jueves, febrero 05, 2009

La derecha desprecia a las Fuerzas Armadas y asesina a sus generales

La experiencia del Chile de Allende y sus enseñanzas para la Venezuela Bolivariana

Manuel Cabieses Donoso
Debate Socialista

Ayer Chile, hoy Venezuela. Existe una constante en la conducta que la extrema derecha y el imperialismo norteamericano observan hacia las fuerzas armadas latinoamericanas. Se trata del profundo desprecio que sienten por ellas –aunque públicamente las recubren de elogios-. Las consideran sus sirvientes, instrumentos dóciles para defender sus intereses, fáciles de corromper y convertir en pandillas criminales a cargo del trabajo más sucio del terrorismo de Estado. Después que las oligarquías y el Imperio utilizan a las fuerzas armadas para conservar (o recuperar) su poder, las abandonan a su suerte para que respondan ante la historia y sus pueblos de los crímenes cometidos en nombre de intereses ajenos a los de soldados, marinos y aviadores, que provienen en su mayoría de las capas más humildes de la población.

En Venezuela hay una curiosa y obsesiva reiteración del programa golpista que se aplicó en Chile en los años 70. Desde la función desestabilizadora que cumplen los medios de información, hasta el trabajo conspirativo en las fuerzas armadas, pasando por las maniobras de especulación financiera y el desabastecimiento de alimentos. Todo eso se aplicó en Chile. El libreto es el mismo y en el caso de Venezuela ya quedó en claro en el golpe de Estado del 11 de abril del 2002. Ahora, a medida que se acerca el referendo de la Enmienda Constitucional, reaparecen con fuerza los intentos de poner fin al proceso revolucionario que viene construyendo el pueblo venezolano desde 1999. Es una hazaña popular que Venezuela bolivariana ha realizado en forma ejemplarmente pacífica y democrática. Pero estos son precisamente los procesos político-sociales que más temen el imperialismo y las oligarquías locales. Justamente porque son revoluciones democráticas y pacíficas que dan lecciones al mundo.

Su propio origen y naturaleza entusiasman y desatan las fuerzas contenidas durante siglos de los pueblos. Buscar el socialismo mediante métodos democráticos, en efecto, abre insospechados caminos de concientización, de organización y de capacidad movilizadora que atemorizan a la oligarquía y a los sectores medios tributarios ideológicos de las clases dominantes. Ellos comienzan a percibir como irreversible el proceso revolucionario y con esto la pérdida de sus riquezas y privilegios. Revoluciones de este tipo producen un efecto de "contagio" no solo en la región geográfica donde se producen, sino también en el resto del mundo. Surgen los esfuerzos revolucionarios con mayores ímpetus. Los pueblos comienzan a ver que es posible avanzar hacia una sociedad más justa y libre. En lo que al caso de Venezuela se refiere, su experiencia de poner rumbo hacia un nuevo socialismo, el socialismo del siglo XXI, mediante un proceso constitucional apoyado por la mayoría del pueblo y de las FAN, se ha constituido en paradigma en América Latina.

Su sola existencia y fortalecimiento significa un estímulo para los pueblos que buscan superar las injusticias del capitalismo. Procesos similares –aunque con características propias nacionales y culturales- se desarrollan en Bolivia y Ecuador. Pero la semilla está germinando en otros países. Desde ese punto de vista, Venezuela bolivariana y socialista, se ha convertido en un peligro no sólo para la reacción interna sino, sobre todo, para el Imperio y las oligarquías de América Latina que constatan que la amenaza revolucionaria, que suponían haber extirpado con el baño de sangre de Chile en los 70, ha vuelto a renacer y ven con pavor que el "contagio" revolucionario se va extendiendo por la geografía de América Latina y el Caribe.

LA DRAMATICA EXPERIENCIA DE CHILE

El Chile del presidente Salvador Allende y del gobierno de la Unidad Popular (1970-73) ofrece lecciones que los revolucionarios latinoamericanos no pueden despreciar. Fue el primer intento en el mundo de construir el socialismo en forma pacífica y democrática. Un socialismo "con sabor a vino tinto y empanadas", como decía Allende poniendo de relieve las particularidades del proceso social y político chileno. Sin embargo, por errores, desunión y vacilaciones que no son del caso analizar aquí, la revolución chilena fue derrotada y el país se convirtió durante 17 años en escenario del más brutal terrorismo de Estado y en laboratorio de un modelo ortodoxo de economía de mercado para convertir a Chile en un botín de las transnacionales y de los grupos económicos internos.
Es cierto que las fuerzas armadas -al derramar la sangre de miles de ciudadanos- se cubrieron de vergüenza y oprobio, haciendo que el pueblo chileno –que las admiraba y quería- las temiera y odiara. Pero hasta hoy es dudoso que las instituciones armadas hayan tomado conciencia del terrible costo que les significó dejarse manipular para asestar el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.

Sin embargo, un aspecto fundamental de la conspiración en Chile consistió en atacar a las propias fuerzas armadas para minar su lealtad a la Constitución y llevarlas a rebelarse contra el poder legítimo del presidente de la República. No sólo se trató de campañas de rumores y calumnias contra las principales autoridades de las fuerzas armadas en que participaron partidos políticos y medios de comunicación de la derecha (que controlaba la mayoría de la prensa, radio y televisión). Sus ataques a las instituciones armadas incluso llegaron al crimen.
La operación para desquiciar la disciplina y el deber constitucional de las fuerzas armadas, comenzó antes que Salvador Allende asumiera la presidencia de la República.

El primer objetivo de los conspiradores –en este caso dos grupos de militares y civiles que tuvieron apoyo de la CIA- fue eliminar al comandante en jefe del ejército, general René Schneider Chereau, que se caracterizaba por su apego a la institucionalidad. En efecto, ya el 8 de mayo de 1970, antes de las elecciones presidenciales en que se vislumbraba que Allende podía ganar, el general René Schneider –designado en ese cargo por el presidente Eduardo Frei Montalva, demócratacristiano- había declarado al diario El Mercurio, vocero de la derecha y del imperialismo: …"El ejército es garantía de una elección normal, de que asuma la presidencia de la República quien sea elegido por el pueblo, con mayoría absoluta, o por el Congreso Pleno, en caso de que ninguno de los candidatos obtenga más del 50 por ciento de los votos. Nuestra doctrina y misión es de respaldo y respeto a la Constitución Política del Estado".

Esta declaración –conocida más tarde como la Doctrina Schneider- le costó la vida al comandante en jefe del ejército.

El 4 de septiembre de 1970 triunfó Allende con un estrecho 36,3% que obligó a delegar en el Congreso Pleno la designación del presidente de la República entre las dos primeras mayorías: Allende y el ex presidente Jorge Alessandri, un empresario derechista. Esto abrió un período de conspiraciones destinadas a cerrar el camino de Allende a La Moneda. En las maniobras secretas participó incluso el presidente Frei que fue tentado con una operación que permitiría su reelección luego que Alessandri renunciara al cargo que le entregarían la derecha y la Democracia Cristiana en el Congreso Pleno.

Como hoy se sabe el presidente norteamericano Richard Nixon instruyó al Departamento de Estado y a la CIA para impedir por todos los medios que Allende fuera ratificado como presidente por el Congreso Pleno (Cámara de Diputados y Senado). En caso de no lograrlo deberían emplear todos los medios para derrocar a su gobierno. Así de peligroso para la seguridad de EE.UU. consideraba la Casa Blanca al gobierno elegido por el pueblo en Chile y cuyo camino al socialismo planteaba respeto incondicional a la Constitución y las leyes. En cumplimiento de las órdenes de Nixon, la embajada de EE.UU. y la estación de la CIA en Santiago se pusieron en marcha para apoyar las maniobras de civiles y militares destinadas a bloquear la llegada al gobierno de un presidente socialista.
Los conspiradores determinaron que el principal obstáculo para cumplir sus propósitos era nada menos que el comandante en jefe del ejército –la principal rama de las FF.AA.-, el general René Schneider, y su doctrina de respeto a la Constitución. En la imposibilidad de ganar al general Schneider para la conspiración golpista, decidieron secuestrarlo y provocar así un levantamiento militar.

Dos grupos de militares y civiles se pusieron manos a la obra, uno dirigido por el general en retiro Roberto Viaux (que había encabezado un movimiento exigiendo aumento de salarios y presupuesto para las fuerzas armadas), y el otro por el general Camilo Valenzuela (que había dirigido una sangrienta represión a trabajadores de Santiago en abril de 1957). Este segundo grupo inspiró más confianza a la CIA y le entregó dinero, tres subametralladoras, municiones y 10 granadas lacrimógenas para atentar contra la vida del general Schneider. El 22 de octubre de 1970 se realizó el atentado: Schneider intentó defenderse pero recibió tres balazos y agonizó dos días en el Hospital Militar. El Informe Hinchey del Senado norteamericano registra que la CIA también ayudó al grupo del ex general Viaux. A uno de sus miembros, que se encontraba fugitivo después del atentado, la CIA le pasó 35 mil dólares por "razones humanitarias".

El asesinato de Schneider, sin embargo, provocó indignación nacional e impidió que se consumara la maniobra para desconocer la primera mayoría relativa de Allende. Los parlamentarios de la Democracia Cristiana votaron por Allende el 24 de octubre en el Congreso Pleno, haciendo mayoría con los diputados y senadores de la Unidad Popular. Salvador Allende se convirtió así en el primer presidente socialista en la historia de Chile.

EL ASESINATO DEL COMANDANTE ARAYA

Durante los mil días del gobierno de Allende, la derecha económica y política –unida a la CIA que actuaba en todos los planos, incluyendo la elaboración de las pautas informativas y editoriales de los diarios y radios de la derecha, no descansaron un minuto en sus esfuerzos para enervar la disciplina militar y el respeto al orden constitucional.
Los oficiales en eran tratados como "gallinas" por grupos de mujeres organizadas por los partidos de derecha y grupos fascistas. Les arrojaban maíz en la calle y les enviaban cartas con plumas de aves y mensajes con insultos reprochándoles su "cobardía" para actuar contra el "tirano" Allende que , según ellos, pretendía instaurar la "dictadura del proletariado" en Chile. El más importante de esos grupos era "Patria y Libertad", que inició una serie de acciones terroristas con explosivos que les proporcionaban –junto con entrenamiento- oficiales de las fuerzas armadas y agentes de la CIA.

Se crearon periódicos, se financiaron programas de radio y TV, y el influyente diario El Mercurio y su cadena de publicaciones recibió aportes millonarios de EE.UU. para llevar adelante el plan desestabilizador que, en esencia, es lo mismo que vienen sufriendo los venezolanos durante estos años y que arrecia ahora en vísperas del referendo de la Enmienda.

Para debilitar a las fuerzas armadas y volverlas contra el gobierno, los conspiradores no tuvieron ningún escrúpulo en Chile y seguramente no lo tendrán en Venezuela.

Cuando la situación estuvo suficientemente madura los golpistas atentaron contra la vida de oficiales leales al presidente Allende. A la l.30 de la madrugada del 27 de julio de 1973 fue asesinado el capitán de navío Arturo Araya Peeters, edecán naval del presidente y jefe de la Casa Militar. La noche anterior el comandante Araya había acompañado al presidente de la República al festejo en la embajada cubana con motivo del 26 de Julio. Un comando de "Patria y Libertad" y del Partido Nacional se ubicó esa madrugada frente a la casa del comandante Araya y dispararon cuando éste salió al balcón de su dormitorio atraído por la explosión de una bomba que un tercer comando hizo detonar a una cuadra de distancia.

La investigación del asesinato del comandante Araya fue boicoteada por un juez de extrema derecha y por una cortina de humo qque tendió la prensa reaccionaria, intentando culpar del crimen a la Izquierda. Sólo en años recientes se ha establecido la verdad e identificado a los autores de extrema derecha.

El periodista Mario Díaz, subdirector de Punto Final, escribió en la edición 190 de esta revista (14 de agosto de 1973):…"El asesinato era sólo un detonante. El objetivo principal iba más allá de la desaparición física de un colaborador íntimo del jefe del Estado. Pretendía derribar al gobierno, animando a las fuerzas armadas a dar un golpe desde el momento que los "autores" del crimen eran militantes de la propia Izquierda que lo sostenía y del grupo de vigilancia personal del presidente Allende, y finalmente tomaba ribetes internacionales ya que las acusaciones de la derecha comprometían a la embajada de Cuba".

RENUNCIA Y ASESINATO DEL GENERAL PRATS

Pocos días después del asesinato del comandante Araya, la conspiración consiguió derribar el último obstáculo para el golpe. El comandante en jefe del ejército, general Carlos Prats González, era la clave de la situación. Gozaba de toda la confianza del presidente y de los partidos de Izquierda y democráticos. El 9 de agosto de 1973 el general Prats fue designado como ministro de Defensa (antes había sido ministro del Interior y en esa calidad Vicepresidente de la República). La presión de la derecha contra el general Prats lo llevó el 23 de agosto a renunciar a la comandancia en jefe y a recomendar a su segundo como sucesor en la jefatura del ejército: el general Augusto Pinochet Ugarte, que hasta entonces hacía profesión de fe –incluso exagerando la nota- de su lealtad a la Constitución y al presidente Allende.

Prats fue empujado a renunciar a través de maniobras publicitarias, manifestaciones de mujeres de oficiales que lo acusaban de "complicidad" con la "dictadura marxista" que se propondría el presidente Allende y, finalmente, mediante una silenciosa operación que le quitó el respaldo del Cuerpo de Generales. Sólo dos generales, Mario Sepúlveda Squella, jefe de la Guarnición de Santiago, y Guillermo Pickering Vásquez, comandante de Institutos Militares, se jugaron por Prats y plantearon que aún era posible revertir la situación, reestructurando el alto mando del ejército. Pero eso significaba llamar a retiro a 12 o 15 generales y Prats –escribe en sus Memorias- estimó que esa opción "desataría la guerra civil, de la que yo sería el detonante". Esa misma tarde se reunió con Allende y lo convenció para que aceptara su renuncia. "Si me sucedía el general Pinochet –que tantas pruebas de lealtad me había dado-, escribe Prats, quedaba una posibilidad que la situación crítica general del país, propendiera a distenderse. Esto le daba la chance de contar con tiempo a él, como presidente, para lograr el buscado entendimiento con la Democracia Cristiana y a su vez daba a Pinochet plena independencia para llamar a retiro a los dos o tres generales más conflictivos".

Menos de un mes después Pinochet encabezaba la Junta Militar que derrocó y llevó al suicidio al presidente Allende luego de resistir heroicamente varias horas en La Moneda bombardeada y en llamas.

El odio del golpismo contra el general Carlos Prats, sin embargo, lo persiguió hasta su exilio en Buenos Aires. El 30 de septiembre de 1974, por orden de Pinochet, el ex comandante en jefe fue asesinado junto con su esposa, Sofía Cuthbert, en un atentado dinamitero efectuado por oficiales del ejército de Chile y por el agente de la CIA, Michael Townley.

Si bien es cierto que nadie aprende por cabeza ajena, los pueblos –como el venezolano que hoy se ha puesto de pie para escribir su propia historia- deben pensar en la dramática experiencia de Chile y repasar la historia del golpe de 1973. Podrán comprobar que no hay nada nuevo bajo el sol en materia de golpismo y que los enemigos de la democracia y la libertad siguen siendo los mismos y actuando con los mismos métodos.

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