eso no cambiará la ineludible responsabilidad de lo que somos y hacemos. Nacer humanos es ser capaces y libres de auto concebirnos, de ser creativos para responder de nuevos modos a las cambiantes exigencias de nuestro entorno.
Esas libertades que ninguna otra especie dispone, son justamente las que nos permiten concebir, imaginar direcciones temporales de vida, que muchas veces implican la opresión de otros, la negación de sus libertades, incluso la supresión de sus vidas.
Todo lo que nuestra creatividad nos permite concebir e implementar es solo una herramienta, que podemos usar para ampliar las posibilidades de expresión de la vida o para limitarla. Aún la fe, ya sea en instituciones religiosas, en la vida, en lo que es ser humano, puede ser usada para construir como para destruir.
Ese es el peso de la responsabilidad y la conciencia de ser humanos y libres de elegir, un peso y responsabilidad que a muchos nos cuesta asumir porque implica desarrollar la conciencia más allá de los intereses sensuales e ingenuos, hasta reconocer los mayores alcances y consecuencias de las direcciones de acción elegidas.
Por eso muchas veces preferimos renunciar a tal responsabilidad y ponerla en manos de otros, autoridades, líderes, patriarcas o dioses. Por eso llegamos una y otra vez a las mismas coyunturas o cruces de caminos históricos, preguntándonos ingenuamente por qué suceden estas cosas si somos buenas personas.
Pero esto no tiene nada que ver con ser buenos o malos acorde a modelos vigentes o agotados del mundo, que en la mayoría de los casos corresponden a la imaginería de otros tiempos ya superados, de otras generaciones que muchas veces ni siquiera existen ya.
Sino con asumir la responsabilidad y conciencia de mis acciones aquí y ahora. Con asumir plenamente mi humanidad. Porque quejarme y culpar a otros no resuelve la cadena de circunstancias personales y colectivas, dentro de cuyas consecuencias estamos inmersos lo queramos o no, lo aceptemos o neguemos.
La posibilidad de elegir alternativas conlleva la indeterminación de resultados. Y cuando multiplicas esa posibilidad por seis mil millones de seres humanos, interactuando en el mundo global que la revolución tecnológica genera, comienzas a oler el vértigo, la inmensidad de lo que significa ser humano, a comprender lo incomprensible de nuestras contradictorias conductas.
Creo que el horror de Gaza, posibilita y exige romper el geocentrismo histórico, el antropomorfismo sicológico, dando este nuevo y vertiginoso salto de acercamiento a nosotros mismos. Gaza somos todos, Gaza vive potencialmente en todos y cada hogar y habremos de darle una u otra dirección a los inevitables acontecimientos.
Cuando comenzamos a vivir en la intensidad, velocidad y continuo transformismo de los presentes tiempos, los viejos, los difusos hábitos y creencias caen como hojas secas de la conciencia, mueren por desatención. Los fantasmas del temor y la violencia que la sugestionaban y paralizaban, pueden ser vistos como un objeto más del paisaje, una reliquia.

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