Guillermo Almeyra*
La Jornada
Con la CND se pasa de la resistencia a la combinación entre ésta y la refundación de las instituciones y del Estado cambiando la relación de fuerzas entre las clases.
El rechazo al gobierno espurio y a su seudopresidente impuesto por un fraude descomunal, y el nombramiento de un presidente legítimo pero no legalmente reconocido, con un gabinete paralelo al oficial, extienden ahora a todo el territorio nacional la situación de doble poder que se ha instaurado en el estado de Oaxaca, donde la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) controla el territorio, emite bandos de gobierno, ejerce el poder de policía. México tiene ahora -como en otros momentos de su historia- dos gobiernos enfrentados en una lucha que dirimirá, o la represión masiva para que todo "vuelva al orden" o, por el contrario, la extensión nacional y profundización de la movilización y la organización de los sectores populares que se oponen al gobierno de la derecha.
Los desenlaces pueden ser, respectivamente, una dictadura del imperialismo y del gran capital o la convocatoria a una asamblea constituyente que reorganice el país. A diferencia de las anteriores, ésta no sería convocada desde arriba por las fuerzas políticas, sino por un gran movimiento de masas compuesto por miles de comités y asambleas populares en cada estado o región, ya que el movimiento social actual -el más importante y extenso desde los años 30- no depende del Partido de la Revolución Democrática (PRD), y mucho menos de la dirección del mismo, sino que se apoya en ese partido y en sus aliados, pero va mucho más allá de ellos.
En realidad, con la convención nacional democrática (CND) nace un gran frente social amplio de salvación nacional, compuesto por partidos y sectores que se mueven en las instituciones actuales, pero también por sindicatos, organizaciones campesinas, indígenas, ONG, grupos populares y de intelectuales que buscan cambiar el marco institucional. A la reorganización de México se une así la resistencia y la oposición dentro del sistema y se superponen, en geometría variable, objetivos, fuerzas, programas. El gobierno espurio tiene a su favor el apoyo del imperialismo y del gran capital extranjero y nacional, que controla y explota el país, más el de la jerarquía eclesiástica, así como el conservadurismo pasivo de la mayoría de la población (quienes se abstuvieron, quienes votaron por el PAN, quienes lo hicieron por el PRI o el Panal). Pero sus intenciones represivas y fascistoides van más allá del conservadurismo y esa endeble mayoría pasiva podría desvanecerse si da, como inevitablemente tiende a dar, un paso en falso (IVA sobre medicinas y alimentos, destrucción de la legislación laboral, importación libre de maíz y de frijol subvencionados por Estados Unidos, privatización de Pemex o de la sanidad, represión brutal y masiva).
La CND podría disolver como nieve al sol esa mayoría conservadora que existe en el interior si no se limita a dar el apoyo plebiscitario a Andrés Manuel López Obrador o a la mera oposición institucional sino, por el contrario, llegase a unir la lucha por el respeto al voto, a la voluntad popular, a la ley y la Constitución con las reivindicaciones concretas y de clase de cada sector y de cada localidad. Porque no hay una barrera divisoria entre la reorganización democrática del territorio, en asambleas, para resolver el problema del agua, de la contaminación, de los drenajes, de los salarios, del caciquismo o de la falta de trabajo, de recursos o de insumos para la producción -todos los cuales son problemas democráticos- y la lucha por la democracia, contra la corrupción de los gobernantes y de sus instituciones. Sin democracia no hay justicia, sin justicia no hay agua ni libertad, trabajo o salarios dignos, educación o derechos indígenas.
La gran asamblea inicial del 16 que nombró al presidente legítimo, por lo tanto, debería continuar con miles de asambleas populares y de comités locales que concienticen a sus conciudadanos y, a la vez, organicen el doble poder local. Esos comités elaborarán los cuadernos de reivindicaciones, los programas locales que, como arroyuelos, confluirán en los puntos comunes esenciales de un gran programa común que dará contenido a un enorme torrente social. Es necesario, al mismo tiempo, ganar apoyo y legalidad a escala internacional con una gira que visite las capitales principales, aísle al usurpador, obtenga el apoyo de los trabajadores, sus organizaciones y de los pueblos. Esa gira debería continuar por todas las capitales de los estados y las principales ciudades creando frentes sociales y comités locales, que resuelvan, organicen, renueven sus dirigentes, revocándolos si fuera preciso, y creen miles de nuevos líderes y cuadros, no forzosamente coincidentes con los que fueron elegidos con vistas a las elecciones.
Eso podría recuperar lo que hay de válido en la otra campaña, o sea, el llamado a la autorganización y, en la defensa de los presos de Atenco -como plantea ya el PRD mexiquense- o de la lucha de Oaxaca y acercar a quienes, en esa otra campaña, no hayan sido cegados por el sectarismo. El frente opositor creado en el Congreso debería servir y apuntalar esta movilización proponiendo proyectos de ley que impongan la revocación de los mandatos parlamentarios, la reducción a la mitad de los sueldos de presidente, secretarios y congresistas, el reconocimiento de los derechos indígenas, un aumento general masivo de salarios para desarrollar el mercado interno. La CND debe cambiar el país a partir de la voluntad de lucha de millones de mexicanos y de sus necesidades y reivindicaciones. Como en Bolivia, la constituyente sólo podrá ser el resultado del movimiento social y del respeto por el resultado electoral real.
* Profesor-investigador de la UAM-Xochimilco
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