José Steinsleger
Hugo Chávez libra una batalla más contra la señora que en tantas ocasiones supo desairar, y los pueblos rezan por la recuperación de su salud. Simultáneamente, la barbarie liberal elucubra, conspira, hace cuentas y, tal como cuadra a la ética y moral de su especie, lanza vivas al cáncer.
En la vigilia, rebobinamos el casette y lo detenemos en el histórico 4 de febrero de 1992, fecha en que el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200) en armas emplazó al régimen corrupto de Carlos Andrés Pérez (CAP), presidente de Venezuela.
Liderado por el entonces teniente coronel Hugo Chávez, el golpe fracasó. Nueve meses después, otro alzamiento corrió suerte similar. Sin embargo, el combativo pueblo venezolano prestó atención a las demandas rebeldes. Sus propias demandas.
En tanto, las izquierdas andaban más perdidas que el cosmonauta Serguei Krikaliov. Con 312 días en órbita (el doble de los seis meses originalmente previstos), a Krikaliov poco le importaba si la ONU había consagrado a 1992 como Año Internacional del Espacio.
A gritos, Krikaliov pedía que lo rescataran de la estación Mir. Pero cuando finalmente lo bajaron a tierra, Kazajstán era ya un país soberano vecino de Rusia, la Unión Soviética cosa del pasado, y el periódico Pravda (La Verdad) había vendido en marzo el último ejemplar.
Igualmente perdidas, las derechas celebraban el inicio de la reconquista, ajustando su espíritu neocolonial a los vagos anhelos de la primera Cumbre Iberoamericana de Presidentes (Guadalajara, 1991). Los gobernantes expresaban larga vida a la estabilidad, la paz y la seguridad de la comunidad latinoamericana, con base en la democracia, el “respeto a las libertades fundamentales y los derechos humanos.
En sintonía, el argentino Carlos Menem decretaba que un peso era igual a un dólar, el peruano Alberto Fujimori disolvía el Congreso, y el mexicano Carlos Salinas de Gortari anunciaba la firma inminente del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá.
Con guiños del chulo andaluz Felipe González, los fondos buitres de las corporaciones españolas se frotaban las manos, mientras Juan Carlos I, rey de todas las Españas, repartía a discreción invitaciones para la Exposición Mundial de Sevilla (abril 1992), y los Juegos Olímpicos de Barcelona (julio).
No obstante, el año del quinto Centenario del descubrimiento funcionaba mal. De un lado, la Academia Sueca se curaba en salud premiando con el Nobel de la Paz a la indígena guatemalteca Rigoberta Menchú. Y por el otro, en San Cristóbal de las Casas, los indígenas chiapanecos destruían a martillazos la estatua del conquistador Diego de Mazariegos.
Otro premio Nobel, esta vez de Economía, resultó el estadunidense Gary Becker, discípulo de Milton Friedman y el economista austriaco Friedrick Hayek (fallecido en 1992). Racionalista a ultranza, Becker planteó que la familia, por ejemplo, sería una fábrica de bienes domésticos (comida, alojamiento). Si la renta de la familia aumenta, resulta antieconómico mantener a uno de sus miembros trabajando en la casa.
Becker causó admiración con su propuesta de vender el derecho a inmigrar “… subastando cierta cantidad de visas o permisos de trabajo”. O sea que los migrantes paguen por tener acceso al mercado de trabajo. ¿Quién se atrevía entonces a pedir explicaciones a Carlos Andrés Pérez por la sangrienta represión del caracazo (enero 1989), ejecutada luego que el ministro de Industria y Comercio Moisés Naim impusiera el paquete de medidas de ajuste del FMI, a un costo de un millar de muertos?
Recordemos al personaje. Ex director de la revista Foreign Policy, accionista y columnista estrella del hoy en quiebra diario El País de Madrid, Moisés Naim es autor del libelo (posiblemente autobiográfico) titulado Ilícito: cómo traficantes, contrabandistas y piratas están cambiando al mundo (Debate 2006). Y hace unos meses, en una revista mexicana que se especializa en el sano debate, Naim explicó la disfuncionalidad de Venezuela (Letras Libres, septiembre 2012).
Chávez permaneció en prisión dos años, escribiendo y concediendo entrevistas con palabras y conceptos que, con excepción del pueblo llano, pocos entendían o estaban dispuestos a retomar: patria, antimperialismo, nación, socialismo, independencia, lucha de clases, América Latina, bolivarismo…
Liberales pro yanquis y marxistas de importación se mofaban: demagogia, populismo, caudillismo, nacionalismo bonapartismo… Pero, como diría el comandante, Dios es grande. En mayo de 1993, el Congreso destituyó a Pérez por malversación de fondos públicos, y en marzo de 1994 Chávez fue indultado por el presidente democristiano Rafael Caldera.
1992 fue también el año en que la primera Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro) declaró oficialmente enfermo al planeta. El libro que Chávez escribió en prisión se titula Cómo salir del laberinto y, en parte, toca el asunto de fondo. Porque a la postre, no se trata de salvarnos de la muerte, sino de las enfermedades del capitalismo, mientras vivimos.
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