19 enero 2010
“Haití… ranizada por siglos / de humillante explotación / del hombre por el hombre. / (…) / Haiti… rada en escombros./ Haiti… nieblas de amargura. / Haiti… ritan de miedo tus hijos”.
Eduardo Camacho.
Fragmento del poema “¡Haytí!”.
I
La tragedia de Haití ha sobrecogido nuestro ánimo. A los mexicanos nos remonta a la memoria colectiva del sismo del 19 de septiembre de 1985, fecha que, empero, no había nacido un grueso muy denso de la población de México.
Ese grueso ha contribuido a fijar nuestra edad promedio del total demográfico de México, que es, sábese, de 27 años. Ésta configuración proporcional nos indica que en la psique social el trauma de 1985 se difuminaría secuencialmente con el tiempo.
Pero ello nos confirmaría, de paso, que una cosa es la memoria colectiva –que ha sido reactivada por el terremoto en Haití— y otra muy distinta la psique social, aunque los entreveramientos y traslapes de ambas responden a la dialéctica de la causa y el efecto.
La memoria colectiva del mexicano tiene manifestaciones que, en el caso del trauma geológico y social que hace un cuarto de siglo nos sacudió con dramatismo, se traducen hoy en acciones preventivas, sobre todo en el Distrito Federal. Estamos preparados.
Las reacciones en México acerca de lo ocurrente en Haití, cercano por la geografía y avatares históricos y comunidad de vectores de dominación pues ambos países están situados en la órbita gravitacional del imperialismo económico estadunidense.
II
En 1985, el desastre geológico paralizó al poder político del Estado mexicano, dominado a la sazón por la vertiente más conservadora y, ergo, antisocial y traidora a México, de lo que objetivamente es discernido como “el sistema”.
Ese sistema produjo dirigentes artificiales –“legitimados”, diríase, por una práctica perversa de simulación electoral como expresión falsa de la vigencia de un contrato social inferido, pero no factual— que sólo respondían a los intereses sistémicos.
Así, tuvimos mandatarios que de laya pierrotesca –irrisoria-- algunos y de calaña banal otros, pero ineptos, corruptos y desalmados todos. Así, presidentes fueron, en los últimos cuatro sexenios y medio –27 años-- hombres impuestos por “el sistema”.
Al ocurrir el sismo, el Presidente de México era Miguel de la Madrid, impuesto por su predecesor, José López Portillo, quien, a su vez, había sido designado por su antecesor, Luis Echevcerría y éste, en su turno, por Gustavo Díaz Ordaz.
Desde entonces, ningúno de esos mandatarios sacados de la manga eran ni fueron líderes verdaderos. Eran sólo cuidadores de los intereses del sistema que, desde el señor De la Madrid a la fecha, se han mutado en intereses del imperialismo de EU.
III
Por ello, al ocurrir el sismo en 1985, el poder político –el gobierno-- del Estado mexicano colapsó como secuela de la parálisis, al igual que ocurre hoy en Haití. El gobierno de México existía, como existe el de Haití, pero mostrando su vera naturaleza.
Y esa naturaleza es que ni el gobierno mexicano de hace 25 años ni el gobierno de Haití de hoy representaban los verdaderos intereses de los pueblos, sino los de una élite dominante sobre una estructura social estructural y orgánicamente clasista.
La parálisis y el colapso del gobierno de Haití deja, sin duda, un vacío que, como en el caso mexicano en ese aciago 1985, no será llenado por el pueblo, sino por las mismas fuerzas dominantes de siempre, las de las élites económicas y políticas.
De la tragedia en México surgieron vertientes reivindicadoras; su impronta adviértase aun, pero dejaron intacto al “sistema”, cómplice, desde el delamadridismo, de abdicar rectorías del Estado a favor de la voraz oligarquía local y las trasnacionales rapiñadoras.
El beneficiario del colapso y vacío delamadridista fue Carlos Salinas, quien designó y luego se arrepintió al malogrado sucesor, Luis Donaldo Colosio, y tras el asesinato de éste, a Ernesto Zedillo. El resto es de risa macabra con Vicente Fox y Felipe Calderón.
ffponte@gmail.com
Eduardo Camacho.
Fragmento del poema “¡Haytí!”.
I
La tragedia de Haití ha sobrecogido nuestro ánimo. A los mexicanos nos remonta a la memoria colectiva del sismo del 19 de septiembre de 1985, fecha que, empero, no había nacido un grueso muy denso de la población de México.
Ese grueso ha contribuido a fijar nuestra edad promedio del total demográfico de México, que es, sábese, de 27 años. Ésta configuración proporcional nos indica que en la psique social el trauma de 1985 se difuminaría secuencialmente con el tiempo.
Pero ello nos confirmaría, de paso, que una cosa es la memoria colectiva –que ha sido reactivada por el terremoto en Haití— y otra muy distinta la psique social, aunque los entreveramientos y traslapes de ambas responden a la dialéctica de la causa y el efecto.
La memoria colectiva del mexicano tiene manifestaciones que, en el caso del trauma geológico y social que hace un cuarto de siglo nos sacudió con dramatismo, se traducen hoy en acciones preventivas, sobre todo en el Distrito Federal. Estamos preparados.
Las reacciones en México acerca de lo ocurrente en Haití, cercano por la geografía y avatares históricos y comunidad de vectores de dominación pues ambos países están situados en la órbita gravitacional del imperialismo económico estadunidense.
II
En 1985, el desastre geológico paralizó al poder político del Estado mexicano, dominado a la sazón por la vertiente más conservadora y, ergo, antisocial y traidora a México, de lo que objetivamente es discernido como “el sistema”.
Ese sistema produjo dirigentes artificiales –“legitimados”, diríase, por una práctica perversa de simulación electoral como expresión falsa de la vigencia de un contrato social inferido, pero no factual— que sólo respondían a los intereses sistémicos.
Así, tuvimos mandatarios que de laya pierrotesca –irrisoria-- algunos y de calaña banal otros, pero ineptos, corruptos y desalmados todos. Así, presidentes fueron, en los últimos cuatro sexenios y medio –27 años-- hombres impuestos por “el sistema”.
Al ocurrir el sismo, el Presidente de México era Miguel de la Madrid, impuesto por su predecesor, José López Portillo, quien, a su vez, había sido designado por su antecesor, Luis Echevcerría y éste, en su turno, por Gustavo Díaz Ordaz.
Desde entonces, ningúno de esos mandatarios sacados de la manga eran ni fueron líderes verdaderos. Eran sólo cuidadores de los intereses del sistema que, desde el señor De la Madrid a la fecha, se han mutado en intereses del imperialismo de EU.
III
Por ello, al ocurrir el sismo en 1985, el poder político –el gobierno-- del Estado mexicano colapsó como secuela de la parálisis, al igual que ocurre hoy en Haití. El gobierno de México existía, como existe el de Haití, pero mostrando su vera naturaleza.
Y esa naturaleza es que ni el gobierno mexicano de hace 25 años ni el gobierno de Haití de hoy representaban los verdaderos intereses de los pueblos, sino los de una élite dominante sobre una estructura social estructural y orgánicamente clasista.
La parálisis y el colapso del gobierno de Haití deja, sin duda, un vacío que, como en el caso mexicano en ese aciago 1985, no será llenado por el pueblo, sino por las mismas fuerzas dominantes de siempre, las de las élites económicas y políticas.
De la tragedia en México surgieron vertientes reivindicadoras; su impronta adviértase aun, pero dejaron intacto al “sistema”, cómplice, desde el delamadridismo, de abdicar rectorías del Estado a favor de la voraz oligarquía local y las trasnacionales rapiñadoras.
El beneficiario del colapso y vacío delamadridista fue Carlos Salinas, quien designó y luego se arrepintió al malogrado sucesor, Luis Donaldo Colosio, y tras el asesinato de éste, a Ernesto Zedillo. El resto es de risa macabra con Vicente Fox y Felipe Calderón.
ffponte@gmail.com
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