Agente de la Policía Federal en tareas de vigilancia en un retén en la  ciudad de MonterreyFotoReuters
Este material informativo fue proporcionado a La Jornada por  Sunshine Press Productions, que preside Julian Assange, portavoz y  fundador de Wikileaks, y abarca cables fechados desde 1989  hasta 2010. 24 de ellos están clasificados como secretos
; 461 se  consideran confidenciales
; 870 son clasificados
 y mil 588  han sido desclasificados
. Es razonable suponer que se trata de un  segmento de algo más amplio; así lo deja ver la disparidad numérica por  años de emisión (un solo cable de 1989, 38 de 2005 y mil 206 de 2009,  por ejemplo) y las referencias a documentos que no están en el conjunto.  El material recibido consiste, en su gran mayoría, de reportes sobre  pláticas con personalidades políticas, administrativas, mediáticas,  policiales y militares, informes de reuniones, análisis regionales o  temáticos de distinto calado y extensión, apuntes sobre pequeñas  gestiones o bien simples reseñas insípidas de los medios nacionales. Lo  que los documentos revelan, en forma aislada o leídos en conjunto, es lo  siguiente:
Clase política de informantes
Existe una casi absoluta disposición de políticos, legisladores y funcionarios mexicanos para informar extensamente a los diplomáticos del gobierno estadunidense, así como una generalizada obsecuencia para con sus interlocutores de esa nacionalidad; resulta un tanto sorprendente que ninguno de los cables consigne, por parte de los informantes mexicanos, una sola crítica hacia Estados Unidos, prácticamente ningún reclamo y ni una sola expresión de hostilidad. En varios casos, los connacionales citados comparten con sus interlocutores extranjeros la preocupación por eventuales reacciones adversas de la opinión pública local hacia el gobierno del país vecino, y se esfuerzan por presentarse como socios confiables. En ocasiones, y con tono de disculpa, advierten de antemano a sus entrevistadores que tendrán que formular, en público, alguna divergencia con respecto a Washington, a fin de no parecer demasiado proestadunidenses ante la sociedad.
En no pocos de los cables se consigna la sorpresa de los autores por la inesperada expresividad y el espíritu de colaboración de sus entrevistados, quienes por lo general responden a cuanta pregunta se les haga, pero no formulan ninguna. La masa de documentos proporcionados a este diario por Sunshine Press Productions no incluye comunicaciones relativas al espionaje propiamente dicho, pero queda claro que la locuacidad de políticos, funcionarios y comunicadores mexicanos casi podría ahorrarles el trabajo a los espías procedentes de la otra orilla del río Bravo.
De la lectura del material se desprende que en México, por lo que toca a la clase política, el tan citado sentimiento antiestadunidense es un mito urbano. Hace medio siglo, las izquierdas, el centro y hasta las derechas convergían en una animadversión variopinta hacia Estados Unidos que se originaba, respectivamente, en el antimperialismo, en el nacionalismo revolucionario y en el rechazo católico y castizo al protestantismo anglosajón. Bajo esas expresiones ideológicas subyacía una constante incuestionable de la realidad: a lo largo de la historia de México como nación independiente, las más graves y abundantes amenazas a su seguridad, integridad y soberanía han provenido del vecino del norte.
A lo que puede verse, la era del Tratado de Libre Comercio ha  producido en México una casta dominante que, o bien se quedó sin memoria  histórica, o bien perdió el sentido de pertenencia a su propio país.  Los entrevistados hablan mal unos de otros; los funcionarios estatales y  municipales acuden directamente a los representantes de Washington para  pedir ayuda ante la inseguridad y el acoso de la delincuencia, y se  brincan olímpicamente a la Federación; los empleados federales se quejan  de los estatales y municipales; en el curso de los contactos, cada cual  vela por sus propios intereses –nadie invoca la defensa o la promoción  del interés nacional– y la vista de conjunto podría describirse con la  expresión cada quien para su santo
.
El proconsulado, al desnudo
En contraste, los representantes diplomáticos  estadunidenses operan, casi invariablemente, con un sentido de Estado y  con una cohesión que sólo se rompe en lo estilístico. Una expresión  recurrente: en beneficio de nuestros intereses
. Más allá de eso,  el material informativo pone de manifiesto la insaciable curiosidad de  los personeros de Washington, su avidez –casi podría decirse: su morbo–  por conocer a detalle los asuntos mexicanos, y su obsesión por armar  visiones de conjunto de los temas de nuestro país. Paradójicamente, el  rigor empeñado en la recopilación de información no necesariamente se  traduce en agudeza de entendimiento: con frecuencia, los diplomáticos  dejan de ver el bosque por observar los árboles. Dan por sentado que los  fenómenos delictivos se corregirán mediante acciones meramente  policiales y militares; se empeñan en hurgar en el desempeño en materia  de derechos humanos de miles de policías, militares y funcionarios,  aunque olvidan averiguar sus antecedentes penales; en primera intención,  suelen observar a sus interlocutores con distancia y escepticismo, pero  acaban por creer lo que éstos les platican y, con una inocencia casi  conmovedora, informan a Washington que los problemas están en vías de  solución gracias al programa fulano, que hay voluntad política para  enfrentar los obstáculos y terminan, de esa forma, por convertirse en  creyentes casi únicos de un credo dudoso: el discurso oficial.
Otra inconsecuencia notable es el prurito de los diplomáticos del  norte por mostrarse neutrales
 en materia de política partidista  mientras que, al mismo tiempo, exhiben una insistencia monolítica en  promover, en lo económico, las reformas
 que preconiza la doctrina  neoliberal. De los documentos se infiere que sus redactores realmente  creen que el Consenso de Washington es consenso, y no alcanzan a ver que  las tomas de posición en favor o en contra del neoliberalismo se  traducen en programas partidistas; en consecuencia, ellos, los  diplomáticos, se convierten en instrumentos de una flagrante  intervención de su gobierno en asuntos políticos de México.
A la embajada de Estados Unidos en México, es decir, a la representación del Departamento de Estado, no parece importarle que el poder público se tiña de azul, de tricolor o de amarillo, siempre y cuando la autoridad resultante se conduzca con apego a las tendencias privatizadoras, desreguladoras y depredadoras vigentes en forma declarada desde 1988. En ese punto, la injerencia es descarnada y abierta, y los funcionarios estadunidenses actúan como procónsules y, en no pocas situaciones, como gestores de los intereses empresariales de su país en un territorio intervenido desde hace lustros, no mediante el despliegue de fuerzas militares, sino por medio de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
En los días que corren, la intervención extranjera resulta  particularmente inocultable en materia de seguridad y de combate a la  delincuencia y al tráfico de drogas. En este terreno, los estadunidenses  no se cuidan de guardar las formas y se revelan, una y otra vez, como  los verdaderos conductores de la guerra
 contra la criminalidad  organizada. Esa guerra
 es el más reciente conducto para la  injerencia y el creciente control de Estados Unidos sobre México. Muy  anterior a ella es el sometimiento voluntario a Washington por parte de  políticos representantes populares, funcionarios, mandos policiales y  castrenses, así como de algunos comentaristas y directivos de medios.  Eso se ha dicho muchas veces y en muchos tonos, y se ha evidenciado, una  vez más, en las declaraciones formuladas el lunes por el subsecretario  de la Defensa del país vecino, Joseph Westphal, y complementadas el  martes por la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, sobre  perspectivas de ocupación militar masiva. Los casi tres mil cables  diplomáticos que Sunshine Press Productions facilitó a La Jornada  permiten corroborar que la intervención política y económica se  adelantó, por mucho, a tales escenarios.




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