MÉXICO, D.F., 8 de febrero.- La rebelión popular que se ha desatado en el norte de África representa uno de los cambios más inesperados en el mapa político del mundo. Sus orígenes, la manera en que se ha desarrollado y sus consecuencias para la seguridad internacional, no sólo de aquella parte del mundo sino de todo el planeta, son indudablemente importantes pero todavía inciertos. Sólo se puede adelantar que obligan a pensar sobre las fuerzas que mueven al siglo XXI, los peligros y posibilidades del orden internacional del futuro y las lecciones que se pueden derivar para nuestra realidad más inmediata.
Egipto es el caso más interesante por su peso económico, densidad demográfica, dimensiones y, sobre todo, relevancia para el mantenimiento de la frágil estabilidad que hoy impera en el Medio Oriente. La rapidez con que se extendió allí la revuelta popular, la dificultad para identificar quiénes son o llegarán a ser sus principales portavoces, y la resistencia del presidente Mubarak a dejar el poder –esto último condición sine qua non para que se inicie el cambio de régimen político– no permiten todavía definir las fuerzas principales que orientarán dicho cambio. Es posible, sin embargo, hacer referencia a los elementos centrales que no se pueden perder de vista. ¿Cuáles son las claves que ayudan a entender el Egipto del futuro?
La primera clave se refiere al papel de la religión. La inquietud que domina entre los observadores occidentales de la Unión Europea o Estados Unidos es el temor a la influencia del islamismo, en particular sus sectores radicales, en un gobierno que, hasta ahora, se había distinguido por su carácter laico.
Las opiniones difieren según los medios de comunicación, los analistas y los prejuicios que alberguen unos y otros. Lo cierto es que, a pesar de los temores, nadie puede afirmar que la revuelta popular ha sido conducida mayoritariamente por organizaciones islámicas. Son otros motivos: el hartazgo con la corrupción de los dirigentes, la falta de oportunidades para la juventud, las nuevas formas de comunicación –como Twitter y Facebook, así como los valores y actitudes que éstas promueven–, los que desencadenaron las movilizaciones. Esto no significa que en el camino no se organicen y posicionen mejor para el acceso al poder movimientos religiosos, como el de la Hermandad Islámica, que hasta ahora han mantenido una posición muy prudente.
La segunda clave tiene que ver con el papel del ejército, pieza fundamental de la vida política egipcia, cuyo comportamiento, de un alto profesionalismo, ha sorprendido al mundo. Su posición expresada en la frase “no dispararemos contra el pueblo” ha sido definitiva para mantener viva la movilización popular. Obliga, por lo tanto, a reflexionar sobre la naturaleza de un ejército fuertemente vinculado a la ayuda de Estados Unidos.
Las fuerzas armadas de Egipto son las más bien entrenadas y equipadas del Medio Oriente (con excepción de las de Israel, con las que aquéllas mantienen, sin embargo, paridad en términos de tanques y otros armamentos). La ayuda de Estados Unidos es el factor definitivo para entender la conformación de ese ejército. Se ha mantenido en el orden de los mil 500 millones de dólares anuales y se ha expresado, también, mediante el entrenamiento de numerosos oficiales egipcios en Estados Unidos. Desde la perspectiva estadunidense, es importante que el armamento proporcionado al ejército no vaya a ser usado para reprimir al pueblo. Así lo han manifestado diversos legisladores y miembros del Pentágono (Washington Post, 29/01/2011); consideran que el efecto sería esencialmente negativo para la relación con el mundo árabe en general.
El poder de las fuerzas armadas egipcias es un factor sobre el que descansa el acuerdo de paz con Israel. Las relaciones con este país son la tercera clave para entender los escenarios posibles para Egipto en los próximos años. Una de las preguntas abiertas se refiere a las condiciones para que se mantenga la ayuda militar de Estados Unidos, tomando en cuenta que ésta se pondría en duda si se ponen en peligro los términos de dicho acuerdo. Así, no se puede imaginar el futuro político de Egipto sin colocar al ejército, y, a su vez, no se puede colocar esa pieza en el tablero sin mantener, o alterar, la relación con Estados Unidos y con Israel.
La cuarta clave es, entonces, la relación con Estados Unidos. Ésta ha tomado un nuevo rumbo desde que Obama apareció en televisión el martes 1 de febrero anunciando que había pedido a Mubarak “una transición ordenada, significativa, pacífica y que debe empezar de inmediato”. Su declaración habla, sin duda, de la determinación de apoyar el cambio en Egipto; sin embargo, no fue lo suficientemente enérgica al no hacer referencia a la salida inmediata de Mubarak, como lo exigen millones de manifestantes en las calles. Las divergencias entre el sentir popular y la posición de Estados Unidos están, por lo tanto, presentes.
Mientras, el tiempo corre con efectos contradictorios. De una parte, agravando los riesgos de enfrentamientos violentos, los cuales ya han comenzado al momento de terminar este artículo; de la otra, permitiendo una primera fase de organización en los movimientos de oposición al crearse, por ejemplo, un Comité de Sabios que se ha convertido en el interlocutor para dialogar sobre los múltiples puntos que requieren de negociaciones y definiciones más claras.
Organizar las instituciones del Egipto del futuro será una tarea muy compleja, cuya comprensión escapa por muchas razones al mundo occidental, donde estamos acostumbrados a ver a los países árabes bajo la óptica del terrorismo y los comportamientos fanáticos que nos han transmitido los medios de comunicación. Existen, sin embargo, ciertos elementos clave, a los que hemos hecho alusión, cuyo seguimiento puede ayudarnos a entender la etapa fascinante de transformación que se ha iniciado en el norte de África.
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