José Antonio Rojas Nieto
La Jornada
El México dividido sufre, pero se alista a la búsqueda de un porvenir mejor. Complejo pero esperanzador proceso. La amplia movilización social lo demuestra: México vive con zozobra... pero también con esperanza. Más el México doliente, sufrido y explotado, que lucha contra quienes lo tienen -por decir lo menos- arrinconado en un proceso de pauperización creciente. ¡Nadie puede demostrar lo contrario!
Hay responsables. Hoy se han agrupado en la derecha y con la derecha electoral. Al margen -y a veces a pesar- de las buenas personas que optaron por esa opción.
Es incuestionable. Díganme si no: ¿dónde están los grandes empresarios monopólicos? ¿Dónde los grandes grupos industriales, bancarios, financieros, nacionales y extranjeros? ¿A quién apoyaron los rentistas, los especuladores, los que medran con el gasto gubernamental?
Por eso la derecha vive una grave contradicción. (¿Quién se atreve a negar que la izquierda también tiene lo suyo?) Y no me refiero a la que tiene con quienes no los apoyamos. No. Internamente la derecha está partida.
Pues bien, a pesar de la recuperación veleidosa y frívola del tradicional discurso humanista del PAN (con eso del "México ganador") se impulsan acciones sustentadas en tesis ya cuestionables. Sobresalen las de la privatización y las del aliento ciego a la libre competencia y -hasta hoy- a una insignificante e inútil regulación.
Su implantación continuada desde 1982, desde 1988, desde 1994 y -más aún- desde 2000, muestra su carácter agresivo y regresivo. Agresivo porque arrasan con todo. Y regresivo porque empobrecen a la mayoría. No obstante que internacionalmente ya se revisan, se siguen sosteniendo. Por conveniencia pactada.
El Banco Mundial y el Fondo Monetario internacional revisan sus tesis y sus formulaciones ortodoxas. Y todo porque la defensa que las ha sostenido durante los 20 años recientes es cada vez más difícil: adelgazamiento absoluto del Estado; fin del Estado Benefactor; aliento indiscriminado a la "libre" pero "regulada" concurrencia; apertura de fronteras para capitales y mercancías, no para fuerza de trabajo; privatización de los servicios públicos; control privado de rentas provenientes de la explotación de los recursos naturales, petrolera primordialmente, pero también agrícola y mineras... entre otras. Y todo porque la realidad es terca, testaruda y violentamente obcecada. Se niega a aceptar la libre competencia. Todo o casi todo es colusión, trampa, fraude, mentira.
¿Cómo defender el humanismo de Gómez Morín, González Luna, Christlieb, Landerreche, Estrada, González Torres, Conchello, frente a la brutalidad y violencia del mercado?¿Frente a la persistente corrupción de su primer gobierno? El PAN lleva muy adentro esta contradicción, no sólo en su discurso, también en su mezcla de viejos humanistas y gente de buena fe, con especuladores, rentistas, controladores financieros y monopolios en medios de comunicación.
México ha vivido más de 20 años de ortodoxia liberal. Este sexenio la profundizó como pocos. En el caso petrolero y eléctrico, nunca hubo tanta inversión privada, nacional y extranjera. Nunca tanto control privado, nacional y extranjero. Contrario a una letra constitucional que mandata preservar la propiedad y el control estatales exclusivos. ¿Por qué respetar -en eso- un mandato de la Constitución cuando parece imponerse otra perspectiva?
En apariencia hay coartadas justas y razonables: insuficiencia presupuestal y retraso tecnológico. Y si no éstas, se buscan otras hasta lograr el cambio. ¿Cuál? El del artículo 27 constitucional. Pero también el 25 y el 28 de nuestra Carta Magna. ¿Por qué? Mis maestros me enseñaron: "controlar la energía es tener el control de las fuentes fundamentales del poder. Y si éstas pasan a manos privadas, nacionales o extranjeras, se perderán elementos clave de la autonomía de la sociedad, para modular y orientar el desarrollo nacional". Así de sencillo.
El ánimo básico de garantizar el máximo de autonomía social explica esa afortunada intuición del constituyente: propiedad de los recursos naturales, sus beneficios y rentas. Pero también responsabilidad exclusiva, a través del Estado, de las áreas estratégicas, petróleo y electricidad, sin duda. Es parte de nuestra identidad nacional.
Sorprende, entonces, el obcecado ánimo por entregar este poder a grupos privados, nacionales y extranjeros. Aún más la urgencia con la que -de nuevo- los actuales personeros de la derecha renuevan su ánimo por las llamadas reformas estructurales, entre ellas la energética, en un sentido y orientación convenientes a los poderes fácticos que los respaldan.
Frenar este cambio constitucional es uno de los mayores retos de la Convención Nacional Democrática y de todos aquellos que dentro o fuera de ella defenderemos este poder social fundamental. Y lo haremos sin ignorar la historia de abusos y corrupciones que también se han cobijado bajo él. Sin duda.
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