12 mayo 2010
“Dios de los chamulas, ¡ilumíname!”.
Felipe Calderón.
I
Que el Presidente de Facto de México Felipe Calderón vive en la oscuridad en el ejercicio de las potestades que su investidura conlleva no obstante su cierta espuriedad y carencia de representatividad es un hecho que antójasele obvio aun al más insensible.
La petición del mandatario es no sólo una metáfora antropológica y, por ello mismo, cultural, sino también sociológica y acusadamente filosófica, ideológica y política que se nos ofrece cual epítome fiel, sincrético, de nuestra tragedia nacional.
Y esa tragedia nacional es la de que nuestros hombres y mujeres de pro, dirigentes, no saben qué hacer ni lo que han estado haciendo y muéstrase cual prospectiva ominosa que no saben qué hacer pues no han sido iluminados por un bondadoso “fiat” del Cielo.
Pero el Cielo guarda silencio. El 2 de diciembre de 2012 don Felipe podrá decirle a los historiadores (los medios de difusión masiva lo ignorarán pues habrá dejado de ser su cliente principal) que no contó con la iluminación necesaria para ejercer el poder.
Pero los mexicanos ya hemos tenido iluminados en demasía: Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox (o su ubícua señora Marta) y ya vemos, sufrimos, lo que está ocurriendo: una debacle.
Pero es don Felipe el primero que públicamente --por inferida implicación, desde luego— demanda en musitación casi bisbiseada que la iluminación le llegue o, si acaso le llegue alguna vez aun regateada.
II
¿Chunga? ¡Quiá, nada de eso! Éste escribidor no incurre en chanza pitorreíca acerca de algo tan serio y trascendente como el que un mandatario mexicano pida humildemente, consternado, ser iluminado por alguno de los dioses chamulas.
Es obvio que don Felipe vive a oscuras de la realidad económica, política, social y hasta histórico-cultural –la idiosincrasia del mexicano— y que no se identifica con los dramas de los gobernados. Quizá por ello sus decisiones de “Estado” son antisociales.
Su oscuridad, aclárese, no se exhibe en su angustioso –si no es que desesperado— e implorante petición susurrada en la ancestral tierra de los chamulas en Chiapas hace unos días. No. Su oscuridad no tiene origen divino.
Empero, don Felipe, según obsérvase, parece atribuirle a los dioses la oscuridad en la que parece hallarse ante el cúmulo dramático e incluso espectacular de decisiones de “Estado” y de “gobierno” que tiene que tomar y que ha ido posponiendo.
Y si los manes –cualesquiera que sean y doquiera se hallen, incluido el de los chamulas que, dicho sea de paso, no es uno, sino muchos pues allí la responsabilidad es colectiva y su religión politeísta— le dieron oscuridad, pues culpa es de éstos.
Pero los dioses –entre ellos, las deidades chamulas-- parecen renuentes a “iluminar” a don Felipe, tal vez porque aun entre ellos existen vacíos de poder, oquedades de autoridad moral y cortedades de sus propios alcances éticos.
III
¿Moraleja? Los dioses, pues, fueren de los cristianos o de los musulmanes o de los judíos (en realidad es el mismo dios) o de las grandes religiones politeístas africanas, asiáticas e indígenas americanas como la chamula, se han ensañado con don Felipe.
Visto así –al través de los prismas de la religiosidad y la búsqueda de satisfactores espirituales— habría que inquirirse que pecado tan grande e imperdonable ha cometido éste devotísimo siervo de sí mismo y de los intereses que representa.
Vero, sí, ¿qué pecado tan grave ha cometido don Felipe que vive en la oscuridad de discernimiento y clama a los dioses, los de los chamulas incluidos, solicitando humildemente que lo iluminen? Pide ser iluminado, pero ¿y los yerros pasados?.
¿Es ello aceptación implícita de que don Felipe ha cometido pecados, como el de ser responsable de la muerte de casi 25 mil mexicanos en los últimos tres años y de sufrimiento de millones de sus conciudadanos confinados a mayor pobreza?
¿Es, acaso, una solicitud implícita de perdón divino por esas muertes de tantos seres humanos y las infelicidad de millones más de congéneres a lo largo y ancho de éste México torturado, literalmente, por el ejercicio oscurecido, no iluminado, del poder?
Antes que un dios lo perdone, don Felipe necesitaría el perdón de sus conciudadanos, no pocos de los cuales quieren revocarle un mandato que no le dieron. Abrevar en el pueblo ilumina a un gobernante; no hacerlo lo oscurece.
Ffponte@gmail.com
Felipe Calderón.
I
Que el Presidente de Facto de México Felipe Calderón vive en la oscuridad en el ejercicio de las potestades que su investidura conlleva no obstante su cierta espuriedad y carencia de representatividad es un hecho que antójasele obvio aun al más insensible.
La petición del mandatario es no sólo una metáfora antropológica y, por ello mismo, cultural, sino también sociológica y acusadamente filosófica, ideológica y política que se nos ofrece cual epítome fiel, sincrético, de nuestra tragedia nacional.
Y esa tragedia nacional es la de que nuestros hombres y mujeres de pro, dirigentes, no saben qué hacer ni lo que han estado haciendo y muéstrase cual prospectiva ominosa que no saben qué hacer pues no han sido iluminados por un bondadoso “fiat” del Cielo.
Pero el Cielo guarda silencio. El 2 de diciembre de 2012 don Felipe podrá decirle a los historiadores (los medios de difusión masiva lo ignorarán pues habrá dejado de ser su cliente principal) que no contó con la iluminación necesaria para ejercer el poder.
Pero los mexicanos ya hemos tenido iluminados en demasía: Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox (o su ubícua señora Marta) y ya vemos, sufrimos, lo que está ocurriendo: una debacle.
Pero es don Felipe el primero que públicamente --por inferida implicación, desde luego— demanda en musitación casi bisbiseada que la iluminación le llegue o, si acaso le llegue alguna vez aun regateada.
II
¿Chunga? ¡Quiá, nada de eso! Éste escribidor no incurre en chanza pitorreíca acerca de algo tan serio y trascendente como el que un mandatario mexicano pida humildemente, consternado, ser iluminado por alguno de los dioses chamulas.
Es obvio que don Felipe vive a oscuras de la realidad económica, política, social y hasta histórico-cultural –la idiosincrasia del mexicano— y que no se identifica con los dramas de los gobernados. Quizá por ello sus decisiones de “Estado” son antisociales.
Su oscuridad, aclárese, no se exhibe en su angustioso –si no es que desesperado— e implorante petición susurrada en la ancestral tierra de los chamulas en Chiapas hace unos días. No. Su oscuridad no tiene origen divino.
Empero, don Felipe, según obsérvase, parece atribuirle a los dioses la oscuridad en la que parece hallarse ante el cúmulo dramático e incluso espectacular de decisiones de “Estado” y de “gobierno” que tiene que tomar y que ha ido posponiendo.
Y si los manes –cualesquiera que sean y doquiera se hallen, incluido el de los chamulas que, dicho sea de paso, no es uno, sino muchos pues allí la responsabilidad es colectiva y su religión politeísta— le dieron oscuridad, pues culpa es de éstos.
Pero los dioses –entre ellos, las deidades chamulas-- parecen renuentes a “iluminar” a don Felipe, tal vez porque aun entre ellos existen vacíos de poder, oquedades de autoridad moral y cortedades de sus propios alcances éticos.
III
¿Moraleja? Los dioses, pues, fueren de los cristianos o de los musulmanes o de los judíos (en realidad es el mismo dios) o de las grandes religiones politeístas africanas, asiáticas e indígenas americanas como la chamula, se han ensañado con don Felipe.
Visto así –al través de los prismas de la religiosidad y la búsqueda de satisfactores espirituales— habría que inquirirse que pecado tan grande e imperdonable ha cometido éste devotísimo siervo de sí mismo y de los intereses que representa.
Vero, sí, ¿qué pecado tan grave ha cometido don Felipe que vive en la oscuridad de discernimiento y clama a los dioses, los de los chamulas incluidos, solicitando humildemente que lo iluminen? Pide ser iluminado, pero ¿y los yerros pasados?.
¿Es ello aceptación implícita de que don Felipe ha cometido pecados, como el de ser responsable de la muerte de casi 25 mil mexicanos en los últimos tres años y de sufrimiento de millones de sus conciudadanos confinados a mayor pobreza?
¿Es, acaso, una solicitud implícita de perdón divino por esas muertes de tantos seres humanos y las infelicidad de millones más de congéneres a lo largo y ancho de éste México torturado, literalmente, por el ejercicio oscurecido, no iluminado, del poder?
Antes que un dios lo perdone, don Felipe necesitaría el perdón de sus conciudadanos, no pocos de los cuales quieren revocarle un mandato que no le dieron. Abrevar en el pueblo ilumina a un gobernante; no hacerlo lo oscurece.
Ffponte@gmail.com
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