MÉXICO, D.F., 15 de abril (apro).- Probablemente en esta época, cuando las mujeres abarcamos todos los espacios públicos, no es ninguna sorpresa ser consideradas y participar. Los medios de comunicación de todas las facturas no tienen otro remedio que hablar de nosotras.
No tienen otro remedio que incluirnos, a veces, en los tremendos informes sobre las muertes evitables, como las que han caído entre fuegos. Además, es imposible ocultar por más tiempo a todas las buenas funcionarias de todos los niveles en la administración pública, y tampoco se pueden negar sus demandas ni dejar de hablar por las que están en la cárcel por sus ideas y por sus decisiones, como las que han interrumpido legalmente su embarazo.
A pesar de la factura patriarcal de los medios, las mujeres están en ellos en muy diversas responsabilidades, abriendo brecha y espacios. Como la humedad, nos hemos metido con nuestras voces, cada vez más y más. Hay un cambio imperceptible y duradero del que no nos hemos dado cuenta a cabalidad quienes damos a diario la batalla.
Jamás hubiera tenido el impacto que tuvo el caso de Ernestina Ascencio sin la voz de Carmen Aristegui, ni el sufrimiento y la sinrazón que pone en crisis a la maternidad tradicional sin el reportaje de Sanjuana Martínez, y probablemente no tuviéramos la investigación sobre los negocios de Pemex sin Ana Lilia Pérez, tampoco sabríamos de otros desvíos presupuestales sin la investigación de Sonia del Valle. Todas ellas, mujeres, ampliando las miradas y haciendo buen periodismo, compitiendo en “las grandes ligas” para hacer opinión pública.
Pudiera mencionar a muchas de mis contemporáneas expandiendo nuevos modos de hacer, con perspectiva distinta, incluyente, como lo hace Soledad Jarquín en Oaxaca, cuyo oficio, el periodístico, hoy la ha colocado como historiadora de las mujeres de aquella entidad.
Están también Dora Villalobos, que hace un programa de televisión y ahonda en la cuestión judicial, y la directora de Nosotras en Nuevo León, Juana María Nava, sin quitar el dedo del renglón. De los dolores inmensos, sacada de los surcos de la injusticia, está Ni más ni menos Mujeres, iniciativa multimedia de Candelaria Rodríguez y Susana Solís en Chiapas.
Tal vez por estas razones, Beatriz Pagés, una de las poquísimas directoras de un medio, con el que yo me eduqué políticamente, para premiar la equidad de género incluyó ahora la igualdad, tema de política pública tejido por las feministas de todos los tiempos.
La directora de la Revista Siempre!, de larga trayectoria, instituyó la Fundación José Pagés Llergo, que otorga el Premio Nacional de Periodismo con el nombre de su padre, reconoce este cambio en la sociedad y le pone un espacio que ojalá dure en el tiempo.
En las páginas de Siempre! José Pagés Llergo! --en tiempos en que no se evaluaba con profundidad la pluralidad periodística-- colocó las reflexiones de importantes pensadores y yo pude leer inmensas crónicas de la vida en el país, allá en los años 60.
Miguel Ángel Granados Chapa, un periodista sin tacha, maestro del buen periodismo, fue leído ahí por mí desde entonces. Hoy es presidente del Jurado premiador que me ha distinguido junto con periodistas cabales como Carmen Aristegui, Sanjuana Martínez y Ana Lilia Pérez, perseguidas por sus investigaciones periodísticas de gran calado.
Me siento halagada --en la plenitud de la vida, como nos dicen a quienes vivimos la tercera edad-- por esta distinción, sólo por haber insistido en que las mujeres, esas que estamos en todos los espacios públicos, merecemos un lugar en los medios de comunicación. Una tarea añeja y pertinaz sostenida en mi convicción de que este mundo no es posible si no estamos todas y todos, con nuestras ideas, nuestras hazañas y nuestras palabras.
Hoy sé, tras reportear, que en esa lucha librada durante varias décadas, tenemos aliadas y aliados para continuar en una nueva situación, donde ya es posible que se nos mire, con mayor o menor intención, simplemente porque es imposible no tomarnos en cuenta.
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