domingo, septiembre 24, 2006

Quitémonos el mito de los intelectuales

Sique

Los intelectuales son personas cuya principal actividad está en el intelecto. Esto no necesariamente quiere decir que sean inteligentes o buenos. El otro día asistí a un espectáculo de comedia (B. Salces y J. Zárate) en el que dijeron que los intelectuales deberían ser inteligentes y buenos, porque si el intelectual era tonto, iba a pensar puras pendejadas y si era malo, pues iba a pensar puras chingaderas. Nada más cierto.

Ser intelectual, es una característica que puede aplicarse a diversas personas: un científico, un escritor, un economista, un ideólogo o un albañil que lee mucho (Salces dixit)... Generalmente pensamos que el intelectual por tener una actividad cerebral considerable es más proclive a asociar pensamientos que conduzcan al progreso y al bienestar de la humanidad. Esto es una falacia, porque si no se toma en cuenta la inteligencia junto con los valores éticos de la persona, la intelectualidad puede servir para cometer crímenes horrendos como ya se ha contemplado en la historia. Un campesino, un obrero, un artesano, una ama de casa o un tendero pueden ser más amorosos, más compasivos y hasta más inteligentes que un intelectual.

Sin embargo, cuando se habla de un intelectual parece que implícitamente se le está dando una alta estatura moral. QUITÉMONOS YA ESE MITO. Los intelectuales son seres como cualquier otro, susceptibles de los más bajos sentimientos, incluso, son más peligrosos porque con eso de que se dedican a "pensar" uno tiende a suponer que lo que dicen es cierto puesto que lo han pensado mucho. Pues no, porque sí ese pensamiento ha tenido como motor la envidia, la codicia, la soberbia o el odio, entonces se tiende a elaborar mucho el contenido de ese pensamiento para encubrir esos sentimientos y hacerlo pasar por objetivo y veraz. Es fácil caer en la trampa: si hay un prejuicio de que lo que el intelectual dice es moral, lo cual es un sofisma, y encima, la forma de construir su discurso es muy rebuscada, existe la posibilidad de que nos enrede y creamos verdad lo que está diciendo. Los intelectuales no son necesariamente humanistas.

El intelectual es por lo general soberbio, cree que como tiene mucha información entonces es dueño de la verdad, también es clasista, considera que pertenece a un grupo "superior" a los demás y egocéntrico, sólo lo que él dice es importante y veraz. Por otra parte, como su actividad principal es intelectual, tiende a olvidarse del cuerpo y los sentimientos. Es por lo general, un mal amante; y considera que los pensamientos están por encima de los sentimientos. De tal forma, a muchos de ellos no se les da el amor, la ternura y la compasión, algunos consideran que es cursi ceder ante tales sentimientos. Las armas del intelectual son el discurso y la maledicencia disfrazados de crítica objetiva, como el asesino usa la fuerza física para golpear, el puñal para clavarlo por la espalda o la pistola para meter un tiro, el intelectual puede usar la palabra para golpear y ridiculizar, su prestigio y sus influencias para difamar o disparar una estrategia de traiciones que hieran en lo más hondo.

Las arengas discursivas para desarmarlos dependen, como en el caso de los espadachines en que el que gana no es el más noble sino el que mejor maneja la espada, de que se sea más diestro en la articulación del lenguaje y no siempre que se tenga la razón. Pero si la razón está acompañada de la intuición que emana de sentimientos amorosos, es fácil identificar las contradicciones y las debilidades de su discurso.

Dos ejemplos:

Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano motivado por una envidia feroz ha elucubrado una serie de argumentos "intelectualoides y rebuscados" para justificarla. Sus acciones resultan incongruentes con su discurso ante los que sólo utilizando el sentido común ven a leguas que lo que lo ha destruido es esta envidia que le tiene a López Obrador, además de la amargura que por soberbio ha cultivado al no haber podido llegar a la presidencia como se lo había propuesto desde que dejó el PRI. Ahora no podemos saber qué tanto su espíritu demócrata le hizo separarse del PRI o qué tanto el saber que el PRI no lo postularía para presidente lo hizo venirnos con el cuento de formar un nuevo partido de izquierda y demócrata cuando en realidad lo único que quería desde un principio era ser presidente como su papi. Parece que todo su ímpetu democrático no le alcanzó ni para meterse en el lío de defender la voluntad popular en la elección que ganó, ni para solidarizarse con el candidato presidencial de su propio partido, se vendió por un pinche puesto de organizador de eventos porque quizás en realidad la izquierda y el pueblo le valen madre y si ya no iba a ser presidente pues al menos estrechar relaciones para que él y su hijo tengan un hueso y de paso sacar la envidia desacreditando a AMLO. El pueblo es intuitivo, el pueblo siente al traidor, por eso fue abucheado en la Plaza de la Constitución por más que algunos intelectuales lo defiendan, unos lo hacen porque son iguales a él y otros porque sienten compasión de que haya caído tan bajo cuando pudo conservar un lugar digno dentro de la historia.

Carlos Fuentes se cree subestimado en su obra, en mi humilde opinión, lo único más o menos decente que ha escrito ha sido "Aura", las demás novelas son muy medianas y hay que ver el bodrio digno de una telenovela de Televisa por lo falso que es "La región más transparente" o el ladrillo de "Terra Nostra". Hijo de un diplomático que se crió en Washington, su bienestar económico no viene de la calidad de su obra sino de haber pertenecido a los círculos del poder; ha vivido en el lujo, rodeándose de gente rica e influyente y alejado del pueblo, ahora se atreve a calificar a AMLO de payaso, para no perder canonjías o algunos premios que puedan otorgarle para devolverle el favor. En realidad lo que mueve a este sujeto es la codicia y la soberbia.

Tanto Cárdenas como Fuentes como otros muchos son gente de la alta burguesía (uno hijo de presidente y el otro de diplomático) que lo que menos les importa es el pueblo mexicano, son un par de clasistas, el primero envidioso y el segundo soberbio y comodino que se atreven a descalificar las acciones de alguien que en realidad está trabajando por el bienestar del pueblo y que es un auténtico luchador social, mientras ellos gozan de privilegios y se mantienen en buena relación con los círculos del poder rindiéndoles buenas cuentas al hacer declaraciones que éstos capitalicen dentro de sus tantas patrañas.

Los intelectuales fantoches abundan tanto como los políticos fantoches, así que primero hay que analizar si el intelectual por sus acciones y por sus declaraciones es un individuo regido por la ética y por los principios o si es un intelectual que va a decir puras pendejadas por tonto o puras chingaderas por malo. Los intelectuales entran dentro de la fórmulas en que aplican todos los demás seres humanos: puede ser un intelectual inteligente y bueno, inteligente y malo, tonto y bueno, o, tonto y malo.

Afortunadamente sí contamos con intelectuales inteligentes y de buenos sentimientos que están apoyando a AMLO y al movimiento popular, pero esos que están luchando por la democracia son gente buena desde antes que fueran intelectuales.

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