miércoles, diciembre 02, 2009

El secreto de Guantánamo

Científicos al servicio del gobierno de Estados Unidos diseñaron nuevas técnicas de tortura y contrainsurgencia. Los conejillos de indias son prisioneros sometidos a condiciones que hacen palidecer a las que imponía la Gestapo o la Santa Inquisición. Eso es lo que esconde Guantánamo, la cárcel que no quiso o no pudo cerrar Obama.

Las fotos de torturas circularon por internet. Se presentaban como trofeos de guerra que habían recogido unos cuantos soldados estadunidenses. Al no poder verificar su autenticidad, los grandes medios de difusión no se atrevían a reproducirlas. En 2004, la cadena CBS les dedicó un reportaje. Comenzó así un gran movimiento de denuncia de los malos tratos infligidos a los iraquíes.
La cárcel de Abu Ghraib demostraba que la supuesta guerra contra la dictadura de Sadam Husein era en realidad una guerra de ocupación como cualquier otra, con la misma secuela de crímenes. Washington aseguró que se trataba de excesos cometidos a espaldas de los mandos por unos cuantos individuos no representativos: “manzanas podridas”. Algunos soldados fueron arrestados y juzgados para que sirvieran de ejemplo. Y se cerró el caso.
Simultáneamente, la Central Intelligence Agency (CIA) y el Pentágono iban preparando a la opinión pública, tanto en Estados Unidos como en los países aliados, para un cambio de valores morales. La CIA había nombrado un agente de enlace con Hollywood, el coronel Chase Brandon (un primo de Tommy Lee Jones), y contratado a célebres escritores (como Tom Clancy) y guionistas para escribir nuevos guiones para películas y series de televisión. Objetivo: estigmatizar la cultura musulmana y banalizar la tortura como parte de la lucha contra el terrorismo. Como ejemplo de ello, las aventuras del agente Jack Bauer, en la serie 24h, han sido abundantemente subvencionadas por la CIA para que cada temporada llevara un poco más lejos los límites de lo aceptable.
En los primeros episodios, el héroe intimida a los sospechosos para sacarles información. En los episodios siguientes, todos los personajes sospechan unos de otros y se torturan entre sí, con más o menos escrúpulos y cada vez más seguros de que están cumpliendo con su deber. En la imaginación colectiva, siglos de humanismo fueron así barridos y se impuso una nueva barbarie. Esto permitía al cronista del Washington Post, Charles Krauthammer (que además es siquiatra), presentar el uso de la tortura como “un imperativo moral” (sic) en estos difíciles tiempos de guerra contra el terrorismo.
La investigación del senador suizo Dick Marty confirmó al Consejo de Europa que la CIA había secuestrado a miles de personas en el mundo, entre ellas varias decenas –posiblemente cientos– habían sido secuestradas en territorio de la Unión Europea. Vino después la avalancha de testimonios sobre los crímenes perpetrados en las cárceles de Guantánamo (en la región del Caribe) y de Baghram (Afganistán). Perfectamente acondicionada, la opinión pública de los Estados miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) aceptó la explicación que se le dio y que tan bien cuadraba con las novelescas intrigas que la televisión le venía sirviendo: para poder salvar vidas inocentes, Washington estaba recurriendo a métodos clandestinos, secuestrando sospechosos y haciéndolos hablar mediante métodos que la moral pudiera rechazar pero que la eficacia había hecho necesarios.
A partir de esa narración simplista, el candidato Barack Obama se levantó contra la saliente administración de Bush. Convirtió la prohibición de la tortura y el cierre de las prisiones secretas en medidas claves de su mandato. Después de su elección, durante el periodo de transición, se rodeó de juristas de muy alto nivel a los que encargó la elaboración de una estrategia para cerrar el siniestro episodio. Ya instalado en la Casa Blanca, dedicó sus primeros decretos presidenciales al cumplimiento de sus compromisos en la materia. Aquella prontitud conquistó a la opinión pública internacional, suscitó una inmensa simpatía hacia el nuevo presidente y mejoró la imagen de Estados Unidos ante el mundo.
El único problema es que, al cabo de un año de la elección de Barack Obama, se han resuelto unos cientos de casos individuales, pero en el fondo nada ha cambiado. El centro de detención creado por Estados Unidos en su base militar de Guantánamo sigue ahí y no hay esperanzas de cierre. Las asociaciones de defensa de derechos humanos señalan además que los actos de violencia contra los detenidos han empeorado.
Al ser interrogado sobre el tema, el vicepresidente estadunidense Joe Biden declaró que mientras más avanzaba en el expediente de Guantánamo, más cosas que hasta entonces ignoraba iba descubriendo. Y después advirtió a la prensa enigmáticamente que no se podía abrir la Caja de Pandora.
Por su parte, el consejero jurídico de la Casa Blanca, Greg Craig, quiso presentar su renuncia, no porque considere que haya fallado en su misión de cerrar el centro, sino porque estima en este momento que se le ha dado una misión imposible.
¿Por qué el presidente de Estados Unidos no logra que lo obedezcan en su propio país? Si ya todo está dicho sobre los abusos de la era Bush, ¿por qué se habla ahora de una Caja de Pandora y qué es lo que causa tanto temor?
No se trata solamente de unos cuantos secuestros y una prisión. Lo más importante es que su finalidad es radicalmente diferente de lo que la CIA y el Pentágono le han hecho creer al público.
Contrainsurgencia
Lo que hizo el ejército estadunidense en Abu Ghraib no tenía nada que ver, por lo menos al principio, con los experimentos que está realizando la US Navy (la Marina de Guerra de Estados Unidos) en Guantánamo y en sus otras prisiones secretas. Se trataba entonces simplemente de lo que hacen todos los ejércitos del mundo cuando se transforman en policía y se enfrentan a una población hostil. Tratar de dominarla a través del terror. En este caso, las fuerzas de la coalición reprodujeron (en Irak) los crímenes que los franceses cometieron durante la llamada batalla de Argel contra los argelinos, a los que además los franceses seguían llamando “compatriotas”. El Pentágono recurrió al general francés retirado Paul Aussaresses, especialista en “contrainsurgencia”, para que se reuniera con los oficiales superiores.
Durante su larga carrera, Aussaresses acompañó a Estados Unidos dondequiera que Washington emprendió “conflictos de baja intensidad”, principalmente en el sureste asiático y en Latinoamérica.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos instala dos centros de entrenamiento en esas técnicas, la Political Warfare Cadres Academy (en Taiwán) y la Escuela de las Américas, en Panamá. En ambas instalaciones se impartían cursos sobre la tortura destinados a los encargados de la represión en el seno de las dictaduras asiáticas y latinoamericanas.
Durante las décadas de 1960 y 1970, la coordinación de ese dispositivo se desarrollaba a través de la World Anti-Communist League, de la que eran miembros los jefes de Estado interesados. Aquella política alcanzó considerable extensión durante las operaciones Phoenix en Vietnam (“neutralización” de 80 mil individuos sospechosos de ser miembros del Vietcong) y Cóndor en América Latina (“neutralización” de opositores políticos a escala continental). El esquema de articulación entre las operaciones de limpieza en las zonas insurgentes y los escuadrones de la muerte se aplicó exactamente de la misma manera en Irak, sobre todo durante la operación Iron Hammer.
La novedad en el caso de Irak es la distribución entre los soldados estadunidenses de un clásico de la literatura colonial, The arab mind, del antropólogo Raphael Patai, con un prefacio del coronel Norvell B De Atkine, jefe de la John F Kennedy Special Warfare School, nueva denominación de la siniestra Escuela de las Américas desde que ésta se mudó a Fort Bragg (en Carolina del Norte). Este libro, que presenta en tono doctoral toda una serie de estúpidos prejuicios sobre los “árabes” en general, contiene un célebre capítulo sobre los tabúes sexuales, utilizados en la concepción de las torturas aplicadas en Abou Ghraib.
Las torturas perpetradas en Irak no son simples casos aislados, como afirmó la administración de Bush, sino que se integran en toda una estrategia de contrainsurgencia. La única forma de ponerles fin no es la condena moral, sino la solución de la situación política. Pero Barack Obama sigue dilatando el retiro de las fuerzas extranjeras que ocupan Irak.
Los experimentos del profesor Biderman
Fue con una perspectiva muy diferente que el profesor Albert D Biderman, siquiatra de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, estudió para la Rand Corporation el acondicionamiento de los prisioneros de guerra estadunidenses en Corea del Norte.
Mucho antes de Mao y del comunismo, los chinos habían perfeccionado refinados métodos destinados a quebrar la voluntad de un detenido e inculcarle el deseo de hacer confesiones. Su uso durante la guerra de Corea dio ciertos resultados. Prisioneros de guerra estadunidenses confesaban con toda convicción ante la prensa crímenes que quizás no habían cometido. Biderman presentó sus primeras observaciones durante una audiencia en el Senado, el 19 de junio de 1956, y más tarde, al año siguiente, ante la Academia de Medicina de Nueva York. Biderman definió cinco estados a través de los cuales transitan los “sujetos”.

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