jueves, marzo 25, 2010

Columna Asimetrías. El Camino a Tlapa, Guerrero

Por Fausto Fernández Ponte



25 marzo 2010
“Para el 90 por ciento de los mexicanos, los políticos son despilfarradores; para el 86 por ciento, mentirosos; para el 83 por ciento, frívolos”.

Reforma (21/III/2010).

I

Los resultados de la encuesta consignada en el epígrafe de la entrega de hoy nos describen una consecuencia asaz dramática de la debacle devenida de la, al parecer, imparable descomposición del poder político del Estado mexicano.

Empero, como bien dice el académico Sergio Aguayo, no traducimos ese sentir acerca de los personeros del poder político en acciones concretas. “La mayoría nos conformamos con modificar los hábitos personales”, escribe.

Así, el hogar, dice don Sergio, “se convierte en trinchera y el (teléfono) celular en el medio para comunicarnos obsesivamente con los cercanos con quienes intercambiamos mensajes codificados”.

Vivimos, pues, secuestrados, confinados en una trampa que ya es, por sus manifestaciones, una cultura. En la cultura del miedo –si no es que del terror— las soluciones personales descritas por el señor Aguayo son, afirma, de corto alcance.

Cierto. “Cuando se agota esa solución personal se pasa a las reuniones con los vecinos de calle o de edificio”, describe. Pero las soluciones que se proponen en esas juntas son predecibles: contratar seguridad privada. Otras alternativas no son contempladas.

Algunas de esas alternativas posibles son políticas, en el sentido de que plantearían programáticamente la modificación de hábitos personales pero de naturaleza cívica y social, ajena a la táctica del atrincheramiento individual a piedra y lodo.

II

Pero esas alternativas políticas requieren un esfuerzo mayor, centralmente colectivo, que combine la modificación de hábitos personales y conductas sociales o colectivas organizadas para alterar el contexto del statu quo de peligrosidad que nos damnifica.

Y expresamos, eso sí, nuestro descontento anónimamente ante quienes nos preguntan acerca de los sentires y pareceres en torno al statu quo o los personeros del poder político causantes, parcialmente, de la triste situación que padecemos.

Y es que, dígase sin desviarnos del tema, que si bien los políticos son causantes de nuestra crisis –que ya no es tal, pues su naturaleza definitoria, la de ser efímera, es crónica--, también los ciudadanos tenemos insoslayable complicidad en ello.

Sin duda. La ciudadanía ha fomentado por omisión --y diríase sin tapujos que por por comisión también— la premeditada alevosía y ventaja de los personeros del poder político. Confiamos en ellos; nos defraudaron por nuestra credulidad y pereza cívica.

III

Credulidad política. Esa laxitud ciudadana se nutre de un individualismo egoísta que desestima –o ignora del todo— la energía colectiva, indispensable para impulsos modificadores organizados de un contexto desfavorable dado. Que lo hagan otros, no yo.

O que lo hagan otros por mí. Mientras tanto, me atrinchero. Ese individualismo –en realidad, egoísmo-- es causal y efecto y, a la vez, lo uno y lo otro. Es, pues, un círculo vicioso, por cerrado. No exigimos ni cuestionamos, excepto retóricamente. Y en susurro.

Sin embargo, contra ese telón de fondo contrastante de soluciones individuales frente a la debacle, en no pocas regiones del país adviértanse el diseño y aplicación de soluciones colectivas que, sin ser reivindicatorias, sí son esperanzadoras. Rebasan al poder político.

Caso en punto: en Tlapa, en las montañas del Estado de Guerrero, los vecinos actúan mediante estructuras sociales de organismos de derechos humanos y de derechos civiles locales monitorean al Ejército Mexicano y una veintena de cuerpos policíacos.

Los ciudadanos han informado a esos cuerpos de seguridad de su monitoreo --que es constante las 24 horas del día— y documentan las conductas de los personeros de soldados y policías, influyendo así en la modificación de sus quehaceres.

El monitoreo es pedagógico: hacerles ver a los militares y policías que su función y responsabilidad no es la de proteger a las autoridades o a los caciques u otros poderes fácticos, sino a los ciudadanos. Los resultados empiezan a ser alentadores.

Por supuesto, esa no es la solución al problema de fondo de la crisis de seguridad pública, pero es un ejemplo de cómo la ciudadanía recurre a una solución colectiva y no personal. El camino a Tlapa invita a transitarlo. Podríase construir uno en otras partes.


ffponte@gmail.com

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