domingo, abril 26, 2009

Tarifas eléctricas: ¿desorden o fraude?

Antonio Gershenson

Es sabido que pasan cosas fuera de lo que antes sucedía con las tarifas eléctricas. De un cobro, por ejemplo, de 500 pesos bimestrales, el siguiente recibo llega, también por ejemplo, de 3 mil pesos. A veces la diferencia es mayor, y en muchos casos el consumo real de la vivienda en cuestión es mínimo.
Se supone que el salto de la tarifa doméstica “normal” a la “de alto consumo” debería ser al rebasar el consumo de 250 kilovatios hora (Kvh) al mes, o sea 500 bimestrales. Pero no sólo eso. Ese debe ser el consumo promedio de los últimos seis bimestres, o sea del último año.
De modo que al que “reclasificaron”, por usar algún término, ya no regresa tan fácil, porque debe tener menos que ese consumo límite promedio de un año. Como es muy difícil saber qué pasa individualmente, vamos a ver lo que pasa globalmente, primero con el consumo doméstico.
Vamos a ver primero qué pasa con el consumo, o sea cuántos Kvh se consumieron en cada año. En el período de 2002 a 2008, hubo un aumento acumulado en el consumo doméstico nacional, o sea las dos grandes empresas de servicio eléctrico, de 24 por ciento. Pero en el dinero pagado globalmente por toda esta energía, el aumento acumulado en el mismo período fue de 116 por ciento. Desproporcionado, ¿no?
Si hacemos el cálculo, el porcentaje que resulta de estas dos cifras, que nos da el aumento acumulado del costo por Kvh, es de 74 por ciento en esos seis años, de 2002 a 2008. ¿Y qué sucede con las tarifas oficiales?
Las tarifas son muy complicadas. Debemos tomar, en el caso de la tarifa doméstica “normal”, un renglón típico, al fin que se supone que los criterios para aumentar estas tarifas son similares o iguales. Tomamos la tarifa intermedia, de la región central (la que concentra más consumidores), hasta 140 Kvh mensuales y en el mes de diciembre de cada año. Resulta que el aumento acumulado de la tarifa en el mismo período es de 30 por ciento. Esto está, obvio, fuera de proporción con el 74 por ciento de aumento real en el costo del Kvh cobrado.
Veamos qué pasa con la tarifa de alto consumo (TAC) en el mismo período y en las mismas condiciones. Y nos encontramos con un aumento de 78 por ciento. Se supone que la TAC se aplica sólo en casos de consumo muy alto que no son, ni de lejos, la mayoría. Por lo tanto, este porcentaje no puede, por sí mismo, explicar la gran diferencia entre el aumento real, medido, entre el 30 por ciento de aumento de lo que se supone debía cobrarse a la gran mayoría, y el 74 por ciento de aumento de lo que se cobró al conjunto de los usuarios en la realidad.
Hay dos posibilidades que, al mismo tiempo, pueden ser ciertas: una, los usuarios que en realidad cambiaron de categoría por haber aumentado su consumo en forma tal que rebasaron los 500 Kvh bimestrales en promedio anual; pero éstos no podrían ser millones, como para que su tarifa pesara mucho en el total. Por lo mismo habría una segunda posibilidad, en la que hubo una parte que “fueron reclasificados”, digamos, a la brava, con la alteración de su consumo.
¿Y si fue accidental la reclasificación? Pues tendría que ser, si es al azar, parte a favor del consumidor y parte a favor de la empresa eléctrica, o de la Secretaría de Hacienda, que finalmente se queda con el dinero y/o lo maneja. El promedio debería ser muy similar al de las tarifas. Y en la realidad, no tenemos noticia de que haya “errores” a favor del consumidor. Queda, entonces, muy reforzada la posibilidad de que sea una forma de “nivelar el presupuesto”, para usar el término de un funcionario.
Veamos otro caso importante, el del consumo para uso agrícola. Aquí hay falta de transparencia en el manejo de las tarifas. La tarifa 9, la original, ha subido de manera salvaje: de 26 centavos en diciembre de 2002, a 1.22 pesos en el mismo mes de 2008. Es decir, 363 por ciento de aumento. Hay una tarifa 9M, cuando la energía se recibe a un voltaje más alto llamado tensión media, y que no tiene una diferencia muy grande con la 9. Y tarifas muy baratas en comparación, la nocturna a 21 centavos y la diurna a 42 centavos, sólo a solicitud expresa del usuario y hasta un límite que fija la autoridad a su voluntad; después de ese límite entra la tarifa normal.
Con este cuadro, es obvio que, por decirlo dulcemente, la capacidad de gestión del usuario cuenta mucho. Hay que gestionar las tarifas baratas y su rango de aplicación. Y es obvio que los usuarios con mayor capacidad económica tienen también mayor capacidad de gestión con la autoridad. De modo que el subsidio está al revés de lo que debía de ser. Se subsidia más a los de mayor capacidad económica.
El resultado global, nacional, con los mismos criterios usados para las tarifas domésticas, nos muestra los siguientes resultados: aumento acumulado de los seis años del consumo en Kvh, 9 por ciento (esto incluye años en los que el consumo agrícola de plano bajó, por los altos precios y por la difícil situación del campo); aumento acumulado, en el mismo período, del dinero pagado por la electricidad, 77 por ciento; aumento acumulado del costo por Kvh en los mismos seis años, 62 por ciento. ¿Es eso subsidio al campo, apoyo al campo? Por supuesto que no. Es una contribución a la crisis en el campo, y en la proporción que se puede esperar, a la crisis del país. Junto con los aumentos al precio del diesel y al de los fertilizantes, estrangula al campo y a los campesinos. Y el daño humano no sólo es al campesino, sino al habitante de la ciudad que tiene que pagar más por sus alimentos o deteriorar su régimen alimenticio y su salud.
gershen@servidor.unam.mx

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