09 abril 2010
“Estamos como estamos porque así queremos estar, y si así queremos estar, así merecemos estar”.
Joaquina Jara Junquera.
I
Por supuesto, caro leyente, que el epígrafe refleja un peligro insoslayable si discernido objetivamente bajo cualesquier disiciplinas de un aseptico rigorismo metodológico. Pero no nos referimos hoy a ese peligro, sino a otro más inmediato.
El peligro que se enuncia en el título de la entrega de hoy es el peligro que se infiere de lo que con su proverbial crudeza el secretario del despacho de la Defensa Nacional, el general Guillermo Galván, hizo participe a los diputados de la Comisión de Defensa:
Uno, que el Ejército (e inferidamente, la Armada) continuará en las calles, lejos de sus cuarteles, durante un período que abarcaría de cinco a diez años; es decir, más allá del sexenio de Felipe Calderón, su comandante supremo.
Dos, que los altos mandos militares –incluyendo al comandante supremo— tienen conciencia de la ilegalidad de su actuación en (a) el contexto de la guerra versus el narco y (b) la criminalización de la lucha social reivindicatoria y protesta colectiva.
Y tres, que para legalizar esas actividades inconstitucionales e ilegales es necesario que se elabore, apruebe y promulgue una “legislación emergente”. Legalizar a posteriori la permanencia del actual “estado de excepción”.
Fuere por omisión inconsciente o premeditada o por comisión aviesa, los personeros del poder político panista, priísta, perredista, etc., del Estado mexicano incurren en actuaciones, conductas y prácticas francamente opuestas al interés social.
II
Por interés social, cabría la precisión, nos referimos a todo aquello que deviene de la existencia misma de una sociedad o clase, estrato y/o grupo de ésta. A la sociedad suele describírsele también como “la gente” o pueblo o conjunto de pueblos, como aquí.
Por poder político del Estado se entiende a la suma de instituciones a las que, según la teoría del Estado, el pueblo le ha asignado bajo un amplio espectro de formas la tarea de velar por los intereses de éste, por encima incluso de los intereses creados de aquél.
Esas formas no siempre son, como en el caso de México, democráticas en el sentido filosófico y sociopolítico del concepto y la práctica democrática. La subrogación institucional permite que los militares sean también parte del poder político.
En México, éstos, según nuestra propia experiencia histórica, se han distanciado de la mística de sus orígenes, subordinando el interés societal general al reducidísimo interés castrense sometido, a su vez, por el interés político de una facción o poder fáctico.
Hoy, el poder militar –es decir, específicamente sus jefes y oficiales de mediana y alta jerarquía-- es un poder fáctico cuyo alcance e incluso su naturaleza coactiva y autoridad coercitiva, regido en la letra, por la Constitución, tiene fines políticos.
Es, pues, un poder real que se desempeña metaconstitucionalmente y, por lo mismo, bajo una flagrante ilegalidad (admitida ante los diputados por el señor Galván), pues a la luz de sus desempeños como fuerza coactiva/coercitiva, son facciosos.
III
Y, por facciosos, antisociales. Actúan a favor de los intereses de una facción política al servicio, plutocráticamente, de una oligarquía acerca de la cual el señor Galván ni su inmediato superior, Felipe Calderón, tienen la menor noción.
Ello nos describe un fenómeno recurrente en México desde los tiempos del presidencialismo civilista (circa 1946 a la fecha): el uso político de las Fuerzas Armadas para preservar intereses personales y/o de facciones del poder y no de la nación.
El peligro, si bien se nos materializa en el quehacer antisocial corriente de las Fuerzas Armadas, adquiere un rostro aun más siniestro si se toma nota fiel del aviso del señor Galván a los legisladores: seguir en las calles por una década más.
¿Qué significa ello? ¿Significa que el señor Calderón continuaría su trágico espuriato por diez años más? ¿O que los militares asumirían el poder político mediante un golpe de fuerza, propiciado o no, por don Felipe? ¿Es una amenaza de golpe militar?
Lo que sí es aconsejable es darnos por enterados de la delación del inconsciente del general; así, sobreavisados no habría engaño y quizá ello contribuya a catalizar nuestra conciencia acerca de lo que debemos hacer ciudadanamente.
Vivimos los mexicanos peligrosamente, y no sólo por el peligro que representan los “narcos”, sino por quienes quieren “salvarnos” de éstos perpetuándose en el poder so tal pretexto, para servir a intereses que bajo ninguna definición son los de México.
ffponte@gmail.com
Joaquina Jara Junquera.
I
Por supuesto, caro leyente, que el epígrafe refleja un peligro insoslayable si discernido objetivamente bajo cualesquier disiciplinas de un aseptico rigorismo metodológico. Pero no nos referimos hoy a ese peligro, sino a otro más inmediato.
El peligro que se enuncia en el título de la entrega de hoy es el peligro que se infiere de lo que con su proverbial crudeza el secretario del despacho de la Defensa Nacional, el general Guillermo Galván, hizo participe a los diputados de la Comisión de Defensa:
Uno, que el Ejército (e inferidamente, la Armada) continuará en las calles, lejos de sus cuarteles, durante un período que abarcaría de cinco a diez años; es decir, más allá del sexenio de Felipe Calderón, su comandante supremo.
Dos, que los altos mandos militares –incluyendo al comandante supremo— tienen conciencia de la ilegalidad de su actuación en (a) el contexto de la guerra versus el narco y (b) la criminalización de la lucha social reivindicatoria y protesta colectiva.
Y tres, que para legalizar esas actividades inconstitucionales e ilegales es necesario que se elabore, apruebe y promulgue una “legislación emergente”. Legalizar a posteriori la permanencia del actual “estado de excepción”.
Fuere por omisión inconsciente o premeditada o por comisión aviesa, los personeros del poder político panista, priísta, perredista, etc., del Estado mexicano incurren en actuaciones, conductas y prácticas francamente opuestas al interés social.
II
Por interés social, cabría la precisión, nos referimos a todo aquello que deviene de la existencia misma de una sociedad o clase, estrato y/o grupo de ésta. A la sociedad suele describírsele también como “la gente” o pueblo o conjunto de pueblos, como aquí.
Por poder político del Estado se entiende a la suma de instituciones a las que, según la teoría del Estado, el pueblo le ha asignado bajo un amplio espectro de formas la tarea de velar por los intereses de éste, por encima incluso de los intereses creados de aquél.
Esas formas no siempre son, como en el caso de México, democráticas en el sentido filosófico y sociopolítico del concepto y la práctica democrática. La subrogación institucional permite que los militares sean también parte del poder político.
En México, éstos, según nuestra propia experiencia histórica, se han distanciado de la mística de sus orígenes, subordinando el interés societal general al reducidísimo interés castrense sometido, a su vez, por el interés político de una facción o poder fáctico.
Hoy, el poder militar –es decir, específicamente sus jefes y oficiales de mediana y alta jerarquía-- es un poder fáctico cuyo alcance e incluso su naturaleza coactiva y autoridad coercitiva, regido en la letra, por la Constitución, tiene fines políticos.
Es, pues, un poder real que se desempeña metaconstitucionalmente y, por lo mismo, bajo una flagrante ilegalidad (admitida ante los diputados por el señor Galván), pues a la luz de sus desempeños como fuerza coactiva/coercitiva, son facciosos.
III
Y, por facciosos, antisociales. Actúan a favor de los intereses de una facción política al servicio, plutocráticamente, de una oligarquía acerca de la cual el señor Galván ni su inmediato superior, Felipe Calderón, tienen la menor noción.
Ello nos describe un fenómeno recurrente en México desde los tiempos del presidencialismo civilista (circa 1946 a la fecha): el uso político de las Fuerzas Armadas para preservar intereses personales y/o de facciones del poder y no de la nación.
El peligro, si bien se nos materializa en el quehacer antisocial corriente de las Fuerzas Armadas, adquiere un rostro aun más siniestro si se toma nota fiel del aviso del señor Galván a los legisladores: seguir en las calles por una década más.
¿Qué significa ello? ¿Significa que el señor Calderón continuaría su trágico espuriato por diez años más? ¿O que los militares asumirían el poder político mediante un golpe de fuerza, propiciado o no, por don Felipe? ¿Es una amenaza de golpe militar?
Lo que sí es aconsejable es darnos por enterados de la delación del inconsciente del general; así, sobreavisados no habría engaño y quizá ello contribuya a catalizar nuestra conciencia acerca de lo que debemos hacer ciudadanamente.
Vivimos los mexicanos peligrosamente, y no sólo por el peligro que representan los “narcos”, sino por quienes quieren “salvarnos” de éstos perpetuándose en el poder so tal pretexto, para servir a intereses que bajo ninguna definición son los de México.
ffponte@gmail.com
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