domingo, diciembre 19, 2010

Acapulco: la joya perdida

La joya ensangrentada

El último año ha sido devastador para Acapulco, joya del turismo mexicano: luego de la muerte de Arturo Beltrán Leyva, tres grupos criminales buscan el control de la ciudad y dispararon la violencia a niveles inconcebibles. La vida nocturna del puerto –básica para su viabilidad económica– prácticamente ya no existe y la población está aterrorizada por los macabros descubrimientos de cada día: cabezas cercenadas y despellejadas, cuerpos descuartizados, narcomensajes, tiroteos constantes y una nueva plaga: los sicarios adolescentes.

Narcoejecución a las afueras de Acapulco.

Gloria Leticia Díaz y Ezequiel Flores


ACAPULCO, GRO.- La violenta disputa de la plaza por parte de grupos del crimen organizado cambió el rostro de esta ciudad: su tradicional vida nocturna cedió el paso a las calles vacías; sus habitantes atraviesan episodios de psicosis colectiva y ya se ha generalizado la extorsión a negocios con el conocido pago del “derecho de piso”.

Entrevistado por Proceso el miércoles 15, el presidente municipal interino de Acapulco, José Luis Ávila, atribuye los crímenes a “rencillas entre grupos”; de las víctimas dice que “en 99% de los casos son gente desconocida” que no está vinculada al sector turístico, del que, puntualiza, “depende 75% de los ingresos estatales”.

Desde diciembre de 2009, tras la muerte de Arturo Beltrán Leyva, tres grupos se pelean por el puerto y las zonas que lo rodean, las cuales abarcan prácticamente toda la bahía de Acapulco, alguna vez considerada la joya del Pacífico mexicano.

Uno es el de Héctor Beltrán Leyva, El H, cabeza del cártel del Pacífico Sur; otro lo forman los restos del de Édgar Valdez Villarreal, La Barbie –detenido el 30 de agosto–, cuyo sucesor y suegro Carlos Montemayor, El Charro, El Compadre o El Norteño, fue capturado el 24 de noviembre; el tercero es una escisión de este último que se hace llamar “cártel Independiente de Acapulco”, integrado por operadores y sicarios guerrerenses.

Aún se recuerda el secuestro de 20 turistas michoacanos en el fraccionamiento Costa Azul, el pasado 30 de septiembre, y el posterior descubrimiento de los cadáveres de 18 de ellos en la comunidad de Tunzingo, el 3 de noviembre.

Hasta ahora no han sido castigados los presuntos responsables, entre ellos mandos policiales de este ayuntamiento presumiblemente ligados a La Barbie y El Charro y que son mencionados en videos recuperados por la Procuraduría General de la República.

Ahora en Acapulco no hay día en el que no aparezcan cadáveres con huellas de tortura. Las zonas suburbana y rural del municipio se han convertido en un tiradero de cadáveres. En dos de las siete agencias del Ministerio Público, Coloso y Renacimiento, sólo el mes pasado hubo 40 y 35 levantamientos de cuerpos, respectivamente.

Al acabar la segunda semana de diciembre ya eran más de 400 los asesinatos de este tipo en Acapulco (el año anterior se cerró con poco más de 300), revela a Proceso un funcionario de la Procuraduría General de Justicia (PGJ) de Guerrero que pidió el anonimato. “Hay casos que no se registran. Es frecuente que después de los enfrentamientos entre los grupos delincuenciales o entre éstos y la policía o el Ejército, aquéllos recojan a sus muertos para que no sean identificados”, detalla.

Psicosis

Los autores de este reportaje recorrieron Acapulco entre el lunes 13 y el viernes 17. El miedo y la paranoia de la gente se perciben fácilmente. Pese a ello abundan los testimonios de quienes han visto o padecido algún hecho violento. La población ha sido víctima de la psicosis generalizada producida por rumores de boca en boca o difundidos en las redes sociales o por correo electrónico.

El pasado 10 de noviembre, por ejemplo, padres de familia corrieron a las escuelas –desde primarias hasta prepas– para llevarse a sus hijos por el rumor de que habría atentados contra los estudiantes.

Los servicios de emergencia recibieron decenas de llamadas por “supuestas amenazas en contra de alumnos de diferentes niveles educativos” de Acapulco, dice la tarjeta informativa 2057 enviada por el secretario de Seguridad Pública de Guerrero, Heriberto Salinas Altés, al gobernador Zeferino Torreblanca el mismo día en que se esparció el rumor.

Correos electrónicos firmados por el cártel del Pacífico Sur pedían a la población no salir de sus casas los días 19, 20, 26 y 27 de noviembre porque, decían, Acapulco se convertiría “en escenario de guerra”.

“Vamos a llegar con todo nuestro poder y armamento les decimos de nuevo no salgan por favor, este ves si va enserio no queremos matas y mutilar a gente inocente” (sic), alertaba el mensaje también impreso en volantes y repartido en las calles.

Hubo un antecedente: el pasado 25 de octubre, hombres armados recorrieron las calles de la unidad habitacional El Coloso para pedir a los vecinos que se refugiaran en sus casas y a los comerciantes que cerraran sus negocios, porque iba a producirse un enfrentamiento.

Y ese aviso anticipó dos horas y media de persecuciones y disparos con saldo oficial de cuatro muertos, aunque vecinos de El Coloso aseguran que hubo muchos más caídos que fueron recogidos por los delincuentes.

Nuevas técnicas del horror

El miedo no es gratuito. Lo que ha visto la sociedad acapulqueña es estremecedor.

Apenas el lunes 13, el puerto amaneció conmocionado por una escena macabra: sobre un puente que conduce a Tunzingo fueron tiradas tres cabezas humanas sin piel ni cuero cabelludo; también estaban las manos de las víctimas a las que les amarraron cartulinas con narcomensajes dirigidos, entre otros, a “la suegra de La Barbie” y firmados por “mi APA”. Los restos de dos de las víctimas estaban amarrados de los pies y colgados bajo el mismo puente; uno más quedó en el lecho del río.

Ocho días antes habían localizado los restos de dos personas en el mismo lugar, mutiladas de la misma forma y con un mensaje dirigido a Carlos Montemayor.

Un criminalista de la PGJ, quien pidió mantener su nombre en reserva, cuenta que al perito que levantó los cuerpos y las cabezas desolladas le desconcertó no encontrar en los manuales y protocolos oficiales las palabras para describir el hallazgo.

Tras recordar que las primeras decapitaciones con intención de transmitir mensajes a grupos criminales ocurrieron en Acapulco en 2005, el especialista considera que “la violencia del crimen organizado ha evolucionado de una forma muy drástica y refleja que los ejecutores tienen una personalidad psicótica y sádica”.

“Los primeros ejecutados tenían signos de tortura: lesiones punzantes, quemaduras, golpes. Después los criminales empezaron a decapitar y a quemar con llantas; siguieron con las amputaciones de penes, luego aparecieron cuerpos cortados en pedazos; más tarde sólo eran cercenados miembros superiores e inferiores; cortaban dedos, luego la lengua y ahora la modalidad es quitar la piel del rostro de la víctima.”

Recuerda que cuando Arturo Beltrán controlaba la plaza, muchos de esos cuerpos mutilados o quemados aparecían acompañados de mensajes que hacían suponer que la víctima era un asaltante, violador o secuestrador:

“Favorecieron la disminución de delitos como el robo o la violación; de 10 peritajes diarios que teníamos que hacer para la investigación de algunos de esos delitos, pasamos a uno diario e incluso cero; a partir de diciembre del año pasado, cuando fue asesinado Beltrán, regresamos a los niveles de 10 peritajes diarios por esos delitos.”

Semana ajetreada

Del lunes 13 a la tarde del viernes 17 aparecieron ocho ejecutados en las afueras del puerto, mientras que los cuerpos ya descompuestos de tres personas –dos mujeres y un hombre– fueron exhumados de una fosa clandestina a 20 metros del camino que va al poblado de La Testaruda.

La mañana del miércoles 15, la Policía Municipal recibió reportes de que hombres armados con fusiles AK-47 que viajaban en ocho camionetas irrumpieron en las colonias Emiliano Zapata y Unidos por Guerrero. El saldo: un taller mecánico incendiado, dos casas baleadas, dos autos quemados y presuntamente cinco levantados.

La noche del jueves 16, de acuerdo con una tarjeta informativa de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), se recibió una llamada anónima a las 22:15 horas en la que se denunciaba que “sujetos fuertemente armados y cubiertos del rostro” sometieron a clientes y trabajadores del Canta Bar Secrets, en el bulevar Vicente Guerrero.

El documento de la SSP destaca que los encapuchados obligaron a la gente a tirarse al piso “amenazándola y apuntándole con armas de fuego” y después se llevaron a 11 trabajadores.

La psicosis de los acapulqueños fue alimentada además por versiones de balaceras en el centro de Acapulco.

Isaac, un taxista con 22 años en el oficio, asegura que esas versiones son diseminadas por gente de su gremio implicada con la maña (así llaman a los grupos de la delincuencia organizada).

“Quieren asustar a la gente para que no salga y obligarnos a los que no estamos con ellos a ponernos a su servicio. Te ofrecen 500 pesos diarios y un teléfono celular pero les pagas mil 800 al mes por el permiso de circular. A cambio les tienes que llamar cuando veas un operativo del Ejército o la Marina. Hace tres años más o menos eran 26 los compañeros que se fueron con la maña, ahora ya son 486. Los distingues porque ya no traen placas, nomás el número del taxi.”

Rodolfo, otro trabajador del volante, añade que además el crimen organizado cobra 20 pesos diarios a los taxis y 10 a los colectivos para dejarlos circular. El cobro del “derecho de piso” lo padecen también los vendedores ambulantes y hasta las prostitutas, a quienes les exigen entre 100 y 200 pesos diarios.

Los comerciantes y empresarios no se salvan. José Cedano, presidente del Colegio de Licenciados en Turismo, dice a Proceso:

“Desde hace un año se dan extorsiones telefónicas para pedir cuotas mensuales; yo he recibido amenazas, pero cuelgo el teléfono y ya. Según el sapo es la pedrada: amigos me han dicho que les piden 50 mil, 35 mil o 5 mil pesos. Conozco a 10 amigos pequeños empresarios que por las extorsiones tuvieron que irse de Acapulco.”

“Leyendas urbanas”… pero de sangre

El jueves 16 este semanario constató que a partir de las ocho de la noche la gente que transitaba por la zona costera y céntrica de Acapulco caminaba con prisa, desesperada por llegar a sus domicilios. Dos horas más tarde las calles, los restaurantes y los centros de entretenimiento estaban vacíos.

“La gente tiene miedo de que los paren los encapuchados”, confía un taxista que prefiere no dar su nombre. “Todo el día se ven, pero en la noche da más miedo. Los encapuchados andan en camionetas de lujo y con las armas de fuera; si tienes la mala suerte de que te paren, te sacan del vehículo, te hincan, te apuntan con sus armas y te preguntan quién eres y a dónde vas.

“Un compa taxista tuvo la mala suerte de pasarse el alto de la Vía Rápida a la Costera; aquéllos lo alcanzaron, lo bajaron a golpes y le gritaban ‘¿Tienes mucha prisa o qué?’ El amigo está en la casa, se le subió (bajó) el azúcar.”

Es frecuente escuchar testimonios como el anterior. Hay ciudadanos que han visto no sólo interrogatorios sino que a plena luz del día los encapuchados levantan a transeúntes o automovilistas.

Hay quienes afirman que policías municipales han presenciado esos abusos y no intervienen, como asegura un prestador de servicios turísticos que no quiso identificarse.

Un fin de semana de noviembre, sobre la Costera Miguel Alemán, frente a plaza Bahía, un par de Hummer impidieron el paso de una familia de turistas, un hombre de unos 50 años, su esposa y tres adolescentes.

“El señor y uno de los chamacos le mentaron la madre a los de las Hummer porque casi los atropellan cuando iban a atravesar la calle. De una de las camionetas se bajaron tres armados, dos encañonaron a la señora y a los muchachos, y otro golpeó con la cacha de la pistola al señor; lo hincó y le puso la pistola en la cabeza y le gritaba ‘¿Te quieres morir? ¿No que muy cabrón?’ Otros turistas que andaban por ahí le gritaban y hacían señas a una patrulla que estaba estacionada afuera de plaza Bahía, pero los policías hicieron como que no veían nada y se fueron.”

Para saber cómo actúan los policías basta describir los hechos posteriores a un enfrentamiento entre criminales el pasado 16 de octubre, reconstruidos por varios testigos.

Tras el combate, poco antes de las cuatro de la tarde en el libramiento Paso Texca, quedaron cuatro cadáveres, dos en una camioneta y los otros tirados en el asfalto. Uno de ellos estaba encapuchado y tenía un fusil AR-15. Llegaron dos policías federales, cuatro estatales y 18 municipales. También acudieron periodistas y algunos curiosos.

Simultáneamente arribaron tres Hummer a las que les abría paso un taxi del que bajó un hombre de unos 30 años, robusto y armado. Sin voltear a ver a nadie le quitó la capucha al cadáver, le tomó una foto con el celular y se llevó el arma.

“Cuando agarró el arma la metió al taxi y en eso los policías federales reaccionaron y le gritaron que no se la llevara; se la quitaron; el tipo sacó un pistolón, encañonó al policía y de una de las Hummer se bajó otro chavo que traía un cuerno de chivo.

“Los que andábamos por ahí y los municipales corrimos, nomás se quedaron los cuatro estatales y el federal; todos sacaron sus armas. De repente el primer sicario empezó a hablar en clave con los federales, les decía a gritos quiénes eran sus jefes. Los dejaron ir.”

A algunos como Viridiana, una joven veinteañera, y a Jesús, un automovilista, que se han topado con caravanas de sicarios lo que les ha sorprendido es la edad de algunos de ellos.

El 10 de diciembre, Viridiana y su mamá circulaban por una calle del puerto y a plena luz del día vieron cómo jóvenes menores de edad con cuernos de chivo tenían hincados a otros dos adolescentes a los que les apuntaban. La mamá de la muchacha aceleró y por el retrovisor vieron cómo los adolescentes eran levantados.

Jesús circulaba la noche de un viernes y se encontró con una caravana de ocho camionetas de lujo por cuyas ventanillas asomaban los cañones de los fusiles. Uno de los vehículos se le emparejó.

“Bajaron el vidrio y que veo a un chavo de unos 18 años que me saludó con la mirada. Al otro día me acordé que fue mi compañero en una clínica de Alcohólicos Anónimos; ya entonces me decían que era sicario y yo no lo creía, pensaba que era un chamaco pendejo. Salió de la clínica el chavo y no lo volví a ver hasta esa noche.”

Personal de la PGJ reconoce que a partir de octubre de este año la mayoría de los cadáveres tirados en las calles después de los enfrentamientos son de jóvenes de entre 14 y 18 años.

“Hay indicios de que en Acapulco está operando un grupo de entre siete y ocho menores de edad a los que se identifica como sicarios. No sabemos si son ellos los responsables de las últimas decapitaciones que tanto han impactado, pero por lo menos coincide su aparición con esas situaciones.”

El funcionario de la PGJ lamenta no poder ubicar a qué cártel sirven esos jóvenes: “Desgraciadamente en la procuraduría no podemos hacer mucho, porque si te esfuerzas por investigar un caso, cuando se lo presentas a los jefes, éstos van y lo archivan”.

El alcalde Ávila niega saber de caravanas de gente armada que patrulla las calles de Acapulco, que agreden a la población y mucho menos dice tener quejas de que policías municipales no atiendan a la población agredida. “Sin desmentir a nadie, eso son leyendas urbanas”.

Tras sostener que los niveles de ocupación hotelera los fines de semana están a 70% u 80%, asegura que el puerto se mantiene vigente como centro turístico y que lo único que puede dañar su imagen son “las notas periodísticas”.

José Cedano, director también de la Asociación de Promotores de Clubes Vacacionales del Estado de Guerrero (Asproclub), difiere: “Los niveles de ocupación altos se dan sólo cuando se organizan eventos culturales o turísticos, como los festivales de la Nao o de Cine Francés; pero cuando no ocurre eso el promedio es de 40%”.

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