El sicario mató a su primera víctima a los 17 años.
Foto: Tomada de Youtube
Foto: Tomada de Youtube
MÉXICO, D.F. (apro).- “Yo fui sicario. Cuando tenía diez años vi como unos hombres mataron a mi padre y a mi madrastra. A mi papá lo apuñalaron, lo quemaron. La mitad del cuerpo lo tasajearon y la otra la quemaron y le mocharon la mitad de la cabeza. A mi madrastra la quemaron por completo en su cocina; a los dos juntos pero con mi papá se ensañaron más.”
Bryan brindó su relato a mitad del desierto; entre dunas y basura de plástico que el viento llevó hasta allá. Accedió a hablar con Hoan Nguyen Manh y Maria Verza, realizadores del documental titulado Mataron a mi papá, que originalmente fue concebido para una televisora cultural franco- alemana.
En la arena, lejos de todo y todos, el exsicario abrió su corazón y confianza a Verza y Nguyen Manh. Con su acento norteño y sus chés largas y suaves, les dijo:
“Yo me dije, me voy a vengar. Yo ya no buscaba quién me la hiciera sino quién me la pagara. Mi infancia estuvo llena de odio. Empecé a ser muy violento con todos y que nadie me volteara a ver; quería expresar mi dolor. Fui muy violento con todos. A los 17 años fue cuando maté por primera vez. No trato de pensar en esa primera vez porque uno se hunde. Trato de recordar por el por qué lo hice y me deprimo. Luego llegaron las malas amistades que me decían, `bueno si ya lo hiciste, pues jálale pa’ acá´. No lo hacía por el dinero, pues trabajaba y no me interesaba ni el dinero ni lo económico A veces me importaba más el poder, el que me conociera la gente, que me tuviera miedo por matón.”
Redención
Los cineastas buscaban testimonios de huérfanos de la guerra contra las drogas que inició el gobierno de Felipe Calderón. Encontraron que los sobrevivientes tienen heridas más profundas que las provocadas por las balas.
Actualmente Bryan (nombre ficticio) participa en la Organización No Gubernamental Sembradores de Paz. Cuando vio morir a su hijo, la sacudida fue tan grande que dejó todo atrás para redimirse y redimir a otros. Hoy trabaja con jóvenes para alejarlos de la violencia y del crimen organizado. Bryan tienen mucho que contar y es una persona ideal para advertir a los muchachos del peligro que corren y de lo que significa convertirse en, según sus palabras, “escoria social”.
Con el rostro difuminado para que la entrevista sea totalmente anónima, Bryan contó:
“No bebía, no me drogaba para estar en mis cinco sentidos, totalmente consciente de lo que hacía. Yo quería experimentar plenamente las emociones de disparar un arma, de quitarle la vida a alguien. Me importaba mucho que la gente me tuviera miedo, que supiera de lo que soy capaz. Yo vivía para matar. Aquí el que no mata, no vive a gusto; estamos en una zona sin ley, aquí cada quién hace con la ley lo que quiere. No mataba por dinero, no lo necesitaba, tenía mi trabajo.
“Así pasaron los años hasta que me mataron a un hijo. Miré a mi esposa embarazada y me dije: esto no puede seguir así. De pronto dejé todo ese mundo. Si yo hubiera tenido la ayuda psicológica yo creo que no hubiera pasado nada en mi vida”
Nguyen Manh, camarógrafo y editor del documental es canadiense. De niño fue testigo del asesinato de su padre durante un asalto. Esa experiencia se trasluce en su trabajo: un documental conmovedor que lanza un mensaje: no hay que descuidar a los sobrevivientes de la violencia y menos si éstos son niños.
El documental también muestra el trabajo de la Organización Popular Independiente (OPI), compuesta en su totalidad por adolescentes y jóvenes cuya misión es que los niños de Ciudad Juárez vuelvan a jugar y que el miedo no los encierre frente a la televisión; que no se olviden de jugar; es más, que tengan una infancia a pensar del ambiente de guerra de su ciudad.
Esos muchachos voluntarios de la OPI son constantemente agredidos por la policía. Los tratan como si fueran delincuentes, les arrebatan con violencia sus herramientas de trabajo. A pesar de todo la OPI sigue adelante. Uno de los voluntarios dijo ante la cámara: “Los jóvenes no somos el problema, sino la solución”.
Mataron a mi papá muestra lo necesario que es darle terapias a los huérfanos, a las víctimas de la violencia, para que no se conviertan en sicarios, para que no busquen venganza, para que no caigan en depresiones y sean suicidas potenciales.
Lupita, una niña de diez años, narró a Maria Versa y a Nguyen Manh:
“Un hombre joven se acercó y le disparó a mi papá. Estábamos comiendo y cuando abrió la puerta lo mataron. Yo vi todo. Luego le abrió la boca y le volvió a disparar. Yo vi al asesino a los ojos; él me vio a mí. Todas las noches tengo miedo. Le digo a mi mamá que cierre bien la puerta, que ese hombre va a venir por mí, que me va a matar”.
Lupita dice que cuando crezca va a buscar al asesino de su padre para matarlo. “Tengo mucho coraje. Cuando me entra la tristeza lloro y le pregunto a mi papá porqué no me llevó, por qué no me morí con él”, expresa.
Mientras Lupita reza al pie de un altar de muertos, su madre cuenta angustiada: “Mi hija me dice: ‘Mamá, odio a esos malditos por lo que le hicieron eso a mi papá. Yo los odio; ojalá y se mueran también ellos’. Y yo veía mi niña de diez años ya diciendo eso”.
Prosigue: “Lo primero que ella hace es ver a los hombres, les ve la mano para ver si no traen pistola. Y todas las noches me dice: ¡Mamá van a abrir la puerta , ya se oyen ruidos, van a entrar a matarme y es que me vieron, ya saben quién soy’”.
Con la voz cargada de emociones la señora prosigue su relato mientras la cámara muestra las tumbas de niños en el cementerio.
“Ha sido muy difícil. Ay Dios mío y ahora esta mortificación. Es una mortificación. Mi chamaquita se volvió muy rebelde y dale y dale con que me quiero morir para ir con mi papá. Es que yo me hubiera ido con mi papá.”
De víctima a víctima
Lupita le confesó a Hoan, de víctima a víctima: “Yo ya tengo miedo de salir, tengo miedo de que me vayan a matar Ya lo pienso mucho antes de ir al parque porque me da miedo”
Javier Sicilia, dirigente del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, narró para el documental con su voz de barítono: “La violencia no cesa y los juarenses se han acostumbrado a vivir con el dolor. Muchas víctimas ni siquiera reclaman justicia con tal de salir adelante. Para los huérfanos hay un programa oficial de ayuda pero ésta no llega a todos los afectados y muchos, como la mamá de Lupe, no se fían de nada que venga del gobierno. Prefieren acudir a Organizaciones No Gubernamentales como Casa Amiga, que ofrece ayuda psicológica en condiciones de seguridad”.
Hace 15 años, la joven de nacionalidad holandesa, Hesther van Nirop estuvo de vacaciones en México y después tomaría un curso en Estados Unidos. Decidió viajar por tierra. Llegó a Chihuahua y se convirtió en una de las Muertas de Juárez. Su familia, en especial su mamá Arsene van Nirop, buscó desesperadamente justicia. Se topó con el desinterés de las autoridades. Arsene, compartió el dolor y la desesperación con las madres de las jóvenes asesinadas y desde entonces, la señora holandesa busca todos los medios y los apoyos para las organizaciones que dan apoyo a las víctimas y sus familias, como Casa Amiga.
Una de las psicólogas de Casa Amiga explica a la cámara: “Muchas veces las mamás piensan que es mejor no tocar el tema pero con el pasar de los años ellas se dan cuenta que sí. Los niños crecen y necesitan saber dónde está su papá, dónde está su hermano o la persona que falleció. En este taller tu vas a aprender a manejar cuando tu te sientes triste, cuando te sientes enojado. Los niños se sienten mal y culpables por las personas que se murieron.
“Cuando los chamaquitos te platican las noticias que ven en la televisión te acercan al drama. Cuando sólo está en los medios, uno ve la tragedia de lejos, no se involucra. Es muy impactante. Muchos creen que por ser psicólogo todo esto no te afecta, pero es al contrario”.
Casa Amiga ofrece terapia a los familiares de las víctimas. La terapia de contención es cada vez más conocida y más necesaria. Toda Ciudad Juárez necesita terapia, dicen los pobladores con ironía. Los psicólogos explicaron a los periodistas que un buen tratamiento puede evitar que niños como Lupita caigan en una profunda depresión de por vida, o que desarrolle un odio y un deseo de venganza que la lleve a integrarse a una pandilla. Con un buen tratamiento, Lupita puede superar el trauma e incluso ser una persona feliz.
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