miércoles, enero 13, 2010

Columna Asimetrías. Calderón: la Causa por el Efecto

Por Fausto Fernández Ponte





13 enero 2010

“¿Qué pasaría si nos organizáramos y al mismo tiempo enfrentáramos sin armas, en silencio, en multitudes, en millones de miradas las caras de los opresores?”

Mario Benedetti.

I

El llorado escritor, poeta y ensayista uruguayo –uno de cuyos nombres de pila era Hamlet-- y autor de unos 80 libros, escribió en uno de sus bellos poemarios acerca de derrotar imposibles. Metáfora inspiradora, sin duda.

Así, “derrotando imposibles” Benedetti le da sentido al epígrafe. Eso es lo que está ocurriendo, intentar vencer imposibilidades en un país saqueado y traicionado impune y cínicamente por los personeros panistas y priístas del poder político del Estado.

Los intentos son de muchos, pero insuficientes, pues del espectro demográfico de 110 millones de mexicanos --más unos 20 millones indocumentados/documentados en Estados Unidos-- sólo pocos en lo porcentual se adhieren a la inquisitoria benedettiana.

Sin embargo, esos intentos por derrotar imposibles antójanse posibles, e incluso adquieren visos de probables en la filosofía del anhelo social –es decir, colectivo— de aquellos mexicanos ahitos hasta el hartazgo de las zarpas de la opresión que nos ahoga.

Esa opresión tiene tantos rostros como cabezas –hidra multicéfala de babeantes y hediondas fauces, las de la corrupción, la simulación y el control social y la represión disuasiva-- pero afecta ya, incluso, a los oligarcas mismos que se exilian en hordas.

II

Se exilian esos oligarcas en EU, Canadá y España, países de cuyas trasnacionales son socios, operadores –cómplices-- en la rapiña sañuda, “legal”, del tesauro patrio de los mexicanos y apropiación inmoral de la riqueza que el trabajo de éstos crea.

Un intento de derrotar imposibles sería, dados sus móviles –desasirse del yugo de la opresión neoliberal— es la campaña ciudadana en pos de un millón de firmas de otros tantos mexicanos para exigir la renuncia de Felipe Calderón a su investidura espuria.

La fase de recolección de firmas de esa campaña crece. Firmar, para muchos de espíritu anestesiado, carácter medroso y conciencia subsumida, es mejor que salir a la calle a exigir derechos, erigir barricadas u organizarse para reivindicar garantías.

Otros ciudadanos –tal vez los más conscientes—dudan de la eficacia del propósito de la campaña de exigir, recogiendo firmas, la renuncia del señor Calderón. Éste, predeciblemente, no renunciaría y nadie, ni el Congreso, lo obligaría a ello.

Pero lo imposible pudiere trocarse en lo posible, lo cual es, obvio adviértese, un paso muy atrás de lo probable. Un millón de firmas sería, en el espectro de 78 millones de ciudadanos (as) empadronados (as), un porcentaje bajísimo, desolador.

Pero las revoluciones no las hacen todos los ciudadanos. Ni la mexicana ni la rusa ni la cubana ni la bolivariana –ésta última, apenas en fase incipiente pues no ha logrado modificar las relaciones de producción y las fuerzas productivas--, sino las vanguardias.

III

Y la campaña en pos del millón de firmas exigiendo la renuncia del desesperado náufrago Calderón --aferrado a la zatara desinflada del Ejército y la Armada-- es realizada por ciudadanos situados en la vanguardia de la conciencia social.

Pero la campaña, no obstante sus móviles patrióticos, pierde de vista --según el pensamiento de algunos de sus participantes-- la causa real, estructural, de la opresión que tiene a los pueblos de México atrapados en la injusticia, la desigualdad y la pobreza.

El causante de nuestra debacle no es el señor Calderón; tampoco lo fue su predecesor panista Vicente Fox, y priísta Ernesto Zedillo. Sus brevedades intelectuales –rayanas en la estulticia y la idiotez— aceleraron por consigna las causas reales del desastre.

Los causantes fueron los antecesores priístas Miguel de la Madrid y Carlos Salinas. Éstos implantaron por fiat, traicionando a México, un proyecto experimental de país aplicado con enseres del capitalismo imperial como el neoliberalismo y la globalización.

Así, crearon un régimen de la estructura antisocial de fuerzas productivas y relaciones de producción. Más que quitar al señor Calderón, hay que desmantelar esa estructura opresiva. Hacerlo sería verdaderamente revolucionario.

ffponte@gmail.com

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